Por Fernando E. Alvarado
La sustitución penal es el ancla o el centro de otras verdades sobre la expiación, ya sea que estemos hablando de Christus Victor, de Cristo como ejemplo, o de la curación que viene en la expiación (Christus Medicus). La sustitución penal significa que Cristo murió en lugar de los pecadores, asumiendo la pena y el castigo que ellos merecían.
El punto de vista penal sustitutivo de la expiación sostiene que el evento más fundamental de la expiación es que Jesucristo tomó el castigo completo que merecíamos por nuestros pecados como un sustituto en nuestro lugar, y que todos los demás beneficios o resultados de la expiación encuentran su ancla en esta verdad.

LA EXPIACIÓN PENAL SUSTITUTIVA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Vemos expiación sustitutiva en los sacrificios del Antiguo Testamento, ya que su propósito fundamental era obtener el perdón de los pecados. La gente puso las manos sobre el animal para indicar que el animal funcionaba como un sustituto de la persona, y su pecado era transferido al animal. La muerte violenta del animal significa la pena que merecen los seres humanos por su pecado. Por lo tanto, la muerte del animal funcionaba como un sustituto del adorador.
La naturaleza sustitutiva de los sacrificios es especialmente evidente en el Día de la Expiación (Lv 16), el gran día, una vez al año, cuando los pecados de Israel eran expiados. Vemos en Levítico 17:11 que la expiación se asegura a través del derramamiento de sangre, y el derramamiento de sangre significa muerte violenta. El perdón solo llega a través de la muerte violenta de un animal, y el animal toma la pena que el adorador merecía.
Sin embargo, los sacrificios de animales no pueden, finalmente, expiar el pecado (He 9:1-10: 18), y dichos sacrificios apuntan a la muerte expiatoria de Jesucristo que asegura el perdón completo y permanente de los pecados. Vemos en Isaías 53 que Jesús, como siervo del Señor, sufrió la muerte en lugar de los pecadores. “Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores” (Is 53:4). Como dice el siguiente versículo, “fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados” (Is 53:5). Él murió como una “ofrenda de expiación” en lugar de los pecadores (v. 10). En su muerte, “llevó el pecado de muchos” (v. 12). “Quiso el Señor quebrantarlo” (v. 10), y Jesucristo, como el Siervo del Señor, sufrió la ira de Dios que los pecadores merecían.

LA EXPIACIÓN PENAL SUSTITUTIVA EN EL NUEVO TESTAMENTO
Y es así como la expiación penal sustitutiva se entreteje en toda la trama del Nuevo Testamento. Pedro, basándose en Isaías 53, declara: “El mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fueron ustedes sanados” (1 Pe 2:24). En el siguiente capítulo, él declara: “Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pe 3:18). Así pues, la sustitución penal captura el corazón de la expiación, ya que vemos en el sacrificio expiatorio de Cristo el amor y la justicia de Dios.
El Nuevo Testamento es claro en afirmar que los seres humanos necesitan un sustituto ya que “por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Ro 3:23). El pecado separa a los seres humanos de Dios, como lo vemos en el pecado de Adán y Eva en el jardín. Solo la obediencia perfecta satisfará la justicia de Dios, y vemos esto porque Adán y Eva fueron apartados de Dios por un pecado. Como dice Gálatas 3:10: “Porque todos los que son de las obras de la Ley están bajo maldición, pues escrito está: «Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas». La maldición cae sobre aquellos que transgreden los mandamientos de Dios, y nadie está exento” (Ro 3:9-20, 23).
El pecado merece castigo porque Dios es santo. Quebrantar la ley no es simplemente una realidad impersonal, porque el pecado representa una rebelión contra Dios mismo (1 Jn 3:4). El corazón del pecado es la falta de glorificar a Dios y de darle gracias (Ro 1:21). El pecado representa un rechazo flagrante a someterse al señorío de Dios, y los que pecan merecen el juicio retributivo de Dios.
Como Dios es santo (Lv 19:2), Él juzga a los que transgreden la ley. El juicio de Dios es evidente en el Diluvio, el juicio de las naciones paganas en el Antiguo Testamento, y el juicio de Israel por su pecado. Juan el Bautista advierte a las personas que huyan del juicio venidero del Señor (Mt 3:1-12). Y en numerosos pasajes del Nuevo Testamento se convoca a los seres humanos para que se arrepientan antes de que llegue el juicio venidero (Hch 2:14-39; 3:12-26; 4:8-12).
Pablo frecuentemente se refiere al juicio escatológico de Dios (Ro 2:5, 16; 6:23; 9:22; 1 Co 1:18; 5:5; 2 Co 2:16; Gá 1:8-9; Fil 3:18 -19; 1 Tes 1:10; 2:14-16; 5:9), afirmando además, que la naturaleza retributiva del juicio es tan clara como el cielo en un día soleado (2 Te 1:59). Pablo argumenta que Dios es “justo” para castigar a las personas por el pecado de ellas. Pero Pablo no se detiene ahí.

