Por Fernando E. Alvarado
«Tú que eres hombre y no dios, ¿osarás decir: ‘Soy Dios’…»
(Ezequiel 28:9, Nueva Biblia Española)
«Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios. Su boca está llena de maldición y de amargura.»
(Romanos 3:12-14, RVR1960)
«No hacen sino mentirse unos a otros; sus labios lisonjeros hablan con doblez. El Señor cortará todo labio lisonjero y toda lengua jactanciosa.»
(Salmo 12:2-3, CST)

Desde siempre, el pentecostalismo ha reconocido la importancia de una vida de fe. Dicho énfasis se fundamenta en que las Escrituras mismas le han dado tal importancia. El escritor a los Hebreos señala que sin fe es imposible agradar a Dios. Luego describe la fe como creer dos cosas acerca de Dios: que Dios existe, y que Él recompensa a los que lo buscan (Hebreos 11:6). Los pentecostales entendemos que todas las bendiciones que Dios tiene para su pueblo se reciben por fe. La salvación (Hechos 16:31), el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 11:15-17), la preservación divina (1 Pedro 1:5), la herencia de las promesas que incluyen sanidades y provisión de las necesidades materiales (Hebreos 6:12), y la motivación para testificar (2 Corintios 4:13) son algunas de las muchas provisiones de la gracia de Dios. Las Escrituras nos instan a ser fuertes en la fe (Romanos 4:20-24) y a protegernos contra cualquier cosa que pueda debilitarla o destruirla. La Palabra de Dios nos manda orar para que la fe se aumente (Lucas 17:5) y constantemente se nos invita a cultivarla por medio de la lectura de la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Los pentecostales sabemos por experiencia que una vida de fe es una vida de victoria (1 Juan 5:4). Lamentablemente, a través de la historia de la Iglesia, muchas personas han adoptado posiciones extremas en cuanto a las grandes verdades bíblicas, yendo más allá de las enseñanzas de la Palabra de Dios. Tales desviaciones solo han perjudicado la causa de Cristo. La confesión positiva es un ejemplo claro de este tipo de desviaciones teológicas.
La confesión positiva es la práctica de decir en voz alta lo que uno desea que pase con la esperanza de que Dios lo haga realidad. Esta enseñanza es popular en muchos círculos pentecostales y carismáticos, los cuales afirman que las palabras tienen poder espiritual y que, si decimos en voz alta las palabras correctas con la fe correcta, podemos obtener riquezas y salud, atar a Satanás, y lograr cualquier cosa que queramos. Confesar positivamente es decir palabras que creemos o queremos creer, haciéndolas realidad. Esto se opone a la confesión negativa, que consiste en reconocer dificultades, pobreza y enfermedad y, por lo tanto, (supuestamente) aceptarlas y rechazar la comodidad, riqueza y salud que Dios ha planeado para nosotros. Esto se debe a que los seguidores de esta doctrina dividen la confesión en aspectos negativos y positivos.

Los negativos son el reconocimiento de pecado, enfermedad, pobreza, u otras situaciones no deseadas. La confesión positiva es reconocer o poseer las situaciones deseadas. La conclusión es que lo desagradable se puede evitar al abstenerse de las confesiones negativas. Lo agradable se puede disfrutar al hacer confesiones positivas. Según esta perspectiva, el creyente que evite el reconocimiento de lo negativo y siga afirmando lo positivo estará asegurándose circunstancias agradables. Podrá dominar la pobreza y la enfermedad. Se enfermará solamente si confiesa que está enfermo. Esta perspectiva arguye que Dios quiere que los creyentes se pongan la mejor ropa, manejen los mejores coches, y tengan lo mejor de todo. Los creyentes no tienen que sufrir problemas financieros. Lo único que necesitan hacer es decirle a Satanás que quite las manos de su dinero. Con sólo decirlo, el creyente puede tener resuelta cualquier cosa que desee, ya sea una necesidad espiritual, física, o financiera. Se enseña que la fe obliga la acción de Dios.
Según esta perspectiva, lo que una persona diga determinará lo que recibirá y lo que llegará a ser. Por tanto, las personas son instruidas a empezar a confesar, aunque lo que quieren quizá no haya sido realizado. Si una persona quiere dinero, debe confesar que ya lo tiene aun cuando no sea cierto. Si una persona quiere ser sanada, debe confesarlo, aunque sea obvio que no es el caso. Las personas aprenden que pueden tener cualquier cosa que digan, y de ahí la gran importancia que se atribuye a la palabra hablada. Proclaman que la palabra hablada, si se repite suficientemente, con el tiempo resultará en fe que obtendrá la bendición deseada.

