Por Fernando E. Alvarado
El Sol Invicto (Sol Invictus, literalmente «Sol Invencible» o «Sol Inconquistable») fue una divinidad solar prominente en el Imperio Romano tardío, elevada al estatus de dios oficial del Estado. Su culto experimentó una revitalización decisiva bajo el emperador Aureliano, quien en el año 274 d.C., tras su victoria militar sobre el Reino de Palmira, lo promovió como deidad suprema del panteón romano, situándolo incluso por encima de figuras tradicionales como Júpiter. Esta elección no fue casual: en un contexto de profunda crisis política y social durante el siglo III —conocido como la «crisis del siglo III»—, Aureliano buscaba un símbolo unificador que representara la invencibilidad tanto del emperador como del propio Imperio. El Sol Invicto encarnaba esta idea de fuerza inquebrantable y renovación eterna.
El culto combinaba elementos de la tradición romana antigua —donde ya existía un dios solar más discreto, Sol Indiges— con influencias orientales, como el culto sirio al dios Baal (o Bel) en Palmira y, en menor medida, aspectos del mitraísmo, aunque no debe confundirse con este último, que era un culto mistérico separado y más exclusivo. Tampoco era idéntico al breve intento de imposición del dios solar emeseno Elagabalus por el emperador Elagabalus (218-222 d.C.), que había fracasado por su carácter extranjero y extravagante. Aureliano, en cambio, presentó una versión más romanizada y estatal del dios solar. Así, el templo principal dedicado al Sol Invicto en Roma fue inaugurado precisamente el 25 de diciembre de 274 d.C., y en su honor se instituyeron los Agon Solis, juegos celebrados cada cuatro años con gran pompa.

La festividad más destacada asociada al Sol Invicto era el Dies Natalis Solis Invicti («Natalicio del Sol Invencible»), que se conmemoraba el 25 de diciembre. Esta fecha coincidía aproximadamente con el solsticio de invierno en el calendario juliano vigente entonces, momento en que, tras el día más corto del año, la luz solar comienza a ganar terreno y los días se alargan progresivamente. Simbólicamente, representaba el «renacimiento» del sol, un motivo de esperanza y triunfo de la luz sobre la oscuridad que resonaba profundamente en la mentalidad romana de la época.
Las celebraciones incluían espectáculos públicos, como carreras de carros (circenses) —el calendario romano de 354 d.C. menciona hasta treinta carreras en esa jornada—, banquetes y actos de generosidad imperial. Formaban parte de un ciclo más amplio de fiestas invernales, que incluía la Saturnalia (del 17 al 23 de diciembre), caracterizada por su atmósfera de inversión social, regalos y alegría colectiva.
Sin embargo, es importante matizar la antigüedad y el alcance de esta festividad específica. La evidencia documental más antigua y clara de un festival estatal del Natalis Invicti el 25 de diciembre proviene del Cronógrafo de 354 (también conocido como Calendario de Filócalo), compilado alrededor del año 336 d.C. en Roma, que registra «N·INVICTI·CM·XXX» (Natalicio del Invencible, con treinta carreras). Referencias previas a un «natalicio del sol» aparecen en textos como el Calendario de Antíoco (siglo II d.C.) o el De Die Natali de Censorino (238 d.C.), pero estas aluden más bien al fenómeno astronómico del solsticio que a un culto religioso estatal organizado. Por ello, muchos historiadores consideran que la promoción de un festival oficial en esa fecha fue una innovación de Aureliano o de épocas posteriores, más que una tradición pagana masiva y antigua anterior al año 274 d.C.
El culto al Sol Invicto declinó progresivamente tras la conversión del emperador Constantino al cristianismo (edictos de tolerancia en 312-313 d.C. y evolución personal hasta su bautismo en 337 d.C.), aunque sobrevivió en ciertos ámbitos hasta el siglo V. A menudo se le asocia con el mitraísmo u otros cultos solares orientales, pero las diferencias son notables: el Sol Invicto era un dios público y estatal, mientras que el mitraísmo era un culto iniciático y predominantemente militar.

Por qué la Navidad no se origina en la festividad del Sol Invicto
La idea común de que la Navidad (el 25 de diciembre como fecha de la Natividad de Cristo) se originó como una «cristianización» del festival del Sol Invicto es un mito moderno, popularizado en el siglo XIX por eruditos como Hermann Usener bajo la «hipótesis de la Historia de las Religiones». Esta teoría argumenta que la Iglesia eligió deliberadamente la fecha para suplantar o competir con el Dies Natalis Solis Invicti, establecido por Aureliano en 274 d.C.
