Atributos de Dios

La ira de Dios, el atributo olvidado

Por Fernando E. Alvarado

No es mi intención herir las susceptibilidades de algunos, pero hay una verdad que necesita ser dicha: El Jesús de quien muchos hablan en el siglo XXI no es el Jesús de la Biblia. La falsa versión de Jesús que existe actualmente parece más bien un Jesús de peluche, un Jesús light, un Jesús peace & love que levanta banderas arcoíris, tolera cualquier pecado y aplaude la inclusión y la permisividad moral.

Tal Jesús no es el todopoderoso Cristo del Nuevo Testamento. El nuevo Jesús se trata de un invento del sentimentalismo y la mentalidad liberal y relativista posmoderna que proclama a todos: “¡No ofendas a nadie! ¡Sólo ama, ama y ama!”. Este Jesús inventado por el hombre es incapaz de condenar a nadie, de juzgar a nadie por su pecado, incapaz de enojarse y sentir ira a causa del pecado. Es, ciertamente, un ídolo creado a la imagen y semejanza de la sociedad posmoderna. Pero este Jesús posmoderno no es el Jesús bíblico.

LA IRA DE DIOS ES REAL

En un mundo donde todos tienen miedo de ofender a alguien, la verdad de la ira de Dios ha sido negada, ridiculizada y denigrada, tanto por los que niegan a Dios totalmente, como por aquellos que, aún declarándose cristianos, reducen a Dios para que encaje con su gusto e imaginación. Sin embargo, la ira de Dios no es una ficción intimidatoria eclesiástica, sino una realidad ante la cual solo cabe una sensata reacción. De hecho, el tema de la ira de Dios es recurrente en los profetas. La lengua hebrea tiene muchos vocablos para denotar esa pasión que es la ira, razón por la que en nuestras Biblias hay una variedad de palabras que la expresan, como furor, enojo, furia, indignación, cólera, ardor, etc.

La ira es una pasión muy humana, que normalmente suele estar mezclada con el desenfreno y la sinrazón, motivo por el que se convierte en una ofuscada locura. Pero la ira también es una cualidad que Dios tiene, si bien la diferencia con la humana radica en que es el resultado de su justo juicio, tras un largo periodo de paciencia soportando el desafío. La ira de Dios es santa y siempre justificada; la del hombre nunca es santa y rara vez justificada. Por tal motivo, la ira de Dios en el Antiguo Testamento es siempre una divina respuesta al pecado y la desobediencia del hombre (Salmo 78:56-66)

La ira de Dios es consistentemente dirigida hacia aquellos que no siguen Su voluntad (Deuteronomio 1:26-46; Josué 7:1; Salmo 2:1-6), y era considerada parte integral del carácter santo de Dios que los profetas del Antiguo Testamento, a menudo escribían acerca de un día en el futuro en l que la ira de Dios sería derramada sobre los impíos, a este le llamaban el “día de la ira” (Sofonías 1:14-15). Pero ¿Acaso no es esto una contradicción en el carácter de un Dios que se dice ser «amor» (1 Juan 4:8)? No, no lo es. La ira de Dios contra el pecado y la desobediencia es perfectamente justificada porque Su plan para la humanidad es santo y perfecto, así como Dios Mismo es santo y perfecto. Dios proporcionó un camino para ganar el favor divino –el arrepentimiento – el cual aleja la ira de Dios sobre el pecador. Rechazar ese plan perfecto es rechazar el amor, la misericordia, la gracia y el favor de Dios e incurrir en Su justa ira.

En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús apoyan el concepto de Dios como un Dios de ira que juzga el pecado. La historia del hombre rico y Lázaro, habla del juicio de Dios y las serias consecuencias para el pecador no arrepentido (Lucas 16:19-31). Jesús dijo en Juan 3:36 que, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” El que cree en el Hijo de Dios no sufrirá la ira de Dios por su pecado, porque el Hijo llevó en Él la ira de Dios cuando murió en la cruz en nuestro lugar (Romanos 5:6-11). Aquellos que no creen en el Hijo, quienes no lo reciben como Salvador, serán juzgados en el día de la ira (Romanos 2:5-6).

Así pues, la ira de Dios es algo temible y aterrador. Sólo aquellos que hemos sido lavados, cubiertos y justificados por la sangre de Cristo, derramada por nosotros en la cruz, podemos estar seguros de que la ira de Dios nunca caerá sobre nosotros: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” (Romanos 5:9). Por tal motivo, predicar del amor de Dios sin hablar también de su terrible odio hacia el pecado y de su temible ira venidera, es predicar un evangelio incompleto, adulterado y deficiente. La Biblia enfatiza tanto el atributo de la ira de Dios que incluso nos habla de la ira del Cordero: «Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:16-17). ¿Puedes visualizar tal imagen? El amoroso Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ¡Lleno de ira!

¿CÓMO ESCAPAMOS DE LA IRA DE DIOS?