¡CUIDADO! ¡HEREJÍA A LA VISTA!
Lo más peligroso con la confesión positiva es la creencia de que las palabras tienen una especie de poder mágico espiritual, que podemos utilizar para conseguir lo que queremos. La práctica no se obtiene de verdades bíblicas, sino de un concepto de la Nueva Era llamado la «ley de la atracción», según la cual una declaración o pensamiento positivo atraerá una reacción positiva. Todo está impregnado de cierta presencia o poder espiritual, pero no de Dios como el creador omnipresente, sino de un «dios» en una forma hinduista/panteísta. El resultado claro es la idea de que nuestras palabras tienen el poder para obligar a Dios que nos dé lo que queremos (una creencia herética). Adicionalmente, los resultados que se atribuyen a la confesión positiva son empoderados por la fe de la persona. Esto conduce a la antigua creencia de que la enfermedad y la pobreza son un tipo de castigo por el pecado (en este caso, la falta de fe). Juan 9:1-3 y todo el libro de Job refutan esto.
La confesión positiva (casada de forma indisoluble con el “evangelio de la prosperidad”) malinterpreta las promesas de Dios. En un sentido bíblico, «confesión» es estar de acuerdo con lo que Dios ha dicho; «la confesión positiva», en cambio, le exige a Dios el cumplimiento de deseos humanos. En otras palabras, la confesión positiva le roba a Dios su soberanía y lo convierte en el “genio de la lámpara”, siempre dispuesto a concederle sus deseos y caprichos a sus amos humanos. Ese dios, no es el Dios de la Biblia. Las personas que impulsan la confesión positiva dicen que la práctica es simplemente reafirmar las promesas de Dios como fueron dadas en la Biblia. Sin embargo, ellos no diferencian entre las promesas universales que Dios hizo a todos Sus seguidores (por ejemplo, Filipenses 4:19) y las promesas personales hechas a los individuos en un momento determinado para un propósito en particular (por ejemplo, Jeremías 29:11). Ellos también tergiversan las promesas que Dios nos da, negándose a aceptar que el plan que Dios tiene para nuestras vidas no necesariamente debe coincidir con el nuestro (Isaías 55:9). Una vida libre de preocupaciones y perfecta, es la antítesis de lo que Jesús dijo que la vida cristiana sería y las vidas que Sus seguidores vivieron. Jesús no prometió prosperidad; Él prometió dificultades (Mateo 8:20). Él no prometió que todos nuestros anhelos serían cumplidos; Él prometió que tendríamos lo que necesitáramos (Filipenses 4:19). Él no promete paz en una familia; prometió que las familias tendrían problemas sabiendo que algunos decidirían seguirlo y otros no (Mateo 10:34-36). Y Él no prometió salud; prometió llevar a cabo Su plan para nosotros y la gracia en las dificultades (2 Corintios 12:7-10).

La confesión positiva comete otro error teológico monumental al afirmar que, si hacemos una “confesión negativa” (es decir, si reconocemos que estamos en problemas, que si confesamos estar en necesidad, o que si admitimos tener una enfermedad o crisis), tal cosa nos sobrevendrá. Eso no es cierto. No somos dioses y nuestras palabras no poseen el poder de crear realidades más allá de la voluntad soberana de Dios. Es más, la Biblia es muy clara en que «la confesión negativa» carece de poder para negarnos o alejar de nosotros las bendiciones de Dios. Los Salmos están llenos de clamores a Dios para obtener liberación, y en el Salmo 55:22 y 1 Pedro 5:7 se nos exhorta a seguir ese ejemplo. Incluso Jesús fue ante el Padre celestial con claridad sobre la situación y solicitando una ayuda (Mateo 26:39). Ni el Señor ni los escritores sagrados atribuyeron significado mágico alguno a las palabras. La confesión positiva pretende convertir al Dios de la Biblia no en un ser soberano, sino más bien en un Santa Claus cósmico (Santiago 4:1-3) esclavo de los caprichos de sus criaturas. Sin embargo, la Palabra de Dios nos enseña que Dios es un Padre amoroso que quiere estar involucrado en las vidas de Sus hijos, en lo bueno y en lo malo. Solo cuando nos humillamos a nosotros mismos y le pedimos ayuda, es que Él nos liberará de las circunstancias o nos da la fortaleza para atravesarlas.

