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De Sabelio a Bernard: la persistencia del modalismo y sus contradicciones en el pentecostalismo unicitario

Por Fernando E. Alvarado

En los albores de la Iglesia antigua, el Unitarismo, también conocido como Monarquianismo, emergió como un desafío teológico que, con celo monoteísta, buscaba salvaguardar la unidad absoluta de Dios frente a la naciente doctrina trinitaria. Entre los siglos II y III, este movimiento se bifurcó en dos corrientes: el monarquianismo dinámico, que reducía a Jesús a un hombre adoptado por Dios, y el monarquianismo modalista, defendido por figuras como Noeto de Esmirna, Práxeas y Sabelio, que concebía al Padre, Hijo y Espíritu Santo como meras manifestaciones sucesivas de un único Dios, negando cualquier distinción real entre ellos (Kelly, 2006). Esta postura, conocida como patripasianismo cuando sugería que el Padre sufría en la cruz, fue vigorosamente refutada por teólogos como Tertuliano e Hipólito, y definitivamente condenada en los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), que consolidaron la ortodoxia trinitaria (Ayres, 2004). Sin embargo, las brasas del modalismo no se extinguieron; sus ecos resuenan en reinterpretaciones modernas, como el pentecostalismo unicitario, que, aunque maquillado con sofismas bíblicos, perpetúa las falacias de sus predecesores, adaptándolas a un contexto contemporáneo sin escapar del estigma de la herejía.

El modalismo antiguo, con su énfasis en un Dios que adopta roles sucesivos, sentó las bases para las reformulaciones modernas al ofrecer una alternativa aparentemente sencilla al complejo dogma trinitario. El pentecostalismo unicitario, articulado por teólogos como David K. Bernard, reaviva esta perspectiva al proponer que Dios se manifiesta simultáneamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin distinción de personas, en un intento de eludir las críticas al modalismo clásico (Bernard, 1983). A diferencia del sabelianismo, que presentaba a Dios cambiando de modo en distintas épocas (primero Padre, luego Hijo, después Espíritu Santo), la unicidad moderna insiste en la coexistencia de estas manifestaciones, citando pasajes como Mateo 3:16-17 para argumentar que Dios opera en múltiples roles al mismo tiempo sin dividir su esencia (Bernard, 1983). Sin embargo, esta reformulación, aunque ingeniosa, no logra despojarse de las contradicciones inherentes al modalismo. Mientras Sabelio y sus contemporáneos incurrían en un monoteísmo rígido que negaba las interacciones relacionales descritas en textos como Juan 14:16-17 o Juan 17, el pentecostalismo unicitario tropieza en la misma piedra al forzar interpretaciones que convierten las oraciones de Jesús al Padre en un diálogo interno, una noción que roza lo absurdo y carece de coherencia exegética (Grudem, 1994).

Un refrito de viejas herejías

En La Unicidad de Dios, David K. Bernard define la doctrina de la unicidad como la creencia en un solo Dios indivisible que se revela en diferentes roles o manifestaciones (Padre, Hijo y Espíritu Santo) de manera simultánea, pero no en «modos sucesivos» como lo plantea el modalismo clásico. Bernard sostiene que Dios es un solo ser, sin división en su esencia, que se manifiesta en diferentes roles o funciones para cumplir su propósito redentor:

  • Padre: Dios en su soberanía y trascendencia, como creador y fuente de todo.
  • Hijo: Dios encarnado en Jesucristo, manifestado en forma humana para la redención.
  • Espíritu Santo: Dios en su actividad espiritual, obrando en el mundo y en los creyentes.

A diferencia del modalismo clásico (asociado con figuras como Sabelio), que sugiere que Dios adopta estos roles de manera secuencial (primero como Padre, luego como Hijo, después como Espíritu Santo), Bernard enfatiza que estas manifestaciones son simultáneas. Es decir, Dios puede operar como Padre, Hijo y Espíritu Santo al mismo tiempo, sin que esto implique una división en su esencia o una sucesión cronológica de modos. Con tal afirmación, Bernard se distancia explícitamente del modalismo sucesivo, que implica que Dios cambia de un modo a otro en diferentes épocas o etapas. En cambio, él argumenta que Dios, siendo eterno e inmutable, no está limitado por el tiempo ni cambia de forma. Puede manifestarse en todos sus roles simultáneamente porque su esencia es una y no está sujeta a restricciones temporales. Un ejemplo bíblico que Bernard utiliza es el bautismo de Jesús (Mateo 3:16-17), donde se perciben el Hijo (Jesús en la tierra), el Espíritu Santo (descendiendo como paloma) y la voz del Padre (desde el cielo) al mismo tiempo. Para Bernard, esto no indica tres personas distintas, sino que el único Dios se revela en estos roles simultáneamente para cumplir su propósito.

