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El Espíritu Santo: el poder invisible que impulsa la misión de la iglesia

Por Fernando E. Alvarado

Cuando pensamos en la misión de la Iglesia, muchas veces nos enfocamos en lo que nosotros debemos hacer: adorar, predicar, enseñar, servir. Pero la Biblia nos recuerda constantemente que nada de esto es posible en nuestras propias fuerzas. Es el Espíritu Santo quien toma nuestra debilidad, nuestra timidez, nuestra falta de amor, y la transforma en un testimonio vivo del Reino de Dios. Desde una perspectiva evangélica conservadora y con una sensibilidad pentecostal, creemos que el Espíritu no es una “fuerza impersonal” ni un mero símbolo, sino la tercera Persona de la Trinidad, plenamente Dios, que habita en cada creyente y en la Iglesia como comunidad. Su ministerio es esencial para cumplir los cuatro grandes pilares de la misión eclesial: adorar a Dios, proclamar el Evangelio, discipular a los nuevos convertidos y practicar las obras de misericordia.

1. El Espíritu Santo nos capacita para adorar a Dios en espíritu y en verdad

Jesús le dijo a la mujer samaritana: “Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24, RVR1960). ¿Cómo puede un ser humano pecador, limitado y muchas veces distraído, adorar al Dios tres veces santo? Solo por el Espíritu.

Pablo enseña que los creyentes somos “templo del Espíritu Santo” (1 Corintios 6:19) y que el mismo Espíritu “intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26). En la adoración corporativa, cuando cantamos, oramos o guardamos silencio, es el Espíritu quien toma nuestras palabras torpes y las presenta perfectas delante del trono. En el libro de Hechos muestra que la iglesia primitiva estaba “llena del Espíritu Santo” cuando alababa (Hechos 4:31). No era entusiasmo emocional vacío; era adoración ungida que hacía temblar el lugar. Un autor pentecostal clásico, Myer Pearlman, lo resumía así: “La verdadera adoración pentecostal es la respuesta del espíritu humano al Espíritu de Dios” (Pearlman, 1938, p. 178).

2. El Espíritu Santo nos da poder para proclamar el Evangelio

Jesús no envió a sus discípulos a predicar con buenas intenciones solamente. Su orden fue clara: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). El libro de Hechos es la demostración práctica de esa promesa: Pedro, que días antes había negado a Cristo por miedo a una criada, predica lleno del Espíritu en Pentecostés y tres mil personas se convierten (Hechos 2:41).

Ese mismo poder sigue disponible hoy. No se trata de técnicas de evangelismo ni de carisma personal. Es el Espíritu quien convence “de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Gordon Fee, teólogo pentecostal y erudito del Nuevo Testamento, señala que “el Espíritu no es un sustituto del testimonio humano, sino su habilitador indispensable” (Fee, 1994, p. 124). Sin Él, nuestra predicación es ruido; con Él, es “demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4).

3. El Espíritu Santo nos guía en el discipulado y la formación de los creyentes maduros

Convertir no es el final; es apenas el comienzo. Jesús mandó “haced discípulos […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20). Pero ¿quién nos da sabiduría para enseñar, paciencia para corregir, amor para restaurar? De nuevo, el Espíritu.

Pablo escribe a los corintios: “Mi mensaje y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5). El Espíritu es el gran Maestro interior (Juan 14:26; 16:13) que ilumina la Escritura, produce fruto en el carácter (Gálatas 5:22-23) y reparte dones para la edificación mutua (1 Corintios 12:7-11). En palabras de Jack Hayford, “el discipulado genuino es imposible sin la pedagogía constante del Espíritu Santo” (Hayford, 1998, p. 67).

4. El Espíritu Santo nos mueve a las obras de misericordia y al servicio práctico

El mismo Espíritu que descendió en Pentecostés con lenguas de fuego es el que unge para sanar enfermos, liberar cautivos y servir a los pobres. Jesús comenzó su ministerio declarando: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres…” (Lucas 4:18). Esa unción no quedó encerrada en Jesús; fue derramada sobre la Iglesia.

Santiago nos confronta: “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario […] ¿de qué aprovecha?” (Santiago 2:15-16). Pero el amor práctico no nace de la culpa ni del activismo; nace del Espíritu que “derrama el amor de Dios en nuestros corazones” (Romanos 5:5). El movimiento pentecostal histórico siempre ha combinado evangelismo ardiente con ministerios de compasión: comedores, clínicas, orfanatos, programas de rehabilitación. Como bien dice Vinson Synan, “el pentecostalismo bíblico nunca ha separado el poder sobrenatural del amor práctico” (Synan, 1997, p. 212).

La misión de la Iglesia no es un proyecto humano, es una obra divina que Dios realiza a través de vasos de barro llenos de su Espíritu

La misión de la Iglesia no es un proyecto humano que Dios bendice de vez en cuando. Es una obra divina que Dios realiza a través de vasos de barro llenos de su Espíritu. Sin Él, nuestra adoración es ritualismo vacío, nuestra predicación es ruido, nuestro discipulado es legalismo y nuestro servicio es activismo sin vida. Pero cuando nos rendimos al Espíritu Santo –cuando clamamos, esperamos, obedecemos– entonces la Iglesia se convierte en lo que Jesús soñó: una comunidad que adora con fuego, proclama con autoridad, forma con sabiduría y sirve con compasión.

Que nunca olvidemos la promesa: “No por fuerza ni por poder, sino por mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6). Esa es nuestra única esperanza y nuestra mayor gloria.

Referencias:

Fee, G. D. (1994). God’s empowering presence: The Holy Spirit in the letters of Paul. Hendrickson Publishers.

Hayford, J. W. (1998). El Espíritu Santo: Mi compañero de vida. Editorial Vida.

Pearlman, M. (1938). Conociendo las doctrinas de la Biblia. Editorial Vida.

Synan, V. (1997). The holiness-pentecostal tradition: Charismatic movements in the twentieth century (2ª ed.). Eerdmans.

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