Calvinismo, Historia de la Iglesia, Iglesias Reformadas

¿Qué tal si derribamos nuestros ídolos?

Por Fernando E. Alvarado

«Hermanos míos, ¿admitís tal o cual artículo de fe, porque lo enseña Calvino? Si así lo hacéis, os aconsejo que tengáis cuidado con el fundamento en vuestro edificio ¿Creéis tal o cual doctrina porque Juan Wesley la predicó? Si es así, estáis en el caso de tener que examinaros a vosotros mismos. Dios tiene no más que un modo de revelarnos su verdad: por su Santo Espíritu. Sin duda que será útil y provechoso saber lo que tal o cual doctor ha creído. La opinión de un teólogo erudito, clarividente y juicioso no es de desdeñar. Su parecer vale tanto como el mío, y debo tenerlo en cuenta. No rechacemos jamás a la ligera lo que un hombre de Dios ha enseñado. Pero de esto a decir: «Yo creo bajo la autoridad de tal o cual individuo», hay mucha distancia.»

— 𝗖𝗵𝗮𝗿𝗹𝗲𝘀 𝗦𝗽𝘂𝗿𝗴𝗲𝗼𝗻, 𝗦𝗲𝗿𝗺𝗼́𝗻 «𝗡𝘂𝗲𝘀𝘁𝗿𝗼 𝗠𝗮𝗻𝗶𝗳𝗶𝗲𝘀𝘁𝗼».

Se dice a menudo que los arminianos no solemos hablar mucho de Arminio ni mostramos tanto interés en su vida. Y eso es cierto en la mayoría de los casos. Se dice que defendemos la doctrina pero no hablamos del personaje, y eso está bien. ¡De hecho es excelente! Nunca debiéramos tener ídolos. Estos son inútiles y tarde o temprano se derrumban por su propio peso. Frecuentemente acusamos a los católicos de idólatras por sus imágenes (y ciertamente es idolatría), pero los protestantes también tienen sus ídolos propios (aunque se ofenderían si algo se los señalara). Aquellos que llamamos «grandes teólogos y reformadores» no necesariamente vivieron a la altura de la Palabra de Dios (nadie lo hace en realidad), ni merecen nuestra veneración ni mucho menos nuestra lealtad absoluta a sus ideas. El juicio final sobre alguien le pertenece a Dios, mientras tanto, nosotros somos llamados a juzgar «con justo juicio» (Juan 7:24, RVR1960) y evitar caer en el culto a la personalidad de nuestros líderes. La historia, y luego la eternidad, revelará siempre que «lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios.» (Lucas 16:15, LBLA). Frecuentemente se nos señala a los pentecostales de exaltar la figura de ciertas líderes y pastores (en muchos casos les concedo la razón) y de cegarnos ante sus fallas y pasar por alto sus defectos de carácter, pero ¿Cómo reaccionan ellos cuando sus «becerros de oro» son atacados? (no dudo que lo descubriré en los comentarios). En palabras de María Elvira Roca Barea (una dura, y no siempre imparcial, crítica de la Reforma Protestante):

“Calvino, que nunca pudo distinguir lo literal de lo figurado, ni orientarse en el vergel de las metáforas, se ha tomado al pie de la letra el poder purificador del fuego… La Ginebra del Consejo de los 200 es el Afganistán de los talibanes. La clase de cafre que era Calvino cuesta trabajo imaginarla. Que matara a Miguel Servet, por ejemplo, es lo de menos. Lo que le hizo antes de matarlo es lo que hay que tener en cuenta. Es el gusto en la destrucción del ser humano, la complacencia en la tortura, tenerlo durante meses en esa celda de confinamiento, sin agua ni para su aseo personal y obligar a ese hombre a atravesar Ginebra rebozado en su propia(s) [heces fecales], sobre la(s) que tenía que dormir… Y este tipo tiene un monumento de cuatro metros en el parque de los Bastiones en Ginebra, pagado por el Ayuntamiento de la ciudad. Era un psicópata, un enfermo mental. Hay que estar mal de la cabeza para hacer lo que hizo, no solo a Servet. Se hartó de torturar a la gente. Lo grave es que se le hagan monumentos y que nadie se sienta avergonzado de él sino al revés, orgullosos de ese enfermo mental patológico.”

(𝗠𝗮𝗿𝗶́𝗮 𝗘𝗹𝘃𝗶𝗿𝗮 𝗥𝗼𝗰𝗮 𝗕𝗮𝗿𝗲𝗮 (El Borge, Málaga, 1966). Ensayista, escritora y profesora española. Ha trabajado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y ha impartido clases en la Universidad de Harvard. Es, asimismo, conferenciante, articulista en diarios como El Mundo o El País y escritora. ​Igualmente ha publicado artículos sobre filología, literatura e historia en revistas especializadas)

Sí, Servet era un hereje. Y no, no estoy de acuerdo en todo con la Sra. Roca ni apruebo su lenguaje y la crudeza de los adjetivos que usa para referirse a Calvino u otros reformadores (aun cuando en algunos aspectos ella tiene razón). Muchos calvinistas tratan de salvar a su héroe y padre teológico, pero ¿realmente creen que Servet debió ser tratado así y asesinado por los calvinistas bajo la instigación y el consentimiento de aquel que presumía de ser uno de los representantes del Señor y se jactaba de tener la verdad (Calvino)? Lo dudo. Por los frutos se conoce el árbol y no vale la pena defender lo indefendible.

