Por Fernando E. Alvarado
El descenso de Cristo a los «infiernos» (o Hades, el lugar de los muertos en la tradición judía) es un evento teológico central en la fe cristiana, afirmado en el Credo de los Apóstoles. Este acto, que ocurrió entre la crucifixión y la resurrección, no fue una derrota, sino una conquista gloriosa que combina la proclamación de salvación y juicio, la liberación de los justos antiguos, la derrota del diablo y la universalidad de la redención. Basado en pasajes bíblicos como 1 Pedro 3:18-20, 1 Pedro 4:6, Judas 6, Génesis 6:1-4, Efesios 4:8-10, Hebreos 2:14-15 y Apocalipsis 1:18, este evento demuestra la autoridad de Cristo sobre la muerte, el diablo y toda la creación. Estos pasajes se entrelazan para formar una narrativa coherente, que bien podemos denominar “el Saqueo del Infierno”.
El pasaje clave de esta doctrina es 1 Pedro 3:18-20, el cual nos describe cómo Cristo, tras ser «muerto en la carne pero vivificado en el espíritu», fue a «predicar a los espíritus encarcelados» que desobedecieron en los días de Noé:
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.” (1 Pedro 3:18-20)
Este pasaje establece tres puntos clave:
- La muerte y vivificación de Cristo: Cristo, el justo, murió por los injustos (un tema soteriológico central en el Nuevo Testamento, cf. Romanos 5:8; 2 Corintios 5:21) y fue «vivificado en espíritu» (griego: zōopoiētheis de pneumati), lo que implica su resurrección o un estado de vida espiritual post-mortem.
- La predicación a los espíritus encarcelados: En este estado espiritual, Cristo «fue y predicó» (griego: ekēryxen) a los «espíritus encarcelados» (pneumasin en phylakē), identificados como aquellos que desobedecieron en los días de Noé.
- Conexión con el diluvio: La referencia a Noé y el arca conecta el pasaje con Génesis 6, sugiriendo un contexto específico para los «espíritus» y su desobediencia.
La interpretación de este texto depende de tres preguntas: ¿Quiénes son los «espíritus encarcelados»? ¿Qué significa «predicar»? ¿Cuándo y dónde ocurrió esta predicación?

IDENTIDAD DE LOS «ESPÍRITUS ENCARCELADOS»
El texto vincula a los «espíritus encarcelados» con los días de Noé, lo que lleva a considerar Génesis 6:1-4:
«Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas; y tomaron para sí mujeres de todas las que les gustaron… Había en aquellos días gigantes en la tierra; y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos» (Génesis 6:1-4, RVR1960).
En la tradición judía del Segundo Templo (como en el Libro de Enoc 6-11) y en algunos textos cristianos tempranos, los «hijos de Dios» (benei ha-Elohim) son ángeles que se rebelaron al unirse con mujeres humanas, produciendo una descendencia corrupta (los Nefilim). Esta interpretación se refuerza en Judas 6: «Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propio hogar, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día» (RVR1960). 2 Pedro 2:4-5 también menciona a los ángeles que pecaron, conectándolos con el diluvio: «Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé…».
Otra posibilidad es que los «espíritus» mencionados en 1 Pedro 3:18-20 sean las almas de los humanos que perecieron en el diluvio debido a su desobediencia. Sin embargo, eso resulta muy improbable ya que el término griego pneumata (espíritus) se usa raramente en el Nuevo Testamento para referirse a almas humanas desencarnadas, siendo más común para seres angélicos o demoníacos (cf. Hebreos 1:14).
El contexto de Génesis 6:1-4 es crucial para identificar a este grupo de espíritus que fue visitado durante el Descensus ad Inferos de Cristo. La tradición judía del Segundo Templo, reflejada en el Libro de Enoc (1 Enoc 6-11), describe a los ángeles caídos que se unieron a mujeres humanas, corrompiendo la creación y provocando el diluvio como juicio divino. Judas 6 y 2 Pedro 2:4-5 confirman esta interpretación al mencionar a los ángeles que «no guardaron su dignidad» y fueron castigados. Este trasfondo sugiere que los «espíritus encarcelados» de 1 Pedro 3:19 son estos ángeles rebeldes, y la proclamación de Cristo es un acto de autoridad sobre ellos, afirmando su victoria sobre las fuerzas que intentaron frustrar el plan de Dios.
