Por Fernando E. Alvarado
Cada diciembre, mientras numerosas familias cristianas colocan el árbol en la sala de sus hogares, encienden sus luces y cuelgan las bolas de colores, suele aparecer la misma pregunta incómoda por parte de alguno que otro de sus consiervos también cristianos: «¿No saben que el árbol de Navidad es una tradición pagana? ¿No es esto un resto del paganismo germánico o romano?”. Esta pregunta, a menudo formulada con una mezcla de preocupación sincera y afán correctivo, abre un viejo debate dentro del cristianismo.
Tal acusación lleva siglos circulando —primero entre puritanos del siglo XVII, luego entre algunos protestantes rigoristas y hoy en ciertos círculos evangélicos y tradicionalistas— y siempre con el mismo argumento: “Los paganos ya adornaban árboles en el solsticio, así que los cristianos copiamos una fiesta idolátrica”. Pero dicha acusación no es exclusiva de estas corrientes cristianas. También la comparten, desde otros ángulos teológicos, los Testigos de Jehová —cuya cristología los sitúa fuera de la ortodoxia trinitaria— y ciertos movimientos judaizantes, los cuales privilegian la observancia de las fiestas mosaicas por encima de las tradiciones cristianas posteriores.
Tras años de escuchar esos mismos argumentos recurrentes —y con la certeza de que seguirán repitiéndose en muchas navidades futuras—, mi recorrido por las fuentes históricas y mi reflexión serena sobre las Escrituras me llevan a una conclusión: dicha crítica no se sostiene ante un análisis riguroso ni de la historia ni de la Biblia. El árbol de Navidad no es una costumbre pagana “maquillada” de cristianismo; es, al contrario, una de las tradiciones más genuinamente cristianas que tenemos, nacida en la Edad Media para enseñar a la gente sencilla el misterio de la Redención.

El árbol que nació en una obra de teatro sobre Adán y Eva
El uso simbólico del árbol en la liturgia cristiana se remonta al siglo XI en el norte de Europa, pero su forma más cercana al árbol de Navidad actual surge en el siglo XV-XVI en el ámbito de las representaciones teatrales medievales conocidas como Paradise Plays (obras del Paraíso). El 24 de diciembre, fiesta de Adán y Eva en el calendario litúrgico antiguo, se escenificaba la caída del hombre y la promesa del Redentor (Gn 3, 15). Para representar el árbol del conocimiento del bien y del mal se empleaba un pino o abeto adornado con manzanas rojas (símbolo del pecado) y hostias blancas o dulces que representaban la futura redención por Cristo). Este árbol, llamado Paradiesbaum (“árbol del Paraíso”), era el centro visual de la catequesis dramática. Cualquier persona del siglo XV que viera esa escena entendía inmediatamente que el árbol no era un símbolo pagano, sino un recordatorio vivo de que Cristo es el “nuevo Adán” (Rom 5, 14; 1 Cor 15, 22.45).
Cuando en el siglo XVI las autoridades civiles prohibieron en muchas ciudades alemanas las representaciones públicas de las Paradise Plays (por motivos de orden público), las familias cristianas comenzaron a llevar a sus casas ese mismo árbol simbólico el 24 de diciembre, conservando su significado teológico: el pecado de Adán es vencido por Cristo, el “nuevo Adán” (1 Cor 15, 45). Así, el árbol pasó del ámbito público-litúrgico al doméstico-devocional sin perder su contenido cristológico, apareciendo desde entonces en las vigilias de Navidad en las salas de las casas cristianas. Así, sin ningún decreto ni concilio, nació el árbol de Navidad tal como lo conocemos.
Martín Lutero y la leyenda del árbol de Navidad iluminado
Durante mucho tiempo se ha repetido que fue el propio Martín Lutero quien, en una noche de diciembre de 1520 o 1521, vio los rayos de la luna entre las ramas de los abetos nevados, quedó profundamente impresionado por la belleza de las estrellas brillando a través del ramaje y decidió cortar un pequeño abeto, lo llevó a casa y lo adornó con velas para mostrar a su esposa Catalina y a sus hijos la maravilla de la creación que anuncia a Cristo, «la luz verdadera que alumbra a todo hombre» (Jn 1, 9).
