Por Fernando E. Alvarado
¿Sola Scriptura? ¿Qué significa? De acuerdo con Norman Geisler, el principio de Sola Escritura proclama que la Biblia es la “autoridad final o la corte de última apelación en todo lo que afirma (o implica)”[1]. En otras palabras, Sola Scriptura significa que solamente la Escritura tiene autoridad para la fe y la práctica del cristiano y fue, junto con el principio de Sacra Scriptura Sui Ipsius Interpres (las Sagradas Escrituras son su propio intérprete)[2], el grito de guerra de la Reforma Protestante.

En sentido estricto, sin embargo, ninguna iglesia (pese a lo mucho que insista en ello) se apega fielmente a este principio. ¿Por qué? Porque a la larga todos imponen a la Escritura su propia interpretación o presupuestos teológicos (tradición religiosa o escuela de interpretación). Como resultado, la Sola Scriptura se convierte (quizá sin querer) en “nuestra sola interpretación de la escritura” o «lo que mi iglesia o tradición religiosa enseña sobre las Escrituras». La enorme proliferación de sectas y divisiones dentro del cristianismo (y particularmente dentro del protestantismo) constituye una prueba indiscutible de ello. Por otro lado, cuando no se entiende correctamente y se cae en fanatismos, el principio de la Sola Scriptura puede degenerar en un fundamentalismo biblicista que ignora otras fuentes de conocimiento (Nuda Scriptura). Re-evaluar la Sola Scriptura o evolucionar hacia una Prima Scriptura se vuelve cada vez más esencial.
Como pentecostales, y debido a nuestras raíces y herencia wesleyana a través del movimiento de santidad (lo cual convierte al pentecostalismo en “nieto teológico” del movimiento metodista), en la práctica nos inclinamos más bien por el principio de la Prima Scriptura. Pero ¿Qué es eso de Prima Scriptura? El principio o doctrina de la Prima Scriptura enseña que el canon bíblico es la primera y más importante fuente para alcanzar el conocimiento de Dios y conocer su voluntad. Reconoce además que hay otras formas (menos autorizadas y, ciertamente, no infalibles) de conocer a Dios y su voluntad. En esta lista se incluyen, por ejemplo, el orden creado (Romanos 1:20), la autorrevelación divina a través de los milagros (Éxodo 6: 6–7; Juan 10:38; 1 Corintios 2: 4–5), la profecía (Deuteronomio 18:15; 2 Pedro 1:19), así como las circunstancias (Deuteronomio 18: 21–22; Ezequiel 6:14), nuestra experiencia diaria y continua con el Espíritu Santo (Juan 14:26; Efesios 1:17), y la herencia teológica y testimonial de la iglesia de siglos pasados (Romanos 6: 3–4; 1 Corintios 11: 24–26), entre otros.
Bajo el principio de la Prima Scriptura, la Biblia es considerada la fuente suprema para guiar la fe y la práctica cristiana. Cualquier otra forma de revelación está subordinada a la autoridad de las Escrituras. En la práctica, esto significa que toda otra forma de revelación puede ser corregida o incluso anulada cuando contradiga la enseñanza bíblica. Expresiones de la doctrina de Prima Scriptura pueden verse, por ejemplo, entre anglicanos, metodistas y claro, pentecostales (aún sin estar conscientes de ello).

