5 SOLAS, Cesasionismo, Continuismo, Distintivos del Pentecostalismo, Prima Scriptura

Prima Scriptura y pentecostalidad

Por Fernando E. Alvarado

El pentecostalismo es una tradición religiosa relativamente nueva. Nuestro movimiento cuenta con poco más de cien años de existencia y es, en muchos sentidos, un movimiento aún en formación y constante cambio. Aprender de aquellos movimientos religiosos que nos antecedieron sería de gran beneficio para nuestro crecimiento teológico ya que, sin despreciar lo que hasta ahora hemos logrado como movimiento, hemos de reconocer también que nuestros «hermanos mayores» en la fe tienen mucho que enseñarnos. Sobre todo por la impresionante facilidad con la que muchas iglesias pentecostales sin un cuerpo doctrinal bien definido, oscilan entre lo doctrinalmente sano y los peligros de la heterodoxia. Algunos de nosotros hemos incurrido en graves errores por sobrevalorar la experiencia por encima de las Escrituras. Otros hemos rechazado la razón y colocado al misticismo en el centro de nuestra teología, espiritualizando al máximo toda interpretación de la Biblia, deformando la practica pentecostal y cayendo en absurdos que solo han contribuido a que perdamos el rumbo de lo bíblicamente sano y con ello el respeto de otros movimientos.

Otros, huyendo tan lejos de lo anterior como sea posible y queriendo identificarnos plenamente con la Reforma, hemos corrido avergonzados en sentido contrario, adoptando de nuestros hermanos de dicha tradición sus principios doctrinales sin entender plenamente sus implicaciones o, peor aún, torciendo su significado. Abrazamos las 5 Solas como buenos protestantes. Incluso quisimos ser más Sola Scriptura que otros y distorsionamos su significado al punto que creímos que ésta se oponía a la inclusión de cualquier otra fuente de verdad (Nuda Scriptura) o que volvía ilegítimas la manifestaciones del Espíritu (cesacionismo biblicista). ¿El resultado? Algunos caímos en el error de menospreciar la experiencia pentecostal y perdimos con ello nuestra pentecostalidad. 

Para algunos el error fue otro. Al notar nuestro éxito misionero y evangelístico, y deleitarnos en el redescubrimiento de la experiencia pentecostal y carismática, muchos de nosotros creímos que éramos el mejor de todos los movimientos y que toda otra tradición era, por necesidad, inferior a la nuestra. Todos sus aportes, legado teológico, confesiones de fe, historia y tradiciones merecían ser menospreciadas en nombre del nuevo mover del Espíritu pues, a fin de cuentas «la letra mata» y sólo el Espíritu da vida. ¡Cuántos errores se cometieron y cuántas viejas herejías resucitaron en algunas ramas del pentecostalismo por cometer este error! ¡Hasta Sabelio y su modalismo hallaron cabida en nuestras filas!

El pentecostalismo vino para quedarse, de eso no hay duda. Pero su madurez y futuro crecimiento dependerá de cómo corrija y enfrente los errores del pasado y del presente. ¿Deberíamos seguir despreciando la razón, la tradición, el estudio bíblico o sobrevalorando la experiencia? No lo creo. En esto, nuestros hermanos de otras tradiciones pueden ayudarnos sin que perdamos por ello nuestra identidad pentecostal. En esta ocasión, quiero referirme específicamente a aquello que podemos aprender de nuestros hermanos anglicanos y metodistas. Después de todo, de ellos heredamos nuestro linaje protestante.

Si algo hicieron bien nuestros hermanos anglicanos y metodistas fue buscar el equilibrio en la práctica de la fe. Con su creencia en la Prima Scriptura supieron extraer el máximo provecho y verdadero significado de la Sola Scriptura sin menospreciar la tradición, la razón y la experiencia. ¡Superaron en esto incluso a sus hermanos de tradición reformada! Y esto es algo que vale la pena imitar. En una época de subjetivismo, rechazo de los valores cristianos, apostasía de la fe y un ecumenismo a costa de las verdades bíblicas, necesitamos reafirmar la suprema autoridad de la Biblia que ellos enseñaron. Al igual que ellos necesitamos recordar que ni la iglesia ni el individuo pueden adjudicarse la posesión de la verdad absoluta de Dios, excepto hasta donde ambos son específicamente instruidos por, y firmemente basados en, la enseñanza de la Palabra de Dios. Recordar esto es particularmente importante en la actualidad, cuando por una parte, la Iglesia Romana sigue insistiendo en su derecho absoluto a definir y expresar asuntos de la fe cristiana, mientras que por otra parte un número creciente de personas consideran que ellos mismos tienen la autoridad y derecho de escoger lo que van a creer. Y lo expresan diciendo: ¡Tengo fe a mi manera!

