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La Trinidad en los Evangelios de Marcos y Lucas: Un Testimonio Conjunto contra la Doctrina de la Unicidad

Por Fernando E. Alvarado

La doctrina de la Trinidad, pilar fundamental del cristianismo histórico, afirma que Dios existe como un solo ser en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, cada uno plenamente Dios, pero sin confundir sus identidades ni dividir la esencia divina. Esta comprensión, arraigada en la revelación bíblica y desarrollada en los concilios ecuménicos, enfrenta desafíos teológicos como la doctrina de la Unicidad, que sostiene que Dios es una sola persona que se manifiesta en diferentes «modos» (Padre, Hijo, Espíritu) sin distinción personal.

Los Evangelios de Marcos y Lucas, a través de sus narrativas complementarias, ofrecen un testimonio robusto a favor de la doctrina trinitaria y en contra de la Unicidad. Marcos enfatiza la distinción de las personas divinas en eventos como el bautismo y las declaraciones de Jesús, mientras que Lucas resalta la actividad del Espíritu Santo y la relación entre el Padre y el Hijo. Ambos evangelios afirman la unidad esencial de Dios, manteniendo el monoteísmo bíblico sin sacrificar la distinción personal. Frente a la Unicidad, que reduce a Dios a una sola persona con modos cambiantes, la Trinidad ofrece una comprensión más coherente de la revelación bíblica, preservando tanto la unidad divina como la riqueza de las relaciones intratrinitarias. Este testimonio conjunto de Marcos y Lucas no solo fundamenta la fe ortodoxa, sino que también invita a una adoración más profunda del Dios trino revelado en las Escrituras.

La distinción de las Personas Divinas en el Evangelio de Marcos

El Evangelio de Marcos, caracterizado por su narrativa concisa y dinámica, presenta evidencias claras de la distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, lo que desafía directamente la noción de la Unicidad. Desde el inicio, en el bautismo de Jesús (Marcos 1:9-11), se observa una escena trinitaria paradigmática: el Hijo es bautizado, el Espíritu desciende como paloma, y el Padre declara desde el cielo, «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Marcos 1:11, RVR1960). Esta simultaneidad de las tres personas en un solo evento refuta la idea de que Dios opera en modos secuenciales, como propone la unicidad. Como señala Grudem (1994), esta escena «muestra una clara distinción de personas, cada una actuando de manera distinta pero en armonía» (p. 231).

Las variantes modernas de la doctrina unicitaria (las cuales sostienen que Dios es una sola persona que se manifiesta simultáneamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin implicar una distinción de personas dentro de la deidad, sino una única deidad que opera en estas tres funciones o roles al mismo tiempo) tampoco resisten las implicaciones trinitarias de dicho pasaje (el bautismo de Jesús). Este pasaje presenta al Hijo en la tierra, al Espíritu Santo descendiendo como paloma, y al Padre hablando desde el cielo. Aunque los nuevos defensores de la unicidad  podrían interpretar esto como una única deidad manifestándose en tres roles al mismo tiempo, la interacción relacional—donde el Padre se dirige al Hijo como una entidad distinta y el Espíritu actúa como un agente separado—sugiere una distinción de personas. La voz del Padre que declara su complacencia implica una relación interpersonal, no una simple auto-referencialidad de una sola persona divina, lo que desafía la noción de una deidad única manifestándose simultáneamente.

Además, Marcos subraya la relación única entre el Padre y el Hijo. En Marcos 13:32, Jesús declara que ni el Hijo, sino solo el Padre, conoce el día y la hora del fin, lo que implica una distinción funcional y de conocimiento entre las personas divinas. Esta afirmación es problemática para la Unicidad, que no puede explicar cómo una sola persona divina tendría un conocimiento limitado en un «modo» (el Hijo) pero no en otro (el Padre). Carson (2010) argumenta que este versículo «sugiere una distinción ontológica en la relación intratrinitaria, donde el Hijo, aunque plenamente Dios, se somete voluntariamente al Padre» (p. 418). La narrativa de Marcos, por tanto, apoya la Trinidad al mostrar interacciones relacionales entre las personas divinas, incompatibles con un modalismo unipersonal.

