Arminianismo Clásico, Arminianismo Reformado, Arminianismo Wesleyano, Calvinismo, Expiación de Cristo, Expiación Vicaria, Soteriología

La Expiación Ilimitada en el arminianismo: Un Dios de amor para todos

Por Fernando E. Alvarado.

La doctrina de la expiación ilimitada, central en el pensamiento arminiano, sostiene que la muerte de Cristo en la cruz fue suficiente y eficaz para todos los seres humanos, no solo para un grupo selecto. Esta postura subraya el amor de Dios y su deseo de salvación para toda la humanidad. La Remonstrancia de 1610, un documento clave para la tradición arminiana, sostiene firmemente la doctrina de la expiación ilimitada, en clara oposición a la enseñanza calvinista de la expiación limitada. El segundo artículo de la Remonstrancia establece que Cristo murió por todos los seres humanos, lo que implica que la oferta de salvación es universal, aunque condicionada a la fe. Esta enseñanza refleja la creencia de que el sacrificio de Cristo fue hecho por toda la humanidad, pero solo aquellos que creen y perseveran en la fe recibirán los beneficios de esa redención.

El segundo artículo de la Remonstrancia afirma explícitamente: «Jesucristo, el Salvador del mundo, murió por todos los hombres y por cada uno de ellos, de tal manera que ha obtenido para todos, mediante su muerte en la cruz, redención y el perdón de los pecados; de manera que nadie queda excluido de la redención, sino solo aquellos que, por la incredulidad, rechazan los dones obtenidos para ellos por Jesucristo».[1] Esta declaración destaca el corazón inclusivo de la expiación, que no se limita a los elegidos, sino que está disponible para todos. Sin embargo, la clave está en la respuesta de fe: el sacrificio de Cristo tiene la capacidad de salvar a todos, pero su aplicación depende de la aceptación por parte de cada persona.

El enfoque arminiano nos recuerda la profundidad y amplitud del amor redentor de Dios. Dios «quiere que todos sean salvos» (1 Timoteo 2:4), una afirmación que se alinea perfectamente con la enseñanza de que Cristo murió por todos. En contraste con el calvinismo, que limita la expiación a los elegidos, el arminianismo sostiene que Cristo vino a salvar a toda la humanidad. Su sacrificio tiene valor infinito y, aunque su eficacia se actualiza solo en aquellos que creen, la oferta sigue siendo válida para todos, sin exclusiones.[2]

Además, el arminianismo apela a la justicia divina al enfatizar que sería inconsistente con el carácter justo y amoroso de Dios proporcionar salvación solo a algunos y excluir a otros sin ofrecerles la oportunidad de creer. En lugar de esto, Dios extiende su gracia a toda la humanidad, y cada individuo es responsable de su decisión ante esa gracia. Este enfoque es profundamente pastoral, ya que subraya la responsabilidad humana sin negar la soberanía divina. Al final, se nos presenta una salvación que es tanto accesible como justa, porque todos tienen la oportunidad de recibirla.[3]

En este sentido, la expiación ilimitada enseñada en el arminianismo no solo es bíblica, sino que también es profundamente humana y ética. Nos invita a una relación personal con Cristo, donde cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de responder al amor que nos fue demostrado en la cruz. Como arminianos, podemos proclamar con confianza que la gracia de Dios está disponible para todos y que su sacrificio no conoce fronteras. El sacrificio de Cristo es suficiente para redimir a toda la humanidad, y en eso encontramos consuelo, esperanza y una base firme para nuestra fe.[4] Esta doctrina no es un mero razonamiento filosófico ni apela a malabarismos teológicos o a cambios de significado antojadizos en el leguaje bíblico para justificarse, errores en los que cae el calvinismo para justificar su doctrina de la redención particular. La Biblia enseña que la expiación es ilimitada,

LA BASE BÍBLICA DE LA EXPIACIÓN ILIMITADA

La doctrina de la expiación ilimitada, también conocida como “expiación universal condicionada”, se fundamenta principalmente en textos bíblicos que subrayan el alcance universal del sacrificio de Cristo. Un pasaje clave es 1 Juan 2:2, donde leemos que Jesús «es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (Reina-Valera 1960). Este versículo deja claro que la expiación no se limita a un grupo selecto, sino que abarca a toda la humanidad.

Otro texto esencial es Juan 3:16, que afirma que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna». Aquí, el término «mundo» (griego: kosmos) no deja lugar a dudas: el amor de Dios es universal, y su provisión salvífica está disponible para todos. Como arminianos, creemos que estos pasajes son una clara indicación de que la intención divina es ofrecer salvación a cada ser humano, aunque no todos la acepten.

El apóstol Pablo también refuerza esta doctrina en 1 Timoteo 2:4, donde se señala que Dios «quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad». Para Pablo, la voluntad divina es inclusiva, y el sacrificio de Cristo no está limitado por un decreto inmutable, sino que está abierto a la aceptación o rechazo humano.[5] Pero Pablo no es el único que tiene algo que decirnos sobre la naturaleza y alcance de la expiación.

El Antiguo Testamento: ¿Nos dice que la salvación es solo para el pueblo elegido y para nadie más?

Cuando nos volvemos hacia el Antiguo Testamento (texto sagrado en el cual se enraíza y nutre la doctrina misma de la expiación sustitutiva), y particularmente al Pentateuco, encontramos fundamentos sólidos que refutan la idea de una expiación limitada y nos invitan a considerar una expiación universal en la que todos son llamados a recibir la gracia divina.