En cuanto al lugar donde fueron encerrados los ángeles que cohabitaron con mujeres humanas, dicho lugar, según las fuentes bíblicas y extrabíblicas, es descrito como una prisión espiritual o un lugar de confinamiento para seres sobrenaturales rebeldes. Este lugar se asocia con el Hades o el Tártaro (en el contexto de 2 Pedro 2:4) y se presenta como un ámbito de castigo donde estos ángeles aguardaban el juicio divino.
Judas 6 nos dice: «Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día». Este versículo identifica explícitamente a los ángeles rebeldes y su castigo: fueron confinados en «prisiones eternas» (desmois aidiois) bajo «oscuridad» (zophos). La referencia a «abandonaron su propia morada» sugiere que dejaron su lugar asignado en el orden celestial para cometer transgresiones, en línea con Génesis 6:1-4.
2 Pedro 2:4-5 añade: «Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé…». Aquí, el término griego para «infierno» es Tártaros (ταρταρόω), un concepto helenístico que denota un lugar subterráneo de castigo para seres divinos rebeldes, análogo al Hades judío pero específicamente asociado con el confinamiento de entidades sobrenaturales. El texto conecta el castigo de estos ángeles con el diluvio, reforzando el vínculo con Génesis 6.
1 Enoc 6-11 (extrabíblico), un texto apócrifo influyente en el judaísmo del Segundo Templo y citado implícitamente en Judas 14-15, describe en detalle la rebelión de los ángeles (llamados «Vigilantes» o Grigori). En 1 Enoc 10:4-6, Dios ordena a Rafael que ate a Azazel, uno de los líderes angélicos, y lo arroje a «la oscuridad» en un lugar desértico llamado Dudael, donde permanecerá hasta el juicio final. Otros ángeles rebeldes son encerrados en «abismos de la tierra» (1 Enoc 10:12). Este lugar se describe como un espacio de confinamiento, separado de la creación y destinado al castigo.
El propósito del lugar donde fueron encerrados estos ángeles era doble: castigo por su transgresión y contención hasta el juicio final. Según las fuentes:
- Castigo por la transgresión: Los ángeles que cohabitaron con mujeres humanas violaron el orden divino al cruzar los límites entre lo celestial y lo humano, corrompiendo la creación y contribuyendo al pecado que llevó al diluvio (Génesis 6:5-7; 1 Enoc 7:1-6). Su confinamiento en «prisiones de oscuridad» (Judas 6, 2 Pedro 2:4) refleja un juicio inmediato por su rebelión, asegurando que no continuaran interfiriendo en el plan de Dios.
- Contención hasta el juicio final: Tanto Judas 6 como 2 Pedro 2:4 enfatizan que estos ángeles están «reservados al juicio». Esto implica que el lugar de su encierro es temporal, diseñado para mantenerlos bajo control hasta el «gran día» del juicio escatológico (cf. Apocalipsis 20:1-3, donde se describe un abismo similar para Satanás). En 1 Enoc 10:12, se dice que los ángeles serán atados «por setenta generaciones» hasta el juicio final, reforzando la idea de una prisión provisional.
La ubicación del lugar de encierro de los ángeles caídos no se describe en términos geográficos precisos, sino en términos teológicos y cosmológicos, como un ámbito espiritual o subterráneo separado de la creación visible. Las fuentes proporcionan las siguientes pistas:
- En el Hades/Tártaro: En 2 Pedro 2:4, el término Tártaros evoca un lugar subterráneo de castigo, análogo al *Hades* judío, pero específicamente asociado con el confinamiento de seres divinos rebeldes. En la mitología griega, el Tártaro era un abismo profundo debajo del Hades, reservado para los titanes. La adopción de este término en 2 Pedro sugiere una adaptación helenística para describir un lugar de castigo sobrenatural, distinto del Seno de Abraham (donde residían los justos) o del Gehenna (el lugar de condenación final).
- En abismos de la tierra (1 Enoc): En 1 Enoc 10:4-12, los ángeles caídos son arrojados a «abismos» o «lugares oscuros» en la tierra, como Dudael, descrito como un lugar desértico. Aunque Dudael puede interpretarse como un lugar simbólico, refleja la idea de un espacio aislado y desolado, posiblemente subterráneo, donde los ángeles son separados de la creación.
- Bajo oscuridad (Judas 6): La referencia a «oscuridad» (zophos) sugiere un lugar de aislamiento espiritual, fuera de la luz divina. Este lenguaje es consistente con la descripción del Sheol o Hades en la tradición judía como un lugar sombrío y separado (cf. Salmos 88:6; Job 10:21-22).
