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La depravación humana en la Biblia y los Padres Pre-Agustinianos en contraste con la teología agustiniana

Por Fernando E. Alvarado

La doctrina de la depravación humana ha sido un pilar central en la teología cristiana, especialmente en la tradición agustiniana, que sostiene que el pecado original corrompió por completo la naturaleza humana, dejándola incapaz de buscar a Dios o hacer el bien sin la gracia divina. Sin embargo, un análisis más detenido de las Escrituras y de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia preagustinianos revela una visión más matizada. Mientras que la teología agustiniana enfatiza una depravación total extrema, las perspectivas anteriores reconocen la pecaminosidad universal sin negar del todo la capacidad humana de responder a la iniciativa divina.

El concepto de depravación humana en los Padres de la Iglesia Preagustinianos

Los Padres de la Iglesia preagustinianos, como Ireneo de Lyon y Clemente de Alejandría, reconocían la Caída como un evento que introdujo el pecado y la muerte en el mundo, pero no consideraban que esta alterara completamente la capacidad humana para responder a Dios. Ireneo, en su obra Contra las Herejías, argumenta que la humanidad, aunque afectada por el pecado de Adán, conserva un grado de libertad para buscar a Dios, ya que la imagen divina (imago Dei) permanece intacta, aunque dañada. Él describe el pecado original como una desobediencia que trajo consecuencias universales, pero no una corrupción absoluta de la naturaleza humana (Ireneo, 1885, Libro V, cap. 16, p. 231). Por su parte, Clemente de Alejandría enfatiza que el pecado es una realidad universal, pero la gracia divina y la libertad humana cooperan para permitir al individuo responder al llamado de Dios, sugiriendo una visión más optimista de la condición humana (Clemente, 1867, Stromata, Libro II, cap. 15, p. 89). Estas perspectivas contrastan con la noción agustiniana de una depravación total que elimina toda capacidad humana para el bien (Wilson, 2019, p. 47).

Los Padres preagustinianos, como Tertuliano y Orígenes, reconocían que la Caída tuvo efectos profundos, pero no absolutos, en la naturaleza humana. Tertuliano, en De Anima, sostiene que el alma humana, aunque contaminada por el pecado, conserva la capacidad de discernir entre el bien y el mal, lo que implica una libertad moral limitada pero real (Tertuliano, 1870, cap. 41, p. 312). Orígenes, en De Principiis, argumenta que el pecado original debilitó la voluntad humana, pero no la anuló, permitiendo a las personas cooperar con la gracia divina para su salvación (Orígenes, 1869, Libro III, cap. 1, p. 145). Estas posturas reflejan una comprensión de la Caída que reconoce la pecaminosidad universal, pero evita la idea de una depravación total que incapacite completamente al ser humano. En contraste, Agustín, desviándose de la tradición patrística más amplia e influenciado por su trasfondo maniqueo, enfatizó una corrupción radical de la naturaleza humana, entendiendo el mundo material y la humanidad como intrínsecamente corruptos debido a una dualidad cósmica entre el bien y el mal (Wilson, 2019, p. 92).

En Confesiones, Agustín describe su transición del maniqueísmo al cristianismo, pero conserva ciertos supuestos sobre la incapacidad humana que no se alinean completamente con las Escrituras ni con la tradición preagustiniana (Agustín, 1866, Libro VII, cap. 3, p. 174). Esta influencia llevó a Agustín a sobre enfatizar la corrupción de la naturaleza humana, presentándola como incapaz de cualquier bien sin una intervención divina irresistible (Wilson, 2019, p. 123). Esta visión contrasta con la de Padres como Justino Mártir, quien en su Diálogo con Trifón afirma que los seres humanos, aunque pecadores, pueden responder a la gracia divina a través de su libre albedrío (Justino, 1867, cap. 141, p. 270).