La narrativa del pacto con Abraham en Génesis 12:3 es reveladora. Dios promete que a través de Abraham «serán benditas todas las familias de la tierra». Este pacto no es exclusivo, sino que, desde el principio, contiene un propósito universal. El alcance del pacto abrahámico refleja un diseño divino que tiene en mente a todas las naciones y pueblos, no solo a los descendientes directos de Abraham, lo que contradice la idea de una expiación limitada a un pequeño y reducido grupo de escogidos.[6]

Otro punto a considerar se encuentra en Levítico, en el sistema sacrificial. En el Día de la Expiación (Levítico 16), el sumo sacerdote hacía sacrificios por los pecados de todo Israel. Aunque la expiación era para toda la nación, solo los fieles y obedientes experimentaban los beneficios. Del mismo modo, Cristo, nuestro Sumo Sacerdote eterno (Hebreos 7:24-25), hizo expiación para el mundo entero, pero su sacrificio es eficaz solo para quienes permanecen «en Cristo» a través de la fe y la obediencia. Aunque algunos argumentan que Israel representa a los elegidos, este acto simbólico tiene connotaciones que van más allá de una nación. En Levítico 19:34, Dios ordena que los extranjeros que habitan entre ellos sean tratados como israelitas y reciban las mismas bendiciones del pacto. El cuidado y la provisión para el extranjero muestran que el amor y la expiación de Dios no se limitan a un grupo selecto.[7]

Debemos recordar también que Jesús es frecuentemente identificado como el «Cordero de Dios», refiriéndose al sacrificio del cordero en la Pascua (Juan 1:29; 1 Corintios 5:7; 1 Pedro 1:19). En Éxodo 12, los israelitas debían sacrificar un cordero y aplicar su sangre en los postes de sus puertas. Este acto protegía a las familias de la ira de Dios. Sin embargo, el simple sacrificio del cordero no bastaba; la sangre debía ser aplicada para que surtiera efecto. Del mismo modo, en el Nuevo Testamento, aunque Cristo murió por el mundo, su sangre solo es eficaz para quienes creen y aplican su sacrificio mediante la fe (Romanos 3:22, 25).

En Números 21, cuando los israelitas eran mordidos por serpientes venenosas, Dios ordenó a Moisés que levantara una serpiente de bronce. Cualquiera que la mirara viviría. Esta provisión fue para todo el pueblo, pero solo aquellos que miraban a la serpiente recibían la sanidad. Jesús mismo aludió a este evento (Juan 3:14-15), señalando que su sacrificio es universalmente disponible, pero la salvación depende de la fe de cada individuo.

Finalmente, Deuteronomio 30:19 ofrece una de las afirmaciones más claras de la libertad universal en la elección de la vida y la salvación. Moisés, al hablar en nombre de Dios, exhorta a todo el pueblo: «Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia». Esta invitación es amplia y accesible, sin restricción alguna a un grupo limitado de personas previamente seleccionado. Al incluir a toda la comunidad de Israel y, potencialmente, a todos aquellos que se adhieren al pacto, se subraya una vez más que la gracia y la misericordia de Dios están disponibles para todos.[8]

Pero más allá de los cinco libros de la Ley, los profetas también nos hablan de una visión de redención que no está limitada a un grupo exclusivo, sino que abarca a todas las naciones y a todo aquel que busque a Dios. En primer lugar, Isaías presenta una visión expansiva de la redención divina. En Isaías 49:6, Dios le dice a su siervo que su misión no se limitará solo a restaurar a las tribus de Jacob, sino que también será «luz de las naciones» para que la salvación llegue «hasta lo último de la tierra». Este mandato universal claramente contrasta con la idea de una expiación limitada. El mensaje de Isaías enfatiza que el plan de Dios incluye a todas las naciones, lo que resalta la amplitud de la gracia divina.[9]

Otro pasaje clave se encuentra en el libro de Ezequiel. En Ezequiel 18:23, Dios expresa claramente que no se complace en la muerte del impío, sino que desea que «se vuelva de sus caminos y viva». Esta declaración revela el deseo de Dios de que todos los pecadores, sin distinción, puedan arrepentirse y recibir vida. Aquí, el profeta reafirma la oportunidad de salvación para todos aquellos que se arrepientan, rechazando implícitamente cualquier noción de una expiación restringida a los elegidos.[10]

Oseas, por su parte, nos ofrece una hermosa metáfora de la reconciliación universal en la restauración del matrimonio entre Dios e Israel. Aunque Israel ha sido infiel, Dios sigue llamando a su pueblo y, a través de Oseas, revela su anhelo de redimir incluso a aquellos que han caído. En Oseas 2:23, Dios promete: «Diré al que no era mi pueblo: Tú eres mi pueblo», lo cual sugiere que incluso aquellos que parecían estar fuera del pacto pueden ser reconciliados. La imagen de Oseas ilustra la naturaleza incluyente de la expiación divina.[11]

Otro testimonio profético se encuentra en el libro de Jonás, donde Dios muestra su compasión hacia la ciudad de Nínive, una nación pagana y enemiga de Israel. Jonás, al principio, se resiste a predicar a Nínive porque no quiere que los asirios experimenten la misericordia de Dios. Sin embargo, en Jonás 3:10, vemos que cuando los ninivitas se arrepienten, Dios retira el juicio y les concede misericordia. Este relato es crucial, ya que revela que el amor y la expiación de Dios no están limitados a Israel, el pueblo elegido, sino que están disponibles para cualquier nación que se vuelva a Él.[12]

Finalmente, en el libro de Miqueas, el profeta habla de los «postreros días» en que «muchas naciones» dirán: «Venid y subamos al monte de Jehová» (Miq. 4:2). Este llamado universal refleja el anhelo de Dios de que todas las naciones, y no solo los elegidos, se acerquen a Él para recibir instrucción y paz. La visión de Miqueas sobre el futuro glorioso del reino de Dios es inclusiva y abarca a todos los pueblos que quieran participar de su bendición.[13]

Además de los libros de la Ley y los Profetas, el resto de los escritos veterotestamentarios también se opone a la idea de una expiación limitada o particular. Al abordar los libros del Antiguo Testamento que los judíos llaman Ketubim (Escritos), encontramos una serie de pasajes que nos invitan a ver la misericordia y el plan redentor de Dios como algo abierto y accesible a todos, sin restricciones. A través de los Salmos, Proverbios, Job y otros textos sapienciales y poéticos, Dios nos revela que su gracia y amor no están confinados a un grupo exclusivo, sino que se extienden a todo aquel que busca su rostro.

