Arminianismo Clásico, Arminianismo Reformado, Arminianismo Wesleyano, Calvinismo, Cristianismo

El Dios deformado del nuevo calvinismo

Por Fernando E. Alvarado

Hace un par de días tuve la oportunidad de leer un fascinante artículo publicado en Lupa Protestante y escrito por el Dr. Alfonso Ropero, actual Director Editorial de CLIE. Dicho artículo, titulado “Neocalvinismo, soberanía y kénosis”, aborda el tema de la soberanía en el ideario calvinista. En él, el Dr. Ropero plantea la urgente necesidad de “desarrollar una teología bíblica de la soberanía de Dios que no obedezca a parámetros culturales calcados de los soberanos de las monarquías absolutas de antaño.” De acuerdo con la tesis propuesta por el Dr. Ropero, al anclar su teología a tales “parámetros culturales”, el calvinismo ha engendrado a un Dios muy distinto al presentado en la Biblia.

Y es que, en muchos sentidos, el Dios calvinista es un producto de su época. Una comprensión deficiente de Dios estancada en los viejos paradigmas del siglo XVI. Es un monstruo resucitado, hechura de manos humanas, con sus vicios, defectos y caprichos. Las mal llamadas «Doctrinas de la Gracia» o cinco puntos del calvinismo, no son más que una monstruosa deformación del Evangelio de la Gracia, y obedecen más a una construcción humana —respaldada con textos bíblicos, conforme a un determinado patrón—, que a una deducción objetiva de la evidencia bíblica.

El Dios propuesto por el nuevo calvinismo (que no es más que reciclaje de viejas ideas que creíamos ya superadas), no es el Dios de la Biblia. Se parece más al Soberano impasible y determinista del paganismo. Un Dios fatal, iracundo, celoso por su gloria y que vive para ella, ajeno a la pasión y dolor de su creación, dueño absoluto de la vida y muerte de sus súbditos al estilo de los monarcas de la época. En palabras del erudito español Alfonso Ropero:

«En principio, el calvinismo parte de la Biblia, pero lo hace desde un planteamiento o presupuesto muy determinado, a saber, la soberanía de Dios, entendida conforme a coordenadas culturales de la época. Así la soberanía de Dios se impone al esquema bíblico de la historia de salvación, aunque para ello los teólogos calvinistas tengan que forzar los textos bíblicos para decir lo contrario de lo que dicen. Por ejemplo, el texto clásico Juan 3:16, no dice lo que realmente dice, que Dios amó al mundo, a la manera explícita de 1 Timoteo 2:3-6: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad, sino que Dios limita su amor al “mundo de los elegidos”; que “mundo” en Juan 3:16 no se refiere a todo el mundo en general, sino solo al mundo de los elegidos (cf. 1 Juan 2:2) [….] En sana lógica soberanista, si Dios quisiera de verdad que todos los hombres se salvaran, inevitablemente se salvarían, de lo contrario estaríamos negando el poder Dios para hacerlo, atribuyendo impotencia a su voluntad [….] el tema de la soberanía de Dios ha dominado casi todos los tratados de teología, de vida espiritual y de evangelización en los círculos reformados [….] Sin proponérselo quizá, se llega así a una imagen poco empática de Dios. Un Dios de ira y de justicia, indiferente a la suerte del pecador, en cuanto, como algunos gustan decir, “el único derecho del pecador es ir derecho al infierno”. Un Dios que tiene poco que ver con ese Dios que busca la criatura pérdida, y en su miseria le provee de una túnica de piel. [Pero a diferencia del Dios calvinista] Dios [el Dios de la Biblia] no tiene nada que ver con Lamec, cuyo honor mancillado requiere ser vengado setenta y siete veces (Gn 4:24). El Dios bíblico es aquel que ruega, que suplica la atención del alma rebelde y endurecida por el pecado. “Pueblo mío, aunque eres rebelde y perverso, ven y regresa a mi” (Is 3:16; Jr 3:12). Es semejante a un Padre que ante la decisión del hijo de abandonar el hogar y dilapidar su herencia de un modo alocado, no hace nada para retenerlo a la fuerza, sino que le deja ir, y sin ira ni rencor, cada día espera su regreso al borde del camino (Lc 15:11-32). Quisiera retener en su hijo en el calor de la palma de su mano, tiene poder para hacerlo, nada se lo impide, excepto la terca pero libre voluntad de su hijo, que él no quiere violentar. Abre su camino y deja que su hijo marche. Lo que estos textos bíblicos y estas imágenes dicen de Dios, parece impropio de un Dios soberano, pero tal es la imagen del Dios de Jesucristo.» [1]

