Por Fernando E. Alvarado
¿Qué se necesita para poder disfrutar de todos los privilegios de estar unido a Cristo? ¿Qué nos hace un hijo de Abraham y por consiguiente de todas sus bendiciones espirituales? ¿Qué nos convierte en linaje escogido, real sacerdocio, nación santa y pueblo adquirido por Dios con plenos derechos bajo el nuevo pacto? No es la etnia (judío o gentil), la circuncisión – y por extensión, el género (hombre o mujer) o el estatus social (libre o esclavo). Solo la fe nos une a la simiente de Abraham (Gálatas 3:16, 3:22) y nos hace hijos (Gálatas 3:26). En virtud de nuestra unión con Cristo, somos partícipes de los beneficios de Cristo, sin distinción, ni superioridad, ni ventaja sobre otro. Si una persona cree en Cristo, sin importar su sexo, clase social, raza o edad, está —unida a todos los demás santos— en Cristo Jesús, y por lo tanto, tiene derecho a todos los beneficios que esa unión confiere. Ese es el claro mensaje de Gálatas 3:28.

Sin duda los creyentes hemos llegado a ser hijos de Dios, “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Romanos 8:17). Pero ciertamente ese no es un privilegio exclusivo de nosotros, los creyentes varones, pues se nos manda tratar a las mujeres “como a coherederas de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7). Sí, los cristianos igualitarios creemos (valga la redundancia) en la igualdad. Y esto incluye a hombres y mujeres más allá de la simple igualdad en materia soteriológica. Creer en el mensaje de igualdad que predicamos significa no solo que hombres y mujeres pueden ahora ser salvos sin distinción ¿O es que antes de Cristo el judaísmo excluía a las mujeres del regalo de la salvación y la vida eterna? No, antes bien recalca el papel clave de la mujer en el plan de salvación como la que, a través de su simiente, nos traería la salvación a todos (Génesis 3:15; Isaías 7:14).
Pero eso no es todo, La Ley, el Viejo Pacto, tampoco excluía a la mujer de la adoración a Jehová. Si bien es cierto que el sacerdocio estaba limitado a los levitas de sexo masculino (lo cual también excluía por igual no sólo a las mujeres, sino a todos los varones de las otras tribus), las mujeres eran consideradas como miembros de la congregación y, como tales, podían entrar dentro de la mayoría de las áreas de la adoración. La Ley les ordenaba a todos los hombres presentarse o comparecer ante el Señor tres veces al año y, aparentemente, las mujeres iban con ellos en algunas ocasiones (Deuteronomio 29:10-11; Nehemías 8:2; Joel 2:16); no obstante, no les era requerido ir de forma obligatoria como a los varones de la congregación, muy probablemente debido a sus importantes deberes como esposas y madres. Por ejemplo, Ana fue a Silo con su esposo y le pidió a Dios que le diera un hijo (1 Samuel 1:3-18). Más tarde, cuando el niño nació, le dijo a su esposo: «… Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre…» (1 Samuel 1:22).

Como cabeza de la familia, el esposo o padre presentaba los sacrificios y ofrendas en beneficio de toda la familia (Levítico 1:2). Sin embargo, la esposa podía presentarlos también. Las mujeres concurrían a la Fiesta de los Tabernáculos (Deuteronomio 16:14), a la Fiesta Solemne Anual de Jehová (Jueces 21:19-21) y al Festival de la Nueva Luna (2 Reyes 4:23). Un sacrificio que solamente las mujeres daban al Señor, era ofrecido después del nacimiento de un niño: «Cuando los días de su purificación fueren cumplidos, por hijo o por hija, traerá un cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del tabernáculo de reunión, al sacerdote.» (Levítico 12:6).