Durante décadas, fue la explicación dominante, pero investigaciones recientes, como las de Steven Hijmans en 2003, han socavado gravemente esta idea, mostrando que la evidencia de una gran celebración imperial del Sol Invicto el 25 de diciembre antes de la consolidación de la Navidad cristiana es «muy tenue». La primera vinculación explícita entre la fiesta cristiana y un supuesto festival solar pagano parece provenir del emperador Juliano «el Apóstata» en el año 362 d.C. Juliano, cuyo nombre completo era Flavio Claudio Juliano, fue emperador romano desde 361 hasta su muerte en 363 d.C.
Sobrino del emperador Constantino el Grande, fue educado en el cristianismo durante su infancia, pero más tarde rechazó la fe cristiana —de ahí su apodo de «Apóstata»— y se convirtió en un ferviente defensor del paganismo helenístico y romano tradicional. Durante su breve reinado, Juliano emprendió una campaña activa para revivir las antiguas religiones paganas, restaurar templos, promover sacrificios y debilitar la influencia creciente del cristianismo en el Imperio Romano, que ya había sido declarado religión oficial por sus predecesores.
En su obra Himno al Rey Helios (también conocida como Oración IV, dirigida a Salustio y escrita en diciembre de 362 d.C.), Juliano describe un festival dedicado al «Sol Invicto» que se celebraba inmediatamente después de las Saturnalias (alrededor del 17-23 de diciembre) y antes del Año Nuevo romano. Atribuye este festival a una tradición antigua remontada al rey Numa Pompilio, segundo rey legendario de Roma, y lo asocia con el momento en que el sol, tras alcanzar su punto más bajo en el solsticio de invierno, comienza a «regresar» hacia el norte, simbolizando el renacimiento de la luz y la fuerza solar.
Juliano enfatiza que este festival involucraba juegos solemnes en honor del «Sol Invicto», y lo presenta como una celebración anual distinguida de otros eventos solares, como los juegos cuadrienales instituidos por Aureliano en 274 d.C. En el texto, Juliano escribe: «Inmediatamente después del último mes, que es de Saturno, y previo al festival en cuestión, celebramos los más solemnes de nuestros juegos, dedicándolos al honor del ‘Sol Invicto’ […] Las Saturnalias, siendo el festival concluyente, son seguidas en orden cíclico por el Festival del Sol». Sin embargo, no menciona explícitamente a los cristianos en esta obra, aunque el contexto de su reinado sugiere un intento deliberado de promover rituales paganos para contrarrestar el ascenso cristiano.
Esta descripción representa una inversión histórica notable: lo que durante siglos se presentó como una estrategia cristiana de apropiación podría ser, en realidad, propaganda anticristiana pagana que influyó en eruditos posteriores. Investigaciones modernas, como las de Steven Hijmans y otros historiadores, argumentan que Juliano pudo haber exagerado o incluso promovido la idea de un festival solar antiguo en diciembre para desacreditar al cristianismo, afirmando implícitamente que los cristianos habían imitado una tradición pagana preexistente. En realidad, la evidencia indica que no existía un festival solar importante en el 25 de diciembre antes de la consolidación de la Navidad cristiana alrededor de 336 d.C. (como se registra en el Chronographus anni 354).
Julian, al escribir en 362 d.C. —después de que la Navidad ya se celebrara en Roma—, podría haber sido el primero en documentar explícitamente un festival solar en esa fecha, posiblemente como una forma de «contra-programación» para revivir el paganismo y reclamar prioridad cultural. Fuentes como el análisis de Roger Pearse sugieren que esta promoción fue una respuesta defensiva al avance cristiano, invirtiendo la narrativa: en lugar de que los cristianos «robaran» la fecha pagana, los paganos bajo Juliano intentaron apropiarse o resaltar una fecha ya asociada con el nacimiento de Cristo para socavar su significado. Esta manipulación propagandística de Juliano, motivada por su sesgo anticristiano, ha influido en interpretaciones posteriores que erróneamente priorizan el origen pagano, a pesar de la tenuidad de la evidencia pre-cristiana.

