Devocional, REFLEXIÓN BÍBLICA, Vida Cristiana, Vida Espiritual

¡Libérate de la culpa! Ahora eres hijo…

Por Fernando E. Alvarado

La culpa es el resultado natural de nuestro pecado contra Dios. La mayor prisión en la que caemos y de la que es imposible liberarnos solos, porque cuando le damos la espalda a nuestro Creador perdemos la paz interior y la exterior (Génesis 3:16). No sólo dejamos de ser nosotros mismos, sino que además perdemos la posibilidad de saber quienes somos realmente. Cuando nos sentimos culpables, vivimos con la impresión de que nada ni nadie puede liberarnos. Literalmente dejamos de vivir, porque las prisiones interiores son las que terminan destruyendo nuestra alma. Vivimos intranquilos aunque nadie nos persiga, caemos en la tiranía del desencanto porque siempre encontramos alguna circunstancia o situación que nos entristece y nos roba la paz.

Pero tengo una buena noticia que darte: Hay una posibilidad de abandonar esa cárcel, pero no tiene nada que ver con lo que nosotros podamos hacer, sino con aceptar el perdón de Dios. Él es el único que puede liberarnos de nuestro pasado, de todo lo que hemos hecho y las veces que hemos mentido, del desencanto y la persecución, de la tristeza y el odio. ¡Podemos salir de la prisión porque, si Cristo nos ha liberado, nadie puede atarnos! Cristo dijo: «Así que si el Hijo los libera, serán libres de verdad.» (Juan 8:36, NBV). Cuando Dios nos perdona, nos enseña que no podemos permitir que nuestro pasado nos encarcele otra vez: «Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: «¡Abbá! ¡Padre!»» (Romanos 8:15, NBV).

Jesús pagó el precio de nuestro perdón con su propia vida ¡Ni más ni menos! Cuando nos sabemos perdonados, nuestro entusiasmo no es el resultado de un proceso religioso ¡Es el fruto de haber conocido a un Salvador absolutamente impresionante! Y desde ese mismo momento, “Todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a Dios el Padre”(Colosenses 3:17, RVR1960). Somos libres, no tenemos que seguir mintiendo ni aparentando; la culpa no tiene ningún poder sobre nosotros. Nuestro Salvador nos ha enseñado quienes somos realmente, y esa imagen nos ha desbordado por completo. Ya no somos esclavos del temor y de la culpa ¡Somos hijos de Dios!

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