Bernard subraya que la encarnación de Jesucristo es el punto culminante de las manifestaciones de Dios. En Jesús, Dios se manifiesta plenamente como Hijo, pero no deja de ser el Padre ni el Espíritu Santo. Por ejemplo, mientras Jesús (el Hijo) ora en la tierra, sigue siendo el Padre en su deidad, ya que la naturaleza divina de Cristo es idéntica a la del Padre (Juan 10:30: «Yo y el Padre uno somos»). Esta simultaneidad se ve en pasajes como Juan 14:16-18, donde Jesús promete el Espíritu Santo, pero también dice que él mismo estará con los discípulos, sugiriendo que el Espíritu es otra manifestación de la misma deidad que se encarna en él.

Bernard aclara que las manifestaciones no son «máscaras» o «modos temporales» que Dios adopta y luego abandona, sino expresiones permanentes de su ser en relación con la creación y la humanidad:

  • No sucesivo: Dios no pasa de ser Padre a ser Hijo y luego Espíritu Santo, como si dejara de ser uno para convertirse en otro. En cambio, estas manifestaciones coexisten porque reflejan la capacidad infinita de Dios para interactuar con el mundo de múltiples maneras.
  • No dividido: Aunque las manifestaciones son distintas en su función (creación, redención, santificación), no dividen la esencia de Dios. Él permanece uno en naturaleza y sustancia.

Esta comprensión de las manifestaciones simultáneas lleva a Bernard a enfatizar el nombre de Jesús: El nombre de Jesús engloba todas las manifestaciones de Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo), por lo que el bautismo debe realizarse en ese nombre (Hechos 2:38), ya que representa la plenitud de la deidad (Colosenses 2:9).

Pero aunque la doctrina de la unicidad, tal como la presenta David K. Bernard en La Unicidad de Dios, podría sonar como una interpretación innovadora que resuelve los problemas lógicos y teológicos de la herejía unicitaria, lo cierto es que la interpretación de Bernard continúa presentando contradicciones bíblicas y lógicas, especialmente y, de hecho, sigue siendo una herejía. Maquillada de nuevos sofismas, sí, pero herejía al fin.

La unicidad de Dios, según Berbard, y sus contradicciones bíblicas

La Biblia presenta interacciones que sugieren distinciones personales entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, lo cual contradice la idea de Bernard de que son solo manifestaciones de un solo Dios. Por ejemplo, en el bautismo de Jesús (Mateo 3:16-17), se describe a Jesús (el Hijo) en el agua, el Espíritu Santo descendiendo como paloma, y la voz del Padre desde el cielo. Bernard interpreta esto como manifestaciones simultáneas de un solo Dios, pero lo que el texto sagrado sugiere es que estas interacciones implican una distinción de personas que actúan relacionalmente, no solo roles funcionales.

En Juan 14:16-17, Jesús dice que el Padre enviará al Espíritu Santo, lo que implica una relación entre entidades distintas. Bernard sostiene que Jesús habla de sí mismo en tercera persona, pero esta interpretación resulta forzada, ya que el texto sugiere una distinción entre el que envía (Padre), el enviado (Espíritu) y el que ora (Jesús). La unicidad debe explicar estas interacciones sin recurrir a una pluralidad de personas, lo que lleva a interpretaciones antinaturales frente al lenguaje relacional del texto bíblico.

En pasajes como Juan 17 (la oración sacerdotal) o Lucas 22:42 (Jesús en Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la tuya»), Jesús ora al Padre, lo que implica una distinción entre el que ora y el destinatario de la oración. Bernard argumenta que estas oraciones reflejan la humanidad de Jesús dialogando con su naturaleza divina (el Padre), pero esta explicación plantea serios problemas: Si Jesús es el Padre manifestado en carne, ¿por qué oraría a sí mismo? Esto parece inconsistente con la idea de un solo Dios indivisible, ya que introduce una dualidad entre la humanidad y la deidad de Cristo que parece asemejarse a una distinción personal. La unicidad podría interpretarlo como un acto pedagógico para enseñar a los discípulos, pero esto no explica por qué Jesús ora en privado (como en Getsemaní), donde no hay audiencia para tal enseñanza. Las oraciones de Jesús sugieren una relación interpersonal, lo que choca con la afirmación de Bernard de que no hay distinciones personales en la deidad.

