Por Fernando E. Alvarado
– ¡Qué! ¿Usted es arminiano, y para colmo pentecostal? ¡No puedo creerlo! ¡Pero si usted parece inteligente! – dijo mi compañera de trabajo.
Al parecer, ambas cosas sonaban a blasfemia para ella. Yo no sabía si sentirme halagado por sus palabras, al considerarme “inteligente”, u ofendido por su obvio desprecio hacia el arminianismo (mi posición soteriológica) o el pentecostalismo (el movimiento religioso al cual me adscribo)
– Sí, soy pentecostal y arminiano – dije yo – Soy pastor de las Asambleas de Dios.
Mi interlocutora, una excelente mujer cristiana, de buen estatus socioeconómico, excelente formación académica y calvinista convencida, simplemente no concebía que alguien con medio cerebro pudiera ser las cosas que, desde su perspectiva “reformada”, se consideran casi un anatema.

A pesar de lo incómodo del momento, la opinión de esta buena mujer cristiana no me extrañó para nada. Hace mucho me acostumbré a esas miradas sospechosas, risas burlonas y etiquetas groseras e insultantes como “descerebrado”, “ignorante”, “penteloco” o “rabasaya” (a causa de mi pentecostalismo), o a acusaciones de ser “humanista”, “antropocéntrico” y “hereje pelagiano” (a causa de mi soteriología arminiana). Estas cosas dejaron de importarme hace mucho. Y no, no me avergüenza proclamar que soy un cristiano evangélico que cree en el poder del Espíritu Santo.
Lo cierto es que, si atendemos a la imagen que se difunde en las redes sociales y los medios de comunicación (incluso algunos tan rigurosos como National Geographic, a través de su programa “Snake Salvation”) muchos podríamos sacar la idea de que todos los pentecostales son o charlatanes avariciosos, iluminados, marginados sociales o pobres cristianos rurales sin educación. Pero la verdad nunca suele estar en los estereotipos de los medios de comunicación.

MÁS ALLÁ DE LOS ESTEREOTIPOS
Hay personas que piensan que los pentecostales son personas ajenas a la realidad, sin cerebro, y que sufren ataques de falta de control durante los servicios religiosos. Se sorprenden al conocer la realidad de que existen numerosos cristianos pentecostales con titulación universitaria, prósperos negocios propios, o que ocupan cargos públicos, y que mueven a una gran cantidad de ONGs en el mundo.
El pentecostalismo no es, como muchos piensan, un movimiento oscuro y heterodoxo formado por iglesias marginales, aisladas del resto de cristianos. Hay pentecostales en prácticamente todas las denominaciones y familias evangélicas. Los pentecostales no asisten necesariamente a iglesias que están con la etiqueta de pertenecer a un movimiento o denominación pentecostal. Desde la década de 1960 en todo el mundo ha crecido el número de pentecostales (a veces llamados carismáticos) en otras iglesias y denominaciones. Así, hay pentecostales anglicanos, pentecostales metodistas, y pentecostales bautistas. De acuerdo con un estudio realizado por Pew Research Center en 2011, los pentecostales representan más de una cuarta parte de todos los cristianos de hoy. En 2013 el líder de todos los anglicanos, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, admitió que ha tenido la experiencia pentecostal de hablar en lenguas.

Cuando la mujer cristiana de mi historia se sorprendió de que alguien como yo, con una formación teológica y con un título universitario, fuese pentecostal, ella simplemente reflejaba un estereotipo clásico que la mayoría cree de los pentecostales: “Los pentes son unos ignorantes teológicos.” La idea de que los pentecostales somos teológicamente ignorantes es una tontería si tenemos en cuenta que 300 de los más conocidos eruditos evangélicos son pentecostales. Cada año, la Sociedad de Estudios Pentecostales en Springfield, Missouri, reúne a grandes teólogos de 100 denominaciones y 200 instituciones académicas. Todas ellas pentecostales. Así pues, el pentecostalismo (contrario a lo que muchos piensan) no se trata de un colectivo formado principalmente por pobres y marginados sociales.
Cuando el avivamiento pentecostal comenzó en 1906 en Los Ángeles, los integrantes y defensores del movimiento pentecostal se caracterizaban en su mayoría por ser gente de clase socialmente baja, que adoraba a Dios en tiendas de campaña. Pero hoy en día, aunque el pentecostalismo no ha perdido su conexión con el pueblo de a pie, con los estratos más bajos de la sociedad, cada vez más pentecostales pertenecen a la clase media o alta. Somos los pentecostales quienes, en la inmensa mayoría de los casos, hemos cambiado el paisaje religioso latinoamericano, africano y asiático. No fueran las iglesias del protestantismo histórico (hoy más liberales y libertinas), ni los rígidos calvinistas conservadores (con su escasa vocación evangelística y elitismo) las que han evangelizado el Tercer Mundo. Hemos sido nosotros, los pentecostales, aquellos que ven como sus inferiores, quienes todo por la gracia de Dios, lo hemos logrado.

