Por Fernando E. Alvarado
La expresión “Sola Scriptura” significa que solamente la Escritura tiene autoridad para la fe y la práctica del cristiano. Al igual que los primeros reformadores, los pentecostales creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, ya que Dios mismo reveló su voluntad y propósito a los escritores que escogió (Amós 3:8), quienes documentaron con fidelidad y precisión lo que les fue revelado para la inclusión final y providencial en nuestro canon de sesenta y seis libros. La Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios establece que:
“Las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, son verbalmente inspiradas por Dios y son la revelación de Dios para el hombre, la regla infalible y autoritaria de fe y conducta – 2 Timoteo 3:15-17, 1 Tesalonicenses 2:13, 2 Pedro 1:21”[1]
Afirmamos que la Biblia es inspirada por Dios. Creemos que el Espíritu Santo guio a los escritores de la Biblia. Tal supervisión influyó en los pensamientos y la elección misma de palabras de los escritores, aunque también permitió que se manifestaran su trasfondo, sus habilidades y personalidad. Además, la inspiración se aplica a todo lo que escribieron tal como se encuentra en el canon de la Escritura.
Pero no solo creemos que la Biblia es inspirada, sino también infalible. Los pentecostales creemos que las Escrituras son veraces y confiables en lo que tienen la intención de afirmar. Creemos que la Escritura, como está documentada en los manuscritos originales, los autógrafos, no tiene error. Al carecer de error y ser completamente veraces, las Escrituras son absolutamente confiables (2 Samuel 7:28; Salmo 119:160; Juan 17:17; Colosenses 1:5). La infalibilidad y la inerrancia se aplican a todas las Escrituras, Antiguo y Nuevo Testamento por igual.
Debido a su carácter inspirado, infalible e inerrante, los pentecostales creemos que todo lo que afirma y enseña la Biblia es verdad. Al revelar el propósito y la voluntad de Dios, la Biblia determina la creencia y la conducta. Por tanto, la afirmación de que la Biblia es la «regla autoritativa de fe y conducta» se entiende como un llamado a aceptar las Escrituras como la autoridad final e inmutable de la doctrina y la ética.[2]
Los pentecostales creemos que la Biblia es completa, autoritativa y verdadera. En palabras de Pablo:
“Toda la Escritura es ‘inspirada por Dios’ (dada por la inspiración de Dios) y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).

LA SOLA SCRIPTURA Y LOS DONES CARISMÁTICOS
Frecuentemente se nos acusa a los pentecostales de atentar contra el principio de Sola Scriptura debido a nuestra creencia en la continuidad de los dones carismáticos, incluidos los dones de palabra (palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, profecía, hablar en lenguas e interpretación de lenguas). Esto no es cierto. El continuismo pentecostal no atenta contra el principio de Sola Scriptura.
Aunque creemos en el don de profecía, los pentecostales no le atribuimos el mismo valor que a la Biblia, la Palabra escrita de Dios (lo cual sí ocurre en sectas como los mormones, los cuales atribuyen un carácter infalible a las palabras de José Smith y sus sucesores). Fieles al principio de Sola Scriptura, los pentecostales creemos que la profecía actual no es inspirada de la misma forma que las Escrituras, y no es inerrante. ¿Por qué? Porque está basada en la impresión inmediata que Dios ha traído espontáneamente a la mente de un creyente. A través de este don, Dios dirige información a nuestros pensamientos que de otra forma no podríamos saber o expresar; sin embargo, dichos mensajes no tienen la intención de que los consideremos plenamente autorizados o infalibles. De lo contrario, la Biblia misma jamás nos mandaría probar toda expresión que afirme ser inspirada por Dios (1 Juan 4:1), mientras que al mismo tiempo nos aconseja no menospreciar el don de profecía (1 Tesalonicenses 5:20-21). Esto deja en claro que, aunque el don de profecía es real y sigue vigente en nuestra época, este no es igual a la Palabra escrita de Dios. El mismo principio aplica a los mensajes transmitidos mediante el don de lenguas.