Dicho lo anterior, hemos de concluir que la interpretación más consistente con la tradición apostólica y los textos del Segundo Templo (como el Libro de Enoc, citado implícitamente en Judas y 2 Pedro) es que los «espíritus encarcelados» son los ángeles caídos de Génesis 6, que intentaron corromper la creación de Dios al mezclarse con la humanidad. Su «encarcelamiento» (cf. Judas 6) refleja su castigo divino hasta el juicio final.
El significado de la palabra «predicar» (ἐκήρυξεν) usada en el texto, arroja mayor luz al respecto.La palabra griega ekēryxen (de kēryssō) significa «proclamar» o «anunciar». A diferencia de euangelizō (predicar el evangelio), kēryssō no implica necesariamente un mensaje de salvación, sino un anuncio autoritativo, que puede ser de victoria, juicio o advertencia. En el contexto de 1 Pedro 3:19, ekēryxen adquiere un significado doble:
- Proclamación de victoria: La tradición mayoritaria, especialmente en la patrística (Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes), entiende que Cristo proclamó su triunfo sobre los poderes del mal, incluidos los ángeles caídos. Este anuncio no ofrece redención a estos espíritus, sino que afirma la autoridad de Cristo sobre todas las fuerzas espirituales, conforme a Colosenses 2:15: «Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (RVR1960).
- Juicio final: El anuncio es también una declaración de condena a los ángeles caídos, reafirmando su destino en el juicio (cf. Judas 6; 2 Pedro 2:4).
Esta doble interpretación de ekēryxen como «proclamación de victoria y juicio» es la más coherente con el contexto teológico, ya que subraya la obra redentora de Cristo como un triunfo cósmico sobre el pecado, la muerte y los poderes espirituales rebeldes (Efesios 1:20-22; Filipenses 2:9-11).
En síntesis, podemos decir que el lugar donde fueron encerrados los ángeles que cohabitaron con mujeres, según Génesis 6:1-4, Judas 6, 2 Pedro 2:4 y 1 Pedro 3:19, era una prisión espiritual en el Hades o Tártaro, descrita como un ámbito de «oscuridad» y «abismos» destinado al castigo y contención de estos seres rebeldes hasta el juicio final. Su propósito era castigar la transgresión de los ángeles, que violaron el orden divino al unirse con mujeres humanas, y evitar que continuaran corrompiendo la creación. La proclamación de Cristo a estos «espíritus encarcelados» durante el Descensus ad Inferos (1 Pedro 3:19) fue un acto de autoridad, afirmando su victoria sobre las fuerzas espirituales que intentaron frustrar el plan de Dios.

¿FUE EL EVANGELIO PREDICADO A LOS MUERTOS?
Pero la idea de una visita post-mortem de Cristo a los infiernos adquiere un nuevo matiz al considerar 1 Pedro 4:6 el cualrefuerza la idea del Descensus ad Inferos, añadiendo, aparentemente, a otro grupo distinto de seres espirituales. El pasaje de 1 Pedro 4:6 nos dice:
«Porque por esto también fue predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios» (RVR1960).
Aquí, el verbo «predicado» es euangelizō, que implica la proclamación del evangelio, sugiriendo un mensaje de salvación. Los «muertos» aquí mencionados son, evidentemente, seres humanos desencarnados. La tradición cristiana ha identificado a tales muertos como los justos del Antiguo Testamento. Pero ¿dónde estaban ellos?
La «morada de los muertos» en el contexto de 1 Pedro 4:6 se identifica comúnmente con el Seno de Abraham o una región del Hades (en griego, el término para el mundo de los muertos, equivalente al Sheol hebreo). En la cosmovisión judía del Segundo Templo, el Sheol o Hades no era únicamente un lugar de condenación, sino un lugar donde las almas de los muertos, tanto justos como injustos, aguardaban. En el caso de los justos, como los patriarcas y profetas, se creía que residían en una región de consuelo, conocida como el Seno de Abraham, un lugar de reposo y espera (Lucas 16:22-26). En contraste, los impíos estaban en un lugar de tormento, separados por un «gran abismo» (Lucas 16:26).
