Ministerio, Ministerio Pastoral, Vida Cristiana

¿Divos evangélicos, o siervos de Cristo?


Por Fernando E. Alvarado

A través del apóstol Pedro, el Señor nos recuerda la forma correcta de servir y ejercer nuestros dones:

“Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios; el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 4:10-11)

Este texto nos recuerda que los dones son otorgados por Dios, y cada uno de nosotros ha recibido alguno. Nos enseña también que nuestros dones son para servir a otros y que solo somos administradores de los dones, no dueños de los mismos, pues todo procede de Dios. Efesios 4:11 enseña que los dones son para la edificación de otros en el cuerpo de Cristo. Nos fueron dados para edificar vidas, para servir, no para servirnos de ellos para nuestra propia gloria personal.

Al enseñar, al hablar o escribir, al ejercer cualquiera de mis dones, debo tener presente que lo hago para servir a otros, como lo hizo Cristo. De hecho, Él mismo dijo que vino para servir, no para ser servido (Marcos 10:45). Cristo vino a servirnos con su muerte, con su sacrificio. Entender que nuestros dones son para servir a los demás, y actuar de esa manera, es una decisión transformadora. Guardará nuestro corazón del orgullo y de creer que estamos aquí para alcanzar renombre, ser famosos, o convertirnos en alguna clase de superestrellas, divas (o divos) de la farándula evangélica.

A fin de evaluar la calidad y el propósito real de nuestro servicio y ministerio, la Palabra nos invita a hacernos tres preguntas clave: ¿A quién quiero agradar con mi mensaje? ¿De quién estoy dependiendo en mi ministerio? y ¿Para la gloria de quién estoy haciendo lo que hago?

¿A QUIÉN QUIERES AGRADAR CON TU MENSAJE?

La Palabra nos exhorta a cuidar nuestro mensaje: “El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11). Ya sea que eres pastor, líder de un ministerio, tengas talento para el canto, o enseñas en un aula o grupo pequeño, esto aplica igual. Es bueno que reflexiones: ¿Cuál es mi mensaje? ¿Está alineado con la Palabra de Dios? Si Dios me ha llamado a servirle en este campo, entonces tengo que honrar su Palabra sea como sea.

Una pregunta que nos puede ayudar es esta: ¿A quién quiero agradar con mi mensaje? Pablo escribió a los gálatas:

“Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).

Si nuestro mensaje es para agradar a la gente, si buscamos que simplemente sea popular y exitoso, no será un mensaje fiel a la Escritura. Será popular, pero no fiel.

Uno de los riesgos de lo que hacemos en nuestra labor eclesiástica es enamorarnos tanto de nuestro mensaje y de nuestro ministerio de modo que este se convierta en algo intocable y casi idolátrico, al punto que se nos olvide que no se trata de “mi mensaje”, «mis habilidades», «mi fama» o «mi gloria», sino del mensaje, el poder, la fama y la gloria de Dios. Somos voceros de Dios y del evangelio de Cristo, no del nuestro ni de nuestra propia gloria.

¿DE QUIÉN ESTÁS DEPENDIENDO EN TU MINISTERIO?

La Palabra también nos exhorta a no depender de nosotros mismos: “… el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado” (1 Pedro 4:10). Al servir al Señor, ¿lo hacemos apoyados en Él?

Cuando pasa el tiempo y vamos adquiriendo experiencia, nos sentimos más cómodos con nuestro conocimiento. Podemos correr el riesgo de depender de eso para hacer la obra. Y no es malo tener conocimiento y experiencia, pero si eso es lo primero para nosotros, estamos sirviendo en nuestra fortaleza y no en la de Dios; estamos dependiendo de fuerzas humanas y eso peligroso. ¿Sabes por qué? Porque el móvil es el orgullo, creer que somos suficientes.

¿Todavía te pones nervioso al hablar frente al público, y predicar la Palabra o ministrar a otros? Personalmente, sí. Y no es hablar frente a las personas lo que me pone nervioso. Me pone nervioso que sea yo quien hable y no el Señor a través de mí, ¡eso sí me preocupa! Me preocupa creer que lo que yo tengo que decir es mejor que lo que Dios ha dicho o quiere decir a Su iglesia.

¡Oremos para que el Señor nos guíe y dirija, y cree en nosotros un corazón humilde y rendido que dependa de Él! Jesús dependía del Padre, ¡cuánto más necesitamos depender nosotros! Esta tarea solo se puede hacer con total dependencia de Dios.

¿PARA LA GLORIA DE QUIÉN ESTÁS HACIENDO LO QUE HACES?

La decisión más importante a tomar al ejercer nuestro llamado es entender que no se trata de nosotros, se trata de que Dios sea glorificado. Observemos las palabras de Pedro al final del pasaje: “que en todo sea Dios glorificado” (1 Pedro 4:11). Esa tiene que ser mi primera decisión. Servir a Dios, en cualquier rol, es para que Él sea glorificado, y así otras vidas puedan ser transformadas al conocerle a Él.

Lo que hacemos debe ser una herramienta al servicio de otros para que conozcan más de Cristo, no de nosotros. No queremos “pop stars” del Evangelio; queremos que Dios nos use para rescatar vidas, para que sean transformadas por el mensaje del evangelio y su Palabra, y que Él reciba la gloria. Que nuestra obra con las palabras sea también un esfuerzo misionero y que nuestras prédicas, canciones, clases, blogs, etc., sean un medio para este fin: proclamar a Cristo y darle la gloria a Dios. Es a Dios y a Cristo «a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 4:11).

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