Varias mujeres del Antiguo Testamento fueron famosas por su fe. Incluida en esa lista de Hebreos 11 hay dos de esas mujeres: Sara y Rahab (Génesis 21; Josué 2, 6:22-25). Ana, madre del profeta Samuel, fue un ejemplo santo de una madre israelita. Ella oró a Dios; creyó que Él escuchó sus oraciones; y cumplió con su promesa a Jehová Dios (1 Samuel 1). Ciertamente, el Viejo Pacto nunca excluyó a la mujer del culto a Dios. ¿Por qué el Nuevo Pacto debería ser inferior? De hecho, se esperaría lo contrario. Y si hablamos del Viejo Pacto, numerosas mujeres judías fueron, bajo la Ley, ejemplo de liderazgo, piedad y llamado divino. Entre ellas podemos mencionar:
1) MARÍA: María, hermana mayor de Moisés, fue una mujer extraordinaria usada por Dios incluso desde su niñez para salvar la vida de su hermano menor y futuro profeta (Éxodo 2:3-7). Ella poseía un precioso don profético y musical que la convirtió en una valiosa líder de alabanzas y profetisa (Éxodo 15:20-21). Otras mujeres del Antiguo Testamento seguirían posteriormente el ejemplo de María, aportando sus talentos en el ministerio de la música y la adoración a Dios (1 Crónicas 25:5-6). María es también mencionada en conjunción con Moisés y Aarón como dirigente de la nación hebrea. Esto ilustra el papel de liderato autoritativo y de gran influencia que ella ejercía (Miqueas 6:4). En el Israel primitivo no existía la discriminación de género en relación con el ministerio, o el uso de los dones y el llamamiento profético.
2) DÉBORA: Débora, una mujer casada, ocupaba dos posiciones u oficios: Uno como Profetisa (mujer profeta), y otro como líder o juez (Jueces 4:4-5). Bajo el liderato de Débora, los hijos de Israel fueron librados de la opresión y ocupación de su tierra por parte de un ejército extranjero. Ciertamente, ella cumplió el propósito antiguo de Dios para el hombre y la mujer: Tener dominio en conjunto, ambos por igual (Génesis 1:27-28, LBLA).
3) LA MUJER SABIA DE ABEL BETMACÁ: Esta mujer claramente era una persona de influencia, líder de la ciudad blindada de Abel Betmacá en Israel. Como una líder civil en Israel, esta mujer, al igual que Débora, muy seguramente habrá tenido un grado de autoridad espiritual. Por medio de su uso sabio de autoridad y persuasión, ella rescató a su pueblo de ser destruido por Joab, el comandante del ejército del rey David (2 Samuel 20:15-22). Nótese que ni Joab ni David tenían problema alguno en oír el buen consejo brindado por mujeres. Es más, Joab sabía que David escuchaba sin discriminación a las mujeres, así que cuando no pudo persuadir a David acerca de una decisión, él le pidió a una mujer sabia de Tecoa para que le ayudase (2 Samuel 14:1-22).
4) HULDA: Durante el reino del Rey Josías, el libro de la ley fue descubierto en el Templo. Cuando los sacerdotes comenzaron a leerlo, entendieron que la nación se había apartado muy lejos de los caminos de Dios. Supieron que la nación estaba en peligro de ser destruida bajo el juicio divino. A fin de descubrir lo que deberían hacer, fueron a esta sobresaliente profetisa, quien les expuso los detalles específicos del juicio por venir que ya había sido determinado según el consejo divino: «… Entonces fueron el sacerdote Hilcías… a la profetisa Hulda, mujer de Salum… guarda de las vestiduras… y hablaron con ella…» (2 Reyes 22:14). Hulda inspiró al Rey Josías, al sumo Sacerdote y a los demás líderes de Israel, para que implementaran reformas morales y espirituales jamás registradas. Un profundo despertar religioso, o avivamiento, vino como resultado. Ningún ministerio profético registrado, produjo tal despertar y transformación en la nación de Israel en tan corto tiempo (Véase 2 Reyes 22 y 2 Crónicas 34). Curiosamente, Hulda fue contemporánea de Jeremías, el más importante de los profetas de la destrucción y el consuelo. Si sólo los hombres podían ejercer liderazgo, ministerio y dones proféticos ¿Por qué no se le llamó a él sino a Hulda?