Cristo habría llevado el evangelio a los patriarcas y profetas en el Seno de Abraham, permitiéndoles entrar en la presencia de Dios (de lo cual el pecado adámico les había vetado hasta el día de la redención) y completando su obra redentora al extender los frutos de su sacrificio a aquellos que murieron antes de su venida. La teología cristiana ve este acto como una afirmación de que Cristo es el «Cordero inmolado desde la fundación del mundo» (Apocalipsis 13:8), cuya redención une el pasado, presente y futuro.
La liberación de los justos antiguos, y no un ofrecimiento de salvación post-mortem, domina el pensamiento de Pedro. Efesios 4:8-10 describe cómo Cristo, al descender a las «partes más bajas de la tierra», «llevó cautiva la cautividad».
«Por eso dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que «subió», ¿qué significa sino que también había descendido a las partes más bajas de la tierra? El que descendió es el mismo que también subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Efesios 4:8-10, RVR1960).
Este texto cita el Salmo 68:18, adaptándolo al contexto cristológico. En el original hebreo, el Salmo describe a Dios como un rey victorioso que sube en triunfo, recibiendo tributos. Pablo, sin embargo, reinterpreta este pasaje de manera mesiánica, aplicándolo a Cristo. La frase «llevó cautiva la cautividad» sugiere una victoria definitiva sobre las fuerzas que esclavizan a la humanidad, mientras que «dio dones a los hombres» implica la distribución de los frutos de esa victoria, como los dones del Espíritu Santo.
La expresión «las partes más bajas de la tierra» (griego: ta katōtera tēs gēs) es central para la interpretación. En el contexto del siglo I, esta frase podía referirse al mundo subterráneo, el Hades o el Seol, entendido en la cosmovisión judía como el lugar donde residían los muertos. Históricamente, la iglesia ha interpretado este descenso como el acto de Cristo de liberar a los justos que aguardaban en el Seno de Abraham.

El Seno de Abraham y la cosmovisión judía
El Seno de Abraham (griego: kolpos Abraam, Lucas 16:22) es un concepto que aparece en la parábola del rico y Lázaro. En la tradición judía del Segundo Templo, el Seol o Hades no era únicamente un lugar de castigo, sino un espacio dividido donde los justos y los pecadores aguardaban tras la muerte. Los justos, como Abraham, Moisés, o los profetas, descansaban en un lugar de consuelo conocido como el Seno de Abraham, mientras que los impíos enfrentaban tormento.
Antes de la redención de Cristo, la tradición cristiana sostiene que el pecado adámico (Génesis 3) había cerrado las puertas del paraíso, impidiendo que incluso los justos accedieran plenamente a la presencia de Dios. Esta idea se deriva de la teología paulina, particularmente en Romanos 5:12-21, donde se describe cómo el pecado de Adán trajo la muerte y la separación de Dios, y cómo Cristo, el nuevo Adán, restaura la comunión con Dios a través de su sacrificio.
Con su Descensus ad Inferos («descendió a los infiernos») tras su muerte en la cruz, Cristo descendió al mundo de los muertos no para sufrir, sino para proclamar su victoria y liberar a los justos. Esta interpretación se fundamenta en varios textos bíblicos, además de Efesios 4:8-10:
- 1 Pedro 3:19-20: «En el cual también fue y predicó a los espíritus en prisión, que en otro tiempo desobedecieron». Este pasaje sugiere que Cristo anunció su victoria a los espíritus en el Hades, aunque la identidad de estos «espíritus» es debatida (¿ángeles caídos, pecadores del diluvio, o los justos?).
- Hechos 2:27, 31: Pedro cita el Salmo 16:10, afirmando que Dios no abandonó el alma de Cristo en el Hades, lo que implica que Cristo estuvo presente allí antes de su resurrección.
- Mateo 12:40: Jesús compara su tiempo en la tumba con Jonás en el vientre del pez, sugiriendo un período de descenso antes de la resurrección.
Así pues, el descenso de Cristo es, en primer lugar, un acto de liberación. Cristo, al descender, rompió las cadenas del pecado y la muerte, abriendo el paraíso a los justos del Antiguo Testamento. Estos justos, como Abraham, Moisés, David y los profetas, no podían entrar en la gloria celestial antes de la redención, ya que la expiación de Cristo era necesaria para cumplir la promesa de salvación.

Desarrollo en la tradición patrística
Los Padres de la Iglesia proclamaron también esta doctrina, ofreciendo interpretaciones variadas pero convergentes:
- Ireneo de Lyon (siglo II) en Contra las Herejías conecta el descenso con la recapitulación de toda la historia humana por Cristo. Al descender al Hades, Cristo completa su obra redentora, alcanzando incluso a los que murieron antes de su venida.