¿ENSEÑANZA BÍBLICA O MERA PSICOLOGÍA?
En cierto modo, la confesión positiva tiene más que ver con la psicología que con el evangelio. Es bien sabido que aquellos que confían en que pueden resolver un problema, generalmente están más relajados y son más creativos. Se ha demostrado que un estado de ánimo optimista mejora la salud. Y las personas felices suelen tener suficiente distancia emocional entre ellos mismos y los demás para darse cuenta de pistas sutiles que podrían conducir al éxito de las operaciones comerciales y personales. Además, cuando alguien expresa constantemente los objetivos, estos se mantienen a la vanguardia; aquellos que constantemente piensan en conseguir más dinero, actuarán como corresponde. Los beneficios emocionales de la confesión positiva son evidentes, pero atribuirles a nuestras palabras un poder mágico cuasi divino es pervertir el evangelio. En otras palabras, es una herejía. En este sentido, los peligros de la confesión positiva superan ampliamente los beneficios. Todas las ventajas que hemos enumerado son psicológicas y de alguna manera fisiológicas, no espirituales. El único beneficio espiritual que se tiene es el hecho de que las personas que esperan que Dios se mueva, son más propensas a ver la mano de Dios en las situaciones. Pero las palabras no son magia. Nuestra función con nuestro Padre Celestial no es exigirle, sino pedirle ayuda, confiar y darnos cuenta de que nuestras bendiciones no dependen de la fortaleza de nuestra fe, sino de Su plan y Su poder.

LO QUE LA BIBLIA EN SU TOTALIDAD TIENE QUE DECIRNOS ACERCA DE LA CONFESIÓN POSITIVA
Se entiende por qué a algunas personas les gustaría aceptar la enseñanza de la confesión positiva: Promete una vida libre de problemas, y sus defensores parecen apoyarla con pasajes de las Escrituras. Los problemas se desarrollan, sin embargo, cuando los pasajes bíblicos son aislados del contexto y de lo que el resto de las Escrituras dicen acerca de este asunto. Resultan los extremos que tergiversan la verdad y al final perjudican a los creyentes como individuos y la causa de Cristo en general.
El apóstol Pablo dio un principio importante para interpretar las Escrituras que llama a “acomodar lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:13). El énfasis básico de este principio es la importancia de considerar todo lo que dice la Palabra de Dios acerca de un asunto para poder establecer una doctrina. Solamente la doctrina basada en una perspectiva completa de las Escrituras se conforma a esta regla bíblica de interpretación. Cuando la enseñanza de la confesión positiva indica que confesar la debilidad es aceptar la derrota, confesar la necesidad financiera es aceptar la pobreza, y confesar la enfermedad es impedir la sanidad, entonces está yendo más allá y contradice la armonía de las Escrituras. Por ejemplo, el rey Josafat confesó que no tenía poder para enfrentar la alianza del enemigo, pero Dios le dio una victoria maravillosa (2 Crónicas 20). Pablo confesó debilidad y entonces dijo que cuando él era débil, era fuerte porque la fuerza de Dios se perfeccionaba en su debilidad (2 Corintios 12:9,10).

Fue después de que los discípulos reconocieron que no tenían lo suficiente para dar de comer a la multitud y estuvieron dispuestos a admitirlo, que Cristo proveyó milagrosamente una abundancia de comida (Lucas 9:12,13). Fue después que los discípulos admitieron que no habían pescado nada que Jesús los dirigió a una situación muy exitosa (Juan 21:3-6). Estas personas no recibieron instrucciones de reemplazar sus confesiones negativas con confesiones positivas contrarias a la realidad. Declararon las condiciones exactamente como eran en vez de fingir que eran otra cosa. Sin embargo, Dios intervino maravillosamente, aunque declaraban lo que algunos llamarían “confesiones negativas”. Comparar las Escrituras con las Escrituras hace claro que las expresiones positivas verbales no siempre tienen resultados felices, ni los comentarios negativos siempre tienen resultados infelices. Enseñar que los líderes en los primeros años de la Iglesia, como Pablo, Esteban, y Trófimo, no vivían en un estado constante de riqueza y salud porque esta enseñanza no había salido a la luz es ir más allá y contradecir la Palabra de Dios. La doctrina solamente será completa y fiable cuando se desarrolla dentro de la estructura de todas las enseñanzas de la Biblia entera.
La palabra griega traducida como “confesar” significa “hablar la misma cosa”. Cuando las personas confiesan a Cristo, están diciendo la misma cosa que las Escrituras dicen acerca de Cristo. Cuando las personas confiesan su pecado, están diciendo la misma cosa que las Escrituras dicen en relación con el pecado. Y cuando las personas confiesan alguna promesa de las Escrituras, tienen que asegurarse de que están diciendo la misma cosa que la promesa dice en todas las enseñanzas de las Escrituras al respecto. Las palabras de Agustín son apropiadas respecto a esto:
“Si crees lo que a ti te gusta en el evangelio, y rechazas lo que no te gusta, no es el evangelio que crees, sino a ti mismo.”
Agustín de Hipona

