Por Fernando E. Alvarado
Como embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20), debemos estar más atentos a lo que escribimos o publicamos en Internet. No solo a nivel institucional (como iglesia o ministerio) sino también en nuestros perfiles personales. En definitiva, al árbol se lo conoce por sus frutos (Lucas 6:43-45). Es necesario que comprendamos la magnitud del alcance de estas herramientas a fin de valernos de la eficiencia que ellas poseen para poder alcanzar aún a más personas con el evangelio de la salvación de Cristo Jesús. Nuestra meta es alcanzar a los inconversos y edificar a otros creyentes, no mutilar, fragmentar o dividir el Cuerpo de Cristo.

Muchos, sin embargo, usan las redes sociales para dañar a otros hermanos en la fe con los cuales no simpatizan A los tales, Pablo exhorta: «Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros» (Gálatas 5:15) ¡Las redes no son para que «muerdas» a tu hermano! ¡Con ello solo logras poner en entredicho la autenticidad de tu cristianismo! No eres más cristiano porque «denuncies» a otros en redes o señales las fallas personales de los demás, eso solo te convierte en socio de aquel que es «el acusador de nuestros hermanos» (Apocalipsis 12:10). Una cosa es denunciar un crimen o delito (pedofilia, abuso sexual, maltrato, etc.— lo cual sí debe ser denunciado, como en el caso de John MacArthur o Ravi Zacharias) y otra muy diferente es hablar mal de otro por el placer de hacerlo o ganar notoriedad (hay quienes han hecho de esto su Modus Vivendi), aún cuando no se tienen pruebas de ello o solo nos basamos en meros rumores (como les ocurrió a algunos con lo de Asbury).
A otros, quizá nos guste presumir de nuestra libertad cristiana en redes, jactándonos de lo que hacemos con nuestra vida privada, ya sea beber alcohol, fumar, ir a cierto tipo de fiestas o cualquier otra cosa que (aunque bíblicamente no sea claramente prohibido), termina por dañar el testimonio de nuestra iglesia local o del Evangelio en general. ¡Cuidémonos de publicar algo que pueda destruir la fe o dañar la integridad y reputación de nuestro hermano, o ser piedra de tropiezo para otros con nuestro mal testimonio en las redes! Después de todo, Jesús mismo nos advirtió sobre servir de tropiezo a los demás: «Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos!, porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!» (Mateo 18:6-7)
Muchos de nosotros, quizá ante situaciones que nos indignan legítimamente, reaccionamos ventilando en público lo que la prudencia y el sentido común (por no decir el buen testimonio de la obra) nos dice que debe ser tratado en privado sobre la vida de otros y sus faltas (reales o supuestas). Cómo jueves implacables solemos emitir juicio sobre aquello que no nos concierne, no nos afecta o tan siquiera es de nuestra competencia. Se nos olvida que no siempre debemoss decir todo lo que pensamos, ya que «aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente» (Proverbios 17:28); pero siempre debemoss pensar bien todo lo que vamos a decir, ya que «en las muchas palabras no falta pecado: Mas el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10: 19). Quizá te desahogaste en redes, pero si envenenaste a otro, si heriste a alguien, si te sentaste en «silla de escarnecedores» (Salmo 1:1) o incitaste a otro a actuar igual que tú [como aquellos que publican ataques personales y luego incitan a su séquito de «followers» — igual o más inmaduros que ellos — a «destrozar» y burlarse de otros en sus perfiles], ¿Qué ganaste? ¿Un minuto de fama? ¿Mayor tráfico en tus redes? ¿Seguidores nuevos y muchos «me gusta»? Al parecer, estas son las nuevas lentejas por las que algunos venden su primogenitura. Sí, fuiste «famoso» por cinco segundos, pero «¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?» (Mateo 16:26).

Y si eres pastor o líder, tu responsabilidad (y tú pecado) es aún mayor, ya que «el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen…» (2 Timoteo 2:24-26). La denuncia pública a veces es legítima, pero no te hace buen cristiano [e incluso al hacerla, si alguna ves es necesario, no debemos actuar como los impíos], la crítica despiadada tampoco, ¡Mucho menos el chismerío, la burla y el escarnio de tus propios hermanos en la fe! Dios nos llamó a servirle, no a ser celebridades de las redes o miembros de la élite farandulera cristiana.
Las redes sociales sin duda sacan lo peor de nuestra naturaleza caída. En las relaciones humanas sale lo mejor y lo peor de nosotros, lo que pasa es que ahora esas actitudes tienen un enorme altavoz y mucha más repercusión. Todos hemos pecado algunas veces en esta área. ¡Pero nunca es tarde para aprender y corregirnos!