Por: Fernando E. Alvarado.
Uno de los mayores problemas de la predicación evangélica contemporánea es que las predicaciones cristianas muchas veces no son verdaderamente cristianas. Son morales en el mejor de los casos, heréticas en otros. Pocos predicadores estarán dispuestos a admitirlo, pero muchas de las predicaciones no apuntan a Cristo, no revelan a Cristo, no hablan de Cristo o de su obra, de sus promesas o de cómo ser como Él. Muchas predicaciones se limitan apenas a repetir viejos códigos morales y catálogos de normas, algunas de los cuales ni siquiera son bíblicas. Otras son puro discurso motivacional y anécdotas interesantes.
Cuando solo predicamos que no debemos mentir, que no debemos robar, o que debemos amar a nuestra esposa, aun cuando son principios útiles y hasta tradicionalmente cristianos, no son exclusivamente bíblicos. Los mormones, testigos de Jehová, musulmanes, budistas, y muchos más, enseñan y se adhieren a esos principios también. Las predicaciones moralistas son, en última instancia, una falta de respeto a la Biblia y a su autor, pues no estamos extrayendo de ella los grandes tesoros de conocimiento que contiene. Muchos predicadores «evangélicos» incluso han reducido el mensaje del Evangelio a una prédica legalista en la cual lo único que importa es que las mujeres no usen pantalones, se cubran el cuerpo lo más posible, no usen maquillaje, ni se corten el cabello. Pero ¿Es esto el Evangelio? ¿A tan poco reducimos la Palabra del Señor?

La predicación moralista (y muchas veces legalista) es un veneno que provoca una muerte lenta y silenciosa. Dicha predicación tiene como base un mal fundamento; pues busca que seres caídos se comporten cómo santos sin haber sido transformados por la gracia. ¿Ves por qué este tipo de predicación está destinada a fracasar? Muchos creyentes solo han oído hablar de normas toda su vida, pero no conocen las grandes verdades del Evangelio de la Gracia; ignoran (casi en su totalidad) la naturaleza de la obra expiatoria de Cristo; ignoran la naturaleza misma de la vida cristiana y jamás pueden experimentar en sí mismos la vida abundante que el Señor nos ofrece.
¿Por qué está pasando eso? Porque la predicación que se enfoca en ser mejores personas, en amar más, en odiar menos, en dar más, en vivir mejor, es una predicación que, aunque bien intencionada, está terminando de matar a personas desahuciadas. Es como dar veneno a una persona que se está muriendo. Ahora bien, no estoy diciendo que esté mal ser un mejor padre o ahorrar más dinero, o dar consejos sobre cómo llevar una vida sana y exitosa. Pero eso no es lo que Cristo vino a predicar, porque eso no es lo que necesitamos para vivir. Lo que hace la predicación moralista , legalista, e incluso aquella puramente motivacional, es poner una jarra de agua helada y deliciosa frente a alguien que está atado a una bicicleta estacionaria, sediento y cansado: Le muestra algo que necesita, pero que ¡Simplemente jamás alcanzará! Pues la naturaleza pecaminosa del hombre no se cambia dándole reglas ¡Solo la obra transformadora del Espíritu Santo puede hacerlo!