- Orígenes (siglo III) interpreta el descenso como una proclamación de la victoria de Cristo sobre los poderes del mal, incluyendo la muerte y el Hades.
- Agustín de Hipona (siglo IV-V) enfatiza que Cristo liberó a los justos, llevándolos al cielo, mientras que los impíos permanecieron en el Hades. En su Carta 164, Agustín reflexiona sobre Efesios 4:9, sugiriendo que «las partes más bajas de la tierra» podrían referirse tanto al Hades como a la encarnación misma de Cristo en la tierra.
- Gregorio Magno (siglo VI) en sus Moralia in Job describe el descenso como un acto de triunfo, donde Cristo, como rey victorioso, saquea el Hades y lleva a los justos a la presencia divina.
En la tradición oriental, esta creencia se refleja en el icono de la Anastasis (Resurrección), donde Cristo es representado rompiendo las puertas del Hades y levantando a Adán y Eva, simbolizando la liberación de la humanidad del poder de la muerte.
En síntesis, podemos afirmar que Cristo descendió a los infiernos para:
- Proclamar su victoria: Anunció su triunfo sobre el pecado y la muerte a los espíritus en el Hades.
- Liberar a los justos: Llevó a los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, que aguardaban en el Seno de Abraham, a la gloria celestial.
- Cumplir la redención: Completó la obra de la salvación al extender sus efectos incluso a los que murieron antes de su venida.
Efesios 4:8-10 nos presenta el descenso de Cristo a los infiernos como un misterio de solidaridad con los muertos y de victoria sobre la muerte. A través de dicho descenso, Cristo no solo liberó a los justos, sino que abrió las puertas del cielo, haciendo posible la comunión definitiva con Dios para toda la humanidad redimida. Así pues, el descenso de Cristo al Hades constituye el acto culminante de su obra redentora. Al «llevar cautiva la cautividad», Cristo libera a los justos del Antiguo Testamento, como Abraham y los profetas, del Seno de Abraham, abriendo las puertas del paraíso que el pecado adámico había cerrado. Este misterio no solo subraya la victoria de Cristo sobre la muerte, sino que también refleja la profundidad de su amor y solidaridad con toda la humanidad, pasada, presente y futura. Este evento constituye, en sí mismo, un pilar de la fe en la resurrección y la esperanza escatológica.
El descenso de Cristo al Hades tiene también profundas implicaciones teológicas:
- Soteriología: El acto subraya la universalidad de la redención de Cristo, que abarca no solo a los vivos, sino también a los muertos que le precedieron. Esto refleja la misericordia divina que trasciende el tiempo.
- Cristología: El descenso afirma la plena humanidad y divinidad de Cristo, quien, incluso en la muerte, actúa como Salvador y Rey.
- Escatología: La liberación de los justos prefigura la resurrección final, cuando todos los redimidos entrarán en la presencia de Dios.

CHRISTUS VICTOR, EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS Y LA DERROTA DEL DIABLO Y LOS PODERES ESPIRITUALES
La doctrina del Christus Victor, la cual enfatiza la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y las fuerzas del mal se combina hermosamente con el concepto del descenso de Cristo a los infiernos. Esta doctrina, originada en los primeros siglos del cristianismo y destacada por teólogos como Ireneo (y más recientemente por teólogos como Gustavo Aulén), sostiene que la obra redentora de Jesús, especialmente a través de su muerte y resurrección, derrota los poderes del mal (Satanás, el pecado y la muerte), liberando a la humanidad de su esclavitud. Christus Victor pone el foco en el triunfo cósmico de Cristo, restaurando la relación entre Dios y la creación.
El concepto del descenso de Cristo como un acto de victoria sobre el diablo y los poderes espirituales se basa en varios textos bíblicos clave, entre ellos Hebreos 2:14-15 y Apocalipsis 1:18, que se complementan con otros pasajes del Nuevo Testamento. Analicemos los textos principales:
«Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo; y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 2:14-15, RVR1960).
Este pasaje establece que Cristo, al asumir la naturaleza humana («carne y sangre»), participó en la muerte para destruir (katargēsē, «anular» o «hacer ineficaz») el poder del diablo, descrito como aquel que «tenía el imperio de la muerte». La expresión «imperio de la muerte» (griego: to kratos tou thanatou) sugiere que el diablo ejercía un dominio sobre la humanidad a través del pecado y la muerte, consecuencias del pecado original (Génesis 3:1-19; Romanos 5:12). La muerte de Cristo, sin embargo, rompe esta esclavitud, liberando a la humanidad del temor a la muerte y restaurando la esperanza de la vida eterna.
