Estudio Teológico, Música,, Reflexión Teológica, Teología, Teología Pentecostal, Teología Pentecostal de la Adoración

La farándula cristiana y sus “salmistas” sin Biblia y sin teología

Dios nos insta a adorar "en espíritu y en verdad" (Juan 4:24), un mandato que trasciende el mero entusiasmo emocional para anclarse en la solidez de la Palabra revelada. No basta con melodías que exciten los sentidos o provoquen lágrimas temporales; las canciones deben ser faros de doctrina pura, capaces de instruir, corregir y edificar (2 Timoteo 3:16). Sin embargo, en el panorama actual, abundan composiciones que priorizan el "sentir" por encima del "saber", reduciendo la adoración a un ejercicio terapéutico narcisista. Ante esta avalancha de teología diluida y errores bíblicos camuflados en estribillos pegajosos, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué pensaría el salmista que nos exhorta a "cantar con inteligencia" (Salmo 47:7)? Probablemente, se horrorizaría al ver cómo su llamado a una alabanza informada e inteligente ha sido suplantado por un analfabetismo que no solo empobrece la música, sino que pone en riesgo la fe de millones. Es hora de que los verdaderos adoradores reclamen la inteligencia bíblica, desechando el ego mercantil por la humildad de la verdad eterna.

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La Impassibilitas Dei (la impasibilidad de Dios) y la revelación escritural de un Dios profundamente emocional, compasivo y apasionado

La teología clásica ha luchado, desde sus primeros siglos, con la aparente paradoja entre la impassibilitas Dei (la impasibilidad de Dios) y la revelación escritural de un Dios profundamente emocional, compasivo y apasionado. Por un lado, la tradición filosófica griega, filtrada en los primeros escritos patrísticos, insistía en que Dios, como Ser perfecto e inmutable (cf. Mal 3:6; Sant 1:17), no podía ser afectado por emociones humanas, pues estas suponen cambio y potencialidad. Por otro lado, las Escrituras presentan a un Yahvé que se duele (Gén 6:6), que ama con "amores eternos" (Jer 31:3), que se enoja (Sal 7:11) y que, en Cristo, llora ante la tumba de Lázaro (Jn 11:35). Esta tensión no es mera abstracción doctrinal, sino que tiene implicaciones vitales para la espiritualidad pentecostal, que celebra la experiencia íntima con un Dios cercano, sensible al clamor y movido por la intercesión.