Al igual que los antiguos israelitas, los nuevos calvinistas han levantado para sí un dios falso, un ídolo creado de su propia imaginación y acorde a su propia naturaleza:

«Al ver los israelitas que Moisés tardaba en bajar del monte, fueron a reunirse con Aarón y le dijeron: —Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado! Aarón les respondió: —Quítenles a sus mujeres los aretes de oro, y también a sus hijos e hijas, y tráiganmelos. Todos los israelitas se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos, y se los llevaron a Aarón, quien los recibió y los fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma de becerro. Entonces exclamó el pueblo: «Israel, ¡aquí tienes a tus dioses que te sacaron de Egipto!»» (Éxodo 32:1-4, NVI)

Este dios creado proporciona el efecto placebo deseado, pero solo eso, pues no es más que una mera caricaturización del Dios bíblico. Una vez más, en palabras de Ropero:

«La apelación a este Dios soberano, dueño y señor de todo cuanto existe y que hace todo según el designio de su voluntad, aporta algo de orden y equilibrio en un mundo que se percibe caótico, desordenado, corrupto. La soberanía del Soberano garantiza con su poder incontestable el curso irresistible de una historia que tiene por fin la salvación de los elegidos y por meta la gloria de Dios. Todo ello bien adobado con un buen número de figuras y citas bíblicas, cuyo argumento es llevado hasta el final en sus deducciones lógicas. A esto hay que sumarle una larga nómina de ilustres pensadores y teólogos de calvinistas renombre de todos los tiempos, con amplio predicamento en la mayoría de las denominaciones evangélicas.» [2]

Sí, puede dar seguridad en un mundo caótico. Pero sigue siendo falso. Y como toda creación humana, este dios inventado sólo refleja la imagen de su imperfecto hacedor humano. Este tirano cósmico no es más que un dios cruel que no merece ser amado, pero que igual te obligará a hacerlo si así lo desea: ¡Su «gracia» [coerción santificada] es irresistible después de todo!

El Dios de la Biblia, en cambio, es un Dios de amor, un Dios que no ama solamente a los que le aman, sino también a los pródigos y rebeldes. Un Dios que no teme concederle a sus criaturas el regalo de la libertad para elegirlo voluntariamente y sin compulsión alguna:

«Libres con una libertad donada desde el principio por el mismo que es Libertad y pone libertad en su creación. Así las cosas, la creación se puede rebelar contra su creador, no por una fuerza consustancial en sí misma, sino por una autolimitación de Dios que al crear el universo, crea un espacio vital que hace posible la libertad de su criatura. Libertad que la criatura no arrebata al Creador, sino que le es garantizada por Dios mismo, el cual como se retrae, se limita a sí mismo por propia voluntad.» [3]

En ese Dios creemos. En Aquel que «es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.» (2 Pedro 3:9)

El nuevo calvinismo ha elegido el camino contrario. Ellos, al no conformarse con el Dios bíblico (el cual es amor y otorga libertad a sus criaturas para amarlo u odiarlo), se crearon un dios para sí mismos y «cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible» (Romanos 1:23), y la imagen elegida para suplantar al Dios verdadero fue la de un monarca absolutista de la vieja Europa de los siglos XV al XVIII.

Nos preguntamos: ¿Se atreverá algún día el calvinismo a romper con esas viejas ataduras?

FUENTES CITADAS:

[1] Neocalvinismo. Soberanía y Kénosis | Alfonso Ropero, artículo disponible en: https://www.lupaprotestante.com/neocalvinismo-soberania…/

[2] Ibid.

[3] Ibid.

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