Así, por ejemplo, sería un ejercicio del don de profecía o mensaje inspirado por Dios, si alguien en un pequeño grupo o en una reunión de oración fuera guiado por Dios a decir: «siento que tal o cual misionero está batallando espiritualmente y está bajo ataque», y al día siguiente recibimos una llamada o un email confirmando que así estaba ocurriendo, y que estas oraciones del pueblo fueron contestadas. La declaración probó ser cierta y resultó provechosa y de bendición. El mensaje no pretendía transmitir o imponer una nueva verdad, tampoco contradecir o reinterpretar el texto bíblico, sino más bien orientar a la iglesia acerca de un hecho actual que redundaría en el beneficio de las misma, o traería consuelo y guía en un área específica de nuestra peregrinar cristiano. Encontramos ejemplos de ello en Hechos 8:26-29, 9:10-16, 13:1-3, 16:6-10, 20:23, 21:10-12, etc.
Es en este punto donde quiero llamar la atención hacia algo muy importante (pero que a menudo es pasado por alto por los cesacionistas, quienes niegan la vigencia actual de los dones espirituales): Negar la vigencia de los dones carismáticos, incluido el de profecía, es atentar también contra el principio de Sola Scriptura. ¿Por qué? Porque si decimos que creemos que la Escritura es inspirada, infalible y plenamente autorizada, y la declaramos nuestra única base de fe y prácticas, entonces debemos aceptar que es la Biblia la que enseña la vigencia actual de los dones carismáticos.
En primer lugar, la Biblia nos presenta argumentos contundentes para tratar el don de profecía como válido para hoy, entendiéndose como algo que Dios trae a la mente, pero que no necesariamente es comprendido infaliblemente. En Hechos 2:17, Pedro explica el evento de Pentecostés citando al profeta Joel:
“Y sucederá en los últimos días —dice Dios— que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños” (LBLA)
Así que aquí tenemos una declaración de cómo serían los últimos días ¡Nuestros días! Al parece la profecía sería una experiencia esparcida entre hombres y mujeres. En 1 Corintios 14:1-4, Pablo dice a toda la iglesia:
“Procurad alcanzar el amor; pero también desead ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticéis. Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios. 3 Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación [es lo que se espera que haga el don de profecía]. El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica, pero el que profetiza edifica a la iglesia” (LBLA)
Esto ciertamente suena como profecía, y no es la prerrogativa de un grupo escogido de fundadores autoritativos de la iglesia, sino del cuerpo en general. Y el ministerio de profecía es simplemente descrito como edificante, exhortador, y consolador.
1 Corintios 14:29-32 dice:
“Y que dos o tres profetas hablen, y los demás juzguen. Pero si a otro que está sentado le es revelado algo, el primero calle. Porque todos podéis profetizar uno por uno, para que todos aprendan y todos sean exhortados. Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas” (LBLA)
Aquí hay dos verdades cruciales que son dichas: una es que la profecía está basada en una «revelación». Versículo 30: «Pero si a otro que está sentado le es revelado algo, el primero calle». Por esta razón afirmamos que el don de profecía está basado en algo que Dios trae a la mente. No es exactamente lo mismo que la enseñanza, que está basada en la exposición de un texto. Está basada en lo que Dios trae a la mente, algo más inmediato. Pero entonces, el versículo 29 dice: «los demás juzguen (diakrinetosan)» Esto es muy interesante si se considera que no enfoca la atención a si la persona que habla es un «verdadero profeta» o no. No dice lo que dijo Jesús: «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:15-16). Se enfoca en lo que se dice. Y la idea es: Véanlo con escepticismo afable, pues dicha palabra (juzguen: diakrinetosan) regularmente tiene esa connotación. En otras palabras, verifiquen, valoren. Lo que significa que el don de profecía, en la manera en que Pablo recomendaba su uso más amplio, no tenía una autoridad decisiva, suprema. Las Escrituras sí. Las mismas palabras inspiradas de Pablo eran decisivas, y no cualquier reclamo de revelación divina a través del don de profecía:
«Si alguno piensa que es profeta o espiritual, reconozca que lo que os escribo es mandamiento del Señor. Pero si alguno no reconoce esto, él no es reconocido» (1 Corintios 14:37, LBLA)
Encontramos la misma situación en 1 Tesalonicenses 5:20-21 (citado anteriormente):
«No menospreciéis las profecías. Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno” (LBLA)
En otras palabras, parece como si parte de lo que viene por medio de las profecías fuera bueno (aférrense a eso), y otra parte no lo fuera (déjenlo ir). En otras palabras, el don de profecía no está en la misma categoría que las Escrituras. Está por debajo de las Escrituras y es probado por las Escrituras, y es sabiduría espiritual informada en las Escrituras.