Es evidente que a las mujeres no se les excluía del regalo de la vida eterna bajo el Viejo Pacto, como tampoco del ejercicio de los dones espirituales y ciertos oficios o ministerios, por lo que el mensaje de Pablo en Gálatas 3:28 es más amplio de lo que algunos se atreven a pensar. Pablo no sólo habla de soteriología. Yo pregunto: ¿Es el Nuevo Pacto inferior al antiguo en sus beneficios? No lo creo, pues la biblia nos dice lo contrario: “Pero a Jesús se le ha dado un servicio más importante. Asimismo, también el nuevo pacto que él trajo es más grande que el anterior porque se basa en mejores promesas. Si el primer pacto fuera sin falta, entonces no se habría necesitado un segundo pacto.” (Hebreos 8:6-7, PDT). En virtud de nuestra unión con Cristo, somos partícipes de los beneficios de Cristo, sin distinción, ni superioridad, ni ventaja sobre otro. Es por eso que los igualitarios creemos también en la igualdad ministerial de hombres y mujeres: “Así que no importa si son judíos o no lo son, si son esclavos o libres, o si son hombres o mujeres. Si están unidos a Jesucristo, todos son iguales.” (Gálatas 3:28, TLA).
Creer que Gálatas 3:28 se refiere solo a la salvación como regalo para todos es limitar el Evangelio, limitar el sacerdocio universal del creyente y crear categorías antibíblicas en la iglesia de Cristo. Si Gálatas 3:28 sólo tuviera implicaciones soteriológicas, entonces los cristianos harían bien en promover la esclavitud y el racismo, ya que Pablo solo dijo que los esclavos y los no judíos podían ser salvos como los judíos y las personas libres, no que deberían gozar de igualdad en otras áreas. Por otro lado, y aunque Gálatas 3:28 suele denominarse la “Carta Magna de la Nueva Humanidad en Cristo” (ya que implica un igualitarismo completo entre grupos étnicos, clases sociales y entre los hombres y las mujeres), quien piense que el apoyo pentecostal hacia el ministerio femenino (incluido el pastorado) descansa únicamente en ese versículo, es demasiado ingenuo.
Quienes defendemos el derecho bíblico de la mujer al pastorado tenemos una “enorme nube de testigos” a favor de nuestra postura, incluso si Gálatas 3:28 fuese eliminado del texto bíblico, la Biblia en su conjunto apoyaría el ministerio de la mujer. No ganamos nada desdeñando el hecho de que Jesús eligió a doce apóstoles masculinos. Había, no hay duda, todo tipo de razones para ello dentro del mundo simbólico en el que él funcionaba y del mundo práctico y cultural en los que ellos tendrían que vivir y trabajar. Pero cada vez que se menciona este punto tenemos que comentar cuan interesante es que viene un momento en la historia en que todos los discípulos abandonan a Jesús y se alejan corriendo (Mt. 26:56); y en ese momento, mucho antes de la rehabilitación de Pedro y de los otros, son las mujeres quienes van primero a la tumba, quienes son las primeras en ver a Jesús resucitado, y son las primeras a quienes se les confiará la buena nueva de que Jesús ha resucitado de entre los muertos (Mt. 28.1-10; Mr. 16.1-8; Lc. 24:1-10; Jn. 20.1-10). Esto es de un significado incalculable. María Magdalena y las otras son los apóstoles de los apóstoles. No debemos sorprendernos de que Pablo llame apóstol a una mujer llamada Junia en Romanos 16.7. Si un apóstol es un testigo de la resurrección, había mujeres que merecieron ese título antes que los hombres.

Aunque lo anterior me parece sumamente interesante, esta promoción de las mujeres como “apóstoles a los apóstoles”, “ministras del nuevo pacto” (2 Corintios 3:6) y “reinas y sacerdotisas” para Dios (Apocalipsis 5:10), no es una cosa nueva que surgió con la resurrección. ¿O es que pensaban que esas partes de las Escrituras se refieren solo a los varones? Como de otras tantas maneras, lo que sucedió en la resurrección con las mujeres tomó pistas y momentos muy breves de antes en la carrera pública de Jesús.
