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La doctrina trinitaria en las epístolas paulinas y su rechazo a la unicidad

Por Fernando E. Alvarado

La doctrina trinitaria, que afirma un solo Dios en tres personas distintas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, encuentra en las epístolas paulinas un desarrollo teológico que claramente distingue entre las personas divinas mientras mantiene la unidad esencial de la Deidad. Pablo no presenta a Dios como una sola persona que adopta diferentes modos o roles, como sostiene la teología de la unicidad, sino que establece una relación eterna y funcional entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Su lenguaje refleja una interacción entre personas diferenciadas, no una mera sucesión de manifestaciones temporales. La consistencia con la que Pablo habla del Padre como origen, del Hijo como agente de redención y del Espíritu como presencia activa en los creyentes demuestra una comprensión plural de la naturaleza divina, incompatible con el modalismo.

Además, la estructura misma de la teología paulina presupone una distinción real entre las personas de la Trinidad. Si Pablo hubiera sido unicitario, habría evitado cuidadosamente cualquier formulación que sugiriera coexistencia o cooperación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Sin embargo, sus escritos están llenos de referencias que implican diálogo, sumisión y acción conjunta entre ellos, lo que sería absurdo si fueran simplemente «modos» de un mismo ser. La lógica interna de sus argumentos exige una pluralidad de personas en la unidad divina, nunca una reducción a una sola identidad que cambia de papel. Por tanto, la teología paulina, por su coherencia y profundidad, no puede reconciliarse con la unicidad, sino que constituye una base sólida para la doctrina trinitaria clásica.

La distinción de Personas en la teología paulina

Las epístolas paulinas presentan a las tres personas de la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— en una relación dinámica y funcional, manteniendo su unidad ontológica. En 1 Corintios 8:6, Pablo escribe: “Para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y para quien vivimos; y un solo Señor, Jesucristo, por medio de quien son todas las cosas y por quien vivimos”. Este pasaje distingue claramente al Padre como la fuente de todo y a Cristo como el mediador de la creación, reflejando una distinción funcional entre las personas divinas. Según Fee (2007), este texto es una de las declaraciones más tempranas de la cristología paulina, que subraya la preexistencia de Cristo y su rol divino, incompatible con la unicidad, que niega la distinción de personas (p. 90).

Asimismo, en 2 Corintios 13:14, Pablo ofrece una bendición trinitaria: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Esta fórmula triádica no solo menciona a las tres personas divinas, sino que les atribuye roles distintos: la gracia proviene de Cristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo. Dunn (1998) argumenta que esta bendición refleja una comprensión proto-trinitaria en la que las tres personas son vistas como agentes divinos distintos, lo que desafía la unicidad al presentar al Padre, al Hijo y al Espíritu como entidades relacionales dentro de la deidad (p. 267).

La Deidad de Cristo en las epístolas paulinas

Un aspecto central de la teología paulina que refuta la unicidad es la afirmación de la deidad de Cristo, distinta del Padre, pero igual en naturaleza divina. En Filipenses 2:6-11, conocido como el “himno cristológico”, Pablo describe a Cristo como aquel que, “siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse”. Este pasaje implica la preexistencia de Cristo y su igualdad ontológica con el Padre, pero también su sumisión funcional al encarnarse. Hurtado (2003) señala que este texto refleja una cristología de “exaltación divina” que distingue al Hijo del Padre, contradiciendo la unicidad, que no permite una distinción real entre las personas divinas (p. 102).

En Colosenses 1:15-20, Pablo describe a Cristo como “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”, a través de quien “fueron creadas todas las cosas”. Este pasaje no solo afirma la deidad de Cristo, sino que lo presenta como un agente activo en la creación, distinto del Padre, quien es la fuente última. Según Wright (1992), esta cristología elevada socava la unicidad al establecer a Cristo como una persona divina distinta que comparte la obra creadora con el Padre, algo incompatible con la idea de un Dios unipersonal que cambia de modo (p. 114).

El rol del Espíritu Santo como Persona Divina

El Espíritu Santo en las epístolas paulinas no es simplemente una fuerza o emanación divina, como podría interpretarse en la unicidad, sino una persona divina con atributos y funciones propias. En Romanos 8:26-27, Pablo describe al Espíritu como aquel que “intercede por nosotros con gemidos indecibles” y conoce la mente de Dios. Esta descripción implica una relación personal y distinta entre el Espíritu y el Padre, lo que contradice la noción de la unicidad de un Dios que actúa en diferentes modos. Fee (1994) argumenta que la personificación del Espíritu en este pasaje refleja una comprensión trinitaria en desarrollo, donde el Espíritu actúa como un agente divino autónomo (p. 596).