En 1 Corintios 13, Pablo advierte contra el uso inadecuado de los dones, cuando se utilizan sin amor. En los versículos 8-10 dice:
«El amor nunca deja de ser; pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, lo incompleto se acabará» (LBLA)
En el contexto, la llegada de «lo perfecto» es casi seguramente la segunda venida de Cristo, porque el versículo 12 dice:
«Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido» (LBLA)
Esto ocurrirá en la segunda venida de Cristo. La implicación entonces, es que los dones de profecías, y lenguas, y conocimiento, parciales e imperfectos, permanecerán hasta el retorno de Cristo.
1 Corintios 14:1 dice a la iglesia:
«Procurad alcanzar el amor; pero también desead ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticéis” (LBLA)
Así que a todos se nos dice que deseemos profetizar ardiente y especialmente. Esta exhortación no tendría sentido si el don solo se aplicara a un grupo limitado de hombres que hablaran con un nivel de autoridad semejante al de las Escrituras. Pero tendría muchísimo sentido si la profecía fuera un don que cada creyente pudiera usar para ofrecer intuiciones guiadas por el Espíritu que Dios trajera a la mente para el bien de los demás. Así que, por estas razones presentadas en la Biblia, los pentecostales estamos persuadidos de que el don de profecía es válido para hoy y no tiene la misma autoridad que las Escrituras, pero es valioso como una expresión guiada por el Espíritu, de algo que de otra manera no pudiera saberse o decirse, que es poderosa para un momento específico y trae convicción o exhortación, o consolación para avivar o edificación de la fe. No debiera asustarnos como si fuera algo incontrolable, debiera ser tratado como cualquier reclamo de discernimiento. Es falible. Puede probarse cierta y pudiera no poder probarse cierta, porque el canal humano es pecaminoso, falible, y finito. Lo que sí es claro es que la vigencia actual de dones carismáticos como el de profecía no contradice el principio de Sola Scriptura, sino más bien lo contrario.[3]
En esto, como en todo, los creyentes pentecostales debemos ser equilibrados. Reconocemos que sin el principio de “Sola Scriptura” poco o nada nos separaría de sectas heterodoxas como los mormones, adventistas del séptimo día, ciencia cristiana, testigos de Jehová o cualquier otro culto herético, los cuales ponen las revelaciones de sus líderes, los sentimientos internos o las ideologías humanas al mismo nivel que la Palabra de Dios.
Los cristianos, y de forma particular los pentecostales, debemos ser muy cautelosos con aquellos que afirman tener un «nuevo» mensaje de parte de Dios. Una cosa es creer que Dios nos hable actualmente a través de sueños, visiones e incluso profecías y mensajes en lenguas, y otra cosa muy diferente es afirmar «Dios me reveló algo y toda la iglesia debe obedecerlo, pues es revelación fresca de parte de Dios para su pueblo». Ninguna declaración del hombre debe ser considerada igual o superior a la Palabra escrita de Dios. El canon bíblica está cerrado. Debemos aferrarnos a la Palabra que Dios ya ha dado y comprometernos a Sola Scriptura – solo a la Escrituras.

EL PRINCIPIO DE SOLA SCRIPTURA Y LA TEOLOGÍA LIBERAL
Pero nuestro apego como pentecostales al principio de Sola Scriptura va más allá de oponernos a cualquier supuesta revelación moderna y contradictoria que afirme estar al mismo nivel que la Biblia. Los pentecostales nos oponemos también a cualquier teología liberal que atente contra la autoridad, inspiración, infalibilidad e inerrancia bíblica. Dicha tendencia es muy común hoy día en iglesias protestantes liberales (muchas de las cuales nacieron en días de la Reforma y se adscribían originalmente al principio de Sola Scriptura).
En defensa del principio de Sola Scriptura, nos oponemos a la idea tan popular hoy en día de que la Biblia está llena de errores. Tal postura no solamente es convicción de la inmensa mayoría de personas agnósticas o no creyentes, sino que, en una medida creciente y desafortunada, está llegando a formar parte de la teología evangélica, siendo abrazada no solo por teólogos racionalistas, sino por aquellos que más dicen aferrase al principio de Sola Scriptura.