En contraste, la predicación bíblica y teológica le muestra al pecador la obra completa y suficiente de Cristo. Y esa obra de Jesús impulsa por gracia la vida del creyente hacia la santidad. ¿Teología? Sí. Eso que muchos que muchos «predicadores» rechazan estudiar, ¡Eso es lo que necesitan! Quizá te preguntes: ¿Por qué la necesitamos? ¿Acaso no nos ha ido bien sin ella? ¿Acaso los pentecostales no sumamos hoy millones alrededor del mundo? ¿Acaso no hemos impactado las naciones sin necesidad de tanta teología? ¡Absolutamente no! Y hoy estamos pagando el precio de nuestro error y desinterés por el estudio sistemático de la Biblia.
Las herejías nos invaden, las modas teológicas arrasan nuestras iglesias. Los miembros de nuestras iglesias aceptan todo lo que viene, venga de donde venga, sin juzgarlo a la luz de la Palabra. El evangelio de la prosperidad es solo la punta del iceberg. ¿Por qué está pasando esto? ¡Porque lo que menos conocen muchos cristianos hoy es la Palabra de Dios! Necesitamos recordar que uno de los mayores peligros para todo creyente es no saber qué cree o por qué cree lo que cree. Por ignorancia de la Palabra muchos creyentes son presa de las sectas y de los falsos evangelios y modas teológicas. Y nosotros los predicadores, pastores y maestros somos los responsables de ello, pues no estamos alimentando sanamente al rebaño.
Como pastor y líder pentecostal me duele ver como el trabajo de tantos años se pierde a manos de los mormones, los testigos de Jehová, los pentecostales unicitarios, las sectas neopentecostales, etc., que con sus herejías seducen a los incautos. Como teólogo arminiano, me duele ver como nuestro legado, nuestra doctrina, nuestra fe histórica es menospreciada y pisoteada por los defensores del calvinismo y su «nueva reforma», los cuales, con su vieja y desgastada teología, deslumbran a nuestros jóvenes sedientos de la Palabra pero a la vez desconocedores de ella. Éstos, impresionados por la supuesta erudición y aparente lógica calvinista, terminan creyendo que nunca aprendieron nada significativo en nuestras iglesias y abandonan la fe, avergonzados de ella, y convirtiéndose en nuevos y fanáticos adoradores de ideas y doctrinas de hombres; idólatras a cual más de Calvino, Spurgeon, R.C. Sproul, Piper, Washer, MacArthur o cualquier otro simple mortal que ha ganado algún prestigio.

¿Quién tiene la culpa de esto? Pues nosotros, los pastores y maestros. Aquellos que, siendo responsables de la enseñanza del pueblo de Dios, hemos preferido mantenerlos en la ignorancia, viviendo de una fe ciega como si de algo bueno se tratase. Pero una fe ciega no es una virtud. En cambio, la predicación teológica crea creyentes centrados y arraigados en la fe (Colosenses 2:7). No estoy hablando de personas llenas de soberbia y arrogancia. Si ese es el caso, no es culpa de la predicación teológica, sino de otros factores, incluyendo una mala ejecución de ella. Santiago dice que “Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Sin embargo, reconocemos que la predicación que es rica en teología pondrá la base sobre la cual se construirá la vida del creyente.
Predicar no es tarea fácil y no debe tomarse a la ligera. Cristo le ordenó a Pedro “pastorear a sus ovejas” (Juan 21:16), y esa orden persiste hasta nuestros días. Por lo tanto debemos actuar con responsabilidad cuando las ovejas de Dios vienen a escuchar la Palabra. ¿O será acaso que nosotros mismos tenemos una preparación teológica deficiente? ¿Estamos tan ciegos como aquellos a quienes pretendemos guiar? Si este es el caso (y me temo que a veces lo sea), ya sabemos lo que pasará: «son guías ciegos. Y, si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo.» (Mateo 15:14, NVI).

Amado pastor y maestro:
Tu predicación tiene que ser rica en teología para que la gente vea, entienda, comprenda, y se maraville de las verdades de Dios. Tiene que ser rica en teología para que los jóvenes sepan qué creen, los adultos adoren a su Creador, y los ancianos enseñen a otros. Tiene que ser rica en teología porque el libro del cual predicas es rico en teología. Es rico en Dios, en su persona, su esencia, su plan, su mente. La predicación debe fomentar lealtad a Dios, no al pastor. La predicación no es “mi tiempo”, es el de Dios. Así que sé sabio y con temor y temblor acércate al púlpito a hablar solo lo que Dios ya habló. Que la predicación rica en teología construya por medio del Espíritu Santo a creyentes nutridos en teología bíblica.
