Por Fernando E. Alvarado
¿Qué te parecería hospedarte en un hotel con altos techos y vitrales hemosos? ¡O, qué mejor que tomar un libro para una lectura tranquila y silenciosa en una iglesia convertida en una biblioteca pública! Pues, en Holanda (antiguo bastión de las Iglesias Reformadas y país sede del infame Sínodo de Dort), las iglesias han sido remodeladas y ocupadas para construir hoteles, restaurantes, bares, bibliotecas, centros nocturnos ¡y hasta peluquerías! Hasta la fecha, más de un millar de iglesias protestantes han cerrado; algunas para ser demolidas y otras para convertirse en establecimientos comerciales y culturales, debido a que el número de fieles ha disminuido considerablemente.

Este fenómeno no es exclusivo del frío y liberal protestantismo europeo. La mismísima iglesia católica solicitó transformar sus templos en bibliotecas, pubs, cafeterías, librerías e inclusive lugares para conciertos. En el periodo comprendido entre 1970 y 2008, por ejemplo, la Iglesia Católica ordenó la demolición de 208 templos, mientras que otros 148 fueron transformados ya sea en bibliotecas, tiendas, restaurantes o edificios de departamentos. La tendencia a cerrar iglesias y abandonar la fe (principalmente en iglesias reformadas, luteranas o católicas) no ha cambiado hasta la fecha. Por el contrario, se esperan nuevas deserciones, cierres y demoliciones.

PENTECOSTALISMO, UNA EXCEPCIÓN A LA REGLA
Todo lo opuesto ocurre a escala global con un movimiento religioso relativamente nuevo: el pentecostalismo. El movimiento pentecostal, nacido en Estados Unidos en los primeros años del siglo XX, ha conocido una vigorosa expansión a escala global (y de forma excepcional en América Latina) durante las últimas tres décadas. En tan solo 100 años de existencia, el pentecostalismo se ha transformado en el movimiento cristiano de mayor y más rápido crecimiento de toda la historia. Habiendo surgido en la primera década del siglo XX con unas pocas comunidades, ya en 1970 totalizaban 73 millones, para llegar en 1989 a 352 millones en todo el mundo, y hoy se habla de más de 500 millones de pentecostales en el mundo. En varios países el pentecostalismo tiene una tasa de crecimiento del 10% anual, mientras que las iglesias protestantes históricas corren el riesgo de desaparecer o quedar reducidas a ínfimas minorías. Las denominaciones pentecostales, en cambio, compran templos y medios de comunicación todos los años, y se multiplican a una velocidad imposible de ignorar. Tan asombroso ha sido el crecimiento del pentecostalismo que el Consejo Mundial de Iglesias preveía en 1970 que el cristianismo mayoritario para finales del s. XX sería de color pentecostal y se encontraría en el Tercer Mundo. Dichas estimaciones no se equivocaron. Sin lugar a dudas la mayoría cristiana evangélica en América es ahora pentecostal y el siglo XXI parece seguir la misma tendencia.

Algunos observadores incluso predicen que el pentecostalismo será, en Latinoamérica, lo que fue la Reforma del siglo XVI en Europa, ya que su crecimiento en tamaño y número, y su impacto cultural, hacen temblar a los atentos observadores. Pero ¿A qué se debe el éxito del pentecostalismo? En muchos sentidos, a su sencillez, a su adaptación a las clases bajas y a su rechazo de convertir la fe en algo puramente académico. El pentecostalismo es un “cristianismo primario”, cuyos temas centrales — milagros, sanidades, escatología, pneumatología, e incluso demonología — son los dejados de lado por las Iglesias históricas que se aggiornaron (del italiano aggiornamiento, modernización) en la década del 60, adaptándose a la tesis de la secularización progresiva. Y éstas últimas, aggiornadas, son las que ven vaciarse sus templos, y en algunos casos bajo riesgo de desaparecer. Mientras tanto, las denominaciones pentecostales consolidan su poder y feligresía día tras día.

¿A QUÉ SE DEBE EL ÉXITO PENTECOSTAL?
Sin lugar a duda Dios, en su soberana y perfecta voluntad, es la causa primaria del éxito pentecostal. En segundo lugar, podríamos decir que el éxito del pentecostalismo reside en su capacidad para conectarse con las masas populares. Surge entonces la pregunta: ¿Porqué el pentecostalismo ha logrado conectar con las masas? ¿Qué hay en el ADN pentecostal que lo hace diferente a otros grupos religiosos? Sencillamente los pentecostales hablan (en general) el lenguaje del pueblo. No se deleitan en convertir la fe y la doctrina en una ininteligible disertación teológica estéril. Porque se niegan a dejar que el academicismo y la fría intelectualidad dominen la fe. Ellos hablan al corazón, no con ideas abstractas, y otorgan a sus adeptos un ámbito de sentido, un lugar para realizarse, sobre todo para aquellos que no tienen lugar en el mundo. El culto pentecostal es un ámbito para la experiencia con lo divino, para la fiesta y el gozo de vivir en las manos de Dios, y todos participan activamente. No hay más jerarquías que el pastor de turno. Cada uno de los fieles se siente y se sabe un apóstol de Jesucristo enviado con una misión única e insustituible. Su fuerte componente emotivo, su estilo de adoración libre y espontánea y su insistencia en la comunicación directa, personal y permanente con la divinidad y en su intervención milagrosa cotidiana le otorgan al pentecostalismo un inusual atractivo y un vigor excepcional perdido hace siglos por las antiguas denominaciones protestantes y otras tradiciones religiosas cristianas, sumidas actualmente en la teología liberal o, por el contrario, atrapadas en la frialdad y academicismo de sus credos, declaraciones teológicas y confesiones de fe. Cuando el pentecostalismo pierda esa conexión con las masas y se vuelva frío, distante y académico, entonces compartirá el destino de las vetustas iglesias reformadas y luteranas de Europa: la extinción.