Los Salmos son un testimonio poderoso del amor y la misericordia universales de Dios. En el Salmo 145:9 leemos: «Bueno es el Señor para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras». Este salmo destaca la bondad y la compasión de Dios hacia toda su creación, no solo hacia los elegidos. Aquí no encontramos ninguna restricción en cuanto a quiénes pueden experimentar la gracia divina. Es un canto que exalta la amplitud de la misericordia de Dios, afirmando que todos los seres son objeto de su bondad.[14]

El libro de Job también nos ofrece una perspectiva valiosa. En Job 42:5-6, vemos cómo Job, después de su sufrimiento, confiesa haber oído hablar de Dios, pero al verlo finalmente comprende la profundidad de su poder y misericordia. A lo largo del libro, se subraya que Dios actúa con justicia y compasión hacia todas sus criaturas, y no se limita a un grupo particular. Dios muestra misericordia incluso a aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel, como los amigos de Job, quienes son perdonados cuando Job intercede por ellos (Job 42:7-9). Esto sugiere una visión inclusiva de la expiación, en la que Dios está dispuesto a extender su misericordia a todo aquel que se vuelva a Él.[15]

El libro de los Proverbios también resalta el carácter abierto de la sabiduría divina y su oferta de vida. En Proverbios 1:20-23, la sabiduría clama en las plazas públicas, llamando a todos los hombres, tanto simples como burladores, a que se arrepientan y sigan el camino de la vida. La sabiduría divina, que en muchas ocasiones es una representación del mismo Dios, está disponible para todos, no solo para unos pocos elegidos. Este llamado universal a la corrección y al arrepentimiento contradice la idea de una expiación restringida a ciertos grupos.[16]

El libro de Rut es otro ejemplo revelador. Aunque Rut es una moabita, una extranjera, ella se convierte en un instrumento clave dentro del plan redentor de Dios. Al casarse con Booz y convertirse en antepasada del rey David, Rut, una mujer no israelita, es incorporada al linaje mesiánico. Este acto de inclusión muestra que la gracia de Dios trasciende fronteras étnicas y nacionales, abriendo el camino para que toda persona que busque a Dios pueda ser parte de su plan de redención.[17]

Por último, el libro de Eclesiastés ofrece una reflexión sobre la universalidad de la condición humana y el destino de todos los seres humanos bajo la soberanía divina. En Eclesiastés 12:13-14 se nos dice que el «todo del hombre» es temer a Dios y guardar sus mandamientos, porque Dios traerá a juicio toda obra. Este énfasis en el «todo del hombre» implica que todas las personas, sin distinción, están sujetas a la autoridad divina y pueden optar por vivir en obediencia. La universalidad del juicio y de la oportunidad de temer a Dios implica una apertura a la salvación para todos, no solo para un grupo selecto.[18]

Incluso los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento nos proporcionan una perspectiva rica y profunda sobre el carácter de la expiación, que en muchos casos apunta a una expiación ilimitada, extendida a todos los que se acercan a Dios en arrepentimiento, no solo a un grupo restringido de elegidos. Cuando analizamos estos sacrificios, vemos que los mismos rituales y su contexto revelan una apertura hacia toda la comunidad y más allá de las fronteras de Israel.

En primer lugar, el sacrificio del Día de la Expiación (Yom Kippur), descrito en Levítico 16, es uno de los ejemplos más poderosos de un sacrificio expiatorio que cubre a toda la nación de Israel. Durante este ritual, el sumo sacerdote ofrece sacrificios tanto por sí mismo como por todo el pueblo, y la sangre es rociada en el propiciatorio para hacer expiación «por todos los pecados de los hijos de Israel» (Lev. 16:21). Aunque este sacrificio estaba orientado al pueblo de Israel, su función representativa abarca a toda la nación sin distinción de clase o estatus. Esto sugiere que la expiación es inclusiva y refleja el deseo de Dios de extender su perdón a todos aquellos que se arrepientan.[19] La figura del chivo expiatorio, que lleva los pecados de todo el pueblo al desierto, simboliza la eliminación de los pecados de toda la comunidad, lo que enfatiza la universalidad de la expiación dentro del contexto del pacto.

Evidentemente, no todos los israelitas iban a ser salvos por el simple hecho de ser israelitas. De muchos de ellos se desagradó Dios y los destruyó. A  pesar de que la expiación se había ofrecido por todos, no todos fueron salvos. Aún así, el sacrificio expiatorio se ofrecía por todos. La expiación, aún en el Antiguo Testamento, era ofrecida de forma universal, pero solo los fieles se beneficiaban de ella. Era universal, pero condicionada.

En segundo lugar, el sacrificio del holocausto u olah, mencionado en Levítico 1, era ofrecido por cualquier persona, independientemente de su situación socioeconómica, ya que Dios permitía que los más pobres ofrecieran aves en lugar de ganado si no podían permitirse un sacrificio mayor (Lev. 1:14). Este sacrificio se caracterizaba por ser completamente consumido por el fuego, simbolizando una entrega total a Dios. Su disponibilidad para todos, sin importar su estatus, refuerza la idea de que la expiación está abierta a cualquier persona que busque reconciliarse con Dios. Además, este sacrificio no estaba limitado a una ocasión o grupo en particular, sino que era ofrecido por todo el pueblo y por individuos, lo que sugiere una oferta de expiación sin limitaciones.[20]

Otro sacrificio significativo es el sacrificio de paz o zevah shelamim, el cual tenía un componente comunitario muy importante (Lev. 3). Este sacrificio permitía que tanto el oferente como sus invitados compartieran la carne en un banquete sagrado. Aquí, vemos un claro simbolismo de comunión entre Dios y el pueblo, donde todos los participantes eran invitados a experimentar la paz y el favor divino. Esta naturaleza inclusiva del sacrificio refuerza la idea de que la expiación y la reconciliación con Dios no están limitadas a unos pocos, sino que se extienden a todo el pueblo que desea participar en este acto sagrado de comunión con Dios.[21] Este sacrificio reflejaba una celebración compartida, lo que nos recuerda que el perdón de Dios y su reconciliación son accesibles para todos aquellos que se acercan a Él en fe.