Aunque los unicitarios podrían argumentar que esto refleja una limitación en la manifestación humana del Hijo, mientras que la deidad completa (como Padre) retiene todo el conocimiento, esta explicación tropieza con la dificultad de que una sola persona divina no puede poseer y no poseer el mismo conocimiento simultáneamente. La distinción en el conocimiento entre el Hijo y el Padre sugiere dos centros de conciencia, lo cual es incompatible con la unicidad y apoya una pluralidad de personas dentro de la deidad.

En la transfiguración (Marcos 9:2-8), Jesús aparece en gloria junto a Moisés y Elías, y «vino una voz desde la nube, diciendo: Este es mi Hijo amado; a él oíd» (Marcos 9:7). La voz del Padre, que identifica a Jesús como su Hijo, indica una distinción relacional, ya que el Padre no solo nombra al Hijo, sino que lo distingue como el objeto de su mandato a los discípulos. El hecho de que la voz provenga de una fuente externa (la nube) y se dirija al Hijo como un «tú» distinto implica una interacción entre dos agentes, lo cual es más coherente con una distinción de personas que con una sola deidad actuando en múltiples roles simultáneamente.

En Marcos 10:18, Jesús responde al joven rico: «Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios» (Reina-Valera 1960). Este versículo plantea una distinción implícita entre Jesús y Dios, ya que Jesús desvía la atribución de bondad absoluta hacia Dios, sugiriendo una deferencia que no encaja fácilmente con la idea de que él mismo es la única persona divina manifestándose simultáneamente como Hijo y Padre. Aunque la unicidad podría argumentar que Jesús, como la manifestación humana de Dios, habla desde su humanidad, la distinción lingüística entre «yo» (Jesús) y «Dios» implica una separación funcional que desafía la noción de una sola persona divina operando en roles simultáneos, ya que la bondad absoluta se atribuye a Dios de manera distinta a Jesús.

En Marcos 14:36, Jesús ora en Getsemaní: «Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú» (Reina-Valera 1960). Este pasaje muestra a Jesús dirigiéndose al Padre como «tú» y expresando una voluntad humana que parece diferir de la del Padre, aunque se somete a ella. Aunque a menudo los defensores de la unicidad interpretan esto como una manifestación humana de Dios (el Hijo) dialogando con su propia deidad (el Padre); sin embargo (y tal como se mencionó en los casos anteriores), el uso de un lenguaje relacional, donde Jesús se dirige al Padre como un «tú» distinto y expresa una voluntad diferenciada, implica una interacción interpersonal que va más allá de una sola persona manifestándose en roles simultáneos. La sumisión de la voluntad del Hijo a la del Padre sugiere dos voluntades distintas, lo cual es problemático para la unicidad.

Marcos es un evangelio decididamente trinitario. Los pasajes de Marcos 1:9-11, 9:2-8, 10:18, 13:32 y 14:36 presentan interacciones y distinciones funcionales entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que desafían la doctrina de la unicidad clásica (un solo Dios manifestado en tres modos secuenciales), e incluso la forma contemporánea de la unicidad que enseña manifestaciones simultáneas (un solo Dios manifestado en tres modos simultáneos). Estos textos destacan relaciones interpersonales, diferencias en conocimiento y voluntad, y acciones simultáneas que implican múltiples centros de conciencia o agencia, lo cual es más coherente con la doctrina trinitaria de tres personas distintas en una sola deidad. Aunque los proponentes de la unicidad podrían argumentar que estas manifestaciones simultáneas reflejan roles de una sola persona divina, el lenguaje relacional, las distinciones funcionales y las interacciones en estos pasajes apoyan una interpretación que favorece la pluralidad de personas dentro de la unidad divina.

La Trinidad en el Evangelio de Lucas: Un énfasis en el Espíritu Santo

El Evangelio de Lucas, con su enfoque en la obra del Espíritu Santo, complementa la perspectiva de Marcos al resaltar la tercera persona de la Trinidad. En Lucas 1:35, durante la anunciación, el ángel Gabriel declara a María que el Espíritu Santo vendrá sobre ella, y el poder del Altísimo la cubrirá, resultando en la concepción del Hijo de Dios. Esta interacción entre las tres personas divinas—el Espíritu que obra, el Altísimo (el Padre) que envía, y el Hijo que es concebido—evidencia una distinción clara de roles, contraria a la noción de la Unicidad de un Dios que cambia de modos. Como apunta Fitzmyer (1981), «Lucas presenta al Espíritu como una persona divina activa, no como una mera fuerza o modo de Dios» (p. 343).