La Biblia y el 25 de diciembre
La Biblia no especifica la fecha exacta del nacimiento de Jesús (Lc 2,1-20; Mt 2,1-12), pero los cristianos primitivos llegaron a celebrar el 25 de diciembre mediante interpretaciones cronológicas basadas en las propias Escrituras. Estos cálculos se remontan al menos al siglo III d.C., con menciones tempranas en obras como el Comentario sobre Daniel de Hipólito de Roma (ca. 204 d.C.) y el tratado anónimo De Pascha Computus (243 d.C.), que ya vinculaban la fecha con razonamientos teológicos y cronológicos internos.
Este cálculo se fundamenta principalmente en el relato de Lucas 1, que describe el servicio sacerdotal de Zacarías —padre de Juan el Bautista— en el Templo. Zacarías pertenecía al curso de Abías (1 Cr 24,10), que era el octavo de los 24 cursos sacerdotales. Cada curso servía una semana en el Templo, y el ciclo completo se iniciaba en el equinoccio de primavera (mes de Nisán, marzo-abril). Considerando el calendario litúrgico judío y las fiestas obligatorias, el turno de Abías caía aproximadamente en septiembre-octubre, después de las grandes fiestas de otoño. Poco después de finalizar su servicio, Isabel concibe a Juan el Bautista. María, por su parte, recibe la Anunciación y concibe a Jesús en el sexto mes del embarazo de Isabel (Lc 1,26-39), lo que sitúa la concepción de Jesús en marzo-abril. Nueve meses más tarde, el nacimiento tendría lugar en diciembre.
Además, el detalle de los pastores que vigilaban sus rebaños de noche (Lc 2,8) es coherente con esta época: en Palestina, el período principal de partos de las ovejas ocurre en invierno (tras la época de cría en junio y una gestación de unos cinco meses). Por otro lado, la fecha cercana al solsticio de invierno refuerza el simbolismo teológico, pues presenta a Jesús como la «luz del mundo» (Jn 8,12) y el «Sol de Justicia» (Mal 4,2).
Esta elección del 25 de diciembre es, por tanto, una derivación teológica interna al cristianismo: busca unir la Encarnación con los grandes momentos de la historia de la salvación —la Creación y la Redención— sin depender de festivales paganos preexistentes. La conocida «hipótesis de la Historia de las Religiones», que atribuye la fecha a una supuesta influencia pagana (como el Sol Invictus), pasa por alto estos cálculos bíblicos y cronológicos internos. Como ha demostrado el investigador S. Hijmans, no existe evidencia sólida de que tales celebraciones paganas al sol invicto fueran significativas o generalizadas antes de la adopción cristiana de la fecha.

La independencia cronológica de la fecha de Navidad frente a influencias paganas
Carece de sentido que los cristianos hubieran «copiado» una festividad pagana reciente y específicamente romana —el culto al Sol Invicto, establecido en 274 d.C. por Aureliano— cuando ya contaban con una fecha determinada por cálculos cronológicos internos al cristianismo.
La conocida «hipótesis de cálculo» resulta coherente y autónoma: se basa en la tradición judía helenística de la «edad integral» —según la cual los profetas y hombres justos vivían vidas completas en años exactos, muriendo en el aniversario de su concepción o nacimiento—. Así, si Jesús murió el 25 de marzo (fecha equivalente romana al 14 de Nisán, víspera de la Pascua judía), su concepción habría ocurrido el mismo día, y su nacimiento nueve meses después —con una gestación de 270-280 días— caería en diciembre.
¿Por qué adoptar un culto imperial reciente cuando el cristianismo ya empleaba de forma independiente metáforas solares para referirse a Cristo, como el «Sol de Justicia» (Mal 4,2)? Adoptar fechas paganas habría sido contraproducente para una fe perseguida que buscaba diferenciarse claramente del paganismo. En cambio, himnos cristianos del siglo IV, como los de Efrén el Sirio, reinterpretan el sol como símbolo subordinado a Cristo —no al revés—.
La referencia a Juliano el Apóstata refuerza este argumento: si la vinculación entre la festividad pagana y la cristiana surge como propaganda imperial en 362 d.C. —cuando la celebración de la Navidad ya estaba establecida—, la teoría de la «suplantación cristiana» de un rito pagano se invierte lógicamente. En realidad, se trataría de un intento pagano de deslegitimar una tradición cristiana preexistente.

¿Qué podemos concluir de todo esto?
