Por Fernando E. Alvarado
Al examinar el testimonio de los primeros lideres cristianos, cuyo ministerio representa prácticamente cada área del imperio romano desde aproximadamente 100 a 400 d. C., descubrimos que los dones milagrosos del primer siglo jamás expiraron y siempre siguieron siendo considerados como una señal para establecer el cristianismo verdadero de aquel que lo era meramente de nombre. Incluso la glosolalia (que muchos hoy desvirtúan como evidencia inicial del bautismo en el Espíritu) era una experiencia cristiana normal y esparcida en el cristianismo auténtico:
Ireneo (Esmirna, Asia Menor, c. 140 – Lyon, c. 202), quien fuese obispo de la ciudad de Lyon, escribió en su obra Contra las herejías 5.6.1 (alrededor del año 180 d. C.) lo siguiente:
«Por eso dice el apóstol: “Entre los perfectos predicamos la sabiduría” (1 Corintios 2:6). Con el nombre de “perfectos” designa a los que han recibido el Espíritu de Dios y hablan todas las lenguas gracias a ese Espíritu, como él [es decir, “el apóstol”] mismo las hablaba, y como oímos hablar también a muchos hermanos que tienen carismas proféticos en la Iglesia, hablando toda clase de idiomas gracias al Espíritu, ponen al descubierto los secretos de los hombres para su provecho, e interpretan los misterios de Dios.»[1]

Tertuliano, considerado padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III, también dijo:
“Porque los apóstoles tienen apropiadamente al Espíritu Santo, quienes lo tienen a Él completamente, en las operaciones de la profecía, y la eficacia de las virtudes (sanadoras), y la evidencia de las lenguas, y no parcialmente, como todos los demás.”[2]
¿En qué momento comenzaron a cesar los dones espirituales? Cuando la iglesia dejó que la falsa doctrina, el sincretismo religioso y el pecado ingresaran a sus filas. Incluso Orígenes reconoció esta verdad en sus escritos:
“Signos, empero, del Espíritu Santo se dieron muchos al comenzar Jesús su enseñanza, muchos más después de su ascensión, menos más adelante. Sin embargo, AÚN AHORA QUEDAN ALGUNOS RASTROS DE EL EN UNOS POCOS, CUYAS ALMAS ESTÁN PURIFICADAS POR EL LOGOS Y POR UNA VIDA CONFORME AL MISMO.”[3]
Los dones no cesan. Es la ausencia de santidad en la iglesia lo que impide sus manifestaciones. El problema no es Dios, somos nosotros. ¿No hay manifestación alguna de los dones carismáticos en tu congragación? Sin duda no es porque Dios no lo desee. El problema siempre será la iglesia, ya sea por incredulidad o por causa del pecado:
“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Timoteo 2:19)
“El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.” (Santiago 1:6-7)

BIBLIOGRAFIA:
[1] De Lo mejor de Ireneo, ed. A. Ropero (Barcelona: CLIE, 2003), 566.
[2] De La exhortación a la castidad, nuestra traducción de ANF 4:53.
[3] Orígenes, Contra Celso 7.8, 467.