Por Fernando E. Alvarado
Históricamente los calvinistas han caricaturizado la teología arminiana presentándola como un sistema doctrinal que rechaza la soberanía divina en preferencia del albedrío o libertad humana. Esta falsa descripción del arminianismo se encuentra con frecuencia en la literatura calvinista, la cual, prejuiciosa y deshonestamente, suele clasificarnos como un sistema herético, antropocéntrico y semipelagiano. La verdad en todo esto es que los arminianos no negamos la soberanía de Dios. El arminianismo clásico afirma tanto la soberanía de Dios como el libre albedrío humano libertario.
Los arminianos creemos que Dios puede ejercer, y ejerce, control absoluto sobre su creación, pero no excluyendo la libertad humana y no de tal manera que esto lo convierta en el autor del pecado y del mal.[1] El principio y raíz de la teología arminiana no es el libre albedrío humano, sino la soberanía y la bondad de Dios. Fue la elección soberana de Dios otorgarle a la humanidad el regalo del libre albedrío y así poder tener una relación amorosa, íntima y personal con todos aquellos que deseen relacionarse con Él. Así pues, el énfasis arminiano reside en la soberanía y la bondad de Dios, al mismo tiempo que defiende el libre albedrío humano en el sentido libertario y no compatibilista.
C. S. Lewis, el brillante medievalista, apologista, académico y ensayista británico, reconocido por sus novelas de ficción y también por sus ensayos apologéticos, era un firme creyente en la doctrina arminiana del libre albedrío libertario. Esto puede resultar incómodo para muchos calvinistas que admiran la trayectoria y el ingenio del brillante escritor británico. Tan incómodo resulta asimilarlo para algunos que incluso el mismísimo J. I. Packer afirmó que «Lewis era calvinista, aunque inconsistente».[2] Nada podría resultar más falso. Lewis no era un calvinista inconsistente porque simplemente no era calvinista, sino arminiano clásico.
Las referencias al libre albedrío en los libros de Lewis son una de las características más destacadas que el lector podrá encontrar en sus obras. De hecho, incluso una lectura superficial de varias de sus obras revelaría su creencia en el regalo de Dios a la humanidad de un libre albedrío para elegir entre dos opciones igualmente disponibles. Es decir, elegir entre el bien y el mal.

¿QUÉ CREÍA C. S. LEWIS?
En uno de sus muchos ensayos, recopilado y editado en un libro titulado God in the Dock (Dios en el muelle), Lewis rechaza la noción de que Dios cambia a las personas por la fuerza, aparte de su libre elección.[2] Tal afirmación contradice el punto de vista calvinista de que Dios puede alterar (y altera cuando le place) el carácter de las personas violando su libertad de elección.[3] Esto se ve en los principios centrales del calvinismo, que afirman que la gracia de Dios es incondicional, irresistible, particular y eficaz. El calvinismo enseña que Dios ha elegido a algunos para salvación (los elegidos) y a todos los demás para condenación (los réprobos), sin importar cualquier elección que ellos hagan.[4] Los puntos de vista de Lewis contrastan claramente con estas doctrinas calvinistas. Lewis afirmó lo siguiente:
“Dios … ha proporcionado un mundo rico y hermoso para que la gente viva en él. Él les ha dado inteligencia para mostrarles cómo puede ser usado, y la conciencia para mostrarles cómo debe usarse … Y, habiendo hecho todo esto, Él ve todos Sus planes arruinados, así como nuestros pequeños planes se arruinan, por la perversidad de la gente misma … Usted puede decir que es muy diferente para Dios porque Él podría, si quisiera, alterar el carácter de las personas, y nosotros no podemos. Pero esta diferencia no es tan profunda como podríamos pensar al principio. Dios se ha convertido en una regla para sí mismo: no alterará el carácter de las personas por la fuerza. Él puede transformarlos y lo hará, pero solo si la gente se lo permite. De esa manera, ha limitado real y verdaderamente Su poder. A veces nos preguntamos por qué lo ha hecho, o incluso desearíamos que no lo hubiera hecho. Pero aparentemente Él cree que vale la pena hacerlo. Él prefiere tener un mundo de seres libres, con todos sus riesgos, que un mundo de personas que actúan bien como máquinas que no pueden hacer nada más. Cuanto más logremos imaginarnos cómo sería un mundo así, lleno de seres perfectos pero automáticos, más, creo, veremos Su sabiduría.”[5]