En 1 Corintios 12:11, Pablo escribe que el Espíritu “reparte a cada uno según su voluntad”, atribuyéndole al Espíritu una voluntad propia, un atributo de personalidad que no puede reducirse a un mero aspecto del Padre o del Hijo. Gordon (2007) destaca que esta afirmación paulina refuta la unicidad al presentar al Espíritu como una persona divina con voluntad propia, distinta del Padre y del Hijo (p. 432).

La relación trinitaria en la soteriología paulina

La soteriología paulina también refleja una dinámica trinitaria que desafía la unicidad. En Efesios 1:3-14, Pablo describe la obra de la salvación como un esfuerzo conjunto de las tres personas divinas: el Padre que elige y predestina (vv. 3-6), el Hijo que redime mediante su sangre (vv. 7-12) y el Espíritu que sella a los creyentes como garantía de la herencia (vv. 13-14). Esta estructura triádica de la salvación implica una colaboración entre personas divinas distintas, lo que es incompatible con la unicidad, que niega cualquier distinción personal en la deidad. O’Brien (1999) señala que este pasaje es un ejemplo claro de la teología trinitaria implícita en Pablo, donde las tres personas cooperan en la obra redentora (p. 58).

En Gálatas 4:4-6, Pablo escribe: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo… para que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones”. Aquí, el Padre envía al Hijo, y el Hijo, a su vez, es la fuente del Espíritu, lo que refleja una distinción relacional entre las tres personas. Dunn (1998) argumenta que este texto subraya la distinción funcional entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, presentando una economía trinitaria que refuta la unicidad al mostrar una interacción personal y distinta entre las tres (p. 295).

Pablo rechazó de la unicidad

La unicidad, al negar la distinción de personas en la deidad, no puede reconciliarse con la teología paulina, que consistentemente presenta al Padre, al Hijo y al Espíritu como agentes divinos distintos que operan en unidad. En Romanos 15:30, Pablo pide oraciones “por el amor del Espíritu, que oréis a Dios por mí”, mostrando una relación interpersonal entre el Espíritu y el Padre, lo que contradice la idea de un Dios unipersonal. Hurtado (2003) sostiene que esta interacción refleja una comprensión proto-trinitaria que distingue a las personas divinas sin comprometer su unidad (p. 138).

Además, en 1 Timoteo 2:5, Pablo afirma: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Este pasaje establece a Cristo como el mediador entre Dios (el Padre) y la humanidad, lo que implica una distinción entre el Padre y el Hijo. La unicidad, al no reconocer esta distinción, no puede explicar adecuadamente el rol mediador de Cristo sin colapsar las personas divinas en una sola. Fee (2007) argumenta que este texto es una refutación directa de cualquier teología que niegue la distinción entre el Padre y el Hijo (p. 112).

Pablo era trinitario

Las epístolas paulinas ofrecen una evidencia contundente de una teología trinitaria incipiente que distingue al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como personas divinas que comparten la misma naturaleza divina, pero operan en una relación dinámica y funcional. Textos como 1 Corintios 8:6, 2 Corintios 13:14, Filipenses 2:6-11, Colosenses 1:15-20, Romanos 8:26-27 y Efesios 1:3-14, entre otros, presentan una clara distinción de personas que refuta la unicidad, la cual reduce a Dios a una sola persona que cambia de modo. La riqueza de la teología paulina, con su énfasis en la unidad y la distinción de las personas divinas, no solo establece los fundamentos de la doctrina trinitaria, sino que también ofrece una crítica implícita pero poderosa a cualquier teología que niegue la pluralidad de personas en la deidad.

Bibliografía:

  • Dunn, J. D. G. (1998). The Theology of Paul the Apostle. Eerdmans.
  • Fee, G. D. (1994). God’s Empowering Presence: The Holy Spirit in the Letters of Paul. Hendrickson Publishers.
  • Fee, G. D. (2007). Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study. Hendrickson Publishers.
  • Gordon, T. D. (2007). The Holy Spirit in the New Testament. InterVarsity Press.
  • Hurtado, L. W. (2003). Lord Jesus Christ: Devotion to Jesus in Earliest Christianity. Eerdmans.
  • O’Brien, P. T. (1999). The Letter to the Ephesians. Eerdmans.
  • Wright, N. T. (1992). The Climax of the Covenant: Christ and the Law in Pauline Theology. Fortress Press.

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