Por Pensamiento Pentecostal Armniano
«¿Qué es exactamente el arminianismo reformado?» la respuesta es simple: es lo que creía Jacobo Arminio. Arminio siempre se consideró reformado, hasta el día de su muerte. Y dentro del movimiento reformado holandés hubo muchos otros que sostuvieron el mismo acercamiento a la Teología. Por supuesto, considerando el uso popular que tiene el término reformado en nuestros días — que lo hace prácticamente sinónimo de calvinista— probablemente no es sorprendente que muchos hoy en día reaccionen con tanta perplejidad ante la idea de un arminianismo reformado. No obstante, si profundizamos un poco más, dejando a un lado epígrafes superficiales y trillados, y comparamos la verdadera esencia de las ideas de Arminio con aquellas que generalmente se consideran reformadas, se hará meridianamente claro que hablar de arminianismo reformado no representa una contradicción de términos, sino una designación muy apropiada […] En una exposición dedicada a Arminio, R. C. Sproul, hizo una interesante declaración:
«En el eterno debate entre calvinistas y arminianos, con frecuencia cada una de las partes ha presentado una imagen deformada de la otra. Se levantan primero hombres de paja y después se blanden las espadas de la polémica contra puras caricaturas, cual donquijotes colectivos, enfrentándose a molinos de viento. Como calvinista, oigo frecuentemente críticas del pensamiento calvinista con las que de todo corazón estaría de acuerdo si lo que se critica fuera realmente el calvinismo. Por ello, estoy convencido de que los discípulos de Arminio sufren la misma suerte y se sienten igual de frustrados.»[1]

Sproul está, sin duda, en lo cierto. Con demasiada frecuencia los seguidores de Arminio ven cómo sus enseñanzas se distorsionan y cómo ellos mismos son calumniados y vilipendiados.
El punto de vista arminiano reformado se forjó en el contexto del pensamiento reformado holandés. Por ello, integra muchas de las características peculiares de aquel movimiento. Muchos estudiosos han atribuido incorrectamente a Arminio ideas que se han desarrollado en el contexto de la teología arminiana posterior. Sin embargo, hasta el mismo día de su muerte, Arminio se sintió reformado. A diferencia de la mayoría de los arminianos posteriores, que rompieron más completamente con las categorías reformadas, él retuvo conceptos reformados esenciales.
Uno de los importantes pilares teológicos que Arminio mantuvo en común con otros pensadores reformados fue su idea de la depravación humana. Sin ninguna ambigüedad, Arminio afirmó que la voluntad humana en su estado caído no es capaz de conseguir ningún bien espiritual, excepto en la medida en que interviene la Gracia de Dios. Es difícil de concebir que ningún reformador o pensador reformado, antes o después de él pudiera plantear la doctrina de la depravación total en términos más categóricos:
«En este estado [tras la Caída] el libre albedrío del hombre hacia el verdadero bien no solo está herido, tullido, enfermo, deformado y debilitado, sino también encarcelado, destruido, y perdido. Y, hasta que llega la asistencia de la Gracia, sus poderes no solo están debilitados e inútiles, sino que no existen excepto cuando los estimula la Gracia divina: Puesto que Cristo ha dicho: «Separados de mí, nada podéis hacer».[2]
La humanidad caída es por completo incapaz de llevar a cabo el menor bien espiritual más mínimo. Al respecto, Arminio cita con aprobación a Agustín, que escribió:
«Cristo no dice, “separados de mí no podéis hacer más que unas pocas cosas”; ni tampoco, “separados de mí no podéis hacer ninguna cosa difícil”; o, “separados de mí vais a tener muchas dificultades para hacer las cosas”. Lo que dice es: “separados de mí nada podéis hacer”. No “separados de mí no podréis acabar nada”; sino “separados de mí nada podéis hacer!”». [3]

Esta idea de la depravación total es reformada hasta la médula. Arminio lo explica como algo que afecta a cada aspecto del ser humano: La mente está «entenebrecida», es «incapaz de las cosas que pertenecen al Espíritu de Dios», «vana», y «necia» (ver 1 Corintios 2:14; Romanos 1:21–22; Efesios 4:17– 18; Tito 3:3). Los afectos del corazón son «perversos», «engañosos», «rudos y empedernidos», y «aman y siguen lo que es malo» (ver Jeremías 13:10; 17:9; Ezequiel 36:26; Mateo 15:19; Romanos 8:7). Y en exacta correspondencia con «esta oscuridad de la mente, y perversidad del corazón, está la absoluta debilidad de todas las facultades para llevar a cabo aquello que es verdaderamente bueno» (ver Mateo 7:18; 12:34; Juan 6:44; Romanos 7:5; 6:20; 2 Timoteo 2:26).[4] En este sentido, Arminio siempre mantuvo «la mayor distancia posible con el pelagianismo».[5]
𝗙𝗨𝗘𝗡𝗧𝗘 | J. Matthew Pinson, La seguridad de la salvación: Cuatro puntos de vista, Un punto de vista Arminiano Reformado, por Stephen M. Ashby, CLIE, pp. 212-216.

𝗖𝗜𝗧𝗔𝗦 𝗕𝗜𝗕𝗟𝗜𝗢𝗚𝗥𝗔́𝗙𝗜𝗖𝗔𝗦
[1] R. C. Sproul, Willing to Believe (Grand Rapids: Baker, 1997), 125–26.
[2] Disputation 11, «On the Free Will of Man and its Powers», en The Works of James Arminius, London ed., traducida por James Nichols y William Nichols, 3 vols. (London: Longerman, Hurst, Rees, Orme, Brown, & Green, 1825–75; repr., Grand Rapids: Baker, 1996), 2:192 (citada de aquí en adelante como Works of Arminius).
[3] Ibíd.
[4] Ibíd., 2:192–94.
[5] Ibíd., 1:764.