Avivamiento Espiritual, Carismatismo, Pentecostalismo, Pentecostalismo Clásico, Pneumatología

La iglesia, una comunidad carismática

Por Fernando E. Alvarado

La Biblia nos dice que “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38). ¡Jesús fue lleno del Espíritu Santo! El hombre del Espíritu por excelencia. Pero el Espíritu carismático que efectuó tales señales y prodigios no se posaría exclusivamente sobre el Mesías. Jesús, el Ungido de Dios, compartiría el don carismático del Espíritu con Su pueblo. En el profeta Joel encontramos la visión de un ministerio profético extendido a todo el pueblo de Dios:

Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas.” (Joel 2:28-29, NVI)

Al derramar su Espíritu sobre todo el género humano, dicho derramamiento sería universal tanto en extensión como en condición, creando una comunidad carismática: La Iglesia. Al igual que Cristo (la cabeza), la iglesia (que es su cuerpo) recibe de Él esa unción especial. Nuestro Sumo Sacerdote ha sido ungido, y ahora el mismo Espíritu carismático que lo ungió a Él, ahora fluye en su iglesia y desciende “como el buen aceite que, desde la cabeza, va descendiendo por la barba… hasta el borde de sus vestiduras.” (Salmo 133:2, NVI)

Por tal motivo, si una iglesia no es carismática, no es la iglesia de Cristo, o cuando menos, no una parte del cuerpo que goce de vida real. ¿Por qué necesitamos la presencia carismática del Espíritu? La descripción de la unción de Saúl afirma claramente que un propósito del don del Espíritu es dar una señal para confirmar o autenticar el llamado de Dios para una misión especial (1 Samuel 10:1, 6-7; 9-11). Sin esa unción carismática, la iglesia ha perdido las credenciales ministeriales que autentican legalmente su llamado.

Pero el don del Espíritu no sólo es una señal para confirmar el llamado de Dios, sino que también concede habilidades y dones (ordinarios y extraordinarios) que corresponden a ese llamado (Éxodo 28:3, 31:3; 35.31). Esa actividad carismática funcional describe el don del Espíritu de Dios a su pueblo para el servicio o la vocación divinos. Su unción en nosotros es poder.

Si una iglesia no es carismática, debería cuestionarse su existencia misma como iglesia. Si el mismo Espíritu carismático que empoderó a Su Señor no está moviéndose en ella ¿Verdaderamente puede una comunidad de fe llamarse iglesia?

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