La misión de la Iglesia no es un proyecto humano que Dios bendice de vez en cuando. Es una obra divina que Dios realiza a través de vasos de barro llenos de su Espíritu. Sin Él, nuestra adoración es ritualismo vacío, nuestra predicación es ruido, nuestro discipulado es legalismo y nuestro servicio es activismo sin vida. Pero cuando nos rendimos al Espíritu Santo –cuando clamamos, esperamos, obedecemos– entonces la Iglesia se convierte en lo que Jesús soñó: una comunidad que adora con fuego, proclama con autoridad, forma con sabiduría y sirve con compasión.
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¿Qué creen los pentecostales? | Las Asambleas de Dios (XI) – El Ministerio
Nuestro Señor ha provisto un ministerio que constituye un llamamiento divino y ordenado con el cuádruple propósito de dirigir a la iglesia en: La evangelización del mundo (Marcos 16:15-20); la adoración a Dios (Juan 4:23-24); la edificación de un cuerpo de santos para perfeccionarlos a la imagen de su Hijo (Efesios 4:11; Efesios 4:16); satisfacer las necesidades humanas con ministerios de amor y compasión (Salmo 112:9; Gálatas 2:10; Gálatas 6:10; Santiago 1:2)