«Y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Apocalipsis 1:18, RVR1960).
En este versículo, Cristo resucitado proclama su autoridad sobre la muerte y el Hades, simbolizada por las «llaves». En la cosmovisión del siglo I, las llaves representan poder y control (cf. Mateo 16:19). Al poseer las llaves del Hades, Cristo demuestra su soberanía sobre el reino de los muertos, un dominio que, según la tradición judía y cristiana, estaba bajo la influencia de fuerzas demoníacas antes de la redención.
El descenso de Cristo al Hades, como se describe en la tradición cristiana (cf. Credo de los Apóstoles: «descendió a los infiernos»), no es un acto de derrota, sino de triunfo. La teología cristiana interpreta este evento como parte integral de la obra redentora de Cristo, que incluye:
- Victoria sobre el diablo: Cristo, al morir y descender al Hades, confronta directamente el dominio del diablo, despojándolo de su poder. Esto se alinea con Colosenses 2:15: «Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (RVR1960). El descenso es una extensión de esta victoria, donde Cristo proclama su autoridad incluso en el reino de la muerte.
- Liberación de los justos: Como se analizó previamente en Efesios 4:8-10, Cristo liberó a los justos del Antiguo Testamento (como Abraham y los profetas) del Seno de Abraham, llevándolos a la presencia de Dios.
- Soberanía cósmica: El descenso establece a Cristo como Señor de todos los reinos: los cielos, la tierra y el mundo subterráneo (Filipenses 2:10: «para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra»).
Los Padres de la Iglesia elaboraron esta doctrina, enfatizando el triunfo de Cristo sobre el diablo y los poderes espirituales:
- Ireneo de Lyon (Contra las Herejías 5.23.1): Describe el descenso como un acto de recapitulación, donde Cristo, al entrar en el dominio de la muerte, derrota al diablo y libera a los cautivos. Ireneo conecta Hebreos 2:14 con la idea de que la muerte de Cristo anula el poder del maligno.
- Orígenes (Contra Celso 2.43): Interpreta el descenso como una proclamación de victoria sobre los poderes demoníacos, incluidos los ángeles caídos de Génesis 6. Orígenes ve a Cristo como el conquistador que somete a todos los poderes espirituales.
- Agustín de Hipona (Sermones 237): Enfatiza que Cristo, al descender, rompió las cadenas del Hades, liberando a los justos y demostrando su dominio sobre Satanás. Para Agustín, el descenso es una manifestación de la omnipotencia divina.
- Gregorio Magno (Moralia in Job 12): Describe a Cristo como un rey victorioso que entra en el Hades, saquea el reino de la muerte y proclama su triunfo sobre el diablo.
En la tradición oriental, el icono de la Anastasis (Resurrección) representa a Cristo rompiendo las puertas del Hades, pisoteando al diablo y levantando a Adán y Eva, simbolizando su victoria sobre la muerte y los poderes del mal.
Pero más allá de la tradición patrística, el triunfo de Cristo sobre el diablo y los poderes espirituales es ampliamente enseñada en las Escrituras:
- Juan 12:31: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera». Jesús anuncia que su muerte y resurrección despojarán al diablo de su autoridad.
- 1 Juan 3:8: «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo». La misión de Cristo incluye la destrucción de las obras del maligno, que culmina en el descenso al Hades.
- Efesios 1:20-22: Describe a Cristo exaltado «sobre todo principado y autoridad y poder y señorío», incluyendo los poderes espirituales rebeldes.
- 1 Corintios 15:24-26: Afirma que Cristo, al final, entregará el reino a Dios, habiendo destruido «todo dominio, toda autoridad y poder», con la muerte como «el último enemigo» a ser vencido.
Estos textos establecen que la obra redentora de Cristo no solo libera a la humanidad del pecado, sino que también somete a los poderes espirituales que se opusieron a Dios, incluidos los ángeles caídos de Judas 6 y Génesis 6. Además, la interpretación del descenso de Cristo a los infiernos como un triunfo sobre el diablo es lógicamente coherente con el resto de la teología cristiana por varias razones:
- Cumplimiento de la redención: Si el pecado adámico otorgó al diablo un «imperio» sobre la muerte (Hebreos 2:14), la redención de Cristo debe incluir la destrucción de este poder. El descenso al Hades, el dominio asociado con la muerte y los poderes demoníacos, es el escenario lógico para esta confrontación final.