Cuando la doctrina de la confesión positiva indica que una persona puede tener lo que diga, no está enfatizando adecuadamente la necesidad de considerar la voluntad de Dios. David tenía las mejores intenciones cuando expresó su deseo de construir un templo para el Señor, pero no era la voluntad de Dios (1 Crónicas 17:4). A David se le permitió reunir los materiales, pero fue Salomón el que construyó el templo.
Pablo oraba para que el aguijón en su carne pudiera ser quitado, pero no era la voluntad de Dios. En vez de quitar el aguijón, Dios dio la gracia suficiente a Pablo (2 Corintios 12:9). La voluntad de Dios se puede saber y reclamar por fe, pero el deseo del corazón no siempre es el criterio por el cual la voluntad de Dios se determina. Hay tiempos cuando lo agradable y deleitoso quizás no sea la voluntad de Dios. Santiago aludía a esto cuando escribió: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). La palabra traducida “deleites” no se refiere a un deseo pervertido sino a un placer o diversión; lo que el corazón desea. Otras versiones bíblicas usan la palabra pasiones o placeres en vez de deleites.
En Getsemaní Jesús pidió que pasara de Él la copa. Esto fue su deseo, pero en su oración Él reconoció la voluntad de Dios. Él dijo, “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). La Biblia reconoce que habrá tiempos cuando el creyente no sabrá por lo que debe orar. No sabrá lo que es la voluntad de Dios. Es posible que hasta se sienta perplejo como Pablo a veces se sentía (2 Corintios 4:8). En esta situación, en vez de simplemente hacer una confesión positiva basada en los deseos del corazón, el creyente necesita reconocer que el Espíritu Santo intercede por él según la voluntad de Dios (Romanos 8:26,27). La voluntad de Dios siempre tiene prioridad sobre los planes y deseos del creyente. Se deben recordar constantemente las palabras de Santiago: “En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4:15). Recibir siempre lo que el creyente quiere precisa de más que de una sencilla confesión positiva. Las cosas agradables pueden estar fuera de la voluntad de Dios; y, por el contrario, las cosas desagradables pueden ser la voluntad de Dios. Es importante que el creyente diga como los amigos de Pablo, “hágase la voluntad del Señor” (Hechos 21:14), aún más importante que exigir una vida libre del sufrimiento.

Cuando la perspectiva de la confesión positiva enseña que los creyentes deben confesar en vez de orar por las cosas que Dios ha prometido, está pasando por alto la enseñanza de la Palabra de Dios en cuanto a la oración importuna. Según algunos que creen esta idea de la confesión positiva, las promesas de Dios se clasifican en las áreas de bendiciones materiales, físicas, y espirituales; los creyentes deben reclamar o confesar estas bendiciones y no orar por ellas. Sin embargo, las instrucciones a no orar por las bendiciones prometidas contradicen las enseñanzas de la Palabra de Dios. Los alimentos son una de las bendiciones prometidas por Dios; sin embargo, Jesús enseñó a sus discípulos a que oraran: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11). La sabiduría es una bendición prometida por Dios; sin embargo, las Escrituras declaran: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5). Jesús dijo que el Espíritu Santo era la promesa del Padre (Lucas 24:49), y también enseñaba que Dios daría el Espíritu Santo a quienes se lo pidieran (Lucas 11:13). Aunque hubo veces cuando Dios dijo a las personas que actuaran en vez de simplemente clamar, como en el caso de Moisés en el Mar Rojo (Éxodo 14:15), hay muchos pasajes de las Escrituras que recuerdan a los creyentes orar, y orar sin cesar (Romanos 12:12; Filipenses 4:6, 1 Tesalonicenses 5:17). Jesús mismo enfatizaba la importancia de la oración importuna. La ilustración del amigo persistente que llegó a medianoche pidiendo pan para ofrecer a sus invitados se convirtió la base de la declaración de Cristo: “Pedid, y se os dará” (Lucas 11:5-10). La parábola de la viuda y el juez injusto llegó a ser una oportunidad para que nuestro Señor enfatizara la importunidad en la oración (Lucas 18:1-8). Estas personas fueron estimadas por la importunidad y no por la confesión positiva sin oración.
Aunque los caminos del Señor son más altos que los del hombre, y no podemos comprender el motivo de cada mandato en las Escrituras, sabemos que en su sabiduría Dios ha ordenado la oración como parte del proceso de satisfacer una necesidad. En vez de ser un signo de duda, la oración importuna puede ser una muestra de obediencia y fe. Los creyentes deben reconocer que pueden esperar el sufrimiento en esta vida. Por esa misma razón, la confesión positiva es una distorsión de la fe bíblica. La enseñanza de la confesión positiva implica que reinamos como monarcas en esta vida. Enseña que los creyentes deben dominar en vez de ser dominados por las circunstancias. La pobreza y enfermedad normalmente son mencionadas como algunas de las circunstancias sobre las cuales los creyentes deben tener dominio. Si los creyentes escogen seguir a los reyes de este mundo como ejemplos, es cierto que buscarán una vida sin problemas (aunque aún los reyes de este mundo tienen también problemas). Se preocuparán más por la prosperidad física y material que por el crecimiento espiritual. Pero cuando los creyentes escogen al Rey de reyes como su modelo, sus deseos serán completamente distintos. Serán transformados por sus enseñanzas y ejemplo. Reconocerán la verdad de Romanos 8:17 tocante a los coherederos con Cristo: “Si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. Pablo aun dijo que se gloriaría en sus enfermedades; no dijo que las negaría (2 Corintios 12:5-10).