Lucas también destaca la actividad del Espíritu en la vida de Jesús. En Lucas 4:1, Jesús, «lleno del Espíritu Santo», es guiado al desierto, y en Lucas 4:14, regresa «en el poder del Espíritu». Estas referencias no solo afirman la divinidad del Espíritu, sino que también muestran su relación distinta con el Hijo, quien es guiado y empoderado por Él. Para la doctrina de la Unicidad, estas interacciones son problemáticas, ya que un solo Dios en diferentes modos no necesitaría ser «guiado» o «lleno» por sí mismo. Bock (1994) observa que «la relación entre Jesús y el Espíritu en Lucas refleja una distinción personal dentro de la deidad, coherente con la teología trinitaria» (p. 392).

En Lucas, al igual que en Marcos, se incluyen también los relatos del bautismo de Jesús (3:21-22) y de la transfiguración (Lucas 9:28-36). En el relato del abutismo (tal como se mencionó en el caso de Marcos), la declaración del Padre implica una relación interpersonal, no una mera auto-referencialidad, lo que desafía la idea de una sola persona divina manifestándose simultáneamente.En el episodio de la transfiguración,el hecho de que la voz provenga de una fuente externa (la nube) y se dirija al Hijo como un «tú» distinto sugiere una interacción entre dos agentes, más coherente con una distinción de personas que con una sola deidad en roles simultáneos. Esto ya fue discutido también al analizar dicho pasaje en Marcos.

En Lucas 10:21-22, Jesús dice: «En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños… Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar» (Reina-Valera 1960). Este pasaje muestra a Jesús dirigiéndose al Padre en alabanza y afirmando una relación mutua de conocimiento exclusivo entre el Padre y el Hijo. En ninguna parte del texto se nos habla de una sola persona divina manifestándose en dos roles como propone la unicidad. Sin embargo, el lenguaje relacional («yo te alabo») y la distinción en el conocimiento mutuo sugieren dos centros de conciencia, lo que es incompatible con la idea de una sola persona divina operando simultáneamente en diferentes manifestaciones.

En Lucas 12:10, Jesús declara: «A todo aquel que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado» (Reina-Valera 1960). Este versículo distingue entre el Hijo y el Espíritu Santo, asignándoles roles diferentes en el contexto del pecado y el perdón. La diferenciación en las consecuencias de blasfemar contra el Hijo frente al Espíritu Santo implica que cada uno tiene una función o identidad distinta, lo cual es más coherente con la existencia de personas separadas dentro de la deidad que con una sola persona manifestándose en roles simultáneos.

En Lucas 22:41-42 se nos repite el testimonio trinitario de Marcos 14:36, en donde Jesús ora en Getsemaní: «Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Reina-Valera 1960). Aquí, Jesús se dirige al Padre como «tú» y expresa una voluntad que parece diferir de la del Padre, aunque se somete a ella. Esto no refleja la manifestación humana de Dios (el Hijo) dialogando con su propia deidad (el Padre) como quisiera hacernos creer la unicidad. Como se dijo ya en el caso de Marcos, el lenguaje relacional y la distinción entre las voluntades («mi voluntad» frente a «la tuya») sugieren una interacción interpersonal que implica dos centros de voluntad, lo cual es problemático para la noción de una sola persona divina manifestándose simultáneamente.

Ni Marcos ni Lucas dejan espacio para una supuesta unicidad de Dios como la propusieron Sabelio, Praxeas o, más recientemente, los grupos pentecostales unicitarios y otros grupos heréticos. Los pasajes de Lucas 3:21-22, 9:28-36, 10:21-22, 12:10 y 22:41-42 presentan interacciones, distinciones funcionales y relaciones interpersonales entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que desafían la doctrina de la unicidad, incluso en su forma de manifestaciones simultáneas. Estos textos destacan diálogos, conocimientos mutuos, funciones diferenciadas y voluntades distintas que sugieren múltiples centros de conciencia o agencia dentro de la deidad. Aunque los defensores de la unicidad han intentado en vano interpretar estos pasajes como roles simultáneos de una sola persona divina, el lenguaje relacional y las distinciones funcionales en Lucas apoyan una interpretación trinitaria de tres personas distintas en una sola deidad, en oposición a la unicidad simultánea.

