Por Fernando E. Alvarado*
La expresión 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 no solo nos recuerda que los cristianos seguimos siendo capaces de pecar y que, en efecto, pecamos a diario. 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 proclama también, y de forma radical, que el cristiano ha sido justificado ante Dios. Afirmar que hemos sido justificados es una declaración de que el perdón, la vida y la salvación nos pertenecen por gracia mediante la fe por causa de Cristo solamente.
Martín Lutero explicó el 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 de la siguiente forma: “Un hombre cristiano es justo y pecador al mismo tiempo, santo y profano, enemigo de Dios e hijo de Dios. Ninguno de los sofistas admitirá esta paradoja porque no entienden el verdadero significado de la justificación.” [1] Nosotros también haríamos bien en preguntarnos: ¿qué significa ser justificado?
Bíblicamente, la justificación es la aceptación judicial de un cristiano por parte de Dios como inocente en virtud de que sus pecados no cuentan en su contra. Pablo proclama que “todos los que creen” están justificados por la fe sin obras:
“Pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de expiación por medio de la fe en su sangre. Esto lo hizo Dios para manifestar su justicia, pues en su paciencia ha pasado por alto los pecados pasados… Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley.” (Rom 3:24–25, 28).
En otras palabras, los creyentes son considerados justos por Dios no sobre la base de sus buenas obras sino debido a lo que Cristo ha logrado para ellos, y que es recibido por fe.

JUSTIFICADOS ANTE DIOS, LIBRES DE TODA CONDENACIÓN
La justificación tiene un sentido presente y futuro para los cristianos. Podemos decir que la justificación es “ya” y “todavía no”: es un juicio escatológico que se puede anunciar con antelación cuando alguien se convierte en cristiano. La justificación es, en nuestro presente, un reconocimiento de santidad impartida. En la justificación, la justicia de Cristo es impartida o se infunde en el nuevo cristiano, que es declarado justo sobre la base de esa justicia imputada de Cristo al creyente.[2]
En el presente, la justificación es también una declaración legal de absolución. Dicho de otra manera, la justificación es una posición legal: el veredicto de que alguien no es culpable del pecado. Es un acto en el cual los cristianos son declarados justos, a pesar de que son pecadores, porque la justicia (impecabilidad legal) de Cristo les es imputada o acreditada. La justicia que sirve de base para que alguien sea justificado es sólo la justicia de Cristo; no se basa en nada del carácter del pecador, y no cambia nada en el carácter del pecador. Esto es importante para evitar la justicia basada en las obras (la idea de que las obras de una persona podrían hacerle ganar la salvación).
Pero la justificación va más allá de ser una mera posición moral o legal. La justificación es también una afirmación de membresía del pacto, es relacional. Retomando la enseñanza paulina, la justificación debe entenderse también en términos de pacto: Dios trae a alguien a una relación de pacto con él. Para los cristianos, depositar la fe en Cristo es el paso inicial de confianza en una relación de pacto en la que la fidelidad de uno es hecha posible gracias al poder del Espíritu Santo que mora en su interior.
En el sentido futuro, la justificación se refiere a la decisión de Dios con respecto a un individuo en el juicio final. Sin embargo, dado que esta decisión se basa en la obra de Cristo y la apropiación de esa obra por parte del individuo, se puede declarar en el presente para alguien que tenga una relación salvadora con Cristo. La justificación está en Cristo, así que cualquiera que está en Cristo es justificado (o justo).
Por tanto, la justificación inicial tiene lugar cuando Dios trae a alguien a una relación salvífica con él. Con esta justificación, Dios concede al creyente todo lo necesario para recibir una decisión favorable en el juicio final; si uno espera o no que todos los creyentes alcancen esa reivindicación final depende de la visión que se tenga de la permanencia de la salvación.