- Soberanía universal: La cristología del Nuevo Testamento presenta a Cristo como Señor de todo (Filipenses 2:9-11). Para que esta soberanía sea completa, Cristo debe ejercer autoridad incluso sobre el Hades, el reino asociado con el diablo y los ángeles caídos.
- Liberación del temor a la muerte: Hebreos 2:15 destaca que Cristo libera a la humanidad del temor a la muerte. Este temor está ligado al poder del diablo, que utiliza la muerte como instrumento de esclavitud. Al descender al Hades y proclamar su victoria, Cristo demuestra que la muerte ya no tiene poder sobre los redimidos.
- Conexión con los ángeles caídos: La tradición de Génesis 6 y Judas 6 identifica a los ángeles caídos como agentes de corrupción cósmica. La proclamación de Cristo a estos «espíritus encarcelados» (1 Pedro 3:19) reafirma su derrota, asegurando que su rebelión no frustrará el plan de Dios.
Y más allá de la lógica, hemos de reconocer que el descenso de Cristo como triunfo sobre el diablo tiene profundas implicaciones en la teología cristiana:
- Soteriología: La victoria de Cristo sobre el diablo asegura que la redención no solo perdona el pecado, sino que libera a la humanidad de las fuerzas espirituales que la esclavizan. Esto refuerza la idea de que la salvación es un acto cósmico, no solo individual.
- Cristología: El descenso subraya la plena divinidad y humanidad de Cristo, quien, incluso en la muerte, ejerce autoridad sobre los poderes espirituales. Su posesión de las «llaves del Hades» (Apocalipsis 1:18) lo establece como el Señor de la vida y la muerte.
- Escatología: La victoria en el Hades prefigura el triunfo final de Cristo en el juicio, cuando todos los poderes rebeldes serán sometidos (1 Corintios 15:24-28; Apocalipsis 20:10).
El descenso de Cristo al Hades, como se describe en Hebreos 2:14-15 y Apocalipsis 1:18, es un acto de triunfo sobre el diablo y los poderes espirituales rebeldes, incluidos los ángeles caídos de Judas 6 y Génesis 6. Al participar en la muerte, Cristo destruyó el poder del diablo, liberando a la humanidad del temor a la muerte y proclamando su autoridad en el Hades. Este evento, respaldado por textos como Colosenses 2:15, 1 Pedro 3:19, y Filipenses 2:10, establece a Cristo como el Señor soberano de todos los reinos, cumpliendo la redención de manera cósmica. La tradición patrística refuerza esta interpretación, presentando el descenso como un pilar de la fe cristiana que celebra la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el diablo, y su promesa de vida eterna para los redimidos.

¿REALMENTE OCURRIÓ?
Sin duda que sí. Así lo afirma la Biblia y así lo ha creído la iglesia a través de los siglos. El Descensus ad Inferos debe ser entendido como un suceso real. Un viaje post-mortem de Cristo al mundo de los muertos, tanto al Seno de Abraham como al mismísimo tártaro. No se trata, como afirman ciertos teólogos de tradición reformada, de que el Espíritu de Cristo (preexistente) habló en el pasado a través de Noé, exhortando a los pecadores de su tiempo a arrepentirse, aunque estos desobedecieron y fueron juzgados por el diluvio. Esta interpretación se fundamenta en la autoridad de Calvino, no en la Biblia. En su comentario sobre 1 Pedro (Commentaries on the Catholic Epistles), Calvino rechazó la idea del Descensus ad Inferos y propuso que Cristo predicó a través de Noé a los contemporáneos del diluvio, quienes ahora están «encarcelados» en el Hades debido a su desobediencia. Calvino enfatizó que la predicación fue un llamado al arrepentimiento, no un evento post-mortem.
En este punto (como en muchos otros) nos permitimos contradecir a Calvino ya que, bíblicamente, el Descensus literal de Cristo ad Inferos se apoya en varios textos:
- Efesios 4:8-10: Como se analizó previamente, describe a Cristo descendiendo a «las partes más bajas de la tierra» y llevando «cautiva la cautividad», sugiriendo una liberación de los justos y un triunfo sobre los poderes del mal.