Cierto es que Calvino trató de conmutar la pena de Servet por una más «piadosa» decapitación, pero nada minimiza el hecho que él estuvo detrás de la muerte de Servet, instigándola, promoviéndola, pues Servet le resultaba odioso y sus doctrinas le ofendían por contradecirle. Pero la actitud cruel y déspota de Calvino no sólo afectó a Servet. Jaume Aiguader, en su clásica biografía Miquel Servet (1945) relata lo siguiente:

“La Iglesia calvinista lo interviene todo. Se organiza un servicio de espionaje que se adentra hasta la intimidad más profunda de los hogares. Se hacen visitas de inspección casa por casa e interrogan a cada uno de sus habitantes sobre el alcance de su fervor evangélico. Regulan lo que se ha de consumir en cada comida: dos platos, uno de verduras y otro de carne, sin postres […]. Calvino, como codos los dictadores, no crea más que desconfianza entre los vecinos. Se evaporan la buena fe y la cordialidad, incluso dentro de las familias. Solo persisten el recelo y la hipocresía».

El odio de Calvino por Servet determinó también la forma en que éste fue tratado durante su arresto. La pésima situación en que llegó a encontrarse tras un mes en la cárcel, desprovisto de las condiciones más elementales de higiene y sin contar siquiera con el asesoramiento de un abogado es un hecho innegable. El 15 de septiembre de 1553, el mismo día en que comenzaría su debate escrito con Calvino, el reo se dirigía a sus jueces en estos términos:

«Os suplico muy humildemente que os plazca abreviar estas grandes dilaciones, o que me coloquéis fuera de la criminalidad. Veis que Calvino […] quiere hacer que me pudra aquí en la cárcel. Los piojos me comen vivo, llevo los calzones rotos, y no tengo muda ni jubón, ni más camisa que la que llevo hecha jirones […]. Os he pedido también un procurador o abogado, como habéis permitido a la otra parte, que no tenía de él tanta necesidad como yo que soy extranjero e ignorante de las costumbres de este país» (Calv. op., VIII, p. 797. Vid. también Ángel Alcalá, Miguel Servet. Obras completas, vol. I, pp. 165-167).

¿Por qué tanta crueldad en alguien que enseñaba el amor cristiano y la fe de Jesús? El asesinato de Servet por instigación de Calvino no debería siquiera intentar justificarse. De ahí el célebre párrafo de Castellio tantas veces citado como uno de los primeros manifiestos a favor de la tolerancia y en pro de la libertad de conciencia:

«Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un ser humano. No prueba uno su fe quemando a un hombre, sino haciéndose quemar por ella» (Sébastien Castellion, Contre le libelle de Calvin, p. 161)

Muchos buscan quitar toda responsabilidad de Calvino afirmando que éste no ocupaba ningún cargo público en Ginebra y que, por lo tanto, no estaba en su poder ni condenar ni detener la condena, pero esto no es cierto. Tras su llegada a Ginebra, Calvino se convirtió en un gobernante prestigioso y obedecido, aunque en puridad no ocupase ningún cargo dentro de las instituciones de la nueva ciudad. Por tal motivo, es justo considerar a Calvino como uno de los responsables directos de la muerte de Servet, y negar este hecho significaría sancionar la injusticia. Calvino deseaba la muerte de Servet, y poniendo sus cartas a disposición del tribunal participó en el proceso. Apenas llegado a la ciudad Servet fue arrestado a petición de Calvino el 13 de agosto de 1555. Iniciado el proceso, Calvino no trató de detener al Consejo. Claramente, tiene parte de la culpa en la muerte de Servet. Incluso Melanchthon felicita a Calvino por su rol en el proceso:

«Como todos los reformadores, Calvino estaba convencido de que era la obligación de las autoridades cristianas matar a los réprobos que asesinan el alma, tal como los asesinos comunes matan el cuerpo.“ (Citado de una biografía alemana de Calvino).

Cuanto más rápido lo entiendan algunos, más libres serán de la ya famosa «idolatría reformada» y de la esclavitud a viejos sistemas, catecismos, cánones y confesiones, los cuales se niegan a cuestionar porque fueron propuestos por tal o cual personaje famoso o contienen las doctrinas enseñadas por aquel que, aunque no lo admitan, se ha vuelto un ídolo para ellos y al cual citan tan a menudo (a veces incluso más que a la Biblia).

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