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El principio regulativo de la adoración: Una trampa de restricción

En el ámbito cristiano, comprendemos que la adoración se puede guiar por dos principios fundamentales: el principio normativo y el principio regulativo. Estos principios nos ayudan a pensar cómo debemos estructurar nuestras prácticas de adoración, y aunque ambos buscan honrar a Dios, tienen diferencias significativas.

El principio regulativo propone que solo debemos incluir en nuestra adoración aquello que está explícitamente prescrito en la Biblia. Para quienes siguen este principio, cada elemento de la adoración –desde el canto hasta la predicación y los sacramentos– debe tener una base bíblica clara. Cualquier práctica que no sea explícitamente ordenada por la Biblia cae bajo el juicio de Levítico 10:1-2, donde Dios castiga a Nadab y Abiú por ofrecer “fuego extraño,” una ofrenda que Él no había ordenado. Toda desviación de este principio es vista automáticamente como un alejamiento del principio señalado en 1 Corintios 14:40, en donde Pablo nos exhorta a hacer todo “decentemente y con orden,” Según los defensores del principio regulativo, la expresión “decentemente y con orden,” debe interpretarse como un llamado a adherirse a formas claramente establecidas.

En contraste, el principio normativo ofrece mayor flexibilidad. Según este enfoque, cualquier práctica es aceptable en la adoración mientras no esté explícitamente prohibida en la Biblia. Este principio ha sido comúnmente adoptado por las iglesias luteranas y anglicanas y permite la incorporación de expresiones y prácticas de adoración que, aunque no estén explícitas en la Biblia, no contradicen sus enseñanzas. La idea es que mientras el propósito de la adoración sea bíblico y se enfoque en honrar a Dios, se pueden incorporar elementos culturales o creativos adicionales.

El pentecostalismo generalmente se alinea con el principio normativo de la adoración, en lugar del regulativo. Esto se debe a que en la adoración pentecostal se da cabida a expresiones espontáneas y emotivas (levantar las manos, danzar, aplaudir, usar instrumentos y géneros musicales de todo tipo, etc.), que no están prescritas de manera estricta en las Escrituras pero se consideran actos que honran a Dios y reflejan la obra del Espíritu Santo.

Los pentecostales creemos que el Espíritu Santo tiene un papel activo y libre en la adoración y que la iglesia debe ser sensible a su dirección en cada reunión. Así, mientras nos basamos en principios bíblicos para guiar la adoración, también consideramos que el Espíritu Santo puede inspirar nuevas expresiones y manifestaciones que no contradicen la Biblia, sino que permiten una adoración viva, apasionada y personal.

¿ADORACIÓN REFORMADA?

En el ámbito de la adoración, las iglesias reformadas han defendido el llamado principio regulativo, afirmando que solo aquello explícitamente prescrito en las Escrituras debe ser admitido en el culto. Muchas iglesias reformadas practican el salmodia exclusiva, lo cual significa que, en su adoración, cantan únicamente los salmos o himnos basados en ellos, evitando composiciones modernas. Este enfoque se apoya en versículos como Efesios 5:19 y Colosenses 3:16, interpretados como una instrucción para cantar solo palabras bíblicas o inspiradas.[1]

Algunas comunidades reformadas tradicionales también omiten el uso de instrumentos musicales, ya que consideran que no se prescribe en el Nuevo Testamento. La idea es que la adoración debe ser vocal y congregacional, evitando cualquier distracción que pudiera desviar el enfoque de Dios hacia los músicos o el acompañamiento musical.

Este enfoque busca honrar la Palabra de Dios al evitar innovaciones humanas en el culto; sin embargo, esta posición, aunque bien intencionada, revela una falta de flexibilidad y un entendimiento restrictivo de la libertad en Cristo, especialmente cuando se observa el celo con el que las iglesias reformadas critican otras formas de adoración, como el pentecostalismo, por su supuesta “falta de regulación”. La Biblia, sin embargo, muestra que la adoración en espíritu y verdad (Juan 4:24) implica más que cumplir con normas exteriores; incluye libertad para adorar a Dios en la plenitud de su Espíritu, sin caer en legalismos que limiten su obra.

Para los reformados, el principio regulativo no es una mera formalidad, sino una convicción profunda de que cualquier innovación o añadido humano puede desviar el enfoque y la gloria que solo pertenece a Dios. Y aunque a primera vista, puede parecer una postura bíblica e infalible, lo cierto es que el principio regulativo no es más que una fórmula estricta que no solo es ineficaz, sino incoherente. Al escudriñar la lógica y la aplicación real de este principio, descubrimos no solo sus inconsistencias, sino también la trampa espiritual que representa.

¿QUÉ HAY DE MALO CON EL PRINCIPIO REGULATIVO?

