Neopentecostalismo, REFLEXIÓN BÍBLICA, Soberanía Divina, Vida Cristiana, Vida Espiritual

¿Por qué está pasando todo esto?

Por Fernando E. Alvarado

“A todos les sucede lo mismo: Hay una misma suerte para el justo y para el impío; para el bueno, para el limpio y para el inmundo; para el que ofrece sacrificio y para el que no sacrifica. Como el bueno, así es el pecador; como el que jura, así es el que teme jurar. Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol: que hay una misma suerte para todos…”

Eclesiastés 9:2-3; LBLA

“Todo es lo mismo, por tanto, digo: El destruye al inocente y al malvado… Juntos yacen en el polvo, y los gusanos los cubren.”

Job 9:22; 21:26; LBLA

“El sabio tiene ojos en su cabeza, más el necio anda en tinieblas. Pero yo sé también que ambos corren la misma suerte.”

Eclesiastés 2:14; LBLA

“Vi además que bajo el sol no es de los ligeros la carrera, ni de los valientes la batalla; y que tampoco de los sabios es el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los hábiles el favor, sino que el tiempo y la suerte les llegan a todos.”

Eclesiastés 9:11, LBLA

INTRODUCCIÓN

En diversos medios, desde los tradicionales hasta sitios de Internet y redes sociales, circulan infinidad de supuestas explicaciones sobre el origen del Covid-19 y cómo hacer frente a la pandemia. En el ámbito evangélico existen distintas posiciones sobre por qué surgió el virus que mantiene enclaustradas a millones de personas y qué debe hacerse para no ser alcanzados por la letalidad de la pandemia. Hay dos interpretaciones que evidencian acercamientos bíblicos a la pandemia del COVID-19, que no tienen el mínimo respeto por el contexto de los versículos citados ni empatía y compasión cristiana hacia los afectados.

¿ES ESTO UN CASTIGO DE DIOS POR LA MALDAD?

Muchos creyentes, bien intencionados pero imprudentes, infunden pánico al presentar la pandemia como castigo de Dios por el incremento de la maldad y el pecado de los seres humanos. Afirman sin pestañear que la ira del Señor se ha desatado debido al alejamiento de hombres y mujeres de las normas de conducta prescritas en la Palabra, las cuales, al ser rechazadas, provocaron el enojo extremo del Señor y la consecuente liberación de plagas, virus y desastres naturales, enviados para aterrorizar y castigar a la humanidad impenitente. Quienes afirman lo anterior respaldan sus aseveraciones en cadenas de versículos que describen los terribles juicios de Dios sobre los desobedientes

La técnica usada para que todo ajuste es una especie de “dominó bíblico”, ya que se toma una sección de aquí, algunas de allá, y bastantes de acullá para después acomodarlas al gusto del clarividente en turno. Una vez acomodadas las piezas, estas se conjugan para desatar encendidas advertencias, maldiciones y amenazas de mayores catástrofes. Discursos de esta naturaleza utilizan el miedo, buscan infundir pánico entre personas que, por otra parte, ya tienen cierta predisposición a ser cautivadas por imaginarios lúgubres y deseperanzadores pseudoprofetas.

Pero pretender que la gente sea receptiva al Evangelio de Jesús atemorizándola y ejercer chantaje diseminando pavor, es simple y llanamente una tergiversación del fondo y forma en que Jesús el Cristo desarrolló su ministerio y, en consecuencia, la misión que asignó a sus seguidores. Es verdad que el sufrimiento tiene un significado de castigo cuando está conectado con un pecado, pero no es cierto que todos los sufrimientos sean consecuencia de un pecado, y que siempre sean un castigo. La figura del justo Job es una prueba real de esto.

En el Nuevo Testamento Cristo habla de esta situación cuando 18 personas murieron al desplomarse una torre. Él dijo:

“¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:4-5, LBLA)

Aquí Jesús nos recuerda que los que sufren no son necesariamente más pecadores que los que no sufren. O, ¿cómo interpretaríamos el hecho de que un fiel y auténtico cristiano se enferme de COVID-19 y muera? ¿lo tomaríamos como señal de rechazo divino hacia su persona? ¿diríamos que fue un castigo? No lo creo.

