Por Fernando E. Alvarado
Resulta una premisa ampliamente extendida, casi un axioma dentro de ciertos círculos teológicos contemporáneos, sostener que el movimiento pentecostal constituye el único, o al menos el primer, baluarte moderno en la defensa y práctica de la continuidad de los dones carismáticos del Espíritu Santo. No obstante, un examen más profundo de la historia eclesiástica y la teología pietista revela que esta afirmación, aunque comprensible en su contexto, requiere de una significativa matización.
Mucho antes de que los albores del siglo XX presenciaran el avivamiento de la Calle Azusa y la consiguiente eclosión del pentecostalismo como fenómeno global, ya se encontraban cimentadas las bases doctrinales para dicha continuidad. Fue en el seno del metodismo primitivo, bajo la rigurosa guía intelectual y espiritual de John Wesley, donde se articuló una teología que, de manera explícita, defendía la operatividad presente de los carismas extraordinarios del Espíritu.
Wesley, un erudito y clérigo anglicano de profunda formación, no suscribía la doctrina cesacionista, predominante en gran parte de la tradición reformada. Por el contrario, en sus Notas al Nuevo Testamento y en su prolífica correspondencia y diarios, se evidencia una convicción firme en la actualidad de los charismata. Él no solo creía en la posibilidad de la sanidad divina—de la cual fue testigo en repetidas ocasiones—, sino que también abrazaba la manifestación de dones como la profecía, el discernimiento de espíritus y las experiencias extáticas de arrobamiento espiritual, que él y sus seguidores denominaban «testimonio del Espíritu» o «entera santificación».
Por lo tanto, atribuir al pentecostalismo la primacía en la reivindicación de esta verdad es obviar el crucial sustrato wesleyano y metodista que permeó los avivamientos de los siglos XVIII y XIX. El pentecostalismo, en este sentido, no fue tanto un creador ex nihilo de una nueva doctrina, sino más bien el heredero y popularizador más visible y explosivo de una corriente de fe carismática que ya fluía con vigor en el corazón del pietismo evangélico. Su monumental contribución reside en haber democratizado y globalizado estas experiencias, mas no en haber sido su origen intelectual o teológico primigenio.

Wesley y la continuidad de los dones carismáticos
El continuismo, esa doctrina teológica que postula la persistencia vibrante de los dones del Espíritu Santo más allá de la era apostólica, irradia una energía transformadora en el seno del movimiento wesleyano. En contraste con el cesacionismo, que sostiene que los dones carismáticos—como la profecía, las lenguas y las sanidades—se extinguieron tras la consolidación del canon bíblico, Wesley defendió una continuidad dinámica, anclada en la soberanía del Espíritu y en la historia eclesial. Wesley, en su confrontación erudita con el deísmo racionalista, articula con precisión esta postura en su carta a Conyers Middleton, donde argumenta que los milagros y dones no fueron retirados por decreto divino, sino que su aparente declive se debe a la tibieza espiritual de los cristianos post-constantinianos. «La verdadera causa fue que ‘el amor de muchos’, casi de todos los cristianos, así llamados, se ‘enfrió’. Los cristianos no tenían más del Espíritu de Cristo que los otros paganos». escribe Wesley en su Diario el 15 de agosto de 1750, atribuyendo la escasez de manifestaciones sobrenaturales a una decadencia en el amor y la fe, no a una cesación teológica (Wesley 1872, 1:120). Esta crítica vivaz al cesacionismo calvinista—que Wesley rechaza explícitamente—se erige como un llamado dinámico a revivir la expectativa de los dones, pues, como él sostiene, «Si entonces el fin de esos poderes milagrosos fue: vencer los prejuicios inveterados y capacitar a los cristianos para soportar los choques de la persecución: ¿cómo puedes concebir que esos poderes cesaran… con los apóstoles?» (Wesley 1749, 10). A través de sus escritos, Wesley no solo desmantela lógicamente la noción de una terminación arbitraria, sino que infunde su argumento con un vigor histórico, citando a padres de la Iglesia como Ireneo y Tertuliano para demostrar la persistencia de curaciones, exorcismos y visiones en los siglos II y III.
En su Diario, Wesley narra sanidades milagrosas, como la restauración de un paralítico en Cornwall: «De repente estaba tan restaurado en sus extremidades que lo vi capaz de caminar y obtener su propio mantenimiento» (Wesley 1872, 5:37-52). Asimismo, documenta visiones y profecías, como las de Ann Thorn, a quien describe en trance profético: «Hablé mucho con Ann Thorn y otras dos personas que habían estado varias veces en trance» (Wesley 1872, 1:170-72). Wesley distinguió también entre dones “extraordinarios” (lenguas, sanidad, profecía) y “ordinarios” (amor, paciencia, bondad), priorizando los últimos como esenciales, mientras que los primeros deben probarse por la Escritura para evitar fanatismo (Bellini, Peter J. 2020). En sus diarios, documentó casos de sanidades y exorcismos, viéndolos como confirmaciones divinas del evangelio, pero advirtió contra revelaciones privadas que contradigan la Biblia (Tuttle, Robert G., Jr. 2000, 2: 124).