Finalmente, los sacrificios ofrecidos por los extranjeros que residían en Israel proporcionan un argumento contundente contra la expiación limitada. En Números 15:14-16, Dios instruye que los extranjeros que habitan entre los israelitas deben seguir las mismas leyes de sacrificio que el pueblo de Israel. Esto es particularmente revelador porque extiende la provisión sacrificial y la posibilidad de expiación a los no israelitas. No hay distinción en cuanto a quién puede beneficiarse del sistema sacrificial; tanto israelitas como extranjeros tienen acceso a la expiación y a la comunión con Dios a través de los sacrificios, lo que refuerza la idea de una expiación universal.[22]

El Antiguo Testamento (La Ley, los Profetas y los Escritos) nos muestran que Dios no limita su gracia a un grupo selecto de personas, sino que ofrece su bondad y misericordia a todos los que buscan su rostro y caminan en obediencia. Incluso el sistema sacrificial mosaico apunta a ello. Así, el Antiguo Testamento en su totalidad, nos invita a rechazar la doctrina de la expiación limitada y a celebrar la amplitud del amor redentor de Dios.

La Expiación Ilimitada (Universal condicionada) en el Nuevo Testamento

Jesús, en los Evangelios, subraya el carácter universal de su obra redentora. En Juan 3:16, Jesús dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». Esta declaración deja en claro que el propósito de Dios al enviar a su Hijo es salvar a todo el mundo, no solo a un grupo selecto. La palabra «mundo» en griego es kosmos, que generalmente se refiere a toda la humanidad. Por lo tanto, Jesús nos enseña que su sacrificio abarca a toda la humanidad, y no está restringido a unos pocos elegidos.[23]

Además, en Juan 12:32, Jesús afirma: «Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo». Aquí, la palabra «todos» es inclusiva y refuerza la idea de que la cruz tiene un alcance universal. Jesús no habla de atraer solo a ciertos individuos predestinados, sino a todas las personas sin excepción. Su obra redentora, por tanto, no se limita a un grupo selecto, sino que está disponible para todos los que quieran venir a Él (Morris, 1995, p. 564).[24]

Otro pasaje importante es Mateo 11:28, donde Jesús nos invita a todos diciendo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». Estainvitación no está dirigida solo a los elegidos, sino a «todos», lo que subraya nuevamente el carácter universal del ofrecimiento de salvación en Cristo. No se trata de una expiación limitada, sino de una oferta de descanso y redención para todos los que se acerquen a Él, sin distinción.[25]

Finalmente, en Lucas 19:10, Jesús declara: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido». El término «lo que se había perdido» se refiere a toda la humanidad caída en el pecado. Aquí no se menciona ninguna restricción de su misión a un grupo particular, sino que Jesús vino a salvar a todos los que están en estado de perdición, lo cual abarca a toda la raza humana.[26]

En el libro de Hechos de los Apóstoles, observamos también cómo el mensaje del evangelio y el sacrificio de Cristo se extienden a todas las personas sin distinción. En él, Lucas nos testifica que, desde el inicio de la iglesia, el mensaje de salvación fue proclamado como una oferta universal, disponible para todos aquellos que respondieran en fe. En Hechos 2:21, Pedro cita al profeta Joel diciendo: “Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (NVI). Aquí se resalta la palabra “todo”, que implica la universalidad de la oferta de salvación. El mensaje del evangelio no está reservado para un grupo específico, sino que es para «todo el que» invoque el nombre del Señor, sin limitación.[27]

Más adelante, en Hechos 10:34-35, cuando Pedro predica en la casa de Cornelio, dice: “Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos, sino que en toda nación él acepta a los que le temen y hacen lo justo” (NVI). Esta declaración es crucial, ya que Pedro reconoce que el sacrificio de Cristo no está limitado a los judíos ni a ningún grupo particular. La visión de la expiación limitada se contradice aquí, porque Dios extiende su salvación a todas las naciones. Pedro nos enseña que la gracia de Dios está disponible para todos los que lo buscan, sin distinción de etnia o estatus (Stott, 1990, p. 188).

En Hechos 13:47, Pablo y Bernabé citan a Isaías 49:6, diciendo: “Te he puesto por luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra” (NVI). En este pasaje, se reafirma que la salvación que Cristo ofrece no está destinada a un grupo limitado de personas, sino que es una luz para las naciones, para toda la humanidad. La frase «hasta los confines de la tierra» sugiere claramente que la obra redentora de Cristo abarca a todos, no solo a los elegidos, y su sacrificio es suficiente para todo el mundo.[28]

Finalmente, en Hechos 17:30, Pablo dice en su discurso en Atenas: “Pues bien, Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos en todas partes que se arrepientan” (NVI). Este mandato de arrepentimiento es para “todos en todas partes”, lo que refuerza el hecho de que el evangelio de Cristo no tiene límites, ni en tiempo ni en lugar. La doctrina de la expiación limitada se ve refutada aquí porque Dios extiende su llamado al arrepentimiento a todas las personas, lo cual implica que la expiación de Cristo tiene un carácter universal y está disponible para todos los que respondan en fe.[29]

El libro de Hechos de los Apóstoles deja claro que el sacrificio de Cristo no está restringido a un grupo selecto, sino que se extiende a todas las naciones, razas y culturas. Jesús murió por todos, y su salvación está disponible para todos los que respondan a su llamado.[30] Pero ¿qué hay con el resto del Nuevo Testamento, y particularmente con las epístolas de Pablo?

