Por Fernando E. Alvarado
La Epístola de Judas, una de las cartas más concisas del Nuevo Testamento, constituye un texto de profunda relevancia teológica y pastoral, atribuido tradicionalmente a Judas, identificado como medio hermano de Jesús y hermano de Santiago (cfr. Mateo 13:55; Marcos 6:3). Escrita probablemente en el contexto de las comunidades cristianas del siglo I, esta epístola se dirige a creyentes enfrentados a la amenaza de falsas enseñanzas que ponían en riesgo la integridad de la fe. Con un tono exhortativo y apologético, Judas urge a sus lectores a «contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos» (Judas 1:3), en respuesta a la infiltración de herejías, particularmente aquellas asociadas con la negación de la autoridad de Cristo y la promoción de conductas inmorales.
La Epístola de Judas ofrece una rica perspectiva sobre la doctrina trinitaria, presentando al Padre, al Hijo (Jesucristo) y al Espíritu Santo como personas divinas distintas, pero intrínsecamente unidas en la obra redentora y en la preservación de la fe cristiana. A través de su estructura compacta, referencias al Antiguo Testamento y alusiones a tradiciones judías apocalípticas, Judas combina advertencia, instrucción y consuelo, exhortando a los creyentes a permanecer firmes en la verdad revelada y a confiar en la acción conjunta de las tres personas divinas para su salvación y perseverancia. Esta articulación trinitaria no solo refuerza la ortodoxia cristiana frente a las desviaciones doctrinales, sino que también desafía directamente las posturas de la unicidad, que niegan la distinción personal dentro de la Deidad.

La distinción de Personas Divinas en Judas 1
En el versículo inicial de la Epístola, Judas se presenta como “siervo de Jesucristo y hermano de Jacobo” y escribe a los “llamados, amados en Dios Padre y guardados por Jesucristo” (Judas 1). Este saludo establece una clara distinción entre Dios Padre y Jesucristo, presentándolos como dos personas divinas con roles complementarios en la salvación. Los creyentes son “amados en Dios Padre,” lo que indica la relación paterna y amorosa del Padre, mientras que son “guardados por Jesucristo”, destacando el papel mediador y protector del Hijo. La identificación de Judas de estas dos personas divinas en el contexto de la salvación establece un fundamento trinitario que permea toda la epístola (Erickson, 2001, p. 358).

El Padre y el Hijo en Judas 4-5
En los versículos 4 y 5 de la epístola de Judas, se emite una advertencia contundente contra los falsos maestros que, según el texto, “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Dios, el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4). Esta declaración no solo subraya la gravedad de las enseñanzas heréticas que pervierten la gracia divina, sino que también pone de manifiesto una distinción teológica fundamental entre el Padre y el Hijo, al identificar a ambos con roles soberanos en el contexto de la redención. La mención conjunta de “Dios, el único soberano” y “nuestro Señor Jesucristo” refleja una comprensión teológica que armoniza la distinción personal entre las figuras divinas con la unidad de propósito en el plan redentor, un tema recurrente en la teología del Nuevo Testamento (Grudem, 1994, p. 251).
La distinción entre el Padre y el Hijo, implícita en el texto, encuentra eco en otros pasajes bíblicos que articulan la colaboración entre ambas personas divinas en la historia de la salvación. Por ejemplo, el Antiguo Testamento presenta al Padre como la fuente de la autoridad soberana (cf. Deuteronomio 6:4), mientras que el Nuevo Testamento asigna al Hijo un papel activo y soberano en la redención y el juicio (Juan 5:22; Hebreos 1:3). Judas, al vincular a ambos en su advertencia, no solo reafirma esta distinción personal, sino que también enfatiza su cooperación funcional, lo que plantea un desafío directo a las interpretaciones teológicas que rechazan la distinción de personas dentro de la deidad, como el unicitarismo. Estas perspectivas, al negar la pluralidad de personas en la divinidad, no logran explicar de manera adecuada cómo Judas puede atribuir simultáneamente roles soberanos al Padre y al Hijo sin comprometer la unidad esencial de Dios.

El Papel del Espíritu Santo en Judas 17-21
En los versículos 17 al 21, Judas exhorta a los creyentes a permanecer en la fe, orando “en el Espíritu Santo” (Judas 20) y manteniéndose “en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo” (Judas 21). Esta tríada —oración en el Espíritu, amor del Padre y esperanza en el Hijo— refleja una comprensión trinitaria de la vida cristiana. La mención explícita del Espíritu Santo como el medio para la oración destaca su papel activo y distinto, en contraste con la unicidad, que a menudo reduce al Espíritu a una fuerza impersonal o a una manifestación del mismo Dios. Como señala Frame, el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento es presentado como una persona divina que intercede y capacita a los creyentes, distinta del Padre y del Hijo (Frame, 2013, p. 479). La estructura de estos versículos sugiere que Judas entendía la interacción de las tres personas divinas en la vida del creyente, refutando la idea de una sola persona divina que asume diferentes roles. La doctrina de la unicidad, en cambio, colapsa estas distinciones en una sola persona, lo que resulta incompatible con la evidencia bíblica de relaciones interpersonales dentro de la Deidad (Letham, 2004, p. 182). La claridad con la que Judas presenta estas distinciones refuerza la ortodoxia trinitaria y desafía las interpretaciones unitarias.

La carta de Judas no apoya la unicidad
A pesar de su brevedad, Judas nos ofrece un testimonio poderoso de la doctrina trinitaria. Judas distingue claramente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, asignándoles roles específicos pero complementarios en la salvación y la vida cristiana. La epístola de Judas, por tanto, ofrece una contribución significativa a la teología trinitaria incipiente del cristianismo primitivo. Al presentar al Padre y al Hijo como agentes distintos pero coordinados en el propósito redentor, el texto refleja una comprensión teológica que equilibra cuidadosamente la distinción de personas con la unicidad de la esencia divina. Esta armonización no solo sirve como un correctivo frente a las enseñanzas heréticas de los falsos maestros, sino que también proporciona un marco para comprender la complejidad de la relación intratrinitaria.

Bibliografía:
- Erickson, Millard J. Teología Sistemática. Miami: Editorial Vida, 2001.
- Frame, John M. The Doctrine of God. Phillipsburg: P&R Publishing, 2013.
- Grudem, Wayne. Teología Sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica. Grand Rapids: Zondervan, 1994.
- Letham, Robert. The Holy Trinity: In Scripture, History, Theology, and Worship. Phillipsburg: P&R Publishing, 2004.