¿Qué hay con la mujer que ungió a Jesús? Sin entrar aquí en la cuestión de quién era y en si sucedió más de una vez; como algunos han precisado, ésta era una acción sacerdotal que Jesús aceptó como tal (Marcos 14:3-9; Juan 12:1-8). ¿Y qué de la notable historia de María y de Marta en Lucas 10? Muchos nos hemos acostumbrado a pensar que Marta era el tipo activo y María el tipo pasivo o contemplativo, y que Jesús está afirmando simplemente la importancia de ambas e incluso la prioridad de la devoción hacia él. Esa devoción es indudablemente parte de la importancia de la historia, pero mucho más obvio para cualquier lector del siglo primero, y para muchos lectores en Turquía, Oriente Medio y muchas otras partes del mundo hasta hoy es el hecho de que María se sentaba a los pies de Jesús dentro de la parte masculina de la casa antes que quedarse en los cuartos traseros con las otras mujeres. Esto es lo que realmente incomodó a Marta; no hay duda de que estaba contrariada por tener que hacer todo el trabajo, pero el verdadero problema detrás de ése era que María había roto una de las convenciones sociales más básicas. Así como nosotros tenemos nuestras propias reglas claras pero no escritas sobre cuál es nuestro espacio, ellos también las tenían. Y María acababa de burlarse de ellas. Y Jesús confirma que ella tiene razón al hacerlo.
Ella «se sienta a sus pies»; una frase con un significado muy especial en esa época y contexto cultural específico. Como está claro por el uso de la frase en otra parte del Nuevo Testamento (por ejemplo, Pablo con Gamaliel en Hechos 22:3), sentarse a los pies de un maestro es una manera de decir que estás siendo un discípulo, recogiendo su sabiduría y aprendiendo de él. En el mundo judío tan práctico de la época de Jesús, los discípulos hacían esto no solo para crecer en conocimiento, sino para convertirse ellos mismos en maestros, en rabinos. Como muchas veces en los Evangelios, esta historia se deja enigmática al menos por lo que a nosotros se refiere, pero cualquier lector del primer siglo lo habría entendido sin problemas. Eso, sin ninguna duda, es por lo menos parte de la razón por la cual encontramos a tantas mujeres en posiciones de liderazgo, iniciativa y responsabilidad en la iglesia primitiva. Aunque para muchos Romanos 16 puede resultar el capítulo más aburrido de esta epístola paulina, al estudiar los nombres ahí mencionados y pensar sobre ellos, debería impresionarnos cuan poderosamente indican la manera en que la enseñanzas de Jesús y de Pablo se entendían en la práctica. ¡Ellos jamás creyeron que las mujeres estaban restringidas del ministerio pastoral, diacónico, evangelístico, apostólico o profético! Muchos hoy, sin embargo, parecen leer Romanos 16 con total ceguera; ceguera que, curiosamente, les causan los mismos lentes teológicos y denominacionales que suelen usar para leer el texto sagrado.
Otro punto interesante que merece ser destacado al hablar sobre este tema es el hecho de que, durante la crucifixión, las mujeres podían ir y venir y ver qué sucedía sin temor a las autoridades. No eran vistas como una amenaza, y no esperaban ser vistas así. Pero entonces es fascinante, por contraste, que cuando volvemos a los Hechos, y a la persecución que se presentó contra la Iglesia en gran parte en tiempos de Esteban, encontramos que las mujeres están siendo perseguidas igual que los hombres. Saulo de Tarso iba a Damasco a buscar mujeres y hombres por igual y a meterlos en prisión (Hechos 9:1-2). De acuerdo con el contexto cultural y religioso de la época, esto solamente tiene sentido si las mujeres, también, son vistas como líderes, figuras influyentes dentro de la comunidad. De nuevo, cualquier lector del primer siglo hubiera inferido esto sin problemas con tan solo leer el texto. Muchos de quienes hoy afirman que la Biblia no habla sobre mujeres en posiciones de liderazgo lo hacen desde la ignorancia del contexto histórico y cultural de la época.
Continuaré este tema en artículos posteriores…

FUENTES:
- Kenneth E. Bailey, “Jesús a través de los ojos del Medio Oriente: Estudios culturales de los Evangelios” (Grupo Nelson, 2012).
- N. T. Wright, “Why women should be church leaders and preachers” – Ask N.T. Wright anything (1 de octubre de 2019). Disponible en: https://www.premierunbelievable.com/ask-nt-wright-anything/why-women-should-be-church-leaders-and-preachers–ask-nt-wright-anything/12338.article
- Pensamiento Pentecostal Arminiano, “La mujer en el Antiguo Testamento”, 17 de enero de 1919. Artículo disponible en: https://pensamientopentecostalarminiano.org/2019/01/17/la-mujer-en-el-antiguo-testamento/