Esta hermosa historia aparece por primera vez impresa en 1836, casi tres siglos después de la muerte de Lutero, en un libro devocional alemán anónimo titulado Weihnachtsbuch. Desde entonces ha sido recogida y embellecida por innumerables autores, incluidos algunos de los más serios historiadores del siglo XIX.
Sin embargo, los investigadores contemporáneos más rigurosos coinciden en que no existe ningún documento del siglo XVI —ni carta, ni Tischreden, ni crónica coetánea— que atribuya a Lutero la invención o el primer uso de velas en un árbol de Navidad. El primer testimonio seguro de velas en un árbol doméstico data de 1660 en Estrasburgo, y la costumbre de iluminarlo con muchas velas pequeñas se generaliza solo a partir de finales del siglo XVII (Brunner, 1954; Perry, 2010).
Esto no significa que Lutero estuviera ajeno al simbolismo del abeto siempre verde. En sus predicaciones navideñas insistía repetidamente en que la creación entera celebra el nacimiento del Salvador: «Los mismos árboles del bosque se alegran y aplauden con sus ramas cuando nace el Niño Jesús» (Sermón de Navidad de 1531, WA 34/2, p. 498). Y en una homilía de 1538 llegó a decir que los árboles que permanecen verdes en invierno son «una predicación silenciosa de la vida eterna que Cristo nos ha traído».
Por tanto, aunque la anécdota de las velas probablemente sea una leyenda piadosa del siglo XIX, refleja fielmente el espíritu de Lutero: un hombre que veía en toda la creación un reflejo de la gloria del Redentor y que animaba a los padres cristianos a usar imágenes, cantos y símbolos visibles para enseñar el evangelio a los niños.

Los primeros testimonios escritos sobre el árbol de Navidad: no son de druidas ni paganos, sino de madres cristianas
La costumbre del árbol de Navidad surge exactamente en el mismo tiempo y lugar en que la Reforma se estaba consolidando: la Alemania evangélica del siglo XVI (Alsacia, Suabia, el Rin y Westfalia). No nace en Roma ni en los monasterios medievales, sino en hogares luteranos y reformados que querían enseñar el evangelio a sus hijos de forma visual y memorable.
Un testimonio protestante precioso lo ofrece el pastor luterano Johannes Colerus en 1605:
“En las casas de los cristianos evangélicos de nuestra ciudad [Estrasburgo] se acostumbra en la santa noche de Navidad colocar un abeto en la sala principal y adornarlo con manzanas, dulces y papelitos con versículos bíblicos. Los niños aprenden así que Cristo vino a deshacer la obra del primer Adán” (Colerus, citado en Perry, 2010, p. 127).
Obsérvese que el propio pastor lo presenta como una herramienta didáctica evangélica, no como una reliquia católica (como algunos sugieren acerca del árbol de Navidad). En una época sin libros ilustrados ni escuelas dominicales, los padres luteranos y reformados usaban el árbol para enseñar tres verdades centrales del evangelio:
- Las manzanas rojas → el pecado de Adán (Romanos 5:12).
- Las luces o velas → Cristo, la Luz del mundo que vence las tinieblas del pecado (Juan 8:12; 1:4-5).
- La estrella o el ángel en la punta → la promesa cumplida en Belén y la segunda venida (Apocalipsis 22:16; Mateo 2:2).
Muchos árboles del siglo XVI y XVII llevaban también papelitos con versículos escritos a mano: Romanos 6:23, Gálatas 4:4-5, 1 Corintios 15:22. Eso no es sincretismo; eso es pura predicación del evangelio con medios visuales, exactamente lo mismo que hacía Lutero con sus grabados y sus himnos. Los testimonios protestantes del siglo XVII y XVIII confirman la función didáctica que los primeros protestantes le concedían al árbol de navidad:
- 1643 – Un pastor luterano de Riga escribe: “Nuestros árboles de Navidad son un sermón mudo sobre Romanos 5” (citado en Brunner & Brunner-Knispel, 1986).
