Sin duda la santidad en el estilo de vida debería ser la meta de todo cristiano (Hebreos 12:14). En eso estamos de acuerdo. Cuando la santidad deja de ser el distintivo de un ministro o líder pentecostal, quienes los observan tienden a decepcionarse o cuestionar las validez de las manifestaciones carismáticas, juzgando la autenticidad de estas por la conducta de quienes dicen creer en ellas o ejercen algún don carismático. El comportamiento pecaminoso es inaceptable en el Cuerpo de Cristo, y particularmente entre sus ministros. Sin duda, Dios traerá a juicio a quienes den mal testimonio o sirvan de tropiezo para otros (Marcos 9:42; Lucas 17:2). Sin embargo, esperar perfección en santidad de aquellos que han recibido algún don espiritual no es bíblico. Y menos bíblico aún es negar la validez de los dones espirituales en nuestra tiempo por causa de la imperfección, errores morales o incluso pecados graves de aquellos que los poseen.