Frente a nuestros ojos, los humanistas han reescrito la historia para restarle importancia a la Biblia en el pensamiento y la cultura occidental. Y los cristianos evangélicos se han apuntado a este tipo de percepción casi por defecto. Los integrantes del mundo académico evangélico (en otro tiempo defensores de la Sola Scriptura), han recibido una educación escolar de parte de ateos y agnósticos donde el ridiculizar de la Biblia forma parte del curriculum. Al mismo tiempo, la membresía de muchas iglesias del protestantismo histórico ha aceptado esa cosmovisión humanista y se han conformado a la idea de que la Biblia solo tiene algo que decir en cuanto a la salvación del alma y que es irrelevante en cuanto a la exactitud histórica o la organización de una sociedad. La razón humana ha sustituido para ellos la Sola Scriptura.
Para los cristianos pentecostales, sin embargo, el punto de partida para una comprensión correcta de la doctrina revelada en las Escrituras no son las corrientes de moda, las ideologías humanistas o el capricho de teólogos sin fe. Es la Biblia misma que da un testimonio reiterado y poderoso de su propia naturaleza y nosotros lo aceptamos. Es la Biblia misma la que, con total claridad, reclama autoridad divina e inspiración plena.
Para nosotros, los pentecostales, la enseñanza de Jesús es el fundamento de nuestra comprensión de las Escrituras. En Mateo 5:18, se cita a Jesús:
«Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido» (NVI).
La insistencia de Jesús en la confiabilidad y autoridad de cada fragmento de las Escrituras se ve también en otros pasajes. En Juan 10:34-38, hace referencia a una breve declaración de los Salmos (82:6) y argumenta que ni esa ni ninguna otra parte de la Ley puede ser quebrantada. Si Jesús hubiera pensado que la inspiración de las Escrituras era parcial, y que estaban sujetas a errores en algún detalle, sin duda no hubiera hablado de la manera que habló. Por tal razón, los pentecostales creemos que, para sustentar a cabalidad el principio de Sola Scriptura, no solo basta con decir que ella es nuestra única regla de fe y conducta. Vivirla y creerla plenamente en todas sus partes, sin cuestionar la validez o veracidad de la misma, ni sometiendo la Biblia al razonamiento, las filosofías y voluntad humana, es también una parte inseparable de Sola Scriptura.

SOLA SCRIPTURA Y LAS TRADICIONES ECLESIÁSTICAS
Sola Scriptura fue el “grito de guerra” de la Reforma Protestante ante la imposición de tradiciones contrarias a la Palabra por parte de la iglesia tradicional. Por siglos la Iglesia Católica Romana consideró sus tradiciones superiores en autoridad a la Biblia. Esto dio como resultado muchas prácticas que eran, de hecho, contrarias a la Palabra de Dios. Algunos ejemplos son: la oración a los santos y/o a María, la inmaculada concepción, la transubstanciación, el bautismo de infantes, las indulgencias, y la autoridad papal. Martín Lutero, el fundador de la iglesia Luterana y padre de la Reforma Protestante, reprendió públicamente a la iglesia Católica por sus enseñanzas antibíblicas. La Iglesia Católica amenazó a Martín Lutero con la excomunión (y la muerte) si no se retractaba. La respuesta de Martín Lutero fue:
«Por tanto, a menos que yo sea persuadido o convencido por el testimonio de la Escritura, o por el más claro razonamiento, – a menos que sea persuadido por medio de los pasajes que he citado, – y a menos que mi conciencia sea sometida de esta manera por la Palabra de Dios, no puedo retractarme y no lo haré, porque es peligroso para un cristiano el hablar en contra de su conciencia. ¡Me mantengo firme, no puedo hacer otra cosa; que Dios me ayude! ¡Amén!”.[4]
La Sola Scriptura no es tanto un argumento contra la tradición como lo es contra las doctrinas no bíblicas o antibíblicas. La única manera de saber con seguridad lo que Dios espera de nosotros es permanecer fieles a lo que sabemos que Él nos ha revelado – la Biblia. Ahora sabemos, más allá de cualquier sombra de duda, que la Escritura es verdadera, autoritativa y confiable. No puede decirse lo mismo de la tradición.
