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La Imago Dei y la dignidad humana: Una crítica al pesimismo antropológico excesivo de algunos sistemas teológicos de origen agustiniano

Por Fernando E. Alvarado

Una soteriología defectuosa, impregnada de un pesimismo antropológico excesivo, distorsiona irremediablemente nuestra comprensión de la naturaleza humana y su relación con Dios. Ciertos sistemas afines a la tradición agustiniana, con su énfasis excesivo en la depravación total, han llevado a muchos a internalizar una visión del ser humano como un ente vil, un «gusano», una «escoria de la creación», un «trapo de inmundicia» (Isaías 64:6). Esta perspectiva, aunque pretende exaltar la gracia divina, termina menoscabando la doctrina bíblica de la Imago Dei, que afirma la dignidad inherente del ser humano como portador de la imagen de Dios. Lejos de ser una mera reliquia teológica, esta distorsión tiene consecuencias profundas: al degradar al hombre, olvidamos que Dios mismo nos creó con un valor intrínseco, reflejado en nuestra capacidad para reflejar Sus atributos, aun en nuestra condición caída. No es necesario menospreciar la humanidad para magnificar la gracia divina; tal dicotomía es innecesaria y, en última instancia, antibíblica (Grudem, 1994, p. 442).

La doctrina de la Imago Dei establece que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). Esta afirmación no es un mero detalle cosmológico, sino el fundamento teológico de la dignidad humana. A diferencia de cualquier otra criatura, el hombre refleja los atributos divinos: racionalidad, voluntad, creatividad, capacidad relacional y responsabilidad moral. Aunque el pecado ha empañado esta imagen (Romanos 3:23), no la ha aniquilado. La Biblia es clara al afirmar que, incluso después de la caída, el ser humano conserva la Imago Dei. Por ejemplo, Génesis 9:6 establece que el asesinato es un delito grave precisamente porque el hombre sigue siendo portador de la imagen divina: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre». De manera similar, Santiago 3:9 advierte contra maldecir a los demás, ya que están «hechos a la imagen de Dios». Estos pasajes demuestran que la Imago Dei no es una cualidad perdida, sino una realidad persistente que define la esencia humana, incluso en un estado de pecado (Berkhof, 1941, p. 202).

La tradición agustiniana (y la mayoría de subsistemas teológicos derivados de ella), sin embargo, tiende a minimizar esta verdad en favor de una antropología hiperpesimista. Al insistir en que el hombre es incapaz de cualquier bien, se ignora que la bondad intrínseca del ser humano —aunque limitada y manchada por el pecado— deriva de su origen divino. La Imago Dei no es un mérito humano, sino un regalo de Dios, y reconocerla no equivale a glorificar al hombre, sino a alabar al Creador que lo diseñó. Como señala el Salmo 8:5, Dios coronó al hombre «con gloria y honra», haciéndolo «un poco menor que los ángeles». Este pasaje no describe a un gusano despreciable, sino a un ser elevado por la gracia divina, investido de dignidad y propósito.

¿Desprecia Dios las buenas obras de los no regenerados? ¿Son los no regenerados incapaces de desear a Dios?

Es innegable que la salvación es por gracia mediante la fe, no por obras (Efesios 2:8-9). Las Escrituras son categóricas: ninguna acción humana, ya sea de regenerados o no regenerados, posee valor salvífico intrínseco. Sin embargo, afirmar que el hombre carece absolutamente de bondad es una extrapolación teológica que contradice la enseñanza bíblica. La idea de que Dios desprecia las buenas obras de los no regenerados por el mero hecho de su condición espiritual es insostenible a la luz de las Escrituras. Dios, en Su soberanía, reconoce y valora las acciones que reflejan Su imagen, incluso en aquellos que aún no han sido redimidos.

Un ejemplo paradigmático es Cornelio, el centurión romano descrito en Hechos 10:2-4. Cornelio es presentado como «piadoso y temeroso de Dios, que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba a Dios siempre» (Hechos 10:2). Sus oraciones y limosnas «subieron para memoria delante de Dios» (Hechos 10:4), lo que desencadenó un encuentro divino con Pedro, quien le predicó el evangelio (Hechos 10:34-48). Este pasaje no sugiere que las obras de Cornelio lo justificaran ante Dios; la salvación de Cornelio fue por gracia, no por mérito propio. Sin embargo, sus acciones reflejan una apertura espiritual que Dios, en Su soberanía, utilizó para guiarlo hacia la fe en Cristo. Este caso demuestra que Dios no solo ve las obras de los no regenerados, sino que puede emplearlas como parte de Su plan redentor (Carson, 1994, p. 368).