Primero, entendamos cómo los reformados aplican este principio en su liturgia y práctica. En una iglesia reformada típica, los elementos de culto están restringidos a la predicación de la Palabra, la oración, el canto de salmos o himnos bíblicamente aprobados, y los sacramentos. Esta estructura rígida excluye cualquier elemento que no tenga un precedente explícito en las Escrituras. Es una postura radical y crítica hacia cualquier estilo de adoración que escape a sus moldes, y así muchos reformados miran con recelo o incluso con desprecio los estilos de adoración pentecostales y carismáticos.

Así, los reformados condenan cualquier práctica “no regulada”, como levantar las manos, el uso de instrumentos que no estén mencionados en los Salmos, aplaudir, danza, etc., por considerarlos fuego extraño. Sin embargo, esta posición resulta contradictoria, pues en el mismo Antiguo Testamento, encontramos que el culto incluía elementos como la danza y el uso de diversos instrumentos musicales (Salmo 150:4), algo que generalmente las iglesias reformadas omiten en su práctica. Tal omisión no es un mandato bíblico, sino una restricción cultural que, en muchos casos, conduce a una crítica hacia otras tradiciones. En el Nuevo Testamento, Pablo anima a los creyentes a adorar “con himnos, salmos y cánticos espirituales” (Efesios 5:19), una indicación de la diversidad permitida en la alabanza.

Sin embargo, señalamos aquí una contradicción evidente: ni siquiera las iglesias reformadas aplican el principio regulativo de manera estricta. En su liturgia, encontramos elementos no prescritos en la Escritura: bancos, púlpitos, sistemas de audio y hasta elementos tecnológicos en sus servicios.[2] Estos aspectos no son detallados en el Nuevo Testamento ni en el culto en la sinagoga judía, lo que plantea una evidente contradicción. Mientras critican otras formas de adoración, ellos mismos adoptan aspectos de la cultura moderna que no se encuentran en la Biblia. O, ¿Acaso la Biblia menciona el uso de proyectores o de plataformas virtuales? Por supuesto que no. Esto es una muestra de cómo el principio regulativo se convierte en un arma de doble filo. Aquello que critican en otros como fuego extraño, ellos mismos lo introducen, aunque sin reconocerlo. Por ejemplo, mientras insisten en mantener la adoración simple y “bíblica”, algunos incluso llegan a utilizar procesiones o cánticos adaptados de la liturgia católica; algo tan tradicional como los órganos tampoco es mencionado en el Nuevo Testamento. Entonces, ¿quién establece la frontera entre lo permitido y lo prohibido?

Este es el mismo espíritu restrictivo que nos recuerda la mentalidad farisaica de los tiempos de Jesús: una devoción externa a reglas autoimpuestas, mientras se ignora la esencia del mandamiento (Mateo 15:8-9). De manera similar, el principio regulativo puede convertirse en una carga innecesaria, ignorando que la adoración cristiana se define por la presencia y dirección del Espíritu Santo.

Los reformados acusan a los pentecostales de practicar un “fuego extraño” (Levítico 10:1-2), pero este juicio no toma en cuenta que el Nuevo Testamento describe una adoración llena de poder y libertad en el Espíritu (Hechos 2:1-4). La adoración pentecostal es una celebración viva y diversa que honra el mandamiento de adorar a Dios con todo el ser (Marcos 12:30), algo que el principio regulativo limita innecesariamente.[3]

Ahora bien, el problema aquí no es la adoración reformada en sí misma; el problema radica en su insistencia en imponer un molde, calificando cualquier otro tipo de expresión como «incorrecta» o «no bíblica». Con esa actitud, olvidan que el Espíritu Santo sigue moviéndose de maneras creativas, manifestando el poder y la presencia de Dios en diversidad de expresiones y culturas. Y nosotros, como pentecostales, no debemos caer en esta trampa restrictiva.

¡NO CAIGAS EN LA TRAMPA!

Es triste, pero cada vez vemos a más hermanos pentecostales que, en su afán por ser «respetables» y «ordenados,» se están tragando la idea de que el principio regulativo es la única forma bíblica de adorar. Nos estamos alejando de nuestras raíces, de esa libertad en el Espíritu que fue el sello distintivo de nuestros abuelos en la fe, aquellos que oraban con fervor, adoraban en espíritu y verdad, y no tenían miedo de levantar sus manos, de danzar o de clamar con voz fuerte, porque sabían que su adoración no dependía de normas humanas, sino de un corazón dispuesto a rendirse a Dios.