La fe cristiana auténtica, sin embargo, no es un asunto que pueda o deba vivirse “a nuestra manera”, sino de acuerdo con la Palabra de Dios. Dios busca adoradores, pero estos deben hacerlo en espíritu y en verdad (Juan 4:23). La verdad sin el Espíritu es religiosidad muerta. La espiritualidad sin verdad es igual de inútil para agradar a Dios, pues tenderá a desviarte por los torcidos caminos de la herejía y caerá en un misticismo ajeno a las Escrituras. Concederle a las Escrituras la primacía (Prima Scriptura) sobre nuestra fe y prácticas es hoy en día más que urgente. Nuestra generación necesita recordar que: «Las Escrituras contienen todas las cosas necesarias para la salvación: de modo que todo lo que no se lea en ellas, ni pueda probarse por ellas, no es para ser requerido de cualquier hombre, que debe ser creído como un artículo de Fe, o ser considerado un requisito o necesario para la salvación…»[1]

Los cristianos, particularmente aquellos que nos identificamos con el protestantismo (y más específicamente los que nos denominamos pentecostales y carismáticos), jamás debemos cansarnos de enfatizar que “las Escrituras canónicas del Antiguo y Nuevo Testamento son la Palabra de Dios escrita inspirada y autorizada, verdadera y confiable, coherente y suficiente para la salvación.”[2] Debemos enseñar a cada nuevo discípulo cristiano que la Biblia “La Palabra de Dios escrita, tiene vida y es poderosa como guía divina tanto para la conducta como para la fe cristiana.” Esta fe arraigada en la Palabra escrita, y fundamentada en ella, es trinitaria y cristo-céntrica, y está encarnada en los credos ecuménicos de la Iglesia Antigua (el Credo de Nicea, el Credo de los Apóstoles y el Credo de Atanasio). Tales credos fueron creados para proteger y delimitar la sana doctrina, tomando como fuente de autoridad las Escrituras y en respuesta a las herejías que en algún momento amenazaron la iglesia, por tal motivo sería injusto e incorrecto despreciar el legado teológico de quienes nos antecedieron en la fe. Quienes defendemos la primacía de las Escrituras jamás antepondríamos ningún credo humano por encima de la Palabra escrita de Dios; no obstante, también reconocemos que ningún cristiano que desee, de forma seria y consistente, profundizar en las raíces mismas del cristianismo y en su fe histórica, podrá mirar con desprecio tan valiosos aportes teológicos y doctrinales. No debemos olvidar que nuestra lucha no es contra los credos y confesiones de fe cimentados en la Palabra. Y con apreciarlos jamás estaríamos acercándonos peligrosamente a Roma o mostrando desprecio hacia la Biblia, pues Roma jamás ha puesto la Biblia primero, ni ha hecho suyo el principio de la Prima Scriptura, sino todo lo contrario. Como protestantes, rechazamos el monopolio católico romano de la fe, la autoridad universal de su magisterio, el dogma de la infalibilidad papal y su adhesión a tradiciones y doctrinas no bíblicas o contrarias a la Palabra de Dios. En cambio, hacemos nuestro lo que de bueno, bíblico y edificante haya podido aportar la Iglesia Antigua, de la cual, tanto católicos romanos como ortodoxos y protestantes somos herederos en alguna medida.