En sus epístolas, Pablo enseña que el sacrificio de Cristo es suficiente y disponible para todos, sin distinción. En 1 Timoteo 2:4-6, Pablo declara: «Dios quiere que todos sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos» (NVI). Aquí vemos que el propósito de Dios es que «todos» lleguen al conocimiento de la salvación, y el sacrificio de Cristo es un «rescate por todos», no limitado a unos pocos. Pablo no habla de una salvación restringida, sino de una oferta universal, lo que contradice claramente la doctrina de la expiación limitada.[31]

En 2 Corintios 5:14-15, Pablo refuerza esta verdad al decir: “El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y resucitó” (NVI). La repetición de la palabra “todos” es clave en este pasaje, ya que Pablo subraya que la muerte de Cristo incluye a toda la humanidad. La expiación no se limita a un grupo específico, sino que tiene un alcance universal. El sacrificio de Jesús fue hecho por todos para que vivamos una nueva vida en Él, lo que refuta la idea de que Cristo murió solo por los elegidos.[32]

Otro pasaje fundamental es Romanos 5:18, donde Pablo afirma: “Así que, como una sola transgresión resultó en condenación para todos los hombres, también un solo acto de justicia resultó en justificación y vida para todos” (NVI). Pablo hace un paralelo entre la caída de Adán, que afectó a toda la humanidad, y el sacrificio de Cristo, que trae justificación y vida para «todos». La comparación implica que, así como el pecado de Adán afectó a toda la raza humana, de igual manera la obra redentora de Cristo está disponible para todos, sin excepción. Esto contradice la doctrina de la expiación limitada, que restringe el alcance de la expiación solo a los elegidos.[33]

En Tito 2:11, Pablo dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para ofrecer salvación a todos los hombres” (NVI). Este versículo es otra declaración directa de que la gracia y la salvación que Jesús trajo no están reservadas para unos pocos, sino que se ofrecen a «todos los hombres». La expresión no deja lugar a una interpretación limitada de la expiación, sino que afirma el carácter universal de la gracia redentora de Dios. Pablo es claro al señalar que esta gracia está disponible para toda la humanidad.[34]

Nótese que, en todas sus epístolas, Pablo enseña que la salvación está disponible para todos los seres humanos, y el sacrificio de Jesús fue hecho por toda la humanidad. La doctrina de la expiación limitada, por lo tanto, se contradice claramente cuando analizamos el mensaje universal de salvación que Pablo presenta en sus epístolas.[35] ¿Qué hay con el resto del Nuevo Testamento? ¿Apoyan la doctrina de la expiación limitada? No, no lo hacen.

Un ejemplo clave es 1 Juan 2:2, donde el apóstol Juan escribe: «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo» (NVI). Aquí, Juan nos deja claro que el sacrificio de Jesús no fue solo por un grupo específico de personas, sino por «todo el mundo», una frase que abarca a la humanidad en su totalidad. Este versículo contradice directamente la idea de que la expiación está limitada a los elegidos, ya que Juan afirma de manera explícita el alcance universal de la obra de Cristo.[36]

De igual manera, en 2 Pedro 3:9, el apóstol Pedro declara: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan” (NVI). Este pasaje refleja el deseo de Dios de que «todos» se arrepientan y alcancen la salvación, sin exclusión. La doctrina de la expiación limitada no puede sostenerse ante un Dios que no quiere que nadie perezca. Si Dios desea la salvación de todos, entonces el sacrificio de Cristo no puede estar restringido solo a unos pocos. Pedro, por tanto, nos muestra el amor inclusivo de Dios hacia toda la humanidad.[37]

En Hebreos 2:9, leemos que Jesús «sufrió la muerte por todos» (NVI). Este pasaje confirma que el sacrificio de Cristo fue hecho en favor de «todos», y no solo de un grupo selecto. El autor de Hebreos destaca que el sufrimiento y la muerte de Jesús fueron universales en su propósito, cubriendo a toda la humanidad. Este versículo refuerza la idea de una expiación ilimitada y refuta la doctrina de la redención particular, ya que no se menciona ninguna restricción en el alcance del sacrificio de Cristo.[38]

Evidentemente, aún las epístolas no paulinas refutan claramente la doctrina de la expiación limitada, mostrando que la muerte de Cristo fue un acto de gracia dirigido a toda la humanidad. Dios no tiene límites ni exclusiones.[39]

LA EXPIACIÓN ILIMITADA (UNIVERSAL, PERO CONDICIONADA) COMO DESARROLLO TEOLÓGICO EN RESPUESTA A LA EXPIACIÓN LIMITADA

La expiación ilimitada surgió en respuesta a la teología calvinista de la expiación limitada, que sostiene que Cristo murió exclusivamente por los elegidos. La doctrina de la expiación limitada, también conocida como “redención particular”, es uno de los puntos centrales del calvinismo. Según esta doctrina, el sacrificio de Cristo en la cruz no fue para todos los seres humanos, sino únicamente para aquellos a quienes Dios predestinó para la salvación, los «elegidos». Este concepto surge de una interpretación estricta de la soberanía divina, que sostiene que Dios no habría permitido que el sacrificio de su Hijo fuera «en vano» para aquellos que no se salvarían.