Como vemos aquí, Lewis (de acuerdo con el arminianismo clásico) no postula el libre albedrío como condición sine qua non del universo. Dios no se vio obligado a dar libre albedrío. Pudo haber elegido crear un mundo donde no hubiera libre albedrío, donde todos actuaran siempre de acuerdo con Su perfecta voluntad, donde todos los seres creados fueran meramente marionetas o robots controlados por el Creador. Pero Dios deseaba relaciones personales y verdaderas. Y si uno realmente considera la noción, ¿cómo puede existir una relación real sin la libertad de elección contraria? Esto puede entenderse mejor a partir de una analogía tomada del matrimonio: Si tu esposa o esposo se casó contigo simplemente porque no tuvo más remedio que hacerlo, ¿no te sentirías menos amado, menos especial? Por seguro dudarías de la genuinidad de su amor, porque una parte esencial de la relación es que cada uno eligió al otro, abandonó a todos los demás por la persona con la que se casó. Descubrimos que esto es cierto para cualquier relación en la vida. Todos sabemos esto, pero muchos parecen olvidar esta parte esencial de la relación cuando se trata de Dios y Su creación. Lewis no lo hace. El arminianismo clásico no lo hace. Eso sólo lo hace el calvinismo.
En Mere Christianity (Mero Cristianismo), nuevamente vemos a Lewis enfatizando la soberanía y la bondad de Dios junto con el libre albedrío libertario:
“Dios creó seres que poseen libre albedrío. Eso significa criaturas que pueden elegir un rumbo correcto o incorrecto. Algunas personas piensan que pueden imaginarse una criatura libre pero que no tiene la posibilidad de equivocarse; yo no puedo. Si una cosa es libre para ser buena, también es libre para ser mala. Y el libre albedrío es lo que ha hecho posible el mal. Entonces, ¿por qué Dios les dio libre albedrío al hombre? Porque el libre albedrío, aunque hace posible el mal, es también lo único que hace posible cualquier amor, bondad o alegría que valga la pena tener. Difícilmente valdría la pena crear un mundo de autómatas, de criaturas que funcionaran como máquinas. La felicidad que Dios proyecta para sus criaturas superiores es la felicidad de ser libres, voluntariamente unidos a Él y a los demás … y para eso deben ser libres”[6]
Lewis nuevamente no deja lugar a la perspectiva calvinista. No solo defiende el libre albedrío, sino también la libertad incompatibilista en la que uno es verdaderamente libre de elegir el bien o el mal, la voluntad de Dios o el pecado. Además, luego aborda una objeción clave al arminianismo hecha por los calvinistas y los teístas abiertos: si Dios conoce de antemano todas nuestras decisiones libres, ¿cómo pueden ser realmente libres? ¿No están necesariamente determinadas por el conocimiento de Dios de lo que sucederá? Al responder, Lewis afirma tanto que Dios verdaderamente conoce de antemano todas las cosas y que las decisiones humanas son verdaderamente libres. Para él, Dios es atemporal y ve todas nuestras decisiones «futuras» a la vez, pero esto no cambia el hecho de que siguen siendo elecciones libres. Como tal, rechaza tanto el calvinismo como la noción más reciente de teísmo abierto, diciendo que, dado que Dios está por encima o fuera del tiempo, todos los eventos y acciones están presentes ante Él:
“Lo que llamamos ‘mañana’ es visible para Él de la misma manera que lo que llamamos ‘hoy’ … Nunca supusiste que tus acciones en este momento fueran menos libres porque Dios sabe lo que estás haciendo. Bueno, Él conoce las acciones de tu mañana de la misma manera, porque Él ya está en el mañana y simplemente puede observarlo. En cierto sentido, Él no conoce tus acciones hasta que lo has hecho: pero entonces el momento en el que lo has hecho ya es ‘Ahora’ para Él».[7]
Finalmente, Lewis afirma que la humanidad ha abusado del libre albedrío que Dios nos dio. Este abuso, y no el decreto preordenado de Dios para causar o hacer cierta la Caída, es la razón de la presencia (y el problema) del dolor, el pecado y el mal en nuestro mundo actual. Era un mundo bueno y perfecto, creado por un Dios bueno y perfecto, que salió mal debido a la decisión de la humanidad de rebelarse. Más allá de cualquier noción que pudiera convertir directa o indirectamente a Dios en el Autor o Causa del pecado y el mal, Lewis proclama que:
“El hombre es ahora un horror para Dios y para sí mismo y una criatura mal adaptada al universo, no porque Dios lo haya hecho así sino porque se ha hecho así por el abuso de su libre albedrío…. El cristianismo afirma que Dios es bueno; que hizo todas las cosas buenas y por su bondad; que una de las cosas buenas que hizo, a saber, el libre albedrío de las criaturas racionales, por su propia naturaleza incluía la posibilidad del mal; y que las criaturas, valiéndose de esta posibilidad, se han vuelto malas”[8]. [42]

Claramente busca proteger y defender la bondad de Dios al afirmar que fue la humanidad la que libremente eligió el pecado, y me parece absolutamente claro que, sobre el tema del libre albedrío, claramente descansa dentro de los límites del arminianismo clásico, donde Dios es bueno y soberano, y la humanidad es verdaderamente libre. Lewis proclama:
“Nuestra vida es en todo momento, suministrada por Él: nuestro diminuto y milagroso poder del libre albedrío solo opera en los cuerpos que Su energía continua mantiene en existencia” [9]
REFERENCIAS:
[1] Olson, Roger E. Arminian Theology: Myths and Realities. Downer’s Grove: InterVarsity Press, 2006, p. 117.
[2] Why I Am Not A Calvinist, 8; Roger E. Olson, Arminian Theology: Myths and Realities, (Downer’s Grove: InterVarsity Press, 2006), 153.
[3] C.S. Lewis, God in the Dock: Essays on Theology and Ethics, “The Trouble with X”, Walter Hooper, ed. (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1950), 152.
[4] Robert A. Peterson and Michael D. Williams, Why I Am Not An Arminian, (Downer’s Grove: InterVarsity Press, 2004), 136.
[5] Why I Am Not An Arminian, 173-191
[6] God in the Dock, “The Trouble with ‘X’…,” 152-153.
[7] Mere Christianity, 47-48.
[8] Mere Christianity, 170.
[9] C.S. Lewis, The Problem of Pain, (New York: HarperCollins Publishers, 1940), 63.
[10] Ibid., 33; [para más ejemplos del énfasis de Lewis en el libre albedrío ver: God in the Dock: 104-107; Mere Christianity: chs. 2-3, 183, 211-213; The Problem of Pain: 14-15, ch. 2, 48, ch. 5, 86, 94-96, 99, 111, 119, 124, 129-131; Miracles, (New York: HarperCollins Publishers, 1947): 195-197, 284, 288-290, 292; The Great Divorce: viii-ix, 22, 49, 61, 72-73, 75, 139-141]