En el ámbito teológico contemporáneo, el pentecostalismo clásico, particularmente en su vertiente evidencialista, ha sido objeto de críticas recurrentes bajo el pretexto de ser un producto de la llamada «American Religion». Este término, popularizado por Harold Bloom en su obra The American Religion: The Emergence of the Post-Christian Nation (1992), describe una forma de religiosidad caracterizada por el individualismo, el pragmatismo y la búsqueda de experiencias espirituales intensas, típica de la cultura estadounidense. Sin embargo, lo que muchos críticos no parecen reconocer es que el movimiento que hoy busca reformar—o, en términos más crudos, «infectar»—al pentecostalismo, es decir, el nuevo calvinismo, es en sí mismo un producto de esa misma «American Religion» que tanto denuncian. Sobra decir que las críticas al pentecostalismo clásico bajo este pretexto no solo son selectivas, sino también hipócritas, ya que el nuevo calvinismo, lejos de ser una alternativa «pura» o «universal», es igualmente un fenómeno profundamente estadounidense.

El pentecostalismo clásico, con su énfasis en la experiencia personal del Espíritu Santo, los dones espirituales y la sanidad divina, ha sido históricamente un movimiento global, arraigado en comunidades diversas y transculturales. Según Allan Anderson (2004), el pentecostalismo no puede reducirse a un fenómeno estadounidense, ya que sus raíces se extienden a avivamientos en India, África y América Latina a finales del siglo XIX y principios del XX (p. 45). Sin embargo, en las últimas décadas, ha sido criticado por ser demasiado emocional, poco intelectual y excesivamente influenciado por la cultura estadounidense. Estas críticas, sin embargo, suelen provenir de sectores que buscan despojar al pentecostalismo de su identidad única, ya sea para inclinarlo hacia el ecumenismo o para «calvinizarlo». Pero aquí surge una ironía ineludible: el nuevo calvinismo, que se presenta como una alternativa más «teológicamente robusta» al pentecostalismo, es en realidad un fenómeno profundamente estadounidense, nacido en el corazón de la «American Religion».
El nuevo calvinismo, encabezado por figuras como John Piper, Mark Driscoll y Albert Mohler, ha ganado popularidad en las últimas dos décadas, particularmente entre jóvenes evangélicos desencantados con lo que perciben como un vacío teológico en el pentecostalismo. Sin embargo, este movimiento no es más que una reinterpretación moderna del calvinismo clásico, adaptado a las sensibilidades de la cultura evangélica estadounidense. Como señala D.G. Hart en su obra Calvinism: A History (2013), el nuevo calvinismo es un producto de la cultura evangélica estadounidense, con su énfasis en la experiencia personal, el liderazgo carismático y la mercantilización de la fe, solo que—esta vez— al estilo calvinista (p. 212). En otras palabras, es tan «americano» como el pentecostalismo al que critica.
Además, el nuevo calvinismo no solo es parte de la «American Religion», sino que también ha sido moldeado por las mismas fuerzas culturales que supuestamente critica. Por ejemplo, su enfoque en la «gloria de Dios» y la «satisfacción en Cristo», popularizado por John Piper en su libro Desiring God (1986), refleja un individualismo típicamente estadounidense, donde la experiencia personal y la búsqueda de la felicidad son centrales (p. 23). Esto no es muy diferente del énfasis pentecostal en la experiencia del Espíritu Santo, aunque los nuevos calvinistas lo presenten envuelto en un lenguaje teológico más sofisticado. Como bien señala Collin Hansen en Young, Restless, Reformed: A Journalist’s Journey with the New Calvinists (2008), el nuevo calvinismo ha logrado atraer a una generación de jóvenes evangélicos precisamente porque combina una teología aparentemente rigurosa con un enfoque emocional y experiencial que resuena con la cultura estadounidense (p. 56).

En este sentido, resulta hipócrita que los críticos del pentecostalismo clásico utilicen el concepto de «American Religion» para desacreditarlo, mientras promueven un movimiento que es igualmente producto de esa misma cultura religiosa. El nuevo calvinismo no es una alternativa al pentecostalismo; es simplemente otra expresión de la religiosidad estadounidense, con un nuevo disfraz teológico. Y aunque sus defensores insistan en que su teología es más «pura» o «bíblica», no pueden negar que su movimiento nació y floreció en el mismo suelo cultural que el pentecostalismo al que tanto desprecian.
Así pues, la crítica al pentecostalismo clásico bajo el pretexto de la «American Religion» no solo es injusta, sino también selectiva. Si vamos a criticar al pentecostalismo por ser un producto de la cultura estadounidense, entonces debemos aplicar el mismo estándar al nuevo calvinismo, que es igualmente estadounidense en su origen y desarrollo. Lo que realmente está en juego aquí no es la pureza teológica, sino una lucha por la identidad y el futuro del pentecostalismo. Y en esa lucha, los pentecostales clásicos tienen todo el derecho de defender su herencia espiritual, sin ceder a presiones ecuménicas o calvinizantes que buscan diluir su identidad única.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
- Anderson, A. (2004). An Introduction to Pentecostalism: Global Charismatic Christianity. Cambridge University Press.
- Bloom, H. (1992). The American Religion: The Emergence of the Post-Christian Nation. Simon & Schuster.
- Hansen, C. (2008). Young, Restless, Reformed: A Journalist’s Journey with the New Calvinists. Crossway.
- Hart, D.G. (2013). Calvinism: A History. Yale University Press.
- Piper, J. (1986). Desiring God: Meditations of a Christian Hedonist. Multnomah.