JESÚS, NUESTRO EJEMPLO SUPREMO, CONTRADIJO CON SU VIDA LA DOCTRINA DE LA CONFESIÓN POSITIVA
Aunque Cristo era rico, por nosotros se hizo pobre (2 Corintios 8:9). Él pudo decir: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Jesús nunca dejó de ser Dios, y por el poder del Espíritu Santo hacía muchos milagros; pero aun así no estaba libre del sufrimiento. Él sabía que tenía que padecer mucho de los ancianos (Mateo 16:21; 17:12). Deseaba comer la pascua con sus discípulos antes de padecer (Lucas 22:15). Después de su muerte, los discípulos reconocieron que el padecimiento de Cristo era el cumplimiento de la profecía (Lucas 24:25,26,32). Cuando los creyentes reconocen que reinar en esta vida es tomar a Jesús como modelo de un rey, reconocerán también que esto puede implicar el sufrimiento; que a veces es mejor quedarse en las circunstancias desagradables que tratar de hacer todas las circunstancias placenteras.
A Pablo le fue mostrado que sufriría (Hechos 9:16). Después él se regocijó en sus sufrimientos por los colosenses. Él vio su sufrimiento como una plenitud “que está más allá de las aflicciones de Cristo en mi carne por el cuerpo suyo que es la iglesia” (Colosenses 1:24). Es cierto que Dios promete suplir las necesidades de los creyentes, y sabe cómo ayudar a los santos a vencer la tentación; pero pretender una vida sin sufrimiento simplemente es un engaño. El creyente comprometido aceptará esto. No se desilusionará si la vida no es una continua serie de experiencias placenteras. No será cínico si no obtiene todos los deseos de su corazón. Él reconocerá que el siervo no es más grande que su Maestro. Reconocerá que seguir a Cristo requiere negarse a sí mismo (Lucas 9:23). Esto incluye negar nuestros deseos egoístas y aun admitir que tenemos problemas. Los problemas no son siempre una indicación de falta de fe. Por lo contrario, pueden ser un tributo a la fe. Este es el gran énfasis en Hebreos 11:32-40. Sostener que todo sufrimiento resulta de confesiones negativas e indica una falta de fe contradice las Escrituras. Algunos héroes de la fe sufrieron grandemente, algunos hasta murieron por su fe, y fueron encomiados por ello.

ENFATIZANDO LA AUTORIDAD DEL CREYENTE MUCHOS HAN OLVIDADO QUE DIOS ES SOBERANO
El énfasis en la confesión positiva tiende a incluir palabras que hacen parecer que el hombre es soberano y que Dios es el siervo. Dichas palabras se dicen para hacer que Dios obre, sugiriendo que Él tiene que rendir su soberanía; que Él ya no está en posición de obrar de acuerdo a su sabiduría y propósito. Se arguye que la verdadera prosperidad es la habilidad de dejar que el poder de Dios supla nuestras necesidades sin importar cuáles sean éstas. Esto pone al hombre en una posición de usar a Dios en vez de rendirse a sí mismo para ser usado por Dios. En este punto de vista se da muy poca consideración a la comunión con Dios en vez de descubrir su voluntad. Es verdad que Jesús dijo, “y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13). Pero las Escrituras también enseñan que se debe pedir en armonía con la voluntad de Dios:
“Y esta es la confianza que tenemos en él que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14,15)
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10) es todavía un mandato importante. Dios es Dios. Él no rendirá su gloria ni soberanía a nadie. Nadie puede convencer a Dios de que debe obrar. La autoridad del creyente existe sólo en la voluntad de Dios, y es la responsabilidad del creyente descubrirla y conformarla a la voluntad de la soberanía de Dios aun en las cosas que él desea. Las palabras de Pablo aún son aplicables: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:17). Cuando los creyentes reconocen la soberanía divina y se preocupan debidamente con la voluntad divina, no hablarán en términos de obligar a Dios ni de usar el poder de Dios. Hablarán de convertirse en siervos obedientes. Desearán ser instrumentos en las manos de Dios.

