Por Fernando E. Alvarado
En general, arminianos y calvinistas estamos de acuerdo en que la depravación del hombre hace necesaria una intervención directa de la gracia de Dios para que cualquiera pueda ver, pensar o hacer las cosas de Dios y, por consiguiente, ser salvo. Esta gracia es necesaria en todos los estados y etapas del crecimiento cristiano. Los arminianos, sin embargo, reconocemos además el llamado universal al arrepentimiento y la salvación y que en todas las etapas el ministerio de la gracia de Dios puede ser resistido (la gracia resistible o irresistible debería ser el punto de estudio principal en las diferencias entre la teología arminiana y calvinista).

Los arminianos diferimos de los calvinistas en cómo entendemos la promesa de Dios de salvar. Sin duda alguna, los arminianos rechazamos la creencia (popular en algunos círculos influenciados por la teología calvinista y sus adaptaciones) de “Una vez salvo, siempre salvo”. Nuestro punto de rechazo hacia dicha interpretación soteriológica es doble:
En primer lugar porque la doctrina del “Salvo siempre salvo” impone a quienes se apartan mediante la afirmación de que los que se apartan nunca creyeron verdaderamente, que nunca fueron parte de nosotros, y que su experiencia de Dios y su seguridad era falso. Esto niega su experiencia cristiana y dificulta aún más la restauración y reconciliación con ellos.
En segundo lugar, tanto la teología pastoral calvinista como la arminiana enseñan que uno puede experimentar la seguridad actual de la salvación por medio del testimonio interno del Espíritu Santo. Y si bien eso es cierto, en última instancia, el calvinismo no tiene ninguna ventaja sobre el arminianismo en el tema de la perseverancia porque ambos enseñan que uno no puede estar seguro de que de hecho son elegidos a menos que perseveren hasta el final.
Ambas teologías mantienen la tensión del “ahora, pero todavía no”, que se encuentra en la Biblia. Como tal, la fe no debe ser una ocurrencia única, sino inmersiva, continua y perseverante hasta el fin para asegurar su salvación, o, como nos advierte el apóstol Pedro:
“Así que, hermanos, sed tanto más diligentes para hacer firme vuestro llamado y elección de parte de Dios; porque mientras hagáis estas cosas nunca tropezaréis” (2 Pedro 1:10, LBLA)
O, como lo vierte la Nueva Traducción Viviente:
“Así que, amados hermanos, esfuércense por comprobar si realmente forman parte de los que Dios ha llamado y elegido. Hagan estas cosas y nunca caerán.”

Como bien lo dijera John Wesley:
«Las promesas de salvación están condicionadas a la continua dependencia del creyente en.… la gracia».[1]
Dios construye gracia sobre gracia, pero lo contrario también es cierto, ya que a través de la rebelión desafiante, continua y decidida, la persona puede llegar a un estado en el que no puede escuchar a Dios.
¿Cómo puede suceder esto? Para los arminianos, la salvación es principalmente relacional, por lo que vemos la gracia en términos relacionales entre la persona individual y nuestro Señor. Buscamos estar en comunión constante y continua con nuestro Señor, intimar con Él. Creciendo en gracia, justicia y santidad o, como lo diría Pablo:
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.” (Filipenses 2:12-16)

Los arminianos sabemos que nuestra comunión se debe a que Dios primero se acerca a nosotros y, en respuesta, nosotros escuchamos. Nuestra capacidad de escucharle puede, sin embargo, perderse o dañarse a causa del pecado habitual o el abandono de las disciplinas espirituales como la oración, la lectura de la Palabra o el congregarnos. De esto nos habla el escritor de la carta a los Hebreos:
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.” (Hebreos 2:1)
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio.” (Hebreos 3:12-14)
“¿Con quién estuvo enojado Dios durante 40 años? Con esos mismos pecadores que murieron y cuyos cuerpos quedaron tendidos en el desierto. ¿A quiénes les estaba hablando Dios cuando dijo que nunca entrarían a disfrutar de su reposo? A los que se rebelaron. Entonces vemos que por su falta de fe, ellos no pudieron entrar a disfrutar del reposo de Dios.” (Hebreos 3:17-19)
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” (Hebreos 10:23-25)