Aunque Pablo afirma que todos, sin excepción, son pecadores que merecen un juicio final (Ro 1:18-3:20), Pablo también enseña en Romanos 3:21-22 que una correcta relación con Dios no puede obtenerse a través de guardar la ley (“por cuanto todos pecaron”, Ro 3:23), sino solo a través de la fe en Jesucristo. ¿Cómo puede Dios perdonar a los pecadores para que tengan una relación correcta con Él? La respuesta se da en Romanos 3:25-26: “A quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús”. Las palabras traducidas como “sacrificio expiatorio” tienen un significado más técnico y pueden traducirse como “propiciación” o “propiciatorio” (hilastērion). La palabra propiciación significa que la ira de Dios ha sido satisfecha o apaciguada en la cruz de Cristo.
Tal idea encaja bien con el flujo de pensamiento en Romanos, porque vemos en Romanos 1:18 que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres”. También se nos dice en Romanos 2:5 que aquellos que no se arrepientan y ablanden sus corazones están “acumulando ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”. Romanos 3:25-26 nos enseña, entonces, que la justicia y la santidad de Dios se satisfacen en la muerte de Cristo. En la cruz de Cristo se demuestra que Dios es amoroso, santo, misericordioso y justo, el “justo y justificador” de los que ponen su fe en Jesús. Dios no ha comprometido su justicia ya que Cristo pagó la pena que se merece por el pecado, muriendo como sustituto en lugar de los pecadores.
Vemos la misma verdad en Gálatas 3:10-13. Nadie puede escapar de la maldición de Dios por las obras de la ley, ya que todos, sin excepción, pecan. La solución al mal de los seres humanos se establece en Gálatas 3:13, “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, habiéndose hecho maldición por nosotros, porque escrito está: «Maldito todo el que cuelga de un madero»”. La maldición que toda persona merece es removida para aquellos que confían en Cristo, porque Cristo tomó la maldición que merecíamos, sobre sí mismo. Tomó la pena que merecíamos, cumpliendo las palabras de Deuteronomio 21:23 de que los son colgados del árbol son malditos.
La misma verdad se encuentra en 2 Corintios 5:21, Dios “al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él”. Aquí tenemos el gran intercambio. Jesús tomó nuestro pecado al morir en nuestro lugar, y recibimos su justicia.
Tampoco esta enseñanza está restringida a Pablo. Jesús mismo enseña claramente la sustitución penal en Marcos 10:45, “Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos”. Aquí tenemos una alusión a Isaías 53. Jesús como el Hijo del Hombre de Daniel 7, es también el Siervo Sufriente de Isaías 53. Al entregar su vida, Jesús murió como un rescate en lugar de muchos. Su muerte constituyó el pago exigido por los pecados cometidos. La misma enseñanza también está presente en el Evangelio de Juan, “Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Jesús, como el Cordero sacrificial de Dios, ya sea el Cordero de la Pascua, el cordero en el sistema sacrificial, o el cordero de Isaías 53:7 (o incluso los tres), muere como sacrificio en lugar de los pecadores.

LA EXPIACIÓN PENAL SUSTITUTIVA EN LA IGLESIA PRIMITIVA
Más allá del Nuevo Testamento, la iglesia primitiva habló de la expiación de muchas y variadas formas, proporcionándonos una riqueza teológica sin igual, desde Christus Victor (la teoría del rescate) hasta Christus Medicus (Cristo como nuestro sanador). Estos padres y madres de la iglesia apreciaron y usaron las diversas formas en que las Escrituras hablan de la obra de Cristo en la cruz. Una de ellas, la expiación sustitutiva penal, atrae de forma particular mi atención.
En la primera epístola de Clemente, el escrito más antiguo que tenemos después del Nuevo Testamento, al centrarse en el amor de Dios y exhortar a los santos de Corinto a seguir el ejemplo de amor de Jesús, Clemente escribió:
“Por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas” (1 Clemente 49:6)
Macrina la Joven (324 – 379 d.C.), hermana de Basilio y Gregorio de Nisa, reconocida como una de las figuras prominentes de la Iglesia de Oriente, y destacada por su labor evangelizadora, afirmó:
“Nos redimiste de la maldición y del pecado, te convertiste en ambos por nosotros. Has aplastado las cabezas de la serpiente que habían agarrado al hombre por su mandíbula a causa del abismo de nuestra desobediencia. Nos has abierto el camino de la resurrección, habiendo derribado las puertas del infierno y reducido a impotencia al que tenía poder sobre la muerte”.
Eusebio de Cesarea, mejor conocido por su Historia eclesiástica. Escribió un libro menos conocido, La prueba del evangelio, para persuadir a los incrédulos y fortalecer la fe de los creyentes. Citando Isaías 53:5 (“Él fue herido por nuestras transgresiones”), Eusebio argumenta:
“En esto muestra que Cristo, estando libre de todo pecado, recibirá los pecados de los hombres sobre sí mismo. Y por tanto, sufrirá el castigo de los pecadores, y sufrirá por ellos; y no por sí mismo” (La prueba del evangelio, 3.2).
Pero la joya de la corona de la sustitución penal en la iglesia primitiva se encuentra en la obra apologética del siglo II llamada Epístola a Diogneto. Aunque extenso, este párrafo es la mejor descripción de la sustitución penal en los primeros siglos, y muy posiblemente en la historia de la iglesia:
“Por compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros pecados, y Él mismo se separó de su propio Hijo como rescate por nosotros, el santo por el transgresor, el inocente por el malo, el justo por los injustos, lo incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal. Porque, ¿qué otra cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En quién era posible que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados, salvo en el Hijo de Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh beneficios inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo, y la justicia de uno justificará a muchos que eran inicuos!” (Epístola a Diogneto, 9.2-5).

EL CORAZÓN DE LA EXPIACIÓN
La sustitución penal captura el corazón de la expiación, ya que vemos en el sacrificio expiatorio de Cristo el amor y la justicia de Dios. Sin embargo, tampoco debemos caer en el error de enfrentar al Padre contra el Hijo, ya que el Hijo no fue forzado a sacrificarse para satisfacer las demandas de justicia del Padre. Él se entregó voluntariamente y con alegría por el bien de los pecadores (Jn 10:18). Como el evangelio de Juan enfatiza repetidamente, el Padre envió al Hijo, pero el Hijo se regocijó por hacer la voluntad del Padre. ¡A Él sea la gloria por toda la eternidad!

BIBLIOGRAFÍA
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