La lógica calvinista detrás de la expiación limitada se basa en la premisa de que, si Cristo murió por todos los seres humanos y no todos son salvos, entonces su sacrificio fue ineficaz para algunos. Según este razonamiento, esto representaría una «falla» en la obra de Cristo. Sin embargo, esta lógica es profundamente defectuosa. Como seres humanos limitados, no podemos imponer nuestras categorías de éxito o fracaso sobre las decisiones divinas. Además, en el marco bíblico, la eficacia del sacrificio de Cristo no depende de cuántos acepten la salvación, sino de la integridad del amor de Dios, que se ofrece libremente a todos, sin coerción.

Jacob Arminio, el teólogo reformado holandés que inició el arminianismo, defendía que la expiación de Cristo era potencialmente para todos, pero eficaz solo para aquellos que respondieran en fe.[40] Es decir que, desde un punto de vista arminiano, la expiación de Cristo fue potencialmente eficaz para todos, pero aplicada solo a aquellos que la aceptan por la fe. No hay falla en la oferta universal de salvación, sino un respeto profundo por la libertad humana. La falla lógica de la expiación limitada reside en su intento de reducir la amplitud del sacrificio de Cristo para ajustarse a una interpretación limitada de la soberanía divina.[41]

Arminio argumentó que la justicia de Dios requiere una oferta universal de salvación, pues sería incoherente con la naturaleza divina condenar a quienes nunca tuvieron una oportunidad real de ser redimidos. Por lo tanto, en el pensamiento arminiano, la gracia preveniente juega un papel esencial, ya que es Dios quien capacita a cada persona para que pueda responder a la oferta de salvación.[42]

Desde una perspectiva filosófica, Arminio también vio la incoherencia en la doctrina de la expiación limitada. Si el amor de Dios es verdaderamente universal y su justicia perfecta, entonces limitar la expiación a unos pocos elegidos sin dar a todos la oportunidad de aceptar o rechazar el sacrificio de Cristo socavaría el carácter amoroso de Dios. Arminio creía que la gracia divina es resistible, lo que significa que aunque Cristo murió por todos, no todos aceptarán esta gracia. Esta postura es coherente con el principio filosófico de la libertad humana, que mantiene que la salvación es una invitación divina que debe ser aceptada voluntariamente.[43]

El problema con la expiación limitada, desde el punto de vista filosófico y teológico, es que niega el libre albedrío y convierte la salvación en un acto unilateral de Dios, sin involucrar la respuesta humana. Al contrario, la visión arminiana de una expiación ilimitada y condicional permite una verdadera relación de amor entre Dios y la humanidad, donde cada persona es libre para aceptar o rechazar la gracia ofrecida en Cristo.

De todo lo anterior podemos concluir que Jacobo Arminio sabía bien de lo que hablaba al oponerse a la doctrina de la expiación limitada. Arminio no solo se basó en una lógica sólida y una comprensión profunda de la gracia divina para rechazar esta enseñanza, sino que también encontró apoyo en la evidencia bíblica y patrística que, a lo largo de la historia de la Iglesia, ha defendido la universalidad de la obra redentora de Cristo.

TESTIMONIO PATRÍSTICO EN FAVOR DE LA EXPIACIÓN ILIMITADA

En nuestra búsqueda por explorar la riqueza patrística que sustenta la doctrina de la expiación ilimitada, encontramos múltiples voces tempranas que, aunque no utilizaron el mismo lenguaje teológico que nosotros hoy en día, compartían una visión de la obra redentora de Cristo como inclusiva y accesible a todos. Estas fuentes patrísticas no solo reflejan una interpretación del sacrificio de Cristo con un alcance universal, sino que también nos invitan a abrazar una perspectiva de salvación ofrecida a toda la humanidad. Aunque la formulación completa de la doctrina arminiana surgió en el siglo XVI, los Padres de la Iglesia anticiparon muchas de sus ideas de lo que hoy llamamos “expiación universal condicionada” o expiación ilimitada.

Ireneo de Lyon (130-202 d.C.) es uno de los padres más citados en este sentido, ya que en su obra Contra las Herejías afirma que «Cristo se entregó a sí mismo como rescate por todos».[44] Esta declaración deja claro que la expiación no es exclusiva de los elegidos, sino una oferta para todos los seres humanos.

Orígenes (185-254 d.C.) es una figura crucial en el desarrollo del pensamiento cristiano temprano. En su obra Contra Celsum, Orígenes afirma que Cristo murió para «la salvación de todo el mundo» (Orígenes, Contra Celsum, 8.72). Con tales palabras, Orígenes muestra claramente su convicción de que el sacrificio de Cristo no se restringe a un grupo limitado de personas. Más bien, la obra redentora de Cristo está destinada a todos, lo que refleja una creencia en una expiación que potencialmente cubre a cada ser humano. Es importante resaltar que, para Orígenes, la salvación estaba relacionada con la libertad humana para aceptar o rechazar la gracia divina, un principio que también resuena profundamente en la doctrina arminiana de la gracia preveniente.

Además, en su De Principiis, Orígenes menciona que «Cristo, el Cordero de Dios, vino para quitar el pecado del mundo, no el de unos pocos» (De Principiis, 2.6.3). Esta afirmación subraya su visión universalista de la expiación, en la que Cristo ofrece redención a toda la creación. Así, al igual que el arminianismo, Orígenes sostiene que la salvación es una oferta que alcanza a todos, aunque no todos la acepten.[45]

Atanasio de Alejandría (296-373 d.C.), defensor de la ortodoxia nicena, también articuló una visión de la redención que enfatiza su naturaleza inclusiva. En su influyente obra Sobre la Encarnación del Verbo, Atanasio declara: «El Verbo se hizo hombre para la salvación de todos».[46] Atanasio, al presentar a Cristo como el Salvador de todos, rechaza cualquier noción de una expiación limitada. Para él, la encarnación y el sacrificio de Cristo tienen el propósito de restaurar a toda la humanidad, no solo a un grupo selecto de predestinados.