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Como protestantes, creemos que “En cada época, el Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios, la iglesia, a someterse a las Escrituras para su guía. Para ello, emplea siempre como puntos de referencia el respeto por las sanas tradiciones [credos, confesiones de fe, etc.], el uso humilde de la razón humana y la oración.”[3] Pero ante todo, afirmamos que “La iglesia no puede constituirse en juez de las Escrituras, seleccionando y descartando entre sus enseñanzas. Las Escrituras mismas, bajo la autoridad de Cristo, juzgan a la iglesia en cuanto a su fidelidad a la verdad por El revelada (Dt. 29:29, Is.40:8, 55:11, Mt. 5 :17-18, Jn. 10:35, 14 :26, Ro. 1:16, Ef. 1:17-19, 2 Ti. 2:15, 3:14-17, 2P.1:20-21).”[4]

Hacer uso de la razón, la experiencia y la tradición apostólica en nuestro ejercicio teológico no es traicionar las Escrituras. Es más bien ser completos en nuestra comprensión de la fe cristiana. Como bien lo afirman nuestros hermanos metodistas: “Creemos que ninguna tradición humana puede sustituir la verdad que presenta la Biblia. Pero reconocemos que cuando la tradición está alineada a los preceptos bíblicos posee gran importancia al buen desarrollo de la Iglesia. (El Nuevo Testamento en gran parte es tradición, porque toda la doctrina que enseñó Jesucristo se fue transmitiendo de generación a generación hasta nuestros días).”[5]

Para aquellos que puedan estar nerviosos de que cualquiera que trabaje en este modo teológico esté a punto de caer en el caldero del relativismo, las palabras de Paul Merritt Bassett (1935-2022), destacado teólogo nazareno, pueden resultar tranquilizadoras:

“El hecho de que la tradición, la experiencia y la razón sean fuentes de autoridad y reflexión teológica en conjunción dinámica con la Escritura mantiene necesariamente el pensamiento religioso abierto a la creatividad del Espíritu e implica que el Espíritu no se limita al aquí y ahora. Pero esto no abre la puerta al relativismo. El Espíritu creador es el mismo Espíritu que anima y da testimonio de la verdad de la Escritura. Y es tarea específica de la Escritura, dentro del cuadrilátero [wesleyano], servir de fundamento para “normar” las demás normas, por inspiración del Espíritu.[6]

Un concepto adecuado de la Prima Scriptura se fusiona inevitablemente con el principio de la Sola Scriptura, dándole un significado libre de malas interpretaciones. En el concepto protestante de Prima Scriptura, la Palabra de Dios es la autoridad por la cual todas las otras formas de entender a Dios se consideran correctas: “Los reformadores aún reconocieron otras fuentes para conocer a Dios y su voluntad. Sola Scriptura enseña que la tradición, los credos, la experiencia, la razón y otras cosas de la iglesia están destinados a apoyar la lectura y la práctica de las Escrituras. También es la razón por la cual los reformadores argumentaron a favor de traducir las Escrituras a los idiomas locales comunes. Si otras fuentes de revelación divina se colocaran bajo la autoridad de las Escrituras, las personas necesitarían acceso a las Escrituras para determinar dónde sí se alineaban o no esas revelaciones con la Biblia.”[7]

Lo que los reformadores buscaron al enfatizar la Sola Scriptura está incluido ya en la Prima Scriptura: La Escritura es la fuente suprema de autoridad como guía de fe y práctica cristiana. Pero a la vez, enriquece dice concepto, reconociendo además el valor de la razón, la tradición y la experiencia. Esta última rechazada por muchos pero reconocida por el gran John Wesley. En su sermón titulado “El testimonio del Espíritu”, Wesley afirmó que “La experiencia es suficiente para confirmar una doctrina que se basa en las Escrituras.”[8] Para Wesley, las verdades bíblicas se debían aplicar en la vida, y no simplemente meditar en ellas o creerlas. Así pues, para el padre del metodismo, la prueba mejor y más factible de nuestra teología es la manera en que se experimenta en la vida una interpretación dada de la Escritura. Como bien lo señala el Rev. Heriberto Hernández, “Esta restauración de la experiencia religiosa a la fe cristiana es quizás la contribución teológica más significativa de Juan Wesley. Una vez que se recuperó, pronto se convirtió en una de las marcas distintivas del metodismo… La experiencia fue una joya que Wesley colocó de nuevo en la corona del cristianismo.”[9] El Dr. Justo Gonzáles destaca también el aporte de Wesley al devolver la experiencia al lugar que le corresponde dentro de la teología evangélica, afirmando que con ella «se ha recuperado una gran verdad evangélica, que durante muchos años estuvo casi perdida y olvidada»[10].