Así pues, la doctrina agustiniana de la depravación total, aunque fundamentada en textos bíblicos como Romanos 3:23 y Efesios 2:1-3, exagera la incapacidad humana al interpretar estos pasajes desde una lente maniquea que minimiza la libertad humana. Los Padres preagustinianos, en cambio, interpretaban estos textos en un contexto que equilibraba la pecaminosidad con la capacidad de respuesta humana, enfatizando la cooperación entre la gracia divina y la voluntad libre. Por ejemplo, Juan Crisóstomo, en sus Homilías sobre Romanos, argumenta que la humanidad, aunque caída, puede responder al evangelio con fe, por medio de la gracia que Dios ofrece a todos (Crisóstomo, 1862, Homilía 7, p. 98). La perspectiva de Agustín, al enfatizar una depravación absoluta, no solo se aparta de esta tradición, sino que también establece un precedente para el calvinismo posterior (Wilson, 2019, p. 189).

Esta exageración (que algunos denominan “doctrina de la gracia”), aunque teológicamente influyente, no refleja plenamente la visión más matizada de los Padres preagustinianos ni la enseñanza bíblica en su conjunto. Refleja, simplemente, el trasfondo maniqueo-gnóstico de Agustín de Hipona (Wilson, 2019, p. 15). La teología de los Padres Preagustinianos, en cambio, ofrece una alternativa que, sin minimizar el impacto del pecado, preserva un espacio para la cooperación humana con la gracia, en lugar de una anulación total de la voluntad. El resultado es un enfoque equilibrado que, aunque reconoce la profunda herida del pecado, no reduce al ser humano a una incapacidad absoluta, sino que mantiene una tensión fructífera entre la necesidad de la gracia y la dignidad de la respuesta humana.

La pecaminosidad humana en las Escrituras

La Biblia enseña claramente que todos los seres humanos son pecadores y están separados de la santidad de Dios. Romanos 3:23 declara que «todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios». Este pasaje subraya la universalidad del pecado, una consecuencia del pecado original introducido por Adán y Eva (Génesis 3:6-7). Sin embargo, las Escrituras no presentan a la humanidad como completamente incapaz de responder al llamado de Dios. Por ejemplo, en Deuteronomio 30:19, Dios exhorta al pueblo de Israel a «escoger la vida», lo que implica una capacidad para tomar decisiones morales y espirituales. Esta perspectiva sugiere que, aunque el pecado ha dañado la naturaleza humana, no la ha privado totalmente de la capacidad de buscar a Dios, en contraste con la visión agustiniana de una humanidad totalmente depravada que requiere una intervención divina irresistible (Grudem, 1994, p. 497).

Un punto clave de desacuerdo con la teología agustiniana es la idea de que la humanidad, en su estado caído, carece de toda capacidad para responder a Dios sin una regeneración previa. En la Biblia, se encuentran ejemplos de personas que buscan a Dios antes de cualquier mención explícita de regeneración. Por ejemplo, en Hechos 10:1-2, Cornelio es descrito como un hombre «piadoso y temeroso de Dios» que oraba y hacía buenas obras antes de su encuentro con Pedro. Esto sugiere que, aunque pecador, Cornelio tenía una disposición hacia Dios que no encaja con la noción agustiniana de una depravación total que imposibilita cualquier inclinación hacia lo divino (Erickson, 2013, p. 612). Además, pasajes como Isaías 55:6-7, que invitan a los pecadores a buscar a Dios y arrepentirse, implican que los seres humanos poseen cierta capacidad para responder al llamado divino, desafiando la idea de una incapacidad absoluta.

La Biblia equilibra la pecaminosidad humana con la gracia divina y la responsabilidad humana. En Juan 1:9, se describe a Jesús como la «luz verdadera que alumbra a todo hombre», lo que sugiere que Dios proporciona una gracia universal que permite a las personas percibir y responder a la verdad divina. Este concepto se alinea con la idea de la gracia preveniente, que encuentra eco en pasajes bíblicos que muestran a Dios obrando en los corazones humanos antes de su conversión (Wesley, 1984, p. 245). En contraste, la teología agustiniana enfatiza la elección divina y la regeneración monergística, donde Dios actúa unilateralmente para salvar a los elegidos, dejando poco espacio para la cooperación humana (Augustine, 1994, p. 321). La perspectiva bíblica, sin embargo, parece mantener un equilibrio entre la iniciativa divina y la respuesta humana, como se ve en Filipenses 2:12-13, donde se exhorta a los creyentes a obrar su salvación mientras Dios opera en ellos.

