La perspectiva wesleyana del pecado original armoniza la sombría realidad de la depravación humana con el resplandor esperanzador de la gracia divina. Lejos de ser un destino inescapable, la corrupción heredada de Adán se presenta como el umbral de una transformación radical, donde la fe activa y la acción divina convergen para renovar la imagen de Dios en la humanidad.
Categoría: PECADO ORIGINAL
Elementos no bíblicos en el concepto agustiniano del pecado original
La doctrina del pecado original, formulada por Agustín de Hipona, se centra en la idea de que toda la humanidad, a partir de la desobediencia de Adán y Eva, hereda una naturaleza corrupta que la inclina al pecado y la aleja de Dios. San Agustín sostiene que el pecado original tiene su raíz en el libre albedrío de Adán, quien, al desobedecer a Dios, introdujo el pecado en el mundo. Este acto no solo afectó a Adán, sino que se transmitió a toda su descendencia, corrompiendo la naturaleza humana.
El pecado ancestral y sus efectos
En virtud de la ley de solidaridad de Adán con toda la humanidad, por ser su cabeza físico-jurídica, nos priva de los dones extraordinarios que Dios había concedido en un principio a Adán para que los comunicara a sus descendientes. Del mismo modo que entre Adán y sus descendientes hubiera existido solidaridad si hubiera sido fiel, del mismo modo existe también solidaridad en su rebeldía. El gran desastre del pecado de Adán fue que arrastró consigo a toda la naturaleza humana. De igual manera que si Adán se hubiese suicidado antes de tener hijos, hubiera privado de la vida a todo el género humano, así con su pecado nos priva de la gracia. Fue un suicidio espiritual por parte de Adán que nos impidió, a todos sus descendientes, nacer a la clase de vida originalmente diseñada por Dios para nosotros.
¿Llevamos nosotros la culpa del pecado de Adán? ¿Por qué debemos sufrir por ello?
Por dominante que el término pecado original se haya vuelto, puede ser una sorpresa para muchos, saber que era desconocido tanto en la Iglesia Oriental como la Occidental hasta la época de Agustín (354-430). El término aparece por primera vez en los escritos de Agustín. Anterior a esto los teólogos de la Iglesia primitiva usaron una terminología distinta que indicaba un modo distinto de pensar sobre el tema de la caída, sus secuelas y la respuesta de Dios. El término utilizado por los Padres griegos para describir la tragedia en el Jardín del Edén fue: pecado ancestral. Pecado ancestral tiene un significativo específico. La palabra griega para el pecado, en este caso (amartema) se refiere a un acto individual. Con ella los primeros cristianos asignaron responsabilidad por el pecado del Jardín sólo a Adán y a Eva. La palabra amartía, el término más común para el pecado significa literalmente “no dar en el blanco” y se usa en referencia a la condición común de la humanidad. La iglesia primitiva nunca habla del paso de la culpabilidad de Adán y Eva a sus descendientes, como hizo Agustín. Al contrario, se considera a cada individuo responsable sólo por la culpa de sus propios pecados. La pregunta que surge entonces es: ¿En qué consiste la herencia de Adán y Eva a la humanidad, si no es la culpa? En primer lugar, la muerte (1 Corintios 15:21). El hombre nace con el poder parasitario de la muerte dentro de sí. En segundo lugar, heredamos una naturaleza tendiente al pecado. Nuestra naturaleza, se hizo “enferma” por el pecado de Adán, nuestro padre. Entonces, no es la culpa lo que pasa a la humanidad sino la condición, la enfermedad llamada pecado.