Estos episodios no son meras anécdotas; Wesley los somete a un «hermenéutica de la santidad», juzgándolos por sus frutos—amor, paz y humildad—en lugar de exaltarlos como esenciales, advirtiendo contra el exceso: «Las personas a menudo tienden a caer en uno de dos campos cuando se trata de lo milagroso. O bien «considerarán demasiado las circunstancias extraordinarias… como si fueran esenciales para la obra interior’ o ‘los considerarán demasiado poco, para condenarlos por completo'» (Wesley 1872, 1:120ff). Esta cautela erudita, lejos de sofocar el dinamismo, lo canaliza hacia una praxis equilibrada que anticipa los impulsos pentecostales modernos, posicionando al wesleyanismo como un puente vivaz entre la tradición reformada y el carismatismo contemporáneo.

Continuismo wesleyano más allá de Wesley
John Fletcher (1729–1785), sucesor designado de Wesley, desarrolló esta perspectiva al enfatizar el bautismo del Espíritu como una experiencia posterior a la conversión que otorga poder para la santidad y el ministerio, incluyendo dones como la profecía y la sanidad. Fletcher vio estos dones como herramientas para el servicio, alineándose con la continuidad wesleyana (Dayton, Donald W. 1987, 87–90).
En el metodismo del siglo XIX, teólogos como Adam Clarke (1762–1832) y Richard Watson (1781–1833) mantuvieron una postura abierta a la continuidad, aunque con matices. Clarke, en su Commentary on the Bible, afirmó que los dones extraordinarios, como las lenguas (entendidas como idiomas extranjeros para la edificación privada), no cesaron en la iglesia tras la muerte de los apóstoles (citado en Chism, Keith A. 2000, 2: 179–193). Watson, en su Theological Institutes, enfatizó la obra del Espíritu en la santificación, permitiendo manifestaciones sobrenaturales en avivamientos, pero priorizando la “gracia ordinaria” para la vida cristiana (Tuttle 2000, 126). Ambos teólogos subrayaron que el “fin principal de todos los dones no se encuentra en sí mismos, sino en promover los ‘dones ordinarios’ como amor, paciencia, bondad, etc.” (Chism 2000, 182).
En el siglo XX, Thomas Oden (1931–2016), un teólogo metodista contemporáneo, reafirmó la continuidad de los dones en su teología sistemática, rechazando el cesacionismo estricto. Oden argumentó que los dones son parte de la pneumatología wesleyana para la edificación eclesial, siempre que estén subordinados a la Escritura y al amor (Collins, Kenneth J. 2000, 2: 81–90).
El movimiento de santidad, surgido del metodismo en el siglo XIX, enfatizó la “segunda obra de gracia” o santificación entera como un bautismo del Espíritu que purifica y empodera, abriendo la puerta a los dones espirituales. Phoebe Palmer (1807–1874), una figura clave, vio la santidad como habilitadora de dones como la sanidad y la profecía, documentando manifestaciones en avivamientos (Dayton 1987, 92–95). Daniel Steele (1824–1914) y H. Orton Wiley (1877–1961) desarrollaron esta teología, afirmando que los dones continúan como expresiones del Espíritu en la iglesia. Wiley, en su Christian Theology, escribió que la santificación entera es “la extinción de todo temperamento contrario al amor” y habilita los dones para el servicio, especialmente en contextos misioneros (citado en Chism 2000, 180). Él argumentó que los dones fueron “intermitentes desde la era de Constantino debido al ‘mal estado’ de la iglesia”, pero son activos en “bolsillos de verdadero cristianismo” como los avivamientos de santidad (Chism 2000, 183).
Donald W. Dayton (1942–2020), historiador wesleyano, trazó las raíces del pentecostalismo en el movimiento de santidad, identificando cuatro doctrinas clave: salvación, sanidad, bautismo del Espíritu y premilenialismo. Dayton argumentó que la teología de la santidad preparó el terreno para la continuidad de los dones, con el bautismo del Espíritu como una experiencia de poder que incluye charismata para la misión global (Dayton 1987, 35–40). Esta perspectiva influyó en predicadoras afroamericanas como Julia Foote, quienes experimentaron dones proféticos y de sanidad en el contexto de la santidad (Chism 2000, 179–181).
En suma, el continuismo wesleyano no es una reliquia estática, sino un torrente espiritual que invita a los creyentes a ejercitar los dones con audacia informada, fusionando intelecto y experiencia en una sinfonía de gracia divina. Esta herencia, forjada en el crisol de la controversia y la convicción, continúa desafiando a la iglesia a abrazar el Espíritu con vigor renovado, recordándonos que los dones no son reliquias del pasado, sino herramientas pulsantes para la misión presente.
Bibliografía y Referencias
Bellini, Peter J. “Wesley, the Almost Charismatic.” Firebrand Magazine, June 1, 2020. https://firebrandmag.com/articles/wesley-the-almost-charismatic.
Chism, Keith A. “Christian Perfection Among Nineteenth-Century African-American Preaching Women.” Wesleyan Theological Journal 35, no. 2 (Fall 2000): 179–93.
Collins, Kenneth J. “Wesley’s Critical Appropriation of Tradition.” Wesleyan Theological Journal 35, no. 2 (Fall 2000): 81–90.
Dayton, Donald W. Theological Roots of Pentecostalism. Grand Rapids: Baker Academic, 1987.
Tuttle, Robert G., Jr. “John Wesley and the Gifts of the Holy Spirit.” Wesleyan Theological Journal 35, no. 2 (Fall 2000): 124.
Wesley, John. A Letter to the Reverend Dr. Conyers Middleton. London: Printed by W. Strahan, 1749.
Wesley, John. The Works of the Rev. John Wesley. 12 vols. London: Wesleyan Conference Office, 1872.