RHEMA Y LOGOS
Los defensores de la doctrina de la confesión positiva no sólo traicionan el sentido del texto bíblico, sino que van un paso más allá distorsionando el significa de ciertas palabras en los idiomas originales. Tal es el caso de los vocablos logos y rhema. Desde los años 1970 ha circulado una enseñanza que afirma que los dos vocablos griegos que expresan la idea de “palabra” en el Nuevo Testamento, Rhema y Logos, son marcadamente diferentes uno del otro. Esto supuestamente nos revelaría que en verdad hay dos clases de “palabra de Dios” (una escrita, la otra hablada) y que todo creyente necesita conocer esta distinción y como aplicarla. La enseñanza “Palabras RHEMA” consiste fundamentalmente de las siguientes proposiciones:
- Existe en las Escrituras una marcada distinción de uso y significado entre las dos palabras “LOGOS” y “RHEMA”.
- La palabra “LOGOS” se refiere a la revelación objetiva, es la Palabra eterna de Dios, es la Palabra escrita, absoluta para todo creyente en todo lugar.
- La palabra “RHEMA” se refiere a la revelación subjetiva, contemporánea, particular para una persona. Es la palabra hablada. Una profecía, palabra de ciencia o sabiduría se ha de considerar una “palabra RHEMA”. Una lectura de las Escrituras a viva voz, con fe y convicción también puede ser “palabra RHEMA”.
- Si el creyente toma una palabra LOGOS, y la confiesa en fe como una palabra RHEMA, esa palabra adquiere poderes creativos, para hacer cumplirse una visión, sanar enfermos, traer prosperidad y cosas por el estilo.

Un ejemplo de esta enseñanza se encuentra en el libro “Apóstoles, Profetas y los Movimientos Venideros de Dios” (Bill Hamon, 1997, pags. 284-285). De acuerdo con dicho libro:
- “LOGOS” es la Palabra de Dios inefable, inerrante, creativa e inspirada. (2 Timoteo 3:16; 1 Corintios 2:13). Logos es la Palabra de Dios escrita entera, la Santa Biblia. Es la revelación completa de Dios como aparece en las Escrituras.
- Una palabra RHEMA es una palabra o ilustración que Dios nos habla directamente, y que concierne nuestra situación personal o particular. Es una palabra oportuna e inspirada por el Espíritu Santo del LOGOS que trae vida, poder y fe para realizarla y cumplirla. (Efesios 6:17, “la espada del Espíritu que es el RHEMA de Dios”). Puede ser recibida mediante otros como una palabra profética, o como una iluminación dada directamente a uno en su tiempo de meditación personal en la Biblia o en la oración.
- El LOGOS es la Palabra fija de Dios, las Escrituras, y el RHEMA es una porción particular del LOGOS sacada a luz por el Espíritu Santo para ser aplicada directamente a algo de nuestra experiencia personal.
Los defensores de la confesión positiva, así sea que lo admitan o no, tienen un concepto degradado de la Biblia. Según su interpretación, la Biblia es, objetivamente, la Palabra de Dios. Pero es la Palabra subjetiva de Dios (el ‘RHEMA’) lo que determina y desencadena una acción divina, y que tiene un poder creativo y regenerador. No basta conocer el ‘LOGOS’ de Dios. Tenemos que recibir el ‘RHEMA’ para poder decir: “Esto es lo que Dios dice”. En esta declaración se aprecia la idea que una palabra “RHEMA” en la boca del creyente tiene un “poder creativo y regenerador.” Dice que “no basta conocer el LOGOS de Dios.” O sea, no basta con estudiar la Biblia. Es necesario recibir una interpretación o sentido de la Palabra escrita que la haga más convincente a nuestras mentes. De ahí nacen los problemas con esta doctrina, pues inculca y motiva al abandono del estudio exegético de la Palabra de Dios y motiva a la interpretación subjetiva y alegórica del texto sagrado. Algunos llevan la doctrina a niveles peores aun al llamar “LOGOS” a las palabras de Dios directamente recibidas por los creyentes de la actualidad, y “RHEMA” a la repetición a viva voz de las mismas como acto creador. En este proceso la Biblia ni tiene lugar, salvo para “confirmar” sus aseveraciones.