Este entendimiento es particularmente significativo para aquellos que, como yo, creemos en la validez de la experiencia sin ponerla por encima de las Escrituras (una lección necesaria para muchos pentecostales), pero también necesaria para aquellos que, en su necesidad de sobre enfatizar la Sola Scriptura (lo cual es loable y necesario), caen en el error de rechazar la importancia o validez de la experiencia en la teología evangélica, como si ambas cosas fuesen irremediablemente opuestas entre sí.

¡Y qué decir de la razón?! Una vez más destaco las palabras del gran John Wesley, quien nunca dudó en aplicar la Tríada o Trípode Anglicano como elementos necesarios para probar la veracidad de una doctrina. Para él, la razón guiada y santificada por el Espíritu Santo e iluminada por la Palabra, era también esencial para el correcto ejercicio teológico y el discernimiento de la verdad. Pues negar la necesidad de usar la razón (algo que también suele descuidarse en algunos círculos evangélicos) es negar la necesidad de algo que Dios mismo puso en el hombre al implantar su imagen en Él. Wesley afirmó:

“¿Qué es lo que ustedes quieren que yo pruebe por milagros? ¿Que la doctrina que predicamos es correcta? Esa no es la forma de probar las doctrinas, como bien replicaron nuestros primeros reformadores a la Iglesia de Roma, que insistía con esta misma demanda, como ustedes recordarán. Nosotros probamos la doctrina que enseñamos por la Escritura y por la razón; y si es necesario por su antigüedad”[11]

Sostener la Prima Scriptura no es negar la Sola Scriptura. Es ampliar y enriquecer su significado. Haríamos bien en imitar a Wesley, quien “Al mismo tiempo que sostenía el principio de Sola Scriptura, desarrolló un punto de vista sobre la autoridad de la fe y la práctica cristianas que se llegó a conocer como el Cuadrilátero wesleyano. Wesley sostenía la autoridad suprema de las Escrituras sobre toda otra fuente y norma para la predicación y la vida cristiana. Por otra parte, incluía la Razón, la Tradición y la Experiencia como herramientas esenciales de interpretación para hacer teología.”[12]

¡Hay tanto que los pentecostales podríamos aprender de Wesley (y de otros grandes hombres de Dios que proceden de otras tradiciones) para sanear y perfeccionar nuestro pentecostalismo! ¿Será una utopía soñar con un pentecostalismo así?

FUENTES:


[1] Libro de Oración Común, Art. VI. Disponible en línea en: http://justus.anglican.org/resources/bcp/Chile/appendix.html

[2] Declaración de Montreal, Art. VI. Disponible en línea en: https://www.conapred.org.mx/index.php?contenido=pagina&id=173&id_opcion=41&op=65

[3] Ibid.

[4] Ibid.

[5] La Tradición en el Contexto Metodista Cubano. Disponible en línea en: https://semhabana.com/index.php/2019/12/25/la-tradicion-en-el-contexto-metodista-cubano/

[6] Woodrow W. Whidden, “Sola Scriptura, Inerrantist Fundamentalism, And the Wesleyan Quadrilateral: Is «No Creed But The Bible A Workable Solution?”, Andrews University Seminary Studies, Autumn 1997, Vol. 35, No. 2,211-226.

[7] ¿Qué significa ‘prima scriptura’?, Compelling Truth. Disponible en línea en: https://www.compellingtruth.org/Espanol/prima-scriptura.html

[8] Justo González, ed., Obras de Wesley, Tomo I, 189-208.

[9] Rev. Heriberto Hernández, “Un breve estudio del cuadrilátero wesleyano con énfasis en la experiencia”. Artículo disponible en línea en: https://semhabana.com/index.php/2019/03/05/un-breve-estudio-del-cuadrilatero-wesleyano-con-enfasis-en-la-experiencia/#_ftn6

[10] Justo González, ed., Obras de Wesley, Tomo I, 210.

[11] John Wesley, Obras de Wesley, Wesley Heritage Foundation (1996), Tomo VI, p. 359.

[12] Roger E. Olson and A. C. English , Manual de Bolsillo Historia de la Teología, Miami, Florida: Editorial Unilit, 2007., p. 97.

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