Hoy nos pretenden hablar de una nueva reforma en Latinoamérica, y quisieran hacernos creer que nuestro subcontinente jamás fue evangelizado porque no es calvinista. Habiendo un mar de perdidos hoy quieren “pescar en pecera ajena”, robando miembros, sonsacando creyentes, dividiendo iglesias y sembrando división. Pretenden deslumbrarnos con su poder económico, instituciones educativas llenas de esnobismo y su presunción de ser los herederos de la Reforma y poseedores exclusivos de la sana doctrina. ¿ignoran acaso que, en los momentos más duros del protestantismo fuimos los pentecostales los que dimos la cara en Latinoamérica? Hoy quieren “re-evangelizarnos” usando modelos muertos, credos y confesiones frías que han sido enterrados en la vieja Europa, lugar donde fueron redactados y hoy tierra de incrédulos. ¿Es que ahora desean enseñarnos a evangelizar y hacer misiones ignorando que en los países en desarrollo son pentecostales quienes están financiando proyectos misioneros ambiciosos?

NO TODO LO QUE PASA EN EL MUNDO ES NUESTRA CULPA
A menudo nos acusan (encasillando injusta y erróneamente a todos los pentecostales) de estar metidos hasta los huesos en el llamado evangelio de la prosperidad. Hay sin duda iglesias y predicadores extravagantes que se denominan pentecostales que hacen alarde de su riqueza a la vez que piden más y más dólares. Ellos son una vergüenza en nuestras filas. Pero la realidad es que el evangelio de la prosperidad no es bien recibido entre la mayoría de los grupos pentecostales históricos y clásicos. Tampoco podemos olvidar que las ideas que dieron vida a lo que hoy llamamos el “evangelio de la prosperidad” no nacieron dentro del pentecostalismo, sino de las iglesias que hoy nos acusan a nosotros de promoverlo. Dicha herejía, a la que algunos llaman evangelio, no es otra cosa que el antiguo buen “sueño americano” vestido con ropaje bíblico.
Este falso «evangelio americano» fue mejor ejemplificado por el Evangelio de la Riqueza propuesto por el ateo Andrew Carnegie y el famoso sermón de Russell Conwell, «Acres de Diamantes», en el que Conwell (clérigo bautista, abogado y escritor estadounidense) equiparó la pobreza con el pecado y afirmó que cualquiera podía llegar a ser rico a través del trabajo duro. Este evangelio de la riqueza, sin embargo, era una expresión del Cristianismo Musculoso (movimiento filosófico que se originó en Inglaterra a mediados del siglo XIX) y entendía que el éxito era el resultado del esfuerzo personal más que de la intervención divina.[1]