De acuerdo con la confesión positiva, el “LOGOS” es la palabra revelacional, la palabra mística, directa que Dios habla al creyente. El “RHEMA” es la palabra que los creyentes deben decretar o confesar para traer prosperidad y sanidad a esta dimensión. El maestro de la enseñanza “Palabras Rhema”, Kenneth Copeland escribe:
“En tu condición de ser un creyente nacido de nuevo, estás equipado con la Palabra. Tienes el poder de Dios a tu disposición. Al dejar penetrar la Palabra en tu espíritu y al declararlo con tu boca liberas poder espiritual para cambiar cosas en las circunstancias naturales.” [1]

LA VERDAD ACERCA DE “RHEMA” Y “LOGOS”
Aunque es cierto que en el griego existen ambas palabras LOGOS y RHEMA, y que ambas se usan en el Nuevo Testamento, no existe la distinción alegada entre las mismas. Los defensores de la confesión positiva hacen una distinción inexistente entre ambas palabras, afirmando que la primera se refiere a la palabra escrita. La segunda, a lo que se dice en fe. Según este punto de vista, lo que se dice en fe es inspirado y toma el poder de Dios, pero hay dos problemas grandes con esta distinción:
- Primero, la distinción no es justificada por su uso en el griego del Nuevo Testamento ni en la Septuaginta (La versión griega del Antiguo Testamento). Las dos palabras se usan sinónimamente. En el caso de la Septuaginta, las dos, rhema y logos, se usan para traducir la palabra hebrea “dabar” que se emplea en varias maneras relativas a la comunicación. Por ejemplo, la palabra “dabar” (traducida, palabra de Dios) se usa en Jeremías 1:1 y 2. Aun en la Septuaginta se traduce como rhema en el versículo 1 y logos en el versículo 2. En el Nuevo Testamento las palabras rhema y logos se usan intercambiablemente. Esto se puede ver en pasajes como 1 Pedro 1:23,25. En el versículo 23, es la palabra logos de Dios que… permanece para siempre. En el versículo 25, “la rhema del Señor permanece para siempre”. Otra vez en Efesios 5:26 los creyentes son limpios “en el lavamiento del agua por la rhema”. En Juan 15:3 los creyentes son “limpios por medio del logos”. Las distinciones entre logos y rhema no pueden ser sostenidas por la evidencia bíblica. La palabra de Dios, ya sea en logos o rhema, es inspirada, eterna, dinámica, y milagrosa. Sea que la palabra sea dicha o escrita no altera su carácter esencial. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16,17).
- Hay también un segundo problema entre aquellos que hacen una distinción entre las palabras logos y rhema. Pasajes de las Escrituras a veces son seleccionados sin pensar en el contexto o analogía de fe, y dicen estar hablando en fe. Con este tipo de aplicación del llamado “principio rhema”, los partidarios se preocupan más en hacer que la Palabra signifique lo que ellos quieren en vez de dejar que la Palabra signifique lo que ella quiere que ellos entiendan. A veces es muy obvio que aman a Dios más por lo que Él hace por ellos que por quién Él es. Es muy importante para los creyentes eludir cualquier forma de existencialismo cristiano, que separa del contexto pasajes de las Escrituras o hace algunos pasajes eternos y otros contemporáneos.