EL PENTECOSTALISMO, UN MOVIMIENTO HETEROGÉNEO Y MULTICOLOR
El pentecostalismo está lejos de ser un movimiento homogéneo. Existen Iglesias institucionalizadas, activas en el ámbito misionero y con producción teológica (Asambleas de Dios, etc.); existen iglesias pentecostales neoconservadoras fundamentalistas; pentecostales militando en política y otros que se declaran apolíticos. Los hay aquellos enfocados exclusivamente en las realidades eternas y los hay también aquellos admirables por su trabajo apostólico y su compromiso social. Tan diverso y variopinto es el pentecostalismo que no pudo ser contenido dentro de las mismísimas denominaciones abiertamente pentecostales. El Espíritu Santo, que glorifica al Hijo y cumple la perfecta voluntad del Padre, trascendió toda barrera denominacional y provocó una renovación pentecostal al interior de Iglesias históricas (movimientos carismáticos o de renovación en el Espíritu), y hay agrupaciones neopentecostales de diverso origen.
Pero a pesar de tal diversidad, el pentecostalismo tiene, más allá de sus diversidades, un patrón doctrinario y práctico común resumido en la afirmación «Jesús sana, salva, bautiza con su Espíritu y vuelve como rey». Jesús sana el cuerpo, salva el alma, y acerca a Dios a través de una experiencia de encuentro personal con él. El acento en cualquiera de esos cuatro temas puede variar de una denominación pentecostala otra, pero lo principal para un pentecostal es la continua acción sanadora y salvífica de Jesús en distintos momentos de su vida personal. Esta interpretación de los hechos de la vida en clave de permanente intervención divina diferencia a pentecostales de otros grupos cristianos; para los pentecostales, la posibilidad del milagro no es excepcional sino cotidiana, aun en instancias que otros grupos religiosos considerarían banales. De ahí la insistencia del pentecostalismo en la fe en un Jesús vivo, actuante cada día en la vida de los creyentes.

LA IMITACIÓN QUE BUSCA SUPLANTAR AL VERDADERO PENTECOSTALISMO
Ante el evidente éxito del pentecostalismo, Satanás y sus emisarios no han permanecido silenciosos e inactivos. Por el contrario, en las últimas décadas comenzaron a surgir agrupaciones que con fachada pentecostal encubren verdaderos negocios (auténticos mercaderes de la fe) y utilizan técnicas de manipulación psicológica con sus fieles. La mayoría de estos grupos se adhieren a las teologías de la prosperidad, proponiendo hacer verdaderos negocios con Dios, y estafando a los fieles con la venta de milagros y predicando el sacrificio de sus bienes a favor de la Iglesia, so pena de no ser bendecidos. La confesión positiva, las modas de declarar y decretar, la súper fe y la pedantería religiosa de tales grupos es apenas la punta del iceberg. La mayoría de estos nuevos grupos se alejan doctrinalmente del cristianismo, con elementos sincréticos, y son duramente criticados por las iglesias pentecostales y evangélicas tradicionales. Ante esta heterogénea masa de falsos pentecostalismos, es preciso distinguir teológica y pastoralmente la diversidad pentecostal para no caer en generalizaciones que terminan siendo ingenuas e injustas.

Muchos teólogos y líderes de otras tradiciones, celosos quizá del éxito pentecostal, prefieren ignorar las obvias diferencias entre el pentecostalismo real y auténtico y las numerosas falsificaciones pseudopentecostales modernas. A pesar de ello, y plantando cara a la crítica, los pentecostales de sana doctrina debemos estar siempre dispuestos a presentar defensa de nuestra fe, evidenciando con nuestras palabras y conducta, la belleza del Evangelio Completo que predicamos. El avance de la fe pentecostal es imparable, pues aún antes de su nacimiento (o deberíamos decir restauración) en el siglo XX, era ya el destino trazado por Dios para su iglesia:
«Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.» (Hechos 2:17-18)
«Recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.» (Hechos 2:39)
Así pues, el pentecostalismo es el paso lógico en el avance de la Reforma Protestante iniciada en el siglo XVI. El continuismo pentecostal, la primavera de Dios sobre su iglesia, ha llegado, acabando con ella el frío invierno del cesacionismo.