Aunque a veces Dios nos manda el sufrimiento como castigo por nuestros pecados, este no siempre es el caso. Con respecto a que Dios permite todo tipo de desastres naturales, la intención de Dios es siempre un misterio y deberíamos abstenernos de hablar en nombre de Dios. Los discípulos de Jesús no tienen todas las respuestas y no deberían tener miedo de admitirlo; además, debiera quedar claro que incluso en situaciones desconcertantes y trágicas el camino es la compasión, el amor que busca consolar y se da servicialmente a quienes el miedo tiene en profunda angustia.

¿SOMOS LOS CRISTIANOS INMUNES AL COVID-19?

En el otro extremo están aquellos que incurren en acciones temerarias para demostrar que son inmunes no solamente a la pandemia del COVID-19, sino también a cualquier calamidad. Sacan a relucir versículos que describen la protección de Dios a sus elegidos y, de manera automática, se los auto aplican asegurando que están a salvo de ser contagiados con el virus.

Es importante destacar que los creyentes hemos experimentado la salvaguarda del Señor en incontables ocasiones. De su bondad y bendiciones podemos dar testimonio quienes confesamos a Jesús como Salvador y Señor. Sin embargo, la gracia que el Señor ha derramado sobre nosotros no debe ser motivo de jactancia ni llevarnos a sentirnos superiores a otros. Porque la gracia es obra del amor de Dios y no ha sido adquirida por nuestros merecimientos. La gracia divina no es, y nunca debe ser, licencia para incurrir en la temeridad que desafía la pandemia, perpetrando acciones que nos exponen a ser contagiados de Covid-19. Necesitamos entender que los creyentes no somos inmunes al mal, la plaga, la enfermedad o la muerte.[1]

Como todos los demás seres humanos estamos expuestos a las mismas adversidades:

“A todos les sucede lo mismo: Hay una misma suerte para el justo y para el impío; para el bueno, para el limpio y para el inmundo; para el que ofrece sacrificio y para el que no sacrifica. Como el bueno, así es el pecador; como el que jura, así es el que teme jurar. Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol: que hay una misma suerte para todos…” (Eclesiastés 9:2-3; LBLA)
“Todo es lo mismo, por tanto, digo: El destruye al inocente y al malvado… Juntos yacen en el polvo, y los gusanos los cubren.” (Job 9:22; 21:26; LBLA)
“El sabio tiene ojos en su cabeza, más el necio anda en tinieblas. Pero yo sé también que ambos corren la misma suerte.” (Eclesiastés 2:14; LBLA)
“Vi además que bajo el sol no es de los ligeros la carrera, ni de los valientes la batalla; y que tampoco de los sabios es el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los hábiles el favor, sino que el tiempo y la suerte les llegan a todos.” (Eclesiastés 9:11, LBLA)

Lamentablemente muchos cristianos se niegan a reconocerlo. Para ellos sería dudar. En varios lugares del mundo han tenido lugar reuniones de cristianos que no hicieron caso a las recomendaciones de cerrar los templos. Decidieron continuar porque, aseguraban, el virus pasaría de largo y no se anidaría en sus cuerpos. ¿El resultado? Muchos de ellos enfermaron y otros más murieron.

Para empeorar las cosas, circulan por las redes las enseñanzas y predicaciones de los autodenominados apóstoles y profetas de la prosperidad los cuales, en su locura de atar y desatar, aseveraban haber “atado el virus”, o bien “declarado inmunidad para los cristianos”.[2] Los ingenuos seguidores de estos falsos apóstoles y profetas de la confesión positiva, depositan toda su credulidad en cada palabra que sale de la boca de sus “ungidos”, compartiendo a diestra y siniestra sus profecías, y decretos, inundando las redes, grupos y chats con las falsas revelaciones de sus ídolos espirituales.[3] Ellos creen sinceramente en el mensaje contenido en los vínculos que envían, pero la fe y sinceridad que depositan en ellos no los hace verdaderos. La sinceridad no produce verdad, ya que se puede estar sinceramente equivocado.