JUSTIFICACIÓN POR LA FE SOLA
Si bien los reformadores acuñaron la doctrina de la “justificación por la fe sola” (Sola fide). Esto no significa que la fe exista por sí sola. La fe salvadora se expresa a través de la fidelidad y obediencia al Señor, se une al arrepentimiento y opera a través del amor. Los cristianos no son justificados por tales cosas, pero tampoco son justificados sin ellas
Sólo la fe salva, no porque la fe sea más grande que el amor o cualquier otra virtud, sino porque la fe une a los creyentes con Cristo, en quien y por quien son aceptados. Así que la fe sola justifica, pero la fe que justifica nunca está sola, nunca existe sin amor y buenas obras.[3]
Además, la declaración de 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 confiesa que la justificación ocurre en y para los pecadores. Como proclama el apóstol Pablo, “pero Dios muestra su amor por nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8).
La fe que justifica en Cristo no se puede ganar, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe. Y esto no es obra tuya; es don de Dios” (Efesios 2:8). Asimismo, el 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 rechaza que la justificación sea simplemente un “borrón y cuenta nueva” o una segunda oportunidad para vivir una vida sin culpa (¿Quién podría hacer eso realmente?). La justificación no es un pase para intentar de nuevo vivir una vida perfecta. Dios sabe que jamás lo lograremos en esta vida, no importa cuantas oportunidades se nos den para intentarlo. Al rechazar tal idea, la declaración de 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 excluye cualquier noción de que las criaturas pecaminosas puedan contribuir en algo a su salvación o ganar justicia ante Dios. Es una afirmación renovada de que solo Cristo es nuestro refugio.
La justificación es puro consuelo de que toda la culpa en la que hemos incurrido en el pasado, presente y futuro es llevada a la cruz con Cristo y crucificada con él. Por tanto, así como Cristo resucitó a una nueva vida, también nosotros, los que estamos unidos a él, resucitaremos: “Cuando fuimos bautizados, también fuimos enterrados con Cristo y así compartimos su muerte para que así como Cristo resucitó por el gran poder del Padre, nosotros también andemos de acuerdo a la nueva vida.” (Rom. 6:4, PDT). En Cristo, somos justificados.

Al confesar que somos 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 establecemos que los cristianos no pueden hacer nada para hacerse santos a sí mismos. Esto no es antinomianismo. Mucho menos un pretexto para pecar o una excusa para violar la la ley de Dios y abstenernos de hacer buenas obras. En realidad, el 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 tiene el propósito y la función exactamente opuestos:
“Ahora bien, ¿deberíamos seguir pecando para que Dios nos muestre más y más su gracia maravillosa? 2 ¡Por supuesto que no! Nosotros hemos muerto al pecado, entonces, ¿cómo es posible que sigamos viviendo en pecado?” (Romanos 6:1-2, NTV)
El 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 no es un ataque contra la santificación o las buenas obras, sino una confesión de que éstas no son producto de nuestra propia voluntad, conocimiento o fuerza, sino que son un don de Cristo, producido por su gracia y con el auxilio del Espíritu Santo, el cual produce en nosotros “así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
El 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 proclama que los cristianos necesitan la ley de Dios. En esta vida, a causa de estos deseos de la carne, los fieles, elegidos, hijos de Dios renacidos no solo necesitan la instrucción y amonestación diaria de la ley, sino también sus advertencias y amenazas ¡Y a menudo también necesitan su castigo y disciplina para que puedan ser incitados por ellos a una vida de fidelidad y sumisión al Espíritu de Dios! Como está escrito: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos.” (Salmos 119:71)
El 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 es, por tanto, un gran acto de confesión y absolución. En él reconocemos nuestro pecado y recibimos el recordatorio seguro de que somos justificados y pertenecemos totalmente a Cristo. Aunque el diablo, el mundo y nuestra carne pecaminosa nos asalten, no pueden arrebatarnos de su mano:“Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús” (Romanos 8:1, NTV)
Nuestra relación con Dios no se define por el terror del pecado y la ley, sino por la gracia. Por medio de Cristo crucificado, somos restaurados y reconciliados con Dios Padre. La cruz lleva diariamente nuestro pecado para que estemos inseparablemente unidos a Cristo, y seamos herederos ante Dios nuestro Padre. Por el evangelio, además, recibimos el Espíritu Santo, que produce buenas obras por medio de las manos de los justificados.
¡Gloria a Dios que no estamos solos en nuestro pecado, sino que recibimos a Cristo y su evangelio! Ante él somos simultáneamente justos y pecadores, pero reconciliados por medio de Cristo.
BIBLIOGRAFÍA:
[1] Martín Lutero, Luther’s Works (Fortress Press and Concordia, 1957), 26:232.
[2] Brenda B. Colijn, «La naturaleza de la justificación», en Sumario Teológico Lexham, ed. Mark Ward et al. (Bellingham, WA: Lexham Press, 2018).
[3] Tony Lane, «Justificación», en Sumario Teológico Lexham, ed. Mark Ward et al. (Bellingham, WA: Lexham Press, 2018)
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