Otro aspecto importante es la enseñanza bíblica sobre la imagen de Dios (imago Dei) en la humanidad. Génesis 1:26-27 establece que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios, y aunque el pecado ha dañado esta imagen, no la ha destruido por completo. Santiago 3:9 reconoce que los seres humanos, incluso en su estado caído, siguen llevando la imagen de Dios, lo que implica que conservan ciertas capacidades morales y espirituales. Esta perspectiva contrasta con la visión agustiniana, que tiende a minimizar las capacidades humanas post-caída, enfatizando la corrupción total de la naturaleza humana (Berkhof, 1996, p. 223). La permanencia de la imagen de Dios sugiere que los seres humanos, aunque pecadores, no están completamente incapacitados para buscar a Dios o realizar actos de bondad, lo que desafía la interpretación agustiniana de una depravación absoluta.

La humanidad, aunque herida por el pecado, no ha perdido del todo su capacidad de responder a la gracia divina

La perspectiva de los Padres de la Iglesia preagustinianos sobre la Caída y el pecado original reconoce la pecaminosidad universal, pero sostiene que la humanidad conserva una capacidad limitada para responder a Dios, gracias a la permanencia de la imagen divina y la acción previa de la gracia. Esta visión encuentra respaldo en las Escrituras, donde pasajes como Deuteronomio 30:19 (que insta a elegir la vida), Hechos 10:1-2 (que describe a Cornelio, un gentil temeroso de Dios) y Juan 1:9 (que habla de la luz que ilumina a todo ser humano) sugieren que, aunque el pecado ha afectado profundamente al hombre, no ha aniquilado por completo su capacidad de buscar a Dios y responder a su iniciativa.

En contraste, la doctrina agustiniana de la depravación total, posiblemente influenciada por su trasfondo maniqueo-gnóstico, radicaliza esta enseñanza al negar toda capacidad humana para cooperar con la gracia. Este enfoque, aunque influyente en la teología occidental, parece exceder el testimonio bíblico y patrístico temprano, que mantiene un equilibrio más cuidadoso entre la corrupción del pecado y la responsabilidad humana.

Por tanto, un análisis contextualizado de las Escrituras y la tradición patrística revela una visión matizada: la humanidad, aunque herida por el pecado, no ha perdido del todo su capacidad de responder a la gracia divina. Esta postura no minimiza la gravedad del pecado, pero evita el extremo de una depravación absoluta que, al anular toda agencia humana, podría distorsionar el equilibrio de la enseñanza cristiana primitiva y el testimonio bíblico.

Bibliografía:

  • Agustín. (1866). Confesiones. En P. Schaff (Ed.), Nicene and Post-Nicene Fathers (Vol. 1). Christian Literature Publishing.
  • Augustine. (1994). On the free choice of the will. Hackett Publishing.
  • Berkhof, L. (1996). Systematic theology. Eerdmans Publishing.
  • Clemente de Alejandría. (1867). Stromata. En A. Roberts y J. Donaldson (Eds.), Ante-Nicene Fathers (Vol. 2). Christian Literature Publishing.
  • Crisóstomo, J. (1862). Homilías sobre Romanos. En P. Schaff (Ed.), Nicene and Post-Nicene Fathers (Vol. 11). Christian Literature Publishing.
  • Erickson, M. J. (2013). Christian theology (3rd ed.). Baker Academic.
  • Grudem, W. (1994). Systematic theology: An introduction to biblical doctrine. Zondervan.
  • Ireneo de Lyon. (1885). Contra las herejías. En A. Roberts y J. Donaldson (Eds.), Ante-Nicene Fathers (Vol. 1). Christian Literature Publishing.
  • Justino Mártir. (1867). Diálogo con Trifón. En A. Roberts y J. Donaldson (Eds.), Ante-Nicene Fathers (Vol. 1). Christian Literature Publishing.
  • Orígenes. (1869). De principiis. En A. Roberts y J. Donaldson (Eds.), Ante-Nicene Fathers (Vol. 4). Christian Literature Publishing.
  • Tertuliano. (1870). De anima. En A. Roberts y J. Donaldson (Eds.), Ante-Nicene Fathers (Vol. 3). Christian Literature Publishing.
  • Wesley, J. (1984). The works of John Wesley (Vol. 5). Abingdon Press.
  • Wilson, K. (2019). El fundamento del calvinismo agustiniano. Oxford University Press.

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