Estamos viendo cómo muchos se avergüenzan de esas manifestaciones carismáticas que nos definieron y nos identificaron como un pueblo lleno del Espíritu. Ahora, quieren una adoración sobria, recatada, donde no haya expresiones de gozo ni gritos de alabanza. ¡Pero, hermanos! Esa no es nuestra esencia; nosotros adoramos porque el Espíritu nos impulsa, porque la libertad que nos dio Cristo nos hace levantar nuestras voces y no callar (2 Corintios 3:17). Al adoptar un modelo regulativo, estamos dejando que otros nos digan cómo acercarnos a Dios, en lugar de seguir la dirección viva y espontánea del Espíritu Santo en nuestras vidas.

Esa rigidez, esa “reverencia” fría, no es lo que nos hace verdaderos adoradores. Nos olvidamos de que somos el pueblo de Pentecostés, los que experimentamos el derramamiento del Espíritu como en el día de Pentecostés (Hechos 2:4). Cuando abrazamos ese formalismo, estamos diciendo, en el fondo, que tenemos vergüenza de nuestra herencia espiritual, de esa libertad de expresión que Dios nos dio para glorificar Su nombre con todo nuestro ser.

Recordemos que nuestra adoración carismática y libre no es algo de lo que avergonzarnos, sino un testimonio de la obra viva del Espíritu en nosotros. Que nuestra adoración siga siendo vibrante, sin miedo ni vergüenza, porque al final, Dios nos pide un corazón rendido, no un rito recatado y mudo.

¿Y QUÉ HAREMOS LOS PENTECOSTALES CON EL PRINCIPIO REGULATIVO?

Como pentecostales, comprendemos la importancia del orden en el culto (1 Corintios 14:40), pero rechazamos un orden restrictivo que asfixie la libertad del Espíritu. Nos apoyamos en ejemplos bíblicos de libertad en la adoración, como la danza de David (2 Samuel 6:14) y la espontaneidad en las expresiones de alabanza (Lucas 19:37-40). Estos ejemplos revelan que el culto genuino no se trata solo de estructura, sino de una entrega plena en el Espíritu. La adoración en espíritu y verdad no se restringe a una fórmula, sino que incluye la libertad para que el Espíritu Santo se mueva, como el viento que “sopla de donde quiere” (Juan 3:8). Si seguimos el principio regulativo, no estaríamos dejando espacio para que Dios se revele de manera única y directa en nuestras vidas.[4]

Es por eso que en el pentecostalismo, la adoración es vivaz, abierta a la intervención directa del Espíritu Santo, sin temor a expresiones como el levantamiento de manos, el canto espontáneo, o el uso de instrumentos de todo tipo. No se trata de “ir en contra” de la Biblia, sino de vivir su plenitud. Sabemos que el Dios que adoramos es el Dios que derramó su Espíritu en Pentecostés, un evento caracterizado por la diversidad de lenguas, expresiones y culturas, y esa misma dinámica es la que queremos seguir. Adorar con libertad no es lo mismo que adorar sin orden o sin reverencia. Nosotros también buscamos orden, pero un orden que permita el fluir del Espíritu, sin sofocarlo ni restringirlo.

Es crucial que como pentecostales comprendamos que el principio regulativo, si bien puede tener un propósito, no debe aplicarse como una fórmula universal. Imponerlo significaría poner límites al Espíritu de Dios y su obra en nuestra adoración. En lugar de buscar una “pureza” en la liturgia que termine asfixiando el espíritu de la adoración, debemos celebrar que, al igual que en el libro de los Hechos, nuestra alabanza y adoración pueden ser tan únicas y diversas como lo es la creación misma de Dios.

La rigidez con que las iglesias reformadas intentan imponer este principio, calificando otras expresiones como “desviadas” o “extrañas”, refleja más una visión limitante que una guía espiritual auténtica. Como pentecostales, preferimos abrazar la libertad que encontramos en la Biblia, confiando en que el Espíritu Santo dirige nuestro culto de acuerdo con su voluntad.

Así pues, es justo decir que el principio regulativo de la adoración no es bíblico ni lógico. Más bien, se convierte en una jaula legalista que priva a los creyentes de vivir la adoración en su plenitud. Que los reformados prefieran una adoración más contenida es respetable, pero su imposición sobre otros sistemas y tradiciones es una postura errada y, más que eso, una intromisión indebida en la libertad que Cristo nos ha dado. Como pentecostales, no caigamos en la trampa de las restricciones humanas, sino que abramos nuestras manos y corazones para que el Espíritu Santo se mueva libremente en medio de nosotros.

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS:


[1] Calvino, J. (1536). Institución de la Religión Cristiana, p. 234.

[2] Murray, I. H. (2002). Revival and Revivalism: The Making and Marring of American Evangelicalism 1750-1858. Carlisle, PA: Banner of Truth Trust, p. 87.

[3] Carson, D. A. (1996). Worship by the Book. Grand Rapids: Zondervan, p. 203.

[4] Grudem, W. (2000). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Grand Rapids: Zondervan, p. 157.

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