𝙋𝙤𝙧 𝙁𝙚𝙧𝙣𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙀. 𝘼𝙡𝙫𝙖𝙧𝙖𝙙𝙤
El estudio de la Palabra de Dios debería ser nuestra meta de vida; sin embargo, estudiar la Palabra de Dios por el mero hecho de obtener conocimiento no tiene mucho mérito. Muchos jóvenes teólogos estudian la Biblia por el simple hecho de sentirse eruditos, ser reconocidos, parecer cristianos intelectuales, o por el placer de ganar debates; pero jamás los verás haciendo nada en su iglesia o en su vida más allá de la pantalla de un ordenador, tablet o smartphone. Muchos incluso llenan seminarios y universidades, ostentan títulos, presumen de maestrías y hasta doctorados, pero tampoco hacen nada por el avance del Reino. Adquirieron conocimiento y lo volvieron infructuoso. Jamás usaron su conocimiento para algo que sirviera en el mundo real.

Su teología es simple teoría, conocimiento muerto. Jamás harán evangelismo, misiones, labor pastoral u obras de misericordia. Ni siquiera los verás participando activamente en las reuniones de su iglesia local o formando parte de algún ministerio. Son cristianos de las redes, teólogos de Facebook, eruditos del mundo virtual, críticos de los sermones dominicales, calienta bancas o mero expectadores en su iglesia, pero solo eso. Su manera de debatir y tratar a otros en las redes incluso podría hacernos dudar de su auténtica conversión y piedad cristiana. Su vida, en la realidad, probablemente deje mucho que desear y hasta podría estar en total contradicción con lo que dicen creer y predicar. Pareciera que han olvidado que la Biblia, más que un libro para memorizar, es la forma en que conocemos a Dios.

¿Es acaso malo el estudio de la palabra? En ninguna manera. ¡Ojalá todos en la iglesia fuesen eruditos bíblicos! Sin embargo, hay una diferencia entre el conocimiento que produce obediencia y el conocimiento que simplemente produce más conocimiento. Muchas personas conocen hechos sobre Dios y su Palabra, pero no logran encarnar esas verdades. ¿De qué sirve memorizar párrafos completos de las Escrituras, conocer la historia bíblica, dominar el griego y el hebreo y, sin embargo, no someternos a las palabras que leemos? El verdadero conocimiento bíblico se desarrolla en obediencia.

Si realmente vamos a entregar nuestro corazón a la Palabra de Dios, esta no solo debe entrar en nuestras mentes, sino que también debemos permitir que cambie nuestras voluntades y acciones. Como nos recuerda el Salmo 119, debemos buscarla para mantener nuestros pies alejados del mal camino (v. 101), para que nos guíe a obedecer las reglas que el Señor nos ha enseñado (v. 102), y para que nos equipe para odiar todos los caminos falsos (v. 104).
Cuando la lectura de la Biblia sea más que una labor intelectual, cuando esta se traduzca en obras, entrega a Dios, desarrollo de un carácter cristiano y fruto del Espíritu, entonces la Palabra será más que un libro que leer. Será vida, será poder y transformación. Dediquemos no sólo nuestro tiempo a leerla; prestemos oído para obedecerla, y abramos nuestro corazón para que sea ella la que lee nuestra alma y nos transforme a la imagen de Cristo. A medida que lo hagamos, nuestro conocimiento crecerá, pero también lo hará nuestro amor y nuestra relación con su Autor.

Si eres oidor en vez de hacedor, esta palabra es para tí: «No solo escuchen la palabra de Dios; tienen que ponerla en práctica. De lo contrario, solamente se engañan a sí mismos. Pues, si escuchas la palabra pero no la obedeces, sería como ver tu cara en un espejo; te ves a ti mismo, luego te alejas y te olvidas cómo eres. Pero si miras atentamente en la ley perfecta que te hace libre y la pones en práctica y no olvidas lo que escuchaste, entonces Dios te bendecirá por tu obediencia. Si afirmas ser religioso pero no controlas tu lengua, te engañas a ti mismo y tu religión no vale nada. La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa.» (Santiago 1:22-27, NTV)