A los superapóstoles de la prosperidad, a esos que declaran y decretan, que atan y desatan, que llenan estadios en sus cruzadas de sanidad y milagros, que se jactan de poseer todos los dones espirituales y creen que con sus confesiones positivas pueden crear realidades, abrir los cielos, desatar huestes angelicales y atar al diablo mismo, les pregunto:

¿Dónde están en medio de la pandemia? ¿qué pasó con sus cruzadas de sanidad? ¿por qué se esconden durante la pandemia? ¿por qué no han atado aún al coronavirus? ¿por qué si su poder es real la plaga continúa? ¿por qué no desatan sanidad sobre las naciones? ¿dónde está ese poder sobrenatural que presumen en la TV? ¿o es que acaso todo es un montaje? ¿será que su poder no es más que un show mediático? De lo contrario, ¿por qué no los vemos en los hospitales sanando enfermos? ¿no creen que esta sería una gran oportunidad para demostrar que su teología y prácticas pseudocristianas son legítimas? ¿o es que ni ustedes mismos creen en su autoridad apostólica?

Quizá, más que un castigo para el mundo y una señal de juicio para los inconversos, lo que está pasando en nuestros días no sea más que una advertencia para los falsos apóstoles y maestros de la prosperidad con su falso evangelio. Una llamado a no creerse superiores, a dejar de verse como ungidos intocables:

“El que se crea demasiado grande cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo.” (Gálatas 6:3, NBV)

Un llamado a dejar la soberbia y volver a la humildad del Evangelio de Cristo:

“Al orgullo le sigue la destrucción; a la altanería, el fracaso.” (Proverbios 16:18, NBV)

LAS PESTES, ACCIDENTES, CALAMIDADES Y DESASTRES NATURALES SON UNA CONSECUENCIA DE LA CAÍDA

Cuando Dios creó la naturaleza, todo era bueno. Pero cuando el pecado entró en el mundo también la naturaleza se vio afectada. La corrupción de la creación perfecta por medio del pecado dio lugar a los desastres naturales. Antes de la caída de Adán y Eva en el pecado (y por tanto de toda la humanidad) existía una armonía entre el hombre, los animales y la naturaleza, estando el hombre al cuidado de la creación. El primer capítulo de la Biblia cuenta:

“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” (Génesis 1:31, LBLA)

Cuando Adán y Eva pecaron, una de las primeras consecuencias fue que esta armonía se rompió. El Señor dijo:

“Entonces dijo a Adán: Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: «No comerás de él», maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo.” (Génesis 3:17-18, LBLA).

Dios no ordenó la corrupción de la creación en este momento, sino que se lamenta por la inevitable consecuencia de corrupción y de muerte que el mal trae consigo. El pecado y la caída no sólo afectaron al alma de los hombres y de las mujeres, sino que también provocaron un desorden en el mundo natural. Con la caída, la armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A causa del hombre, la creación fue sometida a la esclavitud de la corrupción. Desde entonces:

“El anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios.  Porque la creación fue sometida a vanidad, no de su propia voluntad, sino por causa de aquel que la sometió, en la esperanza de que la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.” (Romanos 8:19-21, PDT).

A causa de la Caída, la naturaleza ya no tiene un orden perfecto. A pesar de que hay mucho bien en la naturaleza, también nos sobrevienen pestes, plagas y desastres como inundaciones, huracanes, terremotos y tornados. Estos sucesos no son directamente una “obra de Dios”, sino que son el resultado de la imperfección del mundo natural. Esta imperfección no viene de Dios sino del mal. Es natural y lógico que las personas se horroricen de las consecuencias de estos desastres naturales, pero no son obra de Dios, sino que tienen su origen en el mal. Por lo tanto, Dios permite los desastres naturales no porque quiera castigarnos por nuestros pecados o desee vengarse de la humanidad por su desobediencia, sino porque en su infinita sabiduría sabe que puede ayudar en su propósito de atraer almas a la vida eterna. A pesar de lo malo, Dios nos da algo bueno:

“Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28, LBLA).

