Por Fernando E. Alvarado
Algunos conceden validez suprema a las palabras de sus «videntes» y «profetas», dándoles el mismo y a veces mayor valor, que a la misma Biblia. Esto es una herejía destructora que expone a sus víctimas al engaño. La manera principal en la que Dios nos habla es por medio de su Palabra.

La Biblia no es solo un libro antiguo, también es la inerrante e infalible Palabra de Dios. Es al leerla que recibimos su mensaje de manera directa. Todos los demás métodos para escuchar a Dios deben ser discernidos por medio de las Sagradas Escrituras, para poder así determinar si en verdad lo hemos escuchado. La regla para discernir la verdad del error es simple: Si contradice la enseñanza bíblica no es de Dios, y hemos de rechazar cualquier sueño, visión o mensaje «profético» que contradiga la sana doctrina bíblica. ¡Qué no te engañen! La Biblia es la única revelación infalible.

REBAJANDO LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO
Hay algunos iglesias e individuos dentro de la fe cristiana (y aunque avergüenza decirlo esto es muy común en algunas iglesias pentecostales/carismáticas) quienes ven el don de profecía como la entrega de «asesoramiento» o «revelación» personal bajo el eslogan de «así dice el Señor». Tristemente, y esto es aún más vergonzoso decirlo, aquellos que practican la profecía personal de esta manera a menudo difieren poco (o nada) de aquellos que se presentan como psíquicos, médiums o adivinos. De hecho, en algunos países donde esta tendencia es dominante en el evangelismo, hay incluso líneas directas «proféticas» como alternativas «cristianas» de las líneas directas psíquicas. De forma descarada y sin ningún atisbo de vergüenza o respeto por la obra y los dones verdaderos del Espíritu Santo, algunos en el movimiento de la profecía personal han llegado hasta a poner anuncios en periódicos, radio, televisión e incluso en las redes sociales, con declaraciones tales como «Reciba su lectura profética». Todo esto ha venido a desprestigiar el verdadero mensaje del Evangelio, degradando los dones del Espíritu a mera adivinación. Curiosamente, el estilo de estos «profetas», «vasos escogidos» y «ungidos del Señor» (¿Cuál?) es muy similar a la terminología que utilizan los psíquicos, brujos, médiumsy adivinos. Sobra decir que esta práctica del don de profecía es totalmente antibíblica.

¿EN QUÉ CONSISTE REALMENTE EL DON DE PROFECÍA?
Bíblicamente hablando, el don de la profecía es la capacidad del Espíritu de declarar la revelación de Dios (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:4-11,28). A veces, pero no siempre, la profecía consiste en proclamar la revelación de Dios en lo que respecta al futuro. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios usó profetas y/o el don de profecía para revelar la verdad a la gente.
La profecía pues, consiste en proclamar la verdad de Dios. Es una revelación especial, una verdad que no puede discernirse por cualquier otro medio. A través de un profeta, Dios podría revelar la verdad que la gente necesitaba saber, y a veces, esa verdad se registraría en forma escrita. Esto, en última instancia, resultó en la Biblia, la Palabra de Dios, la última revelación especial de Dios.

La terminación de la Biblia afecta la naturaleza del don de profecía. La Biblia contiene toda la revelación que necesitamos para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3). La Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que toda espada de dos filos (Hebreos 4:12). La Biblia es «útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16-17). Como resultado, el don de profecía hizo la transición de ser principalmente una declaración de la nueva revelación de Dios, a ser principalmente (o exclusivamente) una declaración de lo que Dios ya ha revelado, según consta en Su Palabra.

Esto no quiere decir que Dios nunca daría a una persona un mensaje que entregar a otra persona. Dios puede, y de hecho usa a personas de cualquier manera que le plazca. Pero, el hecho de que la Palabra de Dios es perfecta y completa significa que debemos depender de ella para nuestra guía. No debemos recurrir a profetas, líneas proféticas o lecturas proféticas. La Palabra de Dios contiene la verdad que necesitamos saber. La Palabra de Dios presenta la sabiduría que necesitamos saber para aplicar apropiadamente Su verdad. Más allá de eso, tenemos al Espíritu Santo que mora en nosotros para guiarnos, consolarnos y enseñarnos (Juan 14:16, 26). Usar el concepto de la profecía personal para ganar influencia sobre la gente y hacerlos dependientes de la «orientación profética» es una distorsión flagrante del don bíblico de la profecía. Cuando la gente confía en las palabras falibles de hombres en lugar de la Palabra infalible de Dios, es una farsa.