La Palabra de Dios es la única autoridad para la fe cristiana. Las tradiciones solo son válidas cuando están basadas en la Escritura y están en completo acuerdo con la Escritura. Las tradiciones que están en contradicción con la Biblia no son de Dios y no son un aspecto válido de la fe cristiana. La Sola Scriptura es la única manera de evitar que la opinión personal y subjetiva tenga prioridad sobre las enseñanzas de la Biblia. La esencia de la Sola Scriptura es basar tu vida espiritual en la Biblia solamente, y rechazar cualquier tradición o enseñanza que no esté de total acuerdo con la Biblia. 2 Timoteo 2:15 dice:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.”
La Sola Scriptura no nulifica el concepto de las tradiciones eclesiásticas, más bien nos proporciona un fundamento sólido sobre el cual basar las tradiciones de la iglesia.
Hay muchas prácticas, en ambas iglesias Católica y Protestante, que son el resultado de tradiciones, y no de las explícitas enseñanzas de la Escritura. Es bueno y aún necesario que la iglesia tenga tradiciones. Las tradiciones juegan un papel importante en la clarificación de la doctrina cristiana, y la organización de las prácticas cristianas. Al mismo tiempo, para que estas tradiciones sean válidas, no deben estar en desacuerdo con la Palabra de Dios. Deben estar basadas en el sólido fundamento de la enseñanza en la Escritura.
Los cristianos siempre deben regresar a la Sola Scriptura, la autoritativa Palabra de Dios, como la única base sólida para la fe y la práctica. Las tradiciones que están basadas en, y están de acuerdo con la Palabra de Dios pueden ser mantenidas. Las tradiciones que no están basadas o están en desacuerdo con la Palabra de Dios, deben ser rechazadas. La Sola Scriptura nos lleva de regreso a lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra. Finalmente, la Sola Scriptura nos señala nuevamente al Dios que siempre habla la verdad, nunca se contradice a Sí mismo, y siempre ha comprobado ser confiable.

Los pentecostales defendemos el principio de Sola Scriptura. Afirmamos que Dios ha provisto para todos los tiempos un registro inspirado, inerrante y autoritativo de su revelación en la Biblia, nuestras Santas Escrituras. Sostenemos que las Escrituras son la revelación plena y fidedigna de Dios para la salvación de todas las personas y, por tanto, son una fuente fidedigna para la fe, la enseñanza y la práctica. Las Escrituras definen la cosmovisión, la moralidad y ética del creyente. Es más, las Escrituras no son una mera fuente autorizada entre otras, sino la fuente de autoridad final. El Espíritu Santo, que inspiró a los escritores en su tarea de llevar un registro de la revelación de Dios, da vida a los escritos y a través de ellos, para que continúen hablando con claridad y autoridad al lector contemporáneo. Él no habla a través de los supuestos profetas o líderes religiosos que enseñan cualquier creencia o acción que no esté validada por las Escrituras. Por consiguiente, rechazamos cualquier filosofía contemporánea, método de interpretación, o supuesta profecía o revelación moderna que altera o se opone a la naturaleza y el significado de «la fe encomendada una vez por todas a los santos» (Judas 3; 2 Pedro 1:20-21).
Los cristianos pentecostales nos acercamos con humildad a la revelación bíblica, pidiendo al Espíritu Santo que hable a través de ella, y que conforme nuestra voluntad y cosmovisión a ella. Concedemos la primacía absoluta a la revelación bíblica, y estamos seguros de que nos guiará a toda verdad. El grito de guerra de la Reforma del siglo XVI es también el nuestro: ¡Sola Scriptura! Por tanto, exhortamos a todo el mundo:
“¡Busquen las instrucciones y las enseñanzas de Dios! Quienes contradicen su palabra están en completa oscuridad.” (Isaías 8:20, NTV).

REFERENCIAS:
[1] Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios, Artículo 1.
[2] Normas Doctrinales de las Asambleas de Dios y otras Declaraciones. “La inspiración, inerrancia y autoridad de las Escrituras” (adoptada por el presbiterio general en sesión el 1 y 3 de agosto de 2015).
[3] Vern Poythress, “Modern Spiritual Gifts as Analogous to Apostolic Gifts: Affirming Extraordinary Works of the Spirit Within Cesssationist Theology,” en Journal of the Evangelical Theological Society 39/1 (Marzo, 1996): 85.
[4] Discurso de Martín Lutero ante la Dieta de Worms.