La unidad esencial de Dios en ambos Evangelios

Mientras Marcos y Lucas destacan la distinción de las personas divinas, ambos también subrayan la unidad esencial de Dios, un aspecto crucial de la doctrina trinitaria. En Marcos 12:29, Jesús cita el Shema de Deuteronomio 6:4, «Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es», afirmando el monoteísmo judío. Sin embargo, esta unidad no implica unicidad personal, sino una esencia divina compartida. La confesión de Jesús como Hijo de Dios (Marcos 14:61-62) y su autoridad divina para perdonar pecados (Marcos 2:5-7) confirman que comparte la misma naturaleza divina que el Padre, sin ser idéntico a Él en persona. Como señala France (2002), «Marcos equilibra cuidadosamente la unidad de Dios con la distinción de las personas, presentando a Jesús como divino pero subordinado al Padre en su misión redentora» (p. 590).

Lucas refuerza esta unidad al mostrar a Jesús como el Hijo que actúa en perfecta armonía con el Padre y el Espíritu. En Lucas 10:21-22, Jesús alaba al Padre y declara que «nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo». Esta relación de conocimiento mutuo implica una unidad ontológica profunda, pero también una distinción personal, ya que el Padre y el Hijo son sujetos distintos que se conocen recíprocamente. Green (1997) argumenta que «Lucas presenta una cristología que afirma la divinidad de Jesús mientras mantiene su distinción del Padre, en línea con la ortodoxia trinitaria» (p. 420). Esta unidad esencial, combinada con la distinción de personas, refuta la Unicidad, que no puede sostener la coexistencia de relaciones personales dentro de un solo Dios. La doctrina de la Unicidad, al negar la distinción personal en la deidad, enfrenta dificultades insalvables ante los textos de Marcos y Lucas. Como señala Erickson (2001), «el modalismo no puede dar cuenta de las interacciones simultáneas entre las personas divinas, que requieren una distinción real y no meramente funcional» (p. 354). Y cuando lo intenta, ca en el absurdo y la contradicción.

Además, la Unicidad socava la naturaleza relacional de Dios presentada en ambos evangelios. En Lucas 22:42, Jesús ora al Padre, diciendo, «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Si el Padre y el Hijo fueran la misma persona, esta oración sería incoherente, ya que implicaría un conflicto interno dentro de un solo ser. En cambio, la Trinidad explica esta relación como una interacción genuina entre personas distintas que comparten una voluntad divina, pero con roles diferenciados en la economía de la salvación. Ware (2005) sostiene que «la oración de Jesús refleja una relación interpersonal dentro de la Trinidad, incompatible con el monoteísmo unipersonal de la Unicidad» (p. 87).

Bibliografía:

  • Bock, D. L. (1994). Luke 1:1–9:50. Baker Exegetical Commentary on the New Testament. Grand Rapids, MI: Baker Academic.
  • Carson, D. A. (2010). The Gospel According to John. The Pillar New Testament Commentary. Grand Rapids, MI: Eerdmans.
  • Erickson, M. J. (2001). Christian Theology (2nd ed.). Grand Rapids, MI: Baker Academic.
  • Fitzmyer, J. A. (1981). The Gospel According to Luke I–IX. Anchor Yale Bible. New Haven, CT: Yale University Press.
  • France, R. T. (2002). The Gospel of Mark. The New International Greek Testament Commentary. Grand Rapids, MI: Eerdmans.
  • Green, J. B. (1997). The Gospel of Luke. The New International Commentary on the New Testament. Grand Rapids, MI: Eerdmans.
  • Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Grand Rapids, MI: Zondervan.
  • Ware, B. A. (2005). Father, Son, and Holy Spirit: Relationships, Roles, and Relevance. Wheaton, IL: Crossway.

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