Confesión Positiva, Herejías, Neopentecostalismo, Pentecostalismo, Pentecostalismo Clásico

Confesión Positiva: Cuando Satanás convence a la criatura de querer ser como el Creador

Por Fernando E. Alvarado

La confesión positiva es hoy un caballo de Troya dentro de la Iglesia, los seminarios bíblicos, y los pulpitos cristianos. La manera equivocada de confundir la fe bíblica con esta herejía que se llama confesión positiva es preocupante, no solo por el error garrafal de suplantar la fe, doctrinal y testimonial de la iglesia; sino, también por el lenguaje y “el pensamiento positivo” que ha venido a desplazar la enseñanza bíblica y la forma en la que hablamos y oramos cuando se enseña o predica la palabra de Dios. Muchos pentecostales, carismáticos y neopentecostales especialmente (aunque no exclusivamente) han sido seducidos por esta falsa enseñanza, con sus declaraciones y decretos, que han traído vergüenza y deshonra al movimiento pentecostal, el cual es visto con desconfianza en círculos evangélicos no carismáticos. La obra del Espíritu Santo ha sido motivo de escarnio y nuestra fe pentecostal es menospreciada por causa de tales aberraciones teológicas. Pero no todos los pentecostales creemos eso… Los pentecostales bíblicos preferimos aferrarnos a la Palabra de Dios y no a modas nacidas del espiritismo, la Nueva Era y otras corrientes heterodoxas y hasta de origen pagano.

Pensar que nuestras palabras tienen poder para crear una realidad no es una enseñanza bíblica. Es más bien una idea anticristiana, supersticiosa y pagana, que quiere utilizar a Dios como si fuera un genio en una lámpara listo para hacer nuestra voluntad. Nuestro Señor mismo dijo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt. 26:39). ¿Quiénes creemos nosotros que somos? ¿Mayores acaso que Jesús? Si Jesús oró de forma humilde y se sometió al Padre en vez de declarar, decretar o confesar positivamente lo que él deseaba ¿Por qué los cristianos antropocentristas de esta época quieren ser mayores, o estar por encima de su Señor?

La Escritura nos enseña a ir a Dios en oración (no confesar o declarar para que las cosas ocurran) y confiar que Él hará lo que es mejor para nosotros. Nuestras palabras no atan a Dios a hacer lo que decimos. Recordemos que a Pablo le fue dada una “espina en la carne”, la cual Dios no quiso eliminar de su vida aun cuando Pablo pidió a Dios tres veces que la eliminara (2 Co. 12:7-9). Dios no escucha nuestros decretos sino nuestras oraciones, cuando estas son hechas conforme a Su voluntad (1 Jn. 5:14-15). No hay poder en nuestras confesiones para modificar lo que Dios en su sabiduría ha predeterminado para nosotros, incluso el dolor, la enfermedad o la muerte. “Cancelar” esas adversidades y “decretar” que estas se van de nuestra vida es presumir que Dios quiere eliminar de nuestras vidas lo que Él mismo ha traído o permitido que venga sobre nosotros. Cuando Job sufrió todas las tribulaciones que le vinieron no entró al plano espiritual a batallar con Satanás para atarle con siete nudos espirituales y arrebatarle las bendiciones que le había robado, más bien reconoció que, en sentido último, las circunstancias que le rodeaban venían de Dios (Job 2:3, 42:11) y adoró aun en medio del dolor diciendo: “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21). Debemos reconocer que Dios tiene derecho, no solo de dar, sino también de quitar.

En numerosas ocasiones he escuchado a personas defender la confesión positiva simplemente diciendo: “La Biblia dice que tenemos que confesar con nuestra boca”. Es cierto que la Biblia habla de confesar, sin embargo lo que estamos llamados a confesar son cosas ciertas, como el señorío de Cristo (Ro. 10:9; Mt. 10:32) y la realidad de nuestros pecados (1 Jn. 1:9; Mt. 3:6). No estamos llamados a confesar algo que nosotros queremos que pase y que creemos que es la voluntad de Dios para nosotros. Desafortunadamente, los amantes de esta falsa doctrina de la confesión positiva suelen ser expertos en engañarse a sí mismos haciendo una mera eiségesis de ciertos pasajes bíblicos que creen que les favorecen. Uno de los textos más utilizados para apoyar la práctica de la confesión positiva es Romanos 4:17. Ellos afirman que, puesto que “Abraham llamó las cosas que no son como si fuesen” ellos son llamados a declarar o confesar positivamente lo que quieren que ocurra. Esto es sencillamente una cita incorrecta del texto que lee: “Dios, que da vida a los muertos y llama a las cosas que no existen, como si existieran”. De manera que este texto, lejos de apoyar la confesión positiva, la contradice. Es Dios quien tiene poder para decretar que los eventos ocurran. Abraham simplemente creyó la Palabra de Dios que le había sido dicha (Ro. 4:18). Es decir, la palabra de Abraham no tuvo nada que ver con el cumplimiento de la promesa, sino la Palabra de Jehová. Dios habló y Abraham creyó.

Solo Dios tiene poder de crear realidades con solo decretarlo, los hombres, ni siquiera los cristianos, no poseen está autoridad o poder. En la Escritura tenemos ejemplos de seres humanos decretando como lo son el rey Darío y el rey Asuero quienes emitieron decretos que debían ser obedecidos debido a la autoridad que tenían como monarcas (Esd. 6:12; Est. 4:3, 8). Si bien es cierto que un rey puede decretar, su decreto es preceptivo y no eficaz. Es decir, su mandato no tiene poder para crear una realidad y puede ser desobedecido. Los defensores de la confesión positiva harían bien en recordar esto. Es verdad que Jesús dijo, “y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13). Pero las Escrituras también enseñan que se debe pedir en armonía con la voluntad de Dios: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14,15).

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10) es todavía un mandato importante. Dios es Dios. Él no rendirá su gloria ni soberanía a nadie. Nadie puede convencer a Dios de que debe obrar. La autoridad del creyente existe sólo en la voluntad de Dios, y es la responsabilidad del creyente descubrirla y conformarla a la voluntad de la soberanía de Dios aun en las cosas que él desea. Las palabras de Pablo aún son aplicables: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:17). Cuando los creyentes reconocen la soberanía divina y se preocupan debidamente con la voluntad divina, no hablarán en términos de obligar a Dios ni de usar el poder de Dios. Hablarán de convertirse en siervos obedientes. Desearán ser instrumentos en las manos de Dios.

La Palabra de Dios sí enseña grandes verdades como sanidad, provisión a los necesitados, fe y autoridad de los creyentes; pero en ninguna parte se nos manda a declarar, decretar o confesar positivamente como si la autoridad residiera en nosotros. Entender esto es clave para evitar caer en errores.

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