- Hechos 2:27, 31: Cita el Salmo 16:10, afirmando que el alma de Cristo no fue abandonada en el Hades, lo que implica su presencia allí.
- Mateo 12:40: Compara el tiempo de Cristo en la tumba con Jonás, sugiriendo un descenso activo.
- Apocalipsis 1:18: Cristo declara: «Tengo las llaves de la muerte y del Hades», afirmando su autoridad sobre el reino de los muertos.
Lógicamente, la interpretación de un descenso literal de Cristo a los infiernos es coherente con la teología cristiana porque:
- Cumple la justicia divina: Si los justos del Antiguo Testamento no podían entrar al cielo debido al pecado original, el descenso de Cristo asegura que la redención sea universal, abarcando a los que murieron antes de su venida.
- Refuerza la cristología: El descenso muestra que Cristo, en su humanidad y divinidad, ejerce autoridad sobre todos los reinos, incluido el Hades, cumpliendo Filipenses 2:10: «Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra».
- Conecta con la escatología: La proclamación de Cristo en el Hades prefigura su victoria final en el juicio, donde todos los poderes rebeldes serán sometidos (1 Corintios 15:24-28).

EL CRISTO VICTORIOSO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
El Descensus ad Inferos de Cristo, fundamentado en pasajes como 1 Pedro 3:18-20 y 4:6, es un acto de conquista cósmica que afirma su victoria sobre la muerte, el pecado y las fuerzas espirituales rebeldes. Tras su muerte en la cruz, Cristo descendió al *Hades*, proclamando su triunfo sobre los «espíritus encarcelados», probablemente los ángeles caídos de Génesis 6:1-4, como sugieren Judas 6 y 2 Pedro 2:4. Este anuncio, descrito con el verbo griego ekēryxen (proclamar), no implica una oferta de salvación, sino una demostración de autoridad sobre las potestades rebeldes, en línea con Colosenses 2:15, donde Cristo «despojó a los principados y potestades». La tradición patrística, como Ireneo (*Contra las Herejías* 4.27.2), refuerza esta visión, presentando el descenso como un acto de dominio que subyuga a las fuerzas opuestas al plan de Dios.
El descenso también incluyó la proclamación del evangelio a los justos del Antiguo Testamento, como se indica en 1 Pedro 4:6, permitiendo que patriarcas y profetas, que aguardaban en el Seno de Abraham (Lucas 16:22-23), participaran de la redención. Este acto, descrito en textos apócrifos como el Evangelio de Nicodemo (Acta Pilati 17-27), muestra a Cristo liberando a las almas justas, como Adán y Abraham, para llevarlas a la presencia de Dios. Clemente de Alejandría (Stromata 6.6) y Orígenes (Contra Celso 2.43) interpretan esta predicación como la culminación de la salvación para aquellos que murieron en la fe antes de la venida de Cristo, subrayando la continuidad del plan redentor.
La derrota del diablo es otro aspecto clave del Descensus ad Inferos. Según Hebreos 2:14, Cristo destruyó el poder del diablo sobre la muerte, liberando a la humanidad de su esclavitud. Gregorio de Nisa (Gran Catequesis 24) y Juan Crisóstomo (Homilías sobre Mateo 4.12) presentan esta confrontación como un momento decisivo en el que Cristo pisotea al adversario, rompiendo las puertas del Hades. Esta victoria no solo neutraliza el poder del maligno, sino que también asegura a los creyentes que ninguna fuerza espiritual puede prevalecer contra el reino de Dios.
La universalidad de la redención de Cristo se manifiesta en el alcance temporal de su obra, que une el pasado, presente y futuro, como se expresa en Apocalipsis 13:8, donde Cristo es el «Cordero inmolado desde la fundación del mundo». Su descenso al Hades asegura que los justos de todas las épocas participen de la salvación, mientras su proclamación a los ángeles caídos reafirma su señorío sobre todos los reinos, como declara Romanos 14:9: «Cristo murió y resucitó… para ser Señor así de los muertos como de los vivos». Este evento consuela a los cristianos, como los destinatarios de 1 Pedro, al garantizar que ni la muerte ni las potestades pueden separarlos de Dios (Romanos 8:38-39).
El Descensus ad Inferos no solo completa la obra redentora, sino que también proclama a Cristo como el Señor soberano de vivos y muertos, cuya victoria trasciende todos los reinos y ofrece esperanza escatológica a los creyentes.

BIBLIOGRAFIA Y FUENTES CONSULTADAS:
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