- 1737 – En Pensilvania alemana (menonitas y luteranos): los diarios de los moravos registran árboles adornados con versículos bíblicos y velas (Fogel, 1998).
- 1770 – Johann Hinrich Wichern, pastor luterano alemán, inventa la corona de Adviento con velas y luego adapta el árbol con 24 velas pequeñas para contar los días hasta Navidad. Wichern era un evangélico pietista convencido, fundador de la misión interior alemana.
El primer testimonio escrito de un árbol de Navidad en el sentido moderno data de 1605 en Estrasburgo:
“Auf Weihnachten richtet man Dannenbäume zu Straßburg in den Stuben auf… daran henket man Rosen aus vielfarbigen Papier geschnitten, Äpfel, Oblaten, Zischgold, Zucker etc.” (Traducción: “En Navidad se levantan árboles de abeto en las casas de Estrasburgo… y se cuelgan rosas de papel de colores, manzanas, hostias, oro fino, azúcar, etc.”) (Citado en Brunner, 1954, p. 47).
Nótese que no se habla de sacerdotes paganos ni de ritos secretos: se habla de familias alsacianas, protestantes, que seguían haciendo en casa lo que antes se hacía en la plaza. Otro testimonio precioso es el de una noble suaba en 1611:
“En Navidad hacemos traer un abeto al salón, lo adornamos con manzanas, nueces doradas y papel recortado; los niños bailan alrededor y cantan villancicos; luego se les permite coger los dulces. Es una hermosa costumbre que recuerda el árbol del Paraíso” (Baronesa von Berlichingen, diario familiar).
La evidencia es elocuente: para 1611, una familia laica protestante de origen alemán ya había consignado por escrito el significado teológico de la decoración. Lejos de ser un resabio pagano, el relato muestra una intencionalidad clara: se trataba de pura pedagogía cristiana popular.
Y el alcance de esta poderosa tradición estaba destinado a traspasar las fronteras alemanas e incluso del protestantismo. Aunque la costumbre se extendió lentamente, ya en el siglo XVIII estaba arraigada en toda Alemania y Austria, incluso fuera del protestantismo, pues a partir del siglo XVII, la tradición luterana del árbol de navidad se extendió a las familias católicas de Alemania y Austria sin ninguna condena por parte de la jerarquía. En el s. XX el uso del árbol de Navidad se extendió por el mundo entero. Y aunque muchos aún creen que el árbol de Navidad es una creación católica introducida en el protestantismo, la verdad es todo lo contrario: fue el catolicismo quien imitó esta práctica luterana. De hecho, el primer árbol de Navidad documentado en el Vaticano fue colocado apenas en 1982 por Juan Pablo II, aunque ya Pío XII había aceptado árboles navideños en audiencias públicas durante su pontificado.

Jeremías 10:2-4 y la acusación de idolatría
Contrario a lo que ocurre actualmente en algunas iglesias evangélicas ultraconservadoras, sectas semi-arrianas y judaizantes modernos, ningún teólogo reformado del siglo XVI o XVII condenó el árbol de Navidad. Las primeras condenas vienen de puritanos ingleses y escoceses del siglo XVII, debido a la creencia errónea de que la Navidad en sí era una fiesta “papista” (argumento que aún hoy usan muchos, pero que se ha probado ser falso) o basados en una interpretación errónea de Jeremías 10:2-4:
“No aprendáis el camino de las naciones… Porque las costumbres de los pueblos son vanidad; pues cortan un árbol del bosque… lo adornan con plata y oro; con clavos y martillo lo afirman para que no se mueva”.
Sin embargo, un examen serio del contexto literario, del vocabulario hebreo, del trasfondo cultural y de la historia de la interpretación demuestra que tal aplicación es un anacronismo exegético insostenible.