Algunos pasajes bíblicos una distinción funcional entre el Padre y el Hijo que va más allá de simples manifestaciones. En 1 Corintios 15:28 leemos que el Hijo «se sujetará» al Padre al final de los tiempos. Bernard interpreta esto como la humanidad de Cristo sometiéndose a la deidad, pero lo cierto es que esta sujeción implica una distinción relacional entre personas divinas. Juan 1:1 («El Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios») sugiere tanto una unidad (el Verbo es Dios) como una distinción (el Verbo estaba con Dios). Bernard interpreta «con Dios» como una relación de propósito o plan en la mente de Dios, pero esta lectura resulta  menos directa que la trinitaria, que ve una relación interpersonal. La unicidad debe reinterpretar textos que sugieren distinciones relacionales para encajar en su marco monoteísta, lo cual requiere explicaciones rebuscadas, y hasta forzadas, que pocos exégetas serios aceptarían. Aunque Bernard argumenta que la Trinidad no está explícitamente en la Biblia, la unicidad tampoco tiene un respaldo explícito. Por ejemplo:

Mateo 28:19 («bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo») usa una fórmula que sugiere una distinción entre los tres, aunque Bernard interpreta «nombre» (singular) como una referencia a Jesús. Sin embargo, esta interpretación ignora el contexto gramatical, donde los tres títulos (Padre, Hijo, Espíritu Santo) son coordinados, lo que implica una distinción funcional o personal. La unicidad se basa en pasajes como Hechos 2:38 (bautismo en el nombre de Jesús), pero esto no niega la fórmula de Mateo 28:19, sino que refleja un énfasis cristocéntrico en el contexto del bautismo. La insistencia de Bernard en que el bautismo debe ser solo en el nombre de Jesús puede parecer una selección selectiva de textos, ignorando otros que apoyan una distinción entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La unicidad de Dios, según Bernard, y sus contradicciones lógicas

Bernard afirma que Dios se manifiesta como Padre, Hijo y Espíritu Santo simultáneamente, no sucesivamente, para evitar el modalismo clásico. Sin embargo, esta posición plantea un problema lógico: Si las manifestaciones son simultáneas y no implican personas distintas, ¿cómo se explican las interacciones relacionales entre ellas (como el Padre enviando al Hijo o al Espíritu)? La unicidad parece requerir que Dios actúe como si tuviera relaciones internas, lo que se asemeja funcionalmente a la Trinidad, pero sin admitirlo.

Por ejemplo, si Jesús (el Hijo) es el Padre manifestado en carne, ¿cómo puede el Padre hablar desde el cielo mientras Jesús está en la tierra? Bernard responde que Dios, siendo infinito, puede manifestarse de múltiples maneras al mismo tiempo, pero esta explicación resulta vaga, rebuscada e insuficiente para explicar la aparente autonomía de las manifestaciones. La idea de manifestaciones simultáneas sin distinción de personas puede llevar a una ambigüedad lógica, ya que las interacciones bíblicas sugieren una distinción relacional que la unicidad no explica claramente sin recurrir a términos que se asemejan a los de la Trinidad.

Bernard sostiene que en la encarnación, la humanidad de Jesús es distinta de su deidad (el Padre), lo que permite explicar las oraciones de Jesús al Padre. Sin embargo, esto introduce otra seria contradicción lógica: Si Jesús es plenamente Dios (el Padre) y plenamente hombre, pero la humanidad ora a la deidad, esto implica una dualidad en la persona de Cristo que se asemeja a una distinción de personas, algo que la unicidad rechaza explícitamente. Si no hay distinción personal, entonces Jesús orando al Padre podría interpretarse como Dios hablando consigo mismo, lo que plantea preguntas sobre la coherencia de tal acto (¿por qué un Dios único necesitaría dialogar internamente en términos humanos?). Así pues, la explicación de Bernard sobre la humanidad y la deidad de Cristo puede parecer una distinción funcional que se acerca a la teología trinitaria (que distingue personas) o nestoriana (que separa las naturalezas de Cristo), lo que contradice su rechazo a cualquier pluralidad en la deidad.

Aunque Bernard argumenta que la Trinidad es una construcción filosófica posterior, su propia doctrina de la unicidad, irónicamente, también depende de interpretaciones teológicas que no están explícitamente en la Biblia. Por ejemplo, la idea de que Padre, Hijo y Espíritu Santo son solo manifestaciones simultáneas requiere una síntesis teológica que no se encuentra formulada claramente en las Escrituras, lo que debilita su crítica a la Trinidad como «no bíblica». Además, la unicidad depende de reinterpretar textos trinitarios (como Mateo 28:19) en un marco monoteísta, lo que puede parecer tan «construido» como las formulaciones trinitarias que Bernard critica. Tristemente para Bernard, la unicidad no está exenta de elaboraciones teológicas, lo que hace que su crítica a la Trinidad por ser «filosófica» sea inconsistente, ya que ambas doctrinas requieren cierta sistematización para explicar los datos bíblicos.