Atanasio subraya que Cristo tomó nuestra naturaleza humana para que todos, sin excepción, pudieran beneficiarse de su sacrificio expiatorio. Este enfoque resuena con la visión arminiana de que la expiación de Cristo es universal en su alcance y está disponible para todos aquellos que responden en fe. El hecho de que Atanasio utilice la palabra «todos» en repetidas ocasiones refuerza la idea de que la redención no está restringida, sino que es una oferta abierta para todo el mundo.[47]

Otro padre de la Iglesia que contribuye a nuestra comprensión de la expiación ilimitada es Gregorio de Nisa (335-395 d.C.). En su obra La Gran Catequesis, Gregorio sostiene que la muerte de Cristo tuvo un alcance universal: «El sacrificio de Cristo abarca a todo el género humano».[48] Para Gregorio, la redención ofrecida por Cristo no conoce fronteras; abarca a todos los seres humanos, independientemente de su condición o lugar en la historia. La visión de Gregorio refleja una comprensión profundamente inclusiva del sacrificio de Cristo, compatible con la creencia arminiana de una expiación universal.

Además, Gregorio utiliza la metáfora de Cristo como el «médico» que ha venido a sanar a todos los enfermos, refiriéndose al pecado que afecta a toda la humanidad (Gregorio de Nisa, Oratio Catechetica, 25). Esta imagen resuena con el concepto arminiano de que Cristo murió por todos, pero solo aquellos que aceptan su sanación se beneficiarán plenamente de su sacrificio. Así, Gregorio, al igual que otros Padres de la Iglesia, ofrece un testimonio patrístico que refuerza la doctrina de la expiación ilimitada.

Cirilo de Jerusalén (313-386 d.C.) también aboga por una visión universalista de la redención en su serie de catequesis. En una de sus catequesis bautismales, Cirilo señala que «Cristo murió por todos, realmente todos, y su sacrificio fue suficiente para toda la humanidad».[49] Esta afirmación es clara en cuanto al alcance de la obra redentora de Cristo. Para Cirilo, no hay duda de que la expiación es ilimitada, ya que abarca a todas las personas, sin exclusiones.

Cirilo enfatiza la importancia de la fe y la respuesta humana a la oferta de salvación, un aspecto clave de la teología arminiana. Aunque Cristo murió por todos, solo aquellos que acepten su sacrificio por medio de la fe recibirán los beneficios plenos de la redención. Esta combinación de una oferta universal y una respuesta individual es una característica distintiva tanto en la enseñanza de Cirilo como en el arminianismo.[50]

Justino Mártir (100-165 d.C.) fue uno de los primeros en enfatizar el aspecto universal de la redención. En su «Diálogo con Trifón», Justino afirma que Cristo murió «por la raza humana», subrayando que la salvación es ofrecida a todos, sin distinción.[51]

Asimismo, Ireneo de Lyon (130-202 d.C.) defendió una expiación de amplio alcance. En su obra «Contra las Herejías», Ireneo declara que Cristo «se entregó a sí mismo como rescate por todos».[52] Esta visión patrística está claramente en línea con la doctrina arminiana de la expiación ilimitada, ya que refuerza la idea de que Cristo murió por toda la humanidad y no solo por un grupo predeterminado.

Finalmente, Clemente de Alejandría (150-215 d.C.) sostuvo que «el Salvador ha llegado a ser el Salvador de todos los hombres».[53] Su afirmación refuerza la noción de una redención universal, anticipando las ideas arminianas de que la gracia y la salvación están disponibles para todos, aunque no todos respondan a esa oferta.

Incluso Agustín de Hipona, quien es comúnmente citado como la fuente de muchas de las ideas que más tarde serían adoptadas por el calvinismo, expresó en ciertos momentos una visión más inclusiva de la redención. En su obra De correptione et gratia, Agustín menciona que «Cristo murió por todos, aunque no todos se salvan».[54] Aquí, Agustín parece sugerir una expiación universal en su alcance, aunque condicionada por la respuesta de fe de cada individuo. Este concepto, que más tarde sería más desarrollado por Arminio, resalta la tensión entre el deseo universal de Dios de salvar a todos y la necesidad de una respuesta humana.

LA EXPIACIÓN ILIMITADA: UNA DOCTRINA BÍBLICA

Toda la Biblia enseña una expiación universal condicionada. El sacrificio de Cristo es suficiente para redimir a toda la humanidad, pero los efectos de esta redención se aplican a quienes creen. Esta enseñanza se opone firmemente a la doctrina calvinista de la redención particular, que restringe el alcance de la expiación solo a los elegidos. En su lugar, las Escrituras presentan un mensaje de salvación disponible para todos, en el que cada individuo es responsable de su respuesta a la gracia divina. Como creyentes, podemos proclamar con gozo y convicción que Jesús murió por todos, y que su amor y su sacrificio no conocen límites.

En fiel apego a las Escrituras, creemos que la doctrina de la expiación ilimitada, enseñada por el arminianismo, es una afirmación del amor universal de Dios y de su deseo de que todos los seres humanos sean salvos. Las Escrituras nos brindan una base sólida para esta creencia, con pasajes que enfatizan el alcance mundial del sacrificio de Cristo. Los Padres de la Iglesia, aunque vivieron siglos antes de Arminio, ya defendían la idea de una expiación accesible para todos. Así, esta doctrina no solo tiene raíces bíblicas profundas, sino que también está respaldada por la tradición cristiana antigua, lo que nos alienta a seguir proclamando el amor redentor de Dios a todo el mundo.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS


[1] Bangs, C. (2005). Arminius: A Study in the Dutch Reformation. Wipf & Stock Publishers, p. 245.

[2] Bangs, 2005, p. 246.

[3] Picirilli, R. E. (2002). Grace, Faith, Free Will: Contrasting Views of Salvation: Calvinism and Arminianism. Randall House Publications, p. 138.