Jeremías 10 forma parte de una sección mayor (capítulos 7–10) que denuncia la idolatría de Judá en los años previos al exilio babilónico (ca. 605-597 a.C.). El capítulo 10 contrasta al Dios vivo (vv. 6-16) con los ídolos muertos de las naciones (vv. 1-5, 8-9, 11, 14-15).
Los versículos 2-5 constituyen una unidad poética clara:
- v. 2 – advertencia contra las prácticas astrológicas babilónicas
- vv. 3-5 – descripción sarcástica del proceso completo de fabricación de un ídolo
- v. 5b – conclusión irónica: «no hablan… hay que llevarlos porque no pueden andar»
El paralelo más cercano en el Antiguo Testamento es Isaías 44:9-20, que también ridiculiza todo el proceso: cortar el leño → tallarlo → revestirlo de metal → postrarse ante él. El propósito es mostrar la absurdidad de la idolatría.
Ninguna de estas palabras aparece jamás en la Biblia hebrea para describir un árbol vivo plantado o colocado en una casa. El verbo clave es קָצַץ (qāṣaṣ / qāṣaḇ) “cortar para tallar”, no כָרַת (kārat) “cortar un árbol para trasladarlo entero”.
Los versículos 8-9 completan la descripción:
«…el leño es doctrina de vanidades. Traen plata batida de Tarsis y oro de Ufaz, obra del artífice y de manos del fundidor; vestiduras de azul y púrpura les ponen; obra de peritos es todo».
Se trata claramente de una estatua de madera recubierta de láminas de plata y oro y vestida con telas costosas, exactamente como los arqueólogos han encontrado en templos asirios y babilónicos del siglo VII-VI a.C. (Parrot, 1961; Keel, 1997).
Un análisis diacrónico de la exégesis de Jeremías 10 arroja luz sobre esta cuestión. Sería un anacronismo interpretativo presumir que todas las generaciones cristianas previas leyeron este pasaje como una referenci al árbol de Navidad. Para evitar este error, es pertinente recorder que:
- Los Padres de la Iglesia (siglo II–V): nunca aplicaron este texto a adornos navideños (ni siquiera existían).
- Los reformadores del siglo XVI (Lutero, Melanchthon, Calvino, Bullinger): ninguno lo usó contra los árboles o adornos navideños. Philipp Melanchthon (1497-1560), colaborador directo de Lutero, escribió en 1550 que “los árboles adornados en las casas cristianas en Navidad no son ídolos sino recordatorios de la obra redentora de Cristo” (citado en Nissenbaum, 1996, p. 34). Heinrich Bullinger (1504-1575), sucesor de Zwinglio en Zúrich, defendió en 1560 el uso moderado de adornos navideños “siempre que se haga con libertad cristiana y sin superstición” (Bullinger, Decades, IV, sermón 10).
- El primer uso documentado contra el árbol de Navidad: 1659, en un panfleto puritano inglés anónimo (Durston, 1985).
- Los teólogos puritanos moderados (Richard Baxter, Increase Mather) reconocieron que el texto se refiere a ídolos, no a costumbres domésticas (Baxter, 1673).
El prestigioso comentarista luterano del siglo XIX C. F. Keil (probablemente el mayor experto en Jeremías de su tiempo) escribió:
«El intento de aplicar Jer. 10:3s a los árboles de Navidad es un ejemplo clásico de exégesis arbitraria y anacrónica» (Keil & Delitzsch, 1866-1891, Commentary on the Old Testament, vol. 8, p. 194).
El reformado John Gill (1697-1771), muy estricto en cuestiones de idolatría, comentó:
«Esto no tiene nada que ver con los árboles que los cristianos colocan en sus casas en tiempo de Navidad, pues no los adoran ni les rinden culto» (Gill’s Exposition, ad loc.).
El consenso es unánime: Jeremías 10 nos habla claramente de la fabricación de ídolos tallados, no de árboles de Navidad (v. 8-9 continúa describiendo cómo el artesano lo recubre de oro y le pone ropa púrpura). Visto exegéticamente, Jeremías 10:2-4 describe con ironía profética el proceso completo de fabricación de un ídolo pagano del siglo VII a.C.: cortar madera → tallarla → recubrirla de metales preciosos → vestirla → fijarla con clavos para que no caiga → temerla como si tuviera poder.