Tales deficiencias para escuchar la voz de Dios y permanecer firmes no se deben a la insuficiencia de la gracia de Dios, sino a la corrosiva y habitual presencia del pecado voluntario y la negligencia espiritual en nosotros. Así, la voz de Dios en nuestro corazón disminuye como consecuencia del pecado habitual y el descuido en la vida devocional. No obstante, en Su gracia Dios usa una variedad de medios para despertar en nosotros pasión por Su presencia, por su santidad. Este “querer” y “hacer” proviene de Dios, quien busca reconciliar a los pecadores mediante el arrepentimiento y la fe y cambiar la conciencia caída en una redimida, buena y santa, liberada a la voluntad de Cristo (1 Corintios 10: 25-29; 2 Corintios 1:12).
Dicho esto, resulta obvio que cuando una persona pierde la gracia, se aleja cada vez más de Dios. Sin arrepentimiento, al principio viene la conciencia del remordimiento, pero luego, con la continua pérdida de la gracia, esa conciencia del remordimiento se convierte en culpa, lo que va acompañado de una creciente conciencia y sentimiento de falta de seguridad. Más allá de esos sentimientos con la pérdida continua de la gracia, viene un sentimiento de indiferencia o un sentimiento de resentimiento hacia Dios y luego el rechazo final de Dios donde el creyente se mueve a sí mismo a un lugar donde no puede creer. De esto nos habla la Biblia en Juan 12:39 cuando declara de ciertas personas que “no podían creer”, y en el siguiente versículo donde Juan cita varios versículos de Isaías, leemos: “Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane”.
A aquellos que perseveran en el pecado o pierden su fe les espera una terrible desgracia:
“El dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4:4, LBLA)
“Manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás…” (1 Timoteo 1:19-20)
La Biblia habla claramente de conciencias cauterizadas por abandonar la fe. Pablo identifica a los que tienen la conciencia cauterizada en 1 Timoteo 4:1-2: «Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia».
La Biblia está repleta de ejemplos de personas que sufrieron las consecuencias de sus decisiones, pues aunque Dios pacientemente advierte y busca salvar a los que se apartan de él y de la vida que se encuentra dentro de él, llegará un momento en que los entregará a las malas inclinaciones de sus corazones, las consecuencias de su persistente búsqueda de apartarse de él. De esto habla claramente el apóstol Pablo:
“Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Romanos 1:28)
El Espíritu de Dios y su gracia no contenderán para siempre con el hombre (Génesis 6:3), ni siquiera con aquellos que haya sacado de “Egipto” y luego se rebelen (Hebreos 3:17-19). Si una persona sigue creyendo, entonces Dios es fiel y continúa revelándole más y más de sí mismo. Sin embargo, si tal persona pierde su fe y continúa en pecado, llegará el momento en que Dios ya no se revelará a sí mismo y los ojos de tal persona estarán cegados a la verdad y su corazón se endurecerá. En 2 Tesalonicenses 2: 10-12 leemos de “los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.»

Y lo repito una vez más: Las deficiencias de la eficacia de la gracia no se deben a la insuficiencia de la gracia, sino al efecto corrosivo y habitual de endurecer el corazón de uno contra el llamado de la voz de Dios. Tal alejamiento ocurre gradualmente hasta el punto de volvernos incapaces de escuchar y oír su voz. El proceso es muy triste y, aunque algunos se obstinen en afirmar que “Una vez salvo, siempre salvo”, la Biblia claramente enseña que es trágicamente posible que una persona pierda su lugar en Cristo a través de un endurecimiento persistente y voluntarioso del corazón “por el engaño del pecado” (Hebreos 3:13). Y esto no significa que nunca haya sido creyente, sino todo lo contrario: Los verdaderos creyentes no se pierden, pero un verdadero creyente puede dejar de serlo y así, perderse eternamente:
“Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.” (Romanos 11:21-23)
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (Juan 15:2-7)
“Haced pues frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros: a Abraham tenemos por padre [o una vez salvo, siempre salvo]; porque yo os digo, que… el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no hace buen fruto, es cortado y echado en el fuego.” (Mateo 3:8-10)
Y para ser cortado, primero fuiste parte del olivo, de la vid verdadera. Y para ser cortado como un árbol, primero tuviste que ser sembrado en buena tierra. Este es el mensaje arminiano. Este es el mensaje claro de la Biblia:
“Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada.” (Hebreos 6:7-8)

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS
[1] John Wesley’s Scriptural Christianity, Thomas C. Oden, 1994, p. 274.