Por Fernando E. Alvarado
En algunas ocasiones, cuando un ministro pentecostal ora e impone sus manos sobre alguien, la persona – vencida por la sobrecogedora presencia del Espíritu Santo – cae al suelo o se desmaya. Con frecuencia, la persona pierde el conocimiento por un período de tiempo. Muchos se preguntan: ¿Es esto de Dios? ¿Hizo esto Jesús alguna vez? ¿Por qué alguien se caería como un borracho al sentir la presencia del Espíritu Santo en su vida?

Quizá esto no encaje en la mente de aquellos que quisieran que el Espíritu Santo se sujetara a sus sistemas teológicos y hasta litúrgicos, pero el Espíritu Santo no tiene por qué sujetarse a nuestras expectativas. ¿Nunca te ha pasado a ti? Pues entonces no puedes hablar de lo que no conoces ni has experimentado. Como dijo Jesús “nosotros hablamos de lo que sabemos” (Juan 3:11)
Ante la autoridad y la presencia de un ser divino cualquiera se derrumba. Incluso el Jesús humano fue capaz de hacer caer al suelo a quienes se acercaron a Él:
“Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra.” (Juan 18:4-6)

¿Qué provocó esto? Sin duda su autoridad divina y la constante llenura del Espíritu Santo. Después de todo “El Espíritu de Dios llenó a Jesús con su poder.” (Lucas 4:1; TLA)
Cuando el Señor resucitado se le apareció a Saulo de Tarso este cayó al suelo. Lo que estaba frente a Pablo no era cualquier cosa, era Dios el Hijo, la segunda persona de la Trinidad:
“Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:3-4)
¿Qué de extraño tiene que, ante la presencia del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, las personas caigan al suelo, anonadadas por su presencia sin saber cómo responder al toque divino?
Una experiencia similar le sucedió a Juan de Patmos:
“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último.” (Apocalipsis 1:17)

¿Por qué no a nosotros? ¿Te lo imaginas? ¡El Dios Espíritu llenando el cuerpo de uno de sus hijos hasta desbordar, haciendo de él un templo y su lugar de habitación!
Lo que ocurre cuando eres bautizado no es muy diferente a lo ocurrido en 2 Crónicas 5:13-14, donde se nos dice que “una densa nube llenó el templo del Señor” y “los sacerdotes no pudieron seguir con la celebración a causa de la nube, porque la gloriosa presencia del Señor llenaba el templo de Dios”. (NTV)
Y también: “Cuando Salomón terminó de orar, cayó fuego del cielo que consumió los sacrificios y las ofrendas quemadas, y la gloriosa presencia del Señor llenó el templo. Los sacerdotes no podían entrar en el templo del Señor porque la gloriosa presencia del Señor lo llenaba. Cuando todos los israelitas vieron que el fuego descendía y que la gloriosa presencia del Señor llenaba el templo, cayeron postrados rostro en tierra y adoraron y alabaron al Señor diciendo: «¡Él es bueno! ¡Su fiel amor perdura para siempre!».” (2 Crónicas 7:1-3, NTV)
Y es que la presencia de Dios lo paraliza todo, lo cambia todo. La diferencia entre lo que ocurrió en la dedicación del templo de Salomón y nuestra experiencia de llenura reside en que ahora los templos somos nosotros, templos de carne y hueso; y en que ahora su presencia en nosotros es permanente, no una visita temporal para luego quedar vacíos.

El fuego sigue cayendo sobre el sacrificio, la gloria de Dios llena ahora sus nuevos templos vivientes ¡y nosotros solo podemos caer postrados, como muertos de asombro ante su gloria!
Nuestra experiencia pentecostal, al ser impactados por la presencia real, el toque glorioso y la llenura de su Espíritu Santo, no difiere tanto en sus expresiones físicas de aquello vivido por el profeta Daniel al ser visitado por un ser divino:
“De modo que quedé allí solo para contemplar tan sorprendente visión. Las fuerzas me abandonaron, mi rostro se volvió mortalmente pálido y me sentí muy débil. Entonces oí que el hombre hablaba y cuando oí el sonido de su voz, me desmayé y quedé tendido, con el rostro contra el suelo.” (Daniel 10:8-9, NTV)
¿Te incomoda que los pentecostales tengamos ese tipo de reacciones? ¡Ese es tu problema hermano! Si para ti la visitación real de un ser divino es poca cosa y piensas que podrías estar de pie sin desmoronarte ante la gloria de Dios ¡Es cosa tuya! Nosotros, los pentecostales, seguiremos disfrutando de su presencia y de nuevo, como Daniel, también nosotros diremos:
“¿Cómo podría alguien como yo, tu siervo, hablar contigo, mi señor? Mis fuerzas se han ido y apenas puedo respirar.” (Daniel 10:17, NTV
¡Pero vaya que es un deleite esa gloriosa experiencia! ¡Qué venga sobre nosotros una y otra vez!
