Por: Fernando E. Alvarado.
Confiar en Dios no siempre es fácil, sobre todo cuando no podemos entender su voluntad para nosotros. Por eso necesitamos comprender que Dios responde a las oraciones de sus hijos solamente de dos maneras: provisión o protección. Si nos da lo que pedimos, es por su gran amor. Pero lo contrario también es cierto (y a menudo no nos damos cuenta): si el Señor no nos da lo que pedimos, entonces nos protege de ello. Debido a que Dios le da a sus hijos solo buenas dádivas, cada vez que retiene algo, podemos estar seguros de que no servía para su propósito final: conformarnos a la imagen de Cristo. A veces Dios no nos da las cosas que pedimos porque la cosa en sí es mala. Otras veces es debido al fruto podrido que traería a nuestras vidas, el dolor invisible que causaría, o las lecciones o la formación que nos quitaría. A veces, el “no” de Dios es por un tiempo, y al esperar, nos da lo que no hubiéramos obtenido si nos hubiera dado de inmediato lo que pedimos.
A menudo, somos llamados a ser como la mujer de la parábola de Jesús que busca la justicia de un juez injusto, y debemos esperar en el Señor y ser persistentes en nuestro pedir (Lucas 18:1-8). Pero incluso en ese caso, Dios no es el juez injusto. En esos momentos, no aguanta hasta que nos arrastremos en súplica; más bien, en su tiempo providencial, nos forma y conforma hasta que estemos listos para recibir su respuesta, pues si bien es cierto que nuestro Dios es soberano y Él «hace lo que le place» (Salmo 115:3), su soberanía no es una regla fría y dura que no toma en cuenta el sentir del hombre. Y es que el amor de Dios gobierna la soberanía de Dios. En su bendita providencia Dios satisface las necesidades de su pueblo, de acuerdo con su amor por ellos.
Sabiendo que Dios te cuida, no debes temer la pérdida, el dolor, o la muerte. Jesús, en Mateo 6:25–34, nos manda no estar «ansiosos por nada.» De hecho, Jesús nos invita a presenciar la providencia de Dios sobre la creación y allí ver su amor por nosotros, ya que si los pájaros no siembran, pero son alimentados (Mateo 6:26); si los lirios del campo no trabajan, y sin embargo, están vestidos con más magnificencia que Salomón (Mateo 6:28-29). ¿Qué no hará Dios por nosotros, que somos mucho más valiosos que ellos? Pues Dios no es solo nuestro Creador; sino nuestro Padre amoroso. Y Él sabe lo que necesitas. Su provisión no es arbitraria. Él no retiene las bendiciones para someter a sus hijos a una prueba cósmica de tolerancia al dolor. El Dios de la Providencia es nuestro Dios, y Él conoce nuestras necesidades. Él añadirá la provisión. ¿Confías en esta clase de Dios sabio, soberano y providente? ¿Qué tal si dejamos de ver la soberanía de Dios como el terrible martillo que nos golpea con su frialdad, o la voluntad caprichosa que a veces nos niega lo que más deseamos? ¿Por qué no verla, más bien, como la tierna almohada sobre la cual descansa nuestra paz y seguridad? Entonces aprenderemos «a conocer la voluntad de Dios… la cual es buena, agradable y perfecta.» (Romanos 12:2, NTV).