Ante la realidad de la ira de Dios solo podemos preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero y único refugio que puede soportar la devastación que traerá sobre el mundo el derramamiento de la ira de Dios? Ese refugio es la justicia. Así lo señala el libro de Proverbios: «No aprovecharán las riquezas en el día de la ira; mas la justicia librará de muerte.’ (Proverbios 11:4). Mientras que las riquezas son una entidad material y por tanto susceptibles de destrucción, la justicia es una entidad moral, invulnerable a la ruina, incluso a la peor de todas, que es la muerte. El problema final del hombre es que no se trata de su propia justicia, sino de la de Dios. El hombre en estado caído es incapaz de producir obras justas que agraden a Dios y satisfagan su justa ira (Romanos 3:10-18, 10:3). Necesitamos una justicia mayor, pero ¿dónde hallarla?

Hay una justicia perdurable que no es como la nuestra, pues la nuestra es considerado apenas como un trapo de inmundicia (Isaías 64:6). Esa justicia verdadera consiste en la imputación de la perfecta justicia de Cristo a los que creen en él, porque a él le fueron imputados nuestros pecados: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.» (2 Corintios 5:21). Es en Cristo, y solo a través de la fe en su Nombre, que somos plenamente justificados y librados de la ira.

La palabra justificado significa «pronunciado o tratado como justo». Y para un cristiano, la justificación es el acto de Dios que no sólo perdona los pecados del creyente, sino que le aplica la justicia de Cristo. La Biblia afirma en varios lugares que la justificación sólo viene a través de la fe (Romanos 5:1; Gálatas 3:24). La justificación no se obtiene a través de nuestras propias obras; por el contrario, estamos cubiertos por la justicia de Jesucristo (Efesios 2:8; Tito 3:5). El cristiano, al ser declarado justo, es por lo tanto liberado de la culpa del pecado y de su consecuencialógica: la ira de Dios.

¿Cómo se lleva esto a efecto? ¿Cuándo es que finalmente somos justificados? ¿Es hasta que llegados a la perfección cristiana? ¿Depende de mis buenas obras y mi plena santificación? No. La justificación es una obra completa de Dios y es instantánea, a diferencia de la santificación, que es un proceso continuo de crecimiento por el cual nosotros nos parecemos más a Jesús (1 Corintios 1:18; 1 Tesalonicenses 5:23). Es el conocimiento de la justificación y de la gracia lo que motiva las buenas obras y el crecimiento espiritual, no al revés; por lo tanto, la justificación conduce a la santificación.

Asimismo, el hecho de que la justificación es una obra completa de Dios, significa que los cristianos tienen la seguridad de su salvación. A los ojos de Dios, los creyentes tienen la justicia necesaria para obtener la vida eterna. Una vez que una persona es justificada, no hay nada más que necesite hacer a fin de obtener la entrada al cielo. Ya que la justificación viene por la fe en Cristo, sobre la base de Su obra a nuestro favor, nuestras propias obras son descalificadas como medio de salvación (Romanos 3:28).

Aferrarnos a la justificación por la fe, nos impide caer en la mentira de que podemos ganar el cielo. No hay ritual, no hay sacramento ni ningún acto que pueda hacernos dignos de la justicia de Cristo. Es solo por Su gracia, en respuesta a nuestra fe, que Dios nos ha acreditado la santidad de Su Hijo. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dice, «El justo por la fe vivirá» (Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38). Y es esa fe en Cristo, la cual nos trae justificación plena, la cual también nos salva eternamente de la ira de Dios.

CRISTO, LA SOLUCIÓN FINAL

La ira de Dios sobre este mundo es real, inminente y segura, pero también lo es la garantía de su perdón, justificación y redención por medio de la fe en Cristo sobre aquel que se arrepienta. Y aunque muchos hoy se angustian ante el dolor y terrible sufrimiento producido por la actual pandemia, los terremotos, o cualquier otro tipo de desastre natural o plaga mortífera, la ira venidera es aún mucho peor. Y aunque hoy mismo la naturaleza y el estado actual de las cosas nos presentan claras expresiones de la ira de Dios sobre un mundo pecador e impenitente, déjame decirte algo: Lo que estamos viviendo ahora no es ni remotamente comparable al día de la ira, sino solamente un avance, un ligero simulacro, del final y definitivo día de la ira, del que la única manera de escapar es el asidero de la justicia salvadora que Cristo fraguó a favor nuestro en la cruz del Calvario. Por lo tanto, sacando provechosas lecciones de lo que estamos viviendo, es el tiempo para aferrarnos a Jesús, arrepentirnos de nuestros pecados y confiar en la justicia de Cristo sobre nosotros imputada. Es su justicia, no la nuestra, la solución final al problema del pecado y la consecuente ira de Dios sobre el pecador. Tu pues, «¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.» (Hechos 22:16).

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