SEMBRANDO ORGULLO, ARROGANCIA Y PEDANTERÍA ESPIRITUAL
Al revisar los esfuerzos de aquellos que defienden la enseñanza de la confesión positiva, es evidente que la básica apelación es para aquellos que ya son cristianos y que viven en una sociedad de abundancia. Ellos animan a cierto elitismo espiritual entre sus seguidores. El orgullo, la arrogancia, el amor al dinero, la pedantería espiritual y la vanidad tienden a ser fruto de esta teología. Pero ¿Es este el fruto que debe producir la teología cristiana? Definitivamente no. La prueba del fruto todavía es una manera de determinar si un maestro o enseñanza es de Dios o del hombre. “Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20).
La confesión positiva mide la condición espiritual del creyente prioritariamente en términos de dinero, éxito y bienes materiales. Se fomenta el materialismo individualista más que el ánimo de bendecir a otros. Los maestros de la “confesión positiva Rhema” afirman que los apóstoles y hasta Jesús fueron todos hombres muy adinerados y que todo creyente con fe debe serlo también. Toman al saludo personal de 3 Juan 2 como una promesa divina de absoluta salud y riquezas como “derecho divino” de todo creyente. Ignoran el consejo de Cristo de Lucas 12:22-31 de no afanarnos por las mismas cosas que se afanan los del mundo. Además, da una respuesta simplista y antibíblica frente a las instancias de sufrimiento en la vida del creyente. Si un creyente admite estar pasando por una dificultad o enfermedad, los maestros del RHEMA en seguida le dirán cosas como: “¡No digas que estás enfermo! ¡Confiesa que ya estás sano!” Si no hay un milagro de sanidad o prosperidad la explicación siempre es: “Te faltó fe”, “Dejaste de confesar positivamente y usaste palabras negativas” o “Tienes un pecado encubierto que no quieres confesar.” Ridiculizan a quien ora “que se haga la voluntad de Dios”. Esta corriente ignora las cuantiosas y sabias expresiones neotestamentarias sobre las maneras y propósitos que se dan en el sufrimiento en la vida del creyente. (2 Timoteo 2:1-13; Hebreos 10:32-39; 11:35-38; Santiago 1:2-4; 1 Pedro 3:8-17; 4:12-19; Apocalipsis 2:8-11).
La confesión positiva distorsiona la doctrina de la revelación divina y la inspiración de las Sagradas Escrituras. Se cree poseer una revelación mayor que los escritores bíblicos, cosa que resulta en doctrinas nuevas y extrañas. Eso es característico de las sectas, no de una verdadera iglesia cristiana. La confesión positiva fomenta también conductas irresponsables bajo el pretexto de confiar en el poder de la confesión de palabras “RHEMA”. Por ejemplo: El matrimonio de Larry y Lucky Parker, norteamericanos fieles seguidores de la enseñanza “Palabra RHEMA”, dejaron morir a su hijo diabético Wesley, al rehusar que se le diera insulina, convencidos por las palabras RHEMA que habían confesado en fe, que ya estaba sano. El niño cayó en estado de coma diabético, cosa que sus padres tomaron como un engaño satánico para quebrar su fe en la palabra RHEMA. Después de la muerte del niño, los padres no celebraron un funeral, sino un “culto de resurrección” esperando que así viniese el cumplimiento del RHEMA. El niño no resucitó. Los padres fueron condenados por maltrato de menores, pero en vez de una posible condena de 25 años de prisión recibieron una sentencia de cinco años que luego fue conmutada por misericordia de parte del juez. Lamentablemente han sucedido varios casos como este en los Estados Unidos durante los últimos años [2].

APLICACIÓN UNIVERSAL
Otro punto en contra de la confesión positiva es su aplicación limitada. Un examen práctico de la validez bíblica de una creencia es si tiene una aplicación universal. ¿Tiene la enseñanza significado sólo para aquellos que viven acaudaladamente en una sociedad? ¿O también da resultado entre los refugiados del mundo? ¿Qué aplicación tienen las enseñanzas a los creyentes encarcelados por su fe por gobiernos ateos? ¿Son esos creyentes menos porque sufren un martirio o tienen heridas físicas y están en las manos de crueles e implacables dictadores?
La verdad de la Palabra de Dios tiene una aplicación universal. Es tan efectiva en los barrios como en los suburbios. Es tan efectiva en la selva como en la ciudad. Es tan efectiva en otros países como en nuestra propia nación. Es tan efectiva en naciones con privaciones materiales como en las ricas.

CONCLUSIÓN
Cuando se considera cualquier doctrina siempre es necesario preguntarnos si está en armonía con las enseñanzas totales de las Escrituras. La doctrina basada en menos de un punto de vista holístico de verdades bíblicas sólo puede dañar la causa del Señor. Muchas veces puede ser más perjudicial que los puntos de vista que rechazan enteramente las Escrituras. Alguna gente aceptará más fácil algo como verdad si está escrito en la Palabra de Dios, aunque la enseñanza sea extrema o contradiga otros principios bíblicos.
La Palabra de Dios sí enseña grandes verdades como sanidad, provisión a los necesitados, fe y autoridad de los creyentes. La Biblia enseña que una mente disciplinada es un factor importante para una vida victoriosa. Pero estas verdades deben siempre considerarse como la estructura de todas las enseñanzas de las Escrituras. Cuando hay abuso, hay también a veces la tentación de retractarse de estas grandes verdades de la Palabra de Dios. En algunos casos la gente pierde a Dios en su totalidad cuando descubre que su énfasis exagerado no siempre corresponde a sus expectaciones ni resulta en la liberación de los problemas. El hecho de que se desarrollen aberraciones doctrinales, sin embargo, no es razón de que se las rechace o de permanecer en silencio al respecto. Los siervos de Dios deben con fe declarar todo el consejo de Dios.

NOTAS:
[1] Kenneth Copeland, El poder de la lengua, pp. 15.
[2] D.R. McDonnell, Un Evangelio diferente. (Massachussets: Hendrikson, 1988, p.81).