¿EXISTEN PROFETAS VERDADEROS EN NUESTRA ÉPOCA?
¿Existen en la actualidad verdaderos profetas? Quizá esta no sea la pregunta correcta, ya que si el propósito de un profeta era revelar la verdad de Dios, lo que deberíamos preguntarnos más bien es: ¿por qué necesitaríamos profetas hoy (en el sentido de vaticinadores y dadores de nueva revelación) si ya tenemos la completa revelación de Dios en la Biblia? Si los profetas fueron el «fundamento» de la iglesia primitiva, ¿todavía estamos construyendo el «fundamento» hoy en día? ¿Acaso el fundamento de nuestra fe no fue puesto hace siglos? Esto también nos lleva a preguntarnos: ¿Puede Dios darle a alguien un mensaje para otra persona? ¡Desde luego! ¿Le revela Dios la verdad a alguien de una manera sobrenatural y le permite dar ese mensaje a otros? ¡Desde luego! Pero nunca le revelará nuevas verdades doctrinales ajenas a las Escrituras ni pretenderá que sus revelaciones tienen igual o mayor peso que la Biblia.

Cuando una persona afirma estar hablando de parte de Dios (la esencia de la profecía), la clave es comparar lo que él o ella dicen con lo que dice la Biblia. Si Dios hablara en la actualidad a través de una persona, el mensaje concordaría completamente con lo que Dios ya ha dicho en la Biblia. Dios no se contradice. 1 Juan 4:1 nos dice: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.» 1 Tesalonicenses 5:20-21 declara: «No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo. Retened lo bueno.» Entonces, ya sea una «palabra del Señor» o una supuesta profecía, nuestra respuesta debe ser la misma. Compare lo dicho con lo que dice la Palabra de Dios. Si contradice la Biblia, deséchela. Si concuerda con la Biblia, pida sabiduría y discernimiento para saber cómo aplicar el mensaje (2 Timoteo 3:16-17; Santiago 1:5).

LA LABOR DE UN PROFETA NO ES LA ADIVINACIÓN, SINO LLAMAR AL ARREPENTIMIENTO, DENUNCIAR EL PECADO Y LA INJUSTICIA. SU LLAMADO ES A LA CONVERSIÓN
Aunque parece que muchos, tanto dentro como fuera del movimiento pentecostal, piensan que un profeta es una persona que adivina el futuro, una especie de mago o clarividente, tal noción, como ya lo dijimos, es errónea. Desde la tradición de los profetas de Israel se plantea una visión muy distinta de la que muchos suponen. En los profetas de Israel lo más típico no es que vean el futuro, sino que, en nombre de la experiencia de fe, interpreten el presente de la realidad que vive el pueblo; y en nombre de la misma experiencia de la fidelidad de Dios, se atrevan a anunciar esperanza para el futuro.
Los profetas son los «micrófonos de Dios» ante un mundo que se niega a oír. Más que poseer la palabra divina, el profeta es poseído por ella, que es como un fuego que quema por dentro (Jeremías 20, 9). El profeta es llamado por Dios para cumplir una misión. Por tanto, en el profetismo, la iniciativa siempre parte de Dios, es Él quien llama y envía. Dios llama a campesinos y pastores como Miqueas y Amós, mujeres de acción como Débora y reformadores sociales como Hulda, hijos de sacerdotes como Jeremías o personas que conocen el poder como Isaías.

El profeta es un gran conocedor de la realidad espiritual de su pueblo. Vive inmerso en la realidad, conoce las angustias y esperanzas del pueblo de Dios. Tiene puestos los pies en la tierra y el corazón en Dios. Su palabra nace de la experiencia de Dios y del contacto con la realidad que vive el pueblo. En nombre de Dios, denuncia y llama a la conversión a los pecadores, al mismo tiempo que comunica consuelo y esperanza al atribulado (Lucas 3:1-20).
Así pues, un profeta es aquel que predica la Palabra e invita a su pueblo al arrepentimiento. No es un adivinador ni un mago; es un predicador de la verdad, pero no de nuevas verdades extrabíblicas. No es quien le añade a la Palabra o pretende agregar sus visiones al Canon Sagrado. Su función es comunicar el mensaje de Dios contenido en las Escrituras y solo en ellas. Muchos de los que hoy se llaman a sí mismos «profetas» no son más que adivinadores profesionales, embaucadores y mentirosos, obreros fraudulentos, incluso mercaderes de la fe, alejados completamente del ideal bíblico de lo que un profeta debe ser.

De ellos se nos dice:
«Mentira profetizan los profetas en mi nombre. Yo no los he enviado, ni les he dado órdenes, ni les he hablado; visión falsa, adivinación, vanidad y engaño de sus corazones ellos os profetizan.» (Jeremías 14:14, LBLA)
Por eso la Palabra nos exhorta:
«Amados, no creáis á todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo.» (1 Juan 4:1)
«Si alguien les dice: «Consulten a las pitonisas y a los agoreros que susurran y musitan… yo les digo: «¡Aténganse a la ley y al testimonio!» Para quienes no se atengan a esto, no habrá un amanecer.» (Isaías 8:19-20, NVI)