El emperador Aureliano estableció el culto oficial a Sol Invictus en 274 d.C., con la dedicación de un templo y juegos cuatrienales. Sin embargo, no existen fuentes contemporáneas que confirmen una celebración específica del natalis Invicti el 25 de diciembre. La primera mención documentada aparece en el Cronógrafo de 354 (compilado ca. 336 d.C.), donde se registra esa fecha con juegos circenses, y la referencia explícita más antigua a un “natalicio del sol” surge en el Himno al Rey Helios de Juliano el Apóstata (diciembre de 362 d.C.). Este texto, escrito en un contexto de intento por revitalizar el paganismo frente al cristianismo dominante, tiene un probable carácter propagandístico al insinuar que los cristianos habían adoptado tradiciones solares preexistentes, lo cual es falso.
En contraste, las evidencias cristianas para el 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús son significativamente anteriores y se fundamentan en cálculos teológicos independientes. Ya desde el siglo II-III, varios autores patrísticos la defendieron sobre la base de una profunda teología salvífica que veía a Cristo como principio y fin de la historia: la concepción ocurría el 25 de marzo (fecha simbólica de la creación del mundo, el equinoccio primaveral y, más tarde, la Pasión), lo que implicaba un nacimiento nueve meses después.
Los textos patrísticos tampoco callan en este tema. Entre los testimonios más relevantes destacan:
- Hipólito de Roma (ca. 204-235 d.C.), en su Comentario sobre Daniel (4.23.3), afirma explícitamente: “La primera venida de nuestro Señor en la carne, cuando nació en Belén, fue el 25 de diciembre, un miércoles, en el año 42 de Augusto”. Esta declaración precede en 40-70 años cualquier referencia pagana conocida a esa fecha.
- Sexto Julio Africano (ca. 160-240 d.C.), en sus Cronografías (ca. 221 d.C.), sitúa tanto la creación del mundo como la concepción de Jesús el 25 de marzo, conduciendo lógicamente al nacimiento en diciembre.
- Tertuliano (ca. 160-225 d.C.) vincula concepción y Pasión al 25 de marzo, reforzando la misma lógica cronológica.
- Un tratado anónimo norteafricano del siglo IV declara: “Nuestro Señor fue concebido el 25 de marzo, día de su pasión y concepción”.
- Agustín de Hipona (siglo IV), en De Trinitate (4.5), enseña: “Se cree que fue concebido el 25 de marzo, día en que también sufrió… Pero nació, según la tradición, el 25 de diciembre”.
Clemente de Alejandría (ca. 200 d.C.), al discutir posibles fechas del nacimiento de Cristo, no menciona ninguna conexión con cultos solares. La fijación oficial de la Navidad en Roma se registra en el Calendario de Filócalo (336 d.C.), pero indicios indirectos —como la observancia entre los donatistas (grupo surgido antes de 312 d.C. y particularmente celoso contra cualquier sincretismo pagano)— y tradiciones orientales reflejadas en Efrén el Sirio y Epifanio de Salamis apuntan a celebraciones previas.
Los cristianos no sincretizaron con el paganismo ni adoptaron descaradamente las celebraciones del Sol Invicto en su calendario litúrgico. En realidad, Aureliano o Juliano enfatizaron o desplazaron fechas solares precisamente para competir con una tradición cristiana ya emergente, invirtiendo así la dirección de la influencia. A pesar de su falsedad, el supuesto “mito de orígenes paganos” de la Navidad ganó popularidad en el siglo XIX, pero las fuentes antiguas primarias no sustentan dicho punto de vista. Más bien, la acusación de imitación parece originarse en la propaganda retórica de Juliano, quien en 362 d.C. intentó deslegitimar una fecha ya consolidada y ampliamente aceptada en la tradición cristiana.
Lamentablemente, muchos cristianos evangélicos mal informados han aceptado por completo el relato moderno sobre los supuestos orígenes paganos de la Navidad. En lugar de unirse en regocijo por el nacimiento de su Señor, dedican esfuerzos a dividirse entre sí, acusando de paganismo a aquellos hermanos que sí celebran con gozo el natalicio de Cristo.
Prefieren dar crédito a una idea que, en última instancia, remite a la propaganda retórica de Juliano el Apóstata —quien en el siglo IV intentó deslegitimar una fecha ya arraigada en la tradición cristiana— antes que confiar en el testimonio histórico y teológico de los Padres de la Iglesia, que desde el siglo II y III defendieron el 25 de diciembre sobre bases estrictamente cristianas.
Esta división, lejos de honrar al Señor cuyo advenimiento celebramos, entristece el corazón de quienes valoran tanto la verdad histórica como la unidad del cuerpo de Cristo.

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