Es común en la teología anglicana actual, el considerar las fuentes de la revelación en una prelación ordenada en tres niveles, donde la primacía la ostenta las Sagradas Escrituras, siendo fuente de segundo grado la Tradición de la Iglesia (tanto la universal y común, como la propia de la Iglesia concreta) y como fuente de tercer grado el uso natural de la Razón. Otra de las formas más prácticas de explicar el principio de la Prima Scriptura puede encontrarse en el famoso “Cuadrilátero Wesleyano”. Dicho término proviene de Albert C. Outler, quien designó con este nombre al método teológico de Wesley. Este podría resumirse de la siguiente forma: Biblia, Tradición, Razón y Experiencia.
“La Biblia es la primera y más importante fuente de doctrina, ya sea acerca de Dios, el hombre y la mujer, la salvación o la Iglesia… la Biblia es el fiel registro de la revelación de Dios y de su plan de salvación y toda doctrina se fundamenta en su claro testimonio… las Sagradas Escrituras contienen todas las cosas necesarias para la salvación… es la única norma de fe y conducta […] La segunda fuente de autoridad… se encuentra en la tradición cristiana. En los siglos de experiencia de la Iglesia Cristiana la obra del Espíritu Santo siempre estuvo presente en ella, sobre todo cuando al pasar de los años, la Iglesia de los primeros siglos entendió que era necesario definir en la forma más precisa posible en qué consistía su fe, cuál era la “sana doctrina” […] Un tercer elemento… es la razón… el contenido de la fe cristiana sólo se deriva de la revelación de Dios contenida en la Biblia, pero [esta] se puede interpretar en forma caprichosa y errónea, como históricamente ha sucedido y sucede, especialmente cuando estas interpretaciones se vuelven contra el ser humano. Para evitar esto [se] apela a la tradición de la Iglesia y al consenso que existe en la doctrina históricamente formada en los primeros siglos, así como también apela a la razón como correctivo de las interpretaciones antojadizas […] Por último… el testimonio de la Biblia, la Tradición Cristiana, y el respaldo de la Razón, debe conducir a que el mensaje de salvación y la comunión con Dios lleguen a ser una experiencia personal… la experiencia no es una fuente de verdad separada de la Biblia, sino que esta experiencia personal, movida por el Espíritu Santo, hace realidad toda verdad doctrinal, transforma la fe en algo personal y único. Sólo en el encuentro personal con Dios a través de Jesucristo las doctrinas se convierten en convicciones y son base de seguridad.”[3]
Así pues, bajo el principio de la Prima Scriptura, la máxima e infalible autoridad que se le concede a la Biblia no invalida otras autoridades importantes para el cristiano, como por ejemplo las doctrinas históricas de la Iglesia, la razón o la experiencia ¡Las herejías a menudo han surgido precisamente por no tomar estas autoridades en cuenta! Si bien estas otras autoridades son derivadas de la Escritura y no son consideradas absolutas, merecen ser tenidas en cuenta. El segundo capítulo de la Segunda Confesión Helvética (1561), una de las primeras confesiones protestantes, representa una posición equilibrada sobre este asunto.
«No despreciamos las interpretaciones de los padres griegos y latinos, ni rechazamos sus disputas y tratados sobre asuntos sagrados en tanto concuerdan con las Escrituras [no obstante…] No admitimos ningún otro juez que Dios mismo, quien mediante las Santas Escrituras proclama lo que es verdad, lo que es falso, qué ha de seguirse o qué ha de evitarse»[4].
Hoy en días, sin embargo, muchos rechazan la Prima Scriptura considerando que constituye, en alguna medida, un regreso a Roma. Pero ¿Es eso cierto? ¿Cree la iglesia católica en el principio de la Prima Scriptura como algunos afirman? No, no lo hace. O por lo menos no en el sentido protestante. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma:
«La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo […] La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación […] De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación «no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción»[5].
Resulta evidente que, cuando un protestante declara su adhesión al principio de la Prima Scriptura, no está pensando lo mismo que un católico romano, ya que nunca pondría la tradición, la razón o la experiencia al mismo nivel que las Escrituras. Sí las consideraría importantes, más nunca infalibles. La Biblia siempre tendría preeminencia y sería la vara de medir para todo lo demás.
Cómo pentecostales valoramos los aportes de la Reforma y no negamos la Sola Scriptura como algunos sugieren, pero hemos de reconocer que muchos han puesto un énfasis insano en el principio de la Sola Scriptura convirtiéndola más bien en Nuda Scriptura, lo cual ha llevado a muchos evangélicos a caer en el biblicismo o hasta en la bibliolatría. El principio de la Prima Scriptura sería un buen inicio para abandonar tales errores y sus consecuencias. Haríamos bien en aprender esto de nuestros «hermanos mayores» (metodistas, anglicanos, etc.). La Prima Scriptura no es una desviación de la Sola Scriptura. Es más bien su verdadera definición.

REFERENCIAS:
[1] Norman Geisler, “The Origin and Inspiration of the Bible” en Systematic Theology, Vol. 1 (Minneapolis, MN: Bethany House Publishers, 2002), 240.
[2] Peter A. Lillback, “The Infallible Rule of Interpretation of Scripture: The hermeneutical Crisis and the Westminster Standards”, en Thy Word is Still Truth, eds. Peter A. Lillback and Richard B. Gaffin Jr., (Phillipsburg: P & R Publishing Company, 2013), 1279-1320.
[3] Cuadrilátero Wesleyano: Biblia, Tradición, Razón y Experiencia. Tomado del Estatuto de la IMECh. Disponible en línea en: https://methodistcenter.wordpress.com/cuadrilatero-wesleyano/
[4] Libro de confesiones (Louisville, KY: Asamblea General Iglesia Presbiteriana [E.U.A.], 2004) cap. 2, sec. 5.011 y 5.013. https://www.pcusa.org/site_media/media/uploads/curriculum/pdf/confessions-spanish.pdf
[5] Catecismo de la Iglesia Católica I,2,81-82. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s1c2a2_sp.html