Aunque Bernard enfatiza un monoteísmo estricto, su explicación de las manifestaciones simultáneas introduce una pluralidad funcional que puede parecer incoherente con un monoteísmo absoluto (¿Será que Bernard, inconscientemente, reconoce la validez bíblica de la doctrina trinitaria y pretende dar un paso atrás, aunque disfrazado, en su unicidad?). Si Dios se manifiesta en múltiples roles que interactúan (como el Padre enviando al Hijo), esto implica una forma de pluralidad en la acción divina, aunque no en la esencia. Lógicamente, esto puede percibirse como una distinción que se asemeja a la Trinidad, pero sin el marco trinitario para explicarlo. La doctrina de la Trinidad preserva el monoteísmo al hablar de una sola esencia divina con tres personas, mientras que la unicidad de Bernard, al negar las personas, debe explicar estas interacciones de manera que no siempre resulta convincente. Admitamos lo que los unicitarios que siguen a Bernard se niegan a admitir: La interpretación de la unicidad planteada por Bernard, parece introducir una pluralidad funcional sin un marco claro para justificarla, lo que puede percibirse como una contradicción interna entre su monoteísmo estricto y las acciones relacionales de Dios descritas en la Biblia.

Bernard hizo un buen intento, sin embargo, su doctrina de la unicidad no pasa de ser una mera simplificación que no da cuenta de toda la complejidad de los datos bíblicos y que introduce tensiones lógicas al intentar evitar cualquier forma de pluralidad.

¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? (Jeremías 13:23) ¡No! Así tampoco la unicidad dejará de ser herejía

La distinción clave entre el modalismo clásico y su encarnación moderna radica en la simultaneidad de las manifestaciones. Mientras Noeto y Práxeas sugerían una sucesión temporal de roles, Bernard argumenta que Dios, siendo eterno, no está limitado por el tiempo y puede manifestarse como Padre, Hijo y Espíritu Santo concurrentemente (Bernard, 1983). Esta maniobra teológica pretende sortear las acusaciones de patripasianismo y alinearse con una exégesis más bíblica, pero fracasa al intentar explicar las interacciones relacionales entre las manifestaciones, como el Padre enviando al Hijo (Juan 3:16) o el Hijo orando al Padre en Getsemaní (Lucas 22:42). Tales pasajes sugieren una distinción interpersonal que la unicidad reduce a un acto teatral de un solo Dios, una interpretación que, aunque envuelta en un lenguaje bíblico, resulta forzada y poco convincente frente al marco trinitario, que preserva tanto la unidad divina como la pluralidad relacional (Erickson, 2013). La insistencia de Bernard en el bautismo únicamente en el nombre de Jesús (Hechos 2:38) ignora la fórmula trinitaria de Mateo 28:19, revelando una selección tendenciosa de textos que debilita su posición (Carson, 2005).

Pese a sus esfuerzos por pulir el modalismo con un barniz bíblico, el pentecostalismo unicitario no escapa al veredicto de herejía que condenó a sus ancestros teológicos. Al negar la distinción de personas en la deidad, esta doctrina no solo contradice el testimonio bíblico de relaciones intradiósicas, sino que introduce tensiones lógicas al postular un Dios que dialoga consigo mismo en términos humanos, una idea que carece de rigor teológico y exegético (Grudem, 1994). La unicidad, al igual que el sabelianismo, simplifica la complejidad de los datos bíblicos en un monoteísmo rígido que, aunque atractivo para algunos, no resiste un escrutinio serio. Así, la propuesta de Bernard, lejos de ser una innovación ortodoxa, se revela como una remezcla moderna de una herejía antigua, condenada por su incapacidad para armonizar la unidad de Dios con la riqueza de sus interacciones reveladas en las Escrituras.

REFERENCIAS:

  • Ayres, L. (2004). Nicaea and its Legacy: An Approach to Fourth-Century Trinitarian Theology. Oxford University Press.
  • Bernard, D. K. (1983). The Oneness of God. Word Aflame Press.
  • Carson, D. A. (2005). Becoming Conversant with the Emerging Church: Understanding a Movement and Its Implications. Zondervan.
  • Erickson, M. J. (2013). Christian Theology (3rd ed.). Baker Academic.
  • Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan.
  • Kelly, J. N. D. (2006). Early Christian Doctrines (5th ed.). Continuum.

OTRAS FUENTES CONSULTADAS

  • Beisner, E. C. (1998). Jesus only churches. Zondervan.
  • Chadwick, H. (2001). The early church (Rev. ed.). Penguin Books.
  • McGrath, A. E. (2011). Christian theology: An introduction (5th ed.). Wiley-Blackwell.
  • Norris, R. A. (1980). The christological controversy. Fortress Press.
  • Pelikan, J. (1971). The Christian tradition: A history of the development of doctrine, volume 1: The emergence of the catholic tradition (100-600). University of Chicago Press.

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