Un árbol de Navidad:
- no es tallado ni convertido en imagen
- no se le rinde culto
- no se le atribuye poder
- no se le viste ni se le lamina con oro
- no se fija con martillo y clavos para evitar que se caiga
Por tanto, aplicar este texto al árbol de Navidad constituye una violación de los principios básicos de interpretación histórica-gramatical que los propios reformadores defendieron.

¿Y los famosos “cultos paganos al árbol”?
Vamos con las acusaciones una por una, porque merecen respuesta clara. Las críticas más comunes alegan que el árbol de Navidad deriva de:
- Los cultos germánicos al roble de Donar/Thor
- Las decoraciones romanas de las Saturnalia o Kalendae Ianuariae
- El árbol Yggdrasil de la mitología nórdica
Sin embargo, ninguna de estas tesis resiste el análisis histórico:
- El roble de Thor. Sí, los germanos veneraban robles, no abetos. El roble sagrado germánico era precisamente el árbol que San Bonifacio derribó en Geismar (Hesse) en el siglo VIII para demostrar la impotencia de los dioses paganos y plantó en su lugar un abeto, símbolo de Cristo (“el árbol que siempre permanece verde”). La leyenda, aunque tardía, muestra que ya en la alta Edad Media el abeto era percibido como símbolo cristiano frente al roble pagano (Lehner & Lehner, 1972).
- Las Saturnales romanas. Las decoraciones romanas de las Saturnalia o Kalendae Ianuariae usaban ramas de laurel, acebo y muérdago, nunca árboles enteros dentro de las casas. No existe ningún texto romano o germánico precristiano que describa un árbol de hoja perenne decorado y colocado en el interior durante el solsticio de invierno (Schneider, 1958). No existe ni un solo texto latino ni una sola imagen arqueológica que muestre un “árbol de Saturnales”.
- El Yggdrasil nórdico. El Yggdrasil es un fresno cosmológico, no un árbol decorado ni asociado al invierno, mucho menos un abeto navideño. No hay continuidad ritual entre la mitología nórdica y la costumbre alsaciana del siglo XVI. Además, la costumbre del árbol de Navidad nace en la región del Rin y Alsacia, zona romanizada y cristianizada desde el siglo IV, muy lejos de las zonas vikingas. El Yggdrasil es un fresno cosmológico,
Como resume con mucha claridad Francis X. Weiser, uno de los mayores expertos del siglo XX en liturgia navideña:
“No hay la más mínima evidencia histórica de que el árbol de Navidad derive del culto pagano a los árboles. Es un producto genuino de la piedad cristiana medieval tardía” (Weiser, 1952, p. 112).
Una conclusión pastoral desde el corazón
Queridos hermanos: el árbol de Navidad no necesita ser “justificado” ante la Escritura porque nunca la contradijo. Es una tradición nacida en hogares evangélicos del siglo XVI para proclamar que “por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos” (1 Cor 15:21). No, el árbol de Navidad tampoco necesita ser “purificado” porque nunca fue pagano. Nació cristiano, creció cristiano y sigue siendo una de las formas más bellas que ha encontrado el pueblo de Dios para contar a sus niños la historia más grande jamás contada.
Si en tu casa pones un árbol este año, hazlo con libertad cristiana (Romanos 14:5-6). Ponle luces y recuerda que Cristo es la Luz. Ponle una estrella y recuerda la promesa. Y si puedes, cuelga algunos papelitos con versículos, como hacían nuestros antepasados en la fe protestante. Porque, al fin y al cabo, un árbol bien explicado es un sermón que dura todo el Adviento.
Que esta Navidad, al contemplarlo, podamos repetir con el salmista: “¡Qué magníficas son tus obras, Señor; todo lo hiciste con sabiduría!” (Sal 104, 24).

Bibliografía
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