Familia, Matrimonio, Vida Cristiana

Matrimonio, un reflejo de la Trinidad

Por Fernando E. Alvarado

El matrimonio auténtico, el matrimonio bíblico, es decir, la unión de vida y amor entre un hombre y una mujer así nacidos, es el fundamento mismo de nuestra sociedad. Dicho fundamento fue puesto por Dios mismo, quien ha creado e instituido en la naturaleza humana el mismísimo concepto de familia. La familia y el matrimonio (que es su fundamento) han sido creados e instituidos por Dios. No son el fruto del azar ni de una ciega evolución ni un invento conveniente de la sociedad o del Estado. El matrimonio y la familia son parte fundamental del proyecto de amor de Dios en la historia, que es siempre una historia de salvación.

La familia, como diseño divino e instrumento de gracia, debe reflejar el misterio de amor de Dios. Dios la ha diseñado para ser eso, es decir, para ser una imagen y semejanza, tanto a nivel físico como espiritual, del misterio mismo de Dios. La familia es y está llamada a ser cada vez más, un reflejo de la Santísima Trinidad. Quizá el concepto suene extraño para aquellos que solo pueden ver en el matrimonio una unión de placer, conveniencia y satisfacción sexual; pero ese nunca fue el plan de Dios para el matrimonio. Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree…» (Génesis 1:26).

Dios creo a la familia, Dios diseñó el matrimonio, varón y hembra los hizo. Todo con un propósito definido: Reflejarlo a Él. Mostrar su gloria en cada acto, en cada relación, en cada momento de compañerismo santo. A través de la unión del hombre y la mujer Dios buscaba reflejar su imagen y semejanza. Es así que Dios pudo decir de su creación suprema: «para gloria mía los he creado, los formé y los hice» (Isaías 43:7). Cuando el matrimonio cumple con el objetivo de reflejar la imagen del Dios trino, da gloria a Dios a través de ello y alcanza la medida y propósito de su creación.

Tan solo piénsalo: Dios es, en sí mismo, una comunidad de personas divinas, un perenne y eterno intercambio de amor. El Padre ama al Hijo, Quien es Su imagen perfecta, la Palabra Eterna que contiene todo lo que Dios es. Ese amor entre el Padre y el Hijo es tan perfecto y tan infinito, que cobra vida en la tercera persona de la Trinidad: el Espíritu Santo. ¿Podrías hallar una imagen más perfecta de lo que el matrimonio debería ser? Lo dudo. Pues no fue hasta que el hombre y la mujer estuvieron unidos bajo el pacto matrimonial que Dios afirmó que todo lo que había hecho «era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). Solo fue bueno hasta que le reflejó. Hasta que el hombre y la mujer, como una sola carne (Génesis 2:24; Marcos 10:8), reflejaron en conjunto la unidad compuesta de la misma Deidad.

Así pues, en el matrimonio verdadero, el esposo y la esposa se aman profundamente. Ambos se convierten en don de amor el uno para el otro (Efesios 5:25-33). Tanto se aman que se entregan totalmente, en cuerpo y alma, el uno al otro (1 Corintios 7:4-5). Ese amor está llamado a trascenderse a sí mismo y a fructificar en el don de los hijos (Génesis 1:28; Malaquías 2:15-16). De esa forma surge la comunidad de amor de personas humanas que reflejan la comunidad de amor de personas divinas: la familia. Así pues, la enseñanza bíblica sobre el matrimonio, la sexualidad humana y la procreación, no es una concepción biologista, es decir, reducida a su dimensión biológica. Es más bien una unión que simboliza y aspira a reflejar la realidad del Dios Trino.

Lo que cada matrimonio debe preguntarse es: ¿Logra mi matrimonio reflejar (aunque sea de manera imperfecta) el amor sublime, la dulce intimidad y la comunión santa que reina en la Trinidad?

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