Otro ejemplo significativo es el de Jehú, quien ejecutó el juicio divino contra la casa de Acab (2 Reyes 10:30). Aunque Jehú no fue un modelo de piedad, Dios reconoció su obediencia parcial: «Por cuanto has hecho bien ejecutando lo recto delante de mis ojos […] tus hijos se sentarán sobre el trono de Israel hasta la cuarta generación». Este reconocimiento divino no implica que Jehú fuera justificado por sus obras, sino que Dios valora las acciones que, aun en un contexto no redentor, se alinean con Su voluntad. De manera similar, en 1 Reyes 14:13, Dios distingue a Abías, el hijo de Jeroboam, declarando que «solo en él se ha hallado algo bueno para con Jehová, Dios de Israel». A diferencia del resto de la casa de Jeroboam, Abías muere en paz, evitando el juicio que cae sobre su familia. Estos ejemplos bíblicos demuestran que Dios puede encontrar bondad en el hombre, no como un mérito salvífico, sino como un reflejo de la Imago Dei que Él mismo otorgó (Walvoord & Zuck, 1985, p. 512).

Crítica a la antropología agustiniana

La antropología agustiniana (en sus numerosas versiones modernas), con su énfasis excesivo en la depravación total, cae en el error de reducir al ser humano a un estado de absoluta miseria moral. Esta perspectiva, aunque busca resaltar la dependencia del hombre de la gracia divina, termina negando la capacidad del ser humano para reflejar, aunque sea de manera imperfecta, los atributos de Dios. El agustiniano teme que reconocer cualquier bondad en el hombre equivalga a robarle la gloria a Dios, pero este temor es infundado. La bondad humana, por limitada que sea, no es un mérito propio, sino un vestigio de la imagen divina. Como declara el Salmo 139:14, somos «hechos de modo formidable y maravilloso». Negar esto es negar la obra creadora de Dios (Erickson, 2013, p. 532).

La insistencia en que el hombre es incapaz de cualquier bien lleva a una teología desequilibrada que subestima la soberanía de Dios. Si Dios es capaz de obrar a través de un pagano como Ciro, a quien llama «mi pastor» (Isaías 44:28), o de usar las acciones de un centurión romano como Cornelio para avanzar Su plan redentor, entonces es evidente que Dios no está limitado por la condición espiritual del individuo. La bondad humana, aunque insuficiente para la salvación, no es invisible a los ojos de Dios. Al contrario, es un testimonio de Su creación y un medio por el cual Él puede obrar para cumplir Sus propósitos (Grudem, 1994, p. 657).

Una soteriología que degrade al ser humano hasta el punto de negar la Imago Dei no solo distorsiona nuestra antropología, sino que también limita nuestra comprensión de la gracia y la soberanía de Dios. La Biblia afirma que el hombre, aunque caído, sigue siendo portador de la imagen divina, y esta imagen se manifiesta en su capacidad para reflejar, aunque sea imperfectamente, los atributos de Dios. Las obras humanas, aunque desprovistas de valor salvífico, no son despreciadas por Dios; al contrario, Él las reconoce y, en Su soberanía, las utiliza para Sus propósitos redentores. La narrativa bíblica nos invita a celebrar la dignidad humana como un regalo divino, sin caer en el error de atribuirle méritos salvíficos. La gloria siempre pertenece a Dios, no porque el hombre sea un gusano, sino porque el hombre, aun en su imperfección, es una obra maestra de Su creación (Berkhof, 1941, p. 204).

Referencias:

  • Berkhof, L. (1941). Systematic theology. Eerdmans Publishing.
  • Carson, D. A. (1994). New Bible commentary: 21st century edition. InterVarsity Press.
  • Erickson, M. J. (2013). Christian theology (3rd ed.). Baker Academic.
  • Grudem, W. (1994). Systematic theology: An introduction to biblical doctrine. Zondervan.
  • Walvoord, J. F., & Zuck, R. B. (1985). The Bible knowledge commentary: Old Testament. Victor Books.

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