Indudablemente, surge de forma ostensible el bien en el inmenso sufrimiento que se produce en un desastre natural o en una pandemia. La gente se da cuenta de lo frágil que es su vida y de lo incierta que resulta su existencia en la Tierra, sienten la necesidad de arrepentirse de sus pecados y de dirigirse a Dios con una oración más confiada. Todos hemos visto ejemplos de personas que han cambiado a mejor gracias a la forma en la que han respondido en circunstancias terribles: bomberos que arriesgan sus vidas por la de los demás, familias que dejan a un lado sus diferencias y se mantienen unidas en épocas de crisis y gente que aprende a valorar la oración por encima de las cosas materiales que han perdido en el desastre natural. En medio del sufrimiento del mundo, hay una gran oportunidad de acudir a Cristo y de esperar una felicidad eterna con Él.

Muchos sitios, con diferentes niveles de prosperidad, belleza y prestigio, han sido arrasados completamente por los desastres naturales a lo largo de los años. Estos sucesos se llevan la vida de ricos y pobres, buenos y malos, cristianos y ateos y, a menudo, hacen que la gente se replantee sus prioridades sobre la fe, la familia y la amistad. Así pues, Dios está presenta en los desastres naturales –no como alguien que manda un castigo sino como aquel a quien dirigirnos cuando suceden estas cosas, y el único que puede ofrecernos una felicidad eterna. Él sabe que nosotros sufrimos y sufre con nosotros nuestro dolor. También nos ofrece un mundo en el que, un día, todas las cosas se harán nuevas y los desastres naturales, los accidentes, las pestes y el dolor no existirán.

SEAMOS SENSATOS

A la luz del ejemplo de Jesús no somos llamados a sembrar pánico, ni él espera de nosotros temeridad que se confunda con fe y, a diferencia de Él, se lanza al vacío (Mateo 4:6-7). Somos templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19), y es parte de nuestra mayordomía procurar su bien con hábitos que lo sanen y prevengan enfermedades. No son excluyentes la fe en el Señor que nos ha prometido resguardarnos del mal y los actos cotidianos que debemos realizar para cuidar nuestra salud. La confianza en Él y la responsabilidad por parte nuestra se articulan y nos ofrecen oportunidad de compartir con quienes pasan estos días en desaliento.

La amenazante pandemia nos posibilita crecer en la fe al tiempo que nos damos a la tarea de hacer lo que hizo Jesús: anunciar el Evangelio del Reino, y sanar toda dolencia y toda enfermedad del pueblo (Mateo 9:35). Sin embargo, esta tarea deberá ser realizada con humildad, no con jactancia ni creyéndonos superiores o inmunes a todo mal. El poder no reside en nosotros, sino en Dios. Nosotros no ordenamos ni decidimos como usar el poder de Dios, es él quien en todo momento retiene para sí mismo Su soberanía.

Tampoco debemos olvidar que Dios no es el causante del mal ni que todo desastre natural, accidente o plaga viene como castigo. Lo bueno y lo malo nos pasa a todos. Dios permite los desastres naturales no porque quiera castigarnos por nuestros pecados o desee vengarse de la humanidad por su desobediencia, sino porque en su infinita sabiduría sabe que puede ayudar en su propósito de atraer almas a la vida eterna. A causa de la Caída, la naturaleza ya no tiene un orden perfecto. A pesar de que hay mucho bien en la naturaleza, también nos sobrevienen pestes, plagas y desastres como inundaciones, huracanes, terremotos y tornados. Estos sucesos no son directamente una “obra de Dios”, sino que son el resultado de la imperfección del mundo natural. Esta imperfección no viene de Dios sino del mal. Afirmar que todo lo que pasa en esta tierra es la voluntad de Dios, o que es causado por Él, es fallar a la verdad y acusar a Dios de maldad.

REFERENCIAS:

[1] Véase: https://nypost.com/2020/03/25/arkansas-pastor-wife-dozens-in-church-infected-with-covid-19-he-says/

[2] Véase: https://youtu.be/kpIwaodVbME

[3] Véase: https://twitter.com/RayCazA1/status/1236805122493231106

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