NO SOMOS “RAROS”, SOMOS DIFERENTES
No, los pentecostales no somos raros adefesios teológicos con prácticas raras. No somos dementes que manejan serpientes en sus cultos (como pretendió presentarnos un reportaje de National Geographic Channel) o caminan sobre brasas para probar su llenura del Espíritu. Es más, las denominaciones pentecostales han condenado todo esto como práctica de fe. Y aunque algunos que se autoidentifican como pentecostales pueden caer en prácticas extrañas, esto mismo puede decirse también de cualquier otra denominación en algún momento de la historia, tal como ocurrió con los puritanos (comúnmente tomado por los calvinistas como modelo de su fe) y su obsesión con la brujería.
Si hoy en día algunos fanáticos pentecostales (inspirados en Lucas 10:19) toman el manejar serpientes como señal de poder espiritual, ¿Es acaso menos extraño lo que hacían los puritanos en siglos pasados? ¿O es que hemos olvidado los Juicios de Salem y las extrañas prácticas de los puritanos? ¿Qué hay de la prueba del agua (judicium aquae, también llamada baño de la bruja), en la que a veces el acusado debía sacar un objeto del agua hirviendo y en otras se sumergía a la víctima atada a un pozo y si se hundía resultaba inocente (proceso en el que podía morir ahogada)? ¿O preferíamos quizá la prueba del fuego en las que el involucrado debía andar sobre o transportar hierro candente o meter la mano en el fuego?[2]

A menudo también somos vistos como “místicos y anormales” que entran en trance en los cultos cuando “hablan en lenguas”. Pero en esto, como en muchas otras cosas más, quienes nos acusan hablan con ignorancia. Las personas que hablan en lenguas oran voluntaria y conscientemente, y pueden iniciar y detener sus oraciones cuando lo deseen. Quienes nos critican quizá ignoren que cuando los investigadores de la Universidad de Pensilvania estudiaron el fenómeno de hablar en lenguas, encontraron que en realidad produce una sensación de paz y bienestar en las personas que lo practican. The New York Times informó en 2006 que un estudio de los cristianos en Inglaterra sugirió que aquellos que hablaban en lenguas lograban «más estabilidad emocional”.[3]
¿Continúo? Los pentecostales estamos lejos de ser perfectos, pero no somos lo que aquellos que nos acusan afirman. ¿Sabías que hoy en día las iglesias pentecostales y carismáticas tienen más probabilidades de ser étnicamente mixtas que otros grupos denominacionales? A diferencia del calvinismo que defendió en su momento la esclavitud, el pentecostalismo jamás apoyó tan abominable práctica. Tampoco se encerró jamás en un machismo excluyente, relegando a la mujer a las bancas y el silencio. De hecho, muchos de los primeros líderes del movimiento pentecostal fueron afroamericanos y mujeres.

Los pentecostales amamos la santidad. Sin embargo, no somos moralistas estrictos y mojigatos. Hubo una época en la que los pentecostales (junto con los bautistas conservadores y los llamados grupos de santidad) predicaron con fuerza contra todo tipo de ocio secular y todo lo que sonaba a diversión o entretenimiento. Las mujeres no podían usar pantalones ni maquillaje, los hombres no podían jugar a las cartas, y las películas se miraban con lupa. Pero esto no describe los pentecostales actuales, que han entrado en el campo de las artes (el actor Denzel Washington, pentecostal e hijo de pastores pentecostales, por citar un ejemplo). Muchos pentecostales son también deportistas profesionales de élite.

El pentecostalismo está lejos de ser una moda que está de paso. Los pentecostales sólo representaban el 6 por ciento de todos los cristianos en el año 1980. Hoy ese número ha aumentado al 26 por ciento. Y el Pulitzer Center informa que 35.000 personas se unen a las iglesias pentecostales cada día. Algunos investigadores predicen que habrá 1000 millones de cristianos pentecostales en el mundo en 2025. A pesar de los estereotipos, en absoluto se puede decir que los pentecostales sean marginales en la sociedad. Somos, de hecho, el rostro presente y futuro del protestantismo evangélico.
Sí, la joven dama de mi historia estaba equivocada. Y creo que el tiempo y la convivencia con pentecostales (y arminianos) se lo ha demostrado. Los pentecostales estamos aquí y no iremos a ningún lado. Hemos venido para quedarnos. ¡El que tiene oídos para oír que oiga!

REFERENCIAS:
[1] Bowler, Kate (2013). Blessed: A History of the American Prosperity Gospel. Oxford University Press.
[2] Stark, Rodney (2015). For the Glory of God: How Monotheism Led to Reformations, Science, Witch-Hunts, and the End of Slavery. Princeton University Press.
[3] Fuente: http://www.nytimes.com/2006/11/07/health/07brain.html