[4] Olson, R. E. (2006). Arminian Theology: Myths and Realities. InterVarsity Press, p. 170.

[5] Picirilli, R. E. (2002). Grace, Faith, Free Will: Contrasting Views of Salvation: Calvinism and Arminianism. Randall House Publications, p. 96.

[6] Hamilton, V. P. (1990). The Book of Genesis: Chapters 1–17. Eerdmans, p. 374.

[7] Hartley, J. E. (1992). Leviticus. Word Books, p. 259.

[8] Craigie, P. C. (1976). The Book of Deuteronomy. Eerdmans, p. 367.

[9] Oswalt, J. N. (1998). The Book of Isaiah, Chapters 40–66. Eerdmans, p. 299.

[10] Block, D. I. (1997). The Book of Ezekiel, Chapters 1–24. Eerdmans, p. 564.

[11] Stuart, D. (1987). Hosea-Jonah: Word Biblical Commentary, Vol. 31. Word Books, p. 85.

[12] Limburg, J. (1993). Jonah: A Commentary. Westminster John Knox Press, p. 97.

[13] Waltke, B. K. (2007). A Commentary on Micah. Eerdmans, p. 214.

[14] Broyles, C. C. (1999). Psalms. New International Biblical Commentary. Hendrickson, p. 524.

[15] Hartley, J. E. (1988). The Book of Job. Eerdmans, p. 540.

[16] Waltke, B. K. (2004). The Book of Proverbs: Chapters 1–15. Eerdmans, p. 182.

[17] Hubbard, R. L. (1988). The Book of Ruth. Eerdmans, p. 105.

[18] Longman, T. (1998). The Book of Ecclesiastes. Eerdman, p. 288.

[19] Hartley, J. E. (1992). Leviticus. Word Book, p. 237.

[20] Milgrom, J. (1991). Leviticus 1–16: A New Translation with Introduction and Commentary. Yale University Press, p. 185.

[21] Hartley, 1992, p. 29.

[22] Wenham, G. J. (1979). The Book of Leviticus. Eerdmans, p. 129.

[23] Carson, D. A. (1991). The Gospel according to John. Pillar New Testament Commentary. Eerdmans, p. 205.

[24] Morris, L. (1995). The Gospel according to John. New International Commentary on the New Testament. Eerdmans, p. 564.

[25] Blomberg, C. (2001). The Gospel of Matthew. New International Commentary on the New Testament. Eerdmans, p. 195.

[26] Marshall, I. H. (1978). The Gospel of Luke: A Commentary on the Greek Text. New International Greek Testament Commentary. Eerdman, p. 716.

[27] Marshall, I. H. (1980). The Acts of the Apostles: An Introduction and Commentary. Tyndale New Testament Commentaries. Eerdman, p. 88

[28] Bruce, F. F. (1990). The Book of Acts: The New International Commentary on the New Testament. Eerdmans, p. 261.

[29] Marshall, 1980, p. 292.

[30] Stott, J. R. W. (1990). The Message of Acts: The Spirit, the Church & the World. The Bible Speaks Today. InterVarsity Pres, p. 190.

[31] Marshall, I. H., & Towner, P. H. (2000). The Pastoral Epistles. International Critical Commentary. T&T Clark, p. 454.

[32] Harris, M. J. (2005). The Second Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text. New International Greek Testament Commentary. Eerdmans, p. 414.

[33] Moo, D. J. (1996). The Epistle to the Romans. New International Commentary on the New Testament. Eerdmans, p. 344.

[34] Marshall & Towner, 2000, p. 241.

[35] Harris, 2005, p. 415.

[36] Marshall, I. H. (1978). The Epistles of John. New International Commentary on the New Testament. Eerdman, p. 122.

[37] Davids, P. H. (2006). The Letters of 2 Peter and Jude. Pillar New Testament Commentary. Eerdmans, p. 284.

[38] Lane, W. L. (1991). Hebrews 1-8: Word Biblical Commentary. Word Books, p. 56.

[39] Davids, 2006, p. 287.

[40] Olson, R. E. (2013). Arminian Theology: Myths and Realities. InterVarsity Press, p. 208.

[41] Olson, R. E. (2013). Arminian Theology: Myths and Realities. InterVarsity Press, p. 218.

[42] Walls, J. L. (1996). Why I Am Not a Calvinist. InterVarsity Press, p. 155.

[43] Walls, 1998, p. 43.

[44] Ireneo de Lyon. (1997). Contra las Herejías (5.1.1). Biblioteca de los Padres de la Iglesia, 5.1.1.

[45] Wilken, R. (2000). Origen: On First Principles. Oxford University Press, p. 145.

[46] Atanasio de Alejandría. (1996). Sobre la Encarnación del Verbo. Ediciones Cristiandad, p. 54.

[47] Louth, A. (2004). The Origins of the Christian Mystical Tradition. Oxford University Press, p. 210.

[48] Gregorio de Nisa. (2004). La Gran Catequesis (32). En J. Louth (Ed.), The Cappadocian Fathers. SPCK Publishing, p. 32.

[49] Cirilo de Jerusalén. (2010). Catequesis Bautismal (13.3). En E. Stephenson (Ed.), Early Christian Doctrines. Oxford University Press, 13.3.

[50] Stephenson, E. (2010). Early Christian Doctrines. Oxford University Press, p. 278.

[51] Justino Mártir. (2001). Diálogo con Trifón (95). Ediciones del Pensamiento Cristiano, p. 95.

[52] Ireneo de Lyon. (1997). Contra las Herejías (5.1.1). Biblioteca de los Padres de la Iglesia, 5.1.1.

[53] Clemente de Alejandría. (2000). Stromata (Vol. 7.2). Ediciones Siglo XXI, 7.2.

[54] Agustín de Hipona. (2002). De correptione et gratia. En Biblioteca de Teología Cristiana, 12.35.

Deja un comentario