Por Fernando E. Alvarado
Uno de nuestros lectores nos preguntó:
La recurrente fórmula paulina «al judío primeramente, y también al griego» (πρῶτον Ἰουδαίῳ εἶτε καὶ Ἕλληνι), atestiguada en pasajes clave como Romanos 1:16 y 2:9-10, plantea una cuestión teológica fundamental: Si la era de la gracia, proclamada por Pablo, establece una radical igualdad sotereológica ante Dios —donde «no hay distinción» (Romanos 3:22, 10:12) entre judíos y gentiles en cuanto al acceso a la justificación por la fe—, ¿cómo se ha de interpretar esta persistente prioridad otorgada al pueblo judío? ¿por qué el apóstol Pablo insiste en que es «para el judío primeramente, y también para el griego»? ¿No da esto la impresión de que Dios, incluso en esta nueva era, mantiene un trato preferencial hacia Israel, lo cual parece contradecir la naturaleza universal e imparcial de la gracia?

Nuestra respuesta:
¡Excelente pregunta¡ La frase “al judío primeramente, y también al griego” (por ejemplo en Romanos 1:16 y 2:9–10) expresa una clave teológica fundamental en el pensamiento del apóstol Pablo: el orden histórico y redentivo en el plan de salvación de Dios, sin que ello implique favoritismo, sino prioridad en la revelación. Pablo entendía que Dios reveló su plan de redención progresivamente, comenzando con Israel. Los judíos recibieron primero los pactos, la Ley, los profetas y las promesas mesiánicas (Romanos 3:1–2; 9:4–5). Por eso, cuando Pablo dice “al judío primeramente”, reconoce que el Evangelio no es una ruptura con la historia de Israel, sino su cumplimiento. Cristo vino como “el cumplimiento de las promesas hechas a los padres” (Romanos 15:8).
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16, RVR60).
El “primeramente” no significa exclusión, sino precedencia en el orden de la revelación: el Evangelio fue anunciado primero al pueblo del pacto, y luego extendido universalmente. Dios había prometido bendecir a todas las naciones a través de Abraham (Génesis 12:3), pero esa bendición debía comenzar con su descendencia. Pablo reafirma que el Evangelio no invalida las promesas hechas a Israel, sino que las cumple (Romanos 11:1–5). Por tanto, al predicar primero a los judíos, Pablo reconocía la fidelidad de Dios a su palabra y mostraba que el Evangelio era la continuación legítima del plan de salvación revelado en el Antiguo Testamento.
“A vosotros primeramente Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese” (Hechos 3:26).
Jesús mismo había dicho: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). En el libro de los Hechos, se ve que Pablo seguía ese mismo patrón misionero: cada vez que llegaba a una ciudad, predicaba primero en la sinagoga, y después a los gentiles (Hechos 13:46; 17:1–4). Esto respondía a un principio de justicia y de coherencia misionera: el pueblo que había recibido las Escrituras debía ser el primero en escuchar la proclamación de su cumplimiento en Cristo. La segunda parte de la fórmula —“y también al griego”— revela que el Evangelio no es propiedad exclusiva de Israel. Una vez cumplida la prioridad histórica, la salvación se ofrece a todos en igualdad de condiciones. En Cristo ya no hay distinción entre judío y gentil (Gálatas 3:28), pero el orden del anuncio recuerda la raíz judía del Evangelio. El teólogo N. T. Wright comenta que esta frase expresa el “movimiento del Evangelio desde el centro de la historia del pacto hacia su cumplimiento universal” (Wright, Paul and the Faithfulness of God, 2013, p. 845).
Finalmente, Pablo usaba esta fórmula para subrayar una verdad teológica doble: En primer lugar, continuidad (Dios sigue siendo el Dios de Israel y cumple sus promesas); en segundo lugar, universalidad (en Cristo, la salvación trasciende toda frontera étnica, cultural o religiosa). Como explica F. F. Bruce, “el Evangelio fue anunciado primero a los judíos no porque fueran más dignos, sino porque de entre ellos provenía el Mesías que trae la salvación para todos” (The Epistle to the Romans, 1985, p. 79). Así pues, la expresión “al judío primeramente, y también al griego” resume la economía divina de la salvación:
- Dios escogió a Israel como depositario de su revelación.
- Cumplió sus promesas en Cristo, el Mesías judío.
- Extiende ahora esa salvación a todos los pueblos sin distinción.
Es, en otras palabras, una fórmula de orden teológico, no de favoritismo, que honra la fidelidad de Dios a la historia de la redención y la universalidad del Evangelio.

Bibliografía
Bruce, F. F. (1985). The Epistle to the Romans: An Introduction and Commentary. Eerdmans Publishing.
Wright, N. T. (2013). Paul and the Faithfulness of God. Fortress Press.
La Biblia. (1960). Santa Biblia: Reina-Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas.