Por Fernando E. Alvarado
Admitámoslo… Hay una verdad que pocos se atreven a aceptar dentro del evangelicalismo: Existe una brecha de género también en las creencias y prácticas religiosas. Uno de los factores que ha limitado la participación de las mujeres es la interpretación tergiversada de las Sagradas Escrituras. La naturalización de la diferencia sexual y la asociación de lo femenino a la debilidad o a la sumisión fue utilizada en siglos pasados (y aún hoy en ciertas iglesias cristianas) para explicar la menor participación social de las mujeres, al mismo tiempo que para impedirla, haciendo de ella un obstáculo al movimiento por la igualdad.

UN VIEJO MAL EN LA IGLESIA
La brecha de género en la iglesia cristiana no es nada nuevo. Ha sido parte del cristianismo desde su expansión a lo largo y ancho del Imperio Romano. De hecho, fue de la cultura grecorromana más que de Cristo, su fundador, que el cristianismo heredó muchas de sus ideas sobre el rol de la mujer y su valor e importancia dentro de la religión cristiana. Tales ideas se consolidaron con el paso de los siglos hasta llegar a considerarse la expresión misma del cristianismo en materia de género. El obispo Teodolfo de Orléans (820 d.C.), por ejemplo, inspirado en el antiguo concepto grecorromano de inferioridad de la mujer afirmó en cierta ocasión que “las mujeres deben recordar su enfermedad y la inferioridad de su sexo; por tanto, deben tener miedo de tocar cualquier cosa sagrada que está en el ministerio de la Iglesia.”[1]
La supuesta “impureza ritual” de la mujer entró en la Ley de la Iglesia, principalmente a través del Decretum Gratiani (1140 d.C.), el cual se convirtió en ley social de la Iglesia en el año 1234, una parte vital del Corpus Iuris Canonici (Código Canónico) que tuvo vigencia hasta el 1916. Debido a su impureza ritual, las mujeres no podían distribuir la comunión, enseñar en la iglesia, bautizar, tocar los objetos sagrados, ni tocar o llevar puestas vestimentas sagradas. Esta mentalidad llego a ser aceptada en mayor o menor grado dentro de círculos protestantes en tiempos posteriores los cuales, por siglos, excluyeron a la mujer del ministerio pastoral y otras áreas importantes dentro de la Iglesia.[2]
Tristemente, estas ideas discriminatorias hacia la mujer, tomadas por el catolicismo de la cultura grecorromana, no tardarían en ser trasplantadas al protestantismo. Martín Lutero, al igual que otros reformadores, siempre se movió dentro de un modelo patriarcal, donde la mujer era vista como mera ayudante del hombre. Aunque la visión de Lutero sobre la mujer cambió cuando se casó con Catalina von Bora, nunca concedió a la mujer la misma importancia y espacio que al hombre. Esto se observa muy bien en su comentario: “No hay manto ni sayo que peor siente a la mujer que el querer ser sabia…”. En 1524, en uno de sus sermones, Lutero llamó a las mujeres “un medio niño” y “un animal loco”.[3]
Tristemente, los reformadores no aceptaron con facilidad el rol de la mujer en la nueva iglesia. Juan Calvino, por ejemplo, fue muy duro y despectivo ante los reclamos de Marie Dentiére y sus esfuerzos para que la voz de las mujeres fuera escuchada. Los propios reformadores en Ginebra (por instigación de Calvino) prohibieron la publicación de todo texto escrito por una mujer durante el siglo XVI.[4]

CAMINOS HACIA LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER QUE PARECEN DERECHOS, PERO ¿CUÁL SERÁ SU FIN?
De la cultura grecorromana al catolicismo, y de este al protestantismo, la discriminación de la mujer y la imposición de limitaciones para que esta pueda realizarse ministerialmente ha sido casi omnipresente en el cristianismo. Esta concepción machista de la fe cristiana ha orillado a mujeres inteligentes y con profunda devoción y conocimiento de la Biblia a elegir entre 3 caminos:
- Alejarse de las formas convencionales del cristianismo dadas en las Iglesias mayoritarias.
- Iniciar una «tea-logía» (con a) que se interesa por los aspectos femeninos de la divinidad y por la figura de la Diosa (Un Dios que es, ante todo Madre).
- Y, por último, entroncar el feminismo con la teología de la liberación y los postulados de los que algunos llamarían “izquierda” y hasta “marxismo cultural”.
La mayoría de estos estudios feministas sobre la religión han nacido con vocación teológica y un enfoque creyente, de forma que las teólogas que reflexionan sobre estas cuestiones están, por lo general, comprometidas de alguna manera con la «Iglesia-Mujer» y lo que se ha dado en llamar «Teología feminista» o «Espiritualidad feminista». Todo esto suena, de alguna manera, no solo ofensivo, sino hasta herético para los defensores del estatus quo y la ortodoxia masculina evangélica.

UNA TEOLOGÍA INACEPTABLE (EN ALGUNOS DE SUS PUNTOS) PARA EL MUNDO EVANGÉLICO
Desde la perspectiva evangélica tradicional resulta imposible justificar la compatibilidad de la fe cristiana y el feminismo. Y aunque podría creerse que la Iglesia Católica es la única que se posiciona en contra del ministerio sacerdotal/pastoral de la mujer, esto sería un error. La mayoría de Iglesias cristianas conservadoras se posicionarían con gusto en contra la agenda feminista, imposibilitando una mejor integración teológica del feminismo y el cristianismo. Esto no debería extrañarnos, ya que la común asociación entre el feminismo y la denominada «ideología de género» y el “derecho a decidir” (el aborto) han motivado en el evangelicalismo un posicionamiento doctrinal declaradamente hostil hacia el elemento central del pensamiento feminista: el «sistema sexo-género», un principio que reconoce que las relaciones entre hombres y mujeres son producto de la historia, la cultura y los valores de distintas épocas y sociedades.
Sin duda las contribuciones por parte de las mujeres son necesarias para un completo entendimiento del cristianismo. Y aunque rechazamos muchos de los amargos postulados del nuevo feminismo cristiano, sin duda concordamos en afirmar que Dios no discrimina con base en características biológicamente determinadas como el sexo y la raza.[5] Aunque la mayoría de pentecostales apoyamos la ordenación de mujeres, y rechazamos cualquier forma antibíblica de dominación masculina en el matrimonio cristiano y reconocemos habilidades espirituales y morales iguales en ambos géneros, simplemente no podemos concordar con el feminismo de moda en ciertos círculos cristianos que promueven los mal llamados “derechos reproductivos”[6] (eufemismo empleado para referirse al supuesto derecho de la mujer al aborto) y la necia y herética búsqueda de una divinidad femenina.[7]

¿QUÉ HACEMOS CON LA TEOLOGÍA FEMINISTA?
Sin duda la teología feminista tiene mucho que aportar y no sería justo desecharla porque nos ofende el término “feminista”. Negar sus elementos de verdad sería necio y tonto de nuestra parte. Pero aceptar todos sus postulados sin cuestionamiento para congraciarnos con las nuevas modas teológicas y el cada vez más enquistado marxismo cultural de nuestra sociedad sería también ingenuo. La teología feminista, como cualquier otra, tiene errores y aciertos.
Una cosa es creer en la igualdad de la mujer y otra muy distinta es hacerla superior. Una cosa es creer en una Deidad que trasciende el género por su naturaleza espiritual y otra muy diferente es convertir a Dios en mujer, haciendo creer que Dios el Padre (el Dios que nos presenta la Biblia) es en realidad una “Diosa”, una deidad falsa creada a imagen y semejanza de los cultos paganos de antaño que adoraban a la supuesta “diosa-madre”.
Atreviéndome a ofender sensibilidades, he de decir que, personalmente, creo que, en la cultura del Evangelio, no hay cabida para ser machistas ni feministas. ¿Qué opción nos queda entonces? El igualitarismo bíblico.
Según el igualitarismo cristiano, fundamentado en las Sagradas Escrituras, la igualdad de género es bíblicamente sólida en el liderazgo de la iglesia cristiana (incluido el pastorado) y en el matrimonio cristiano. Su fundamento teológico reside en las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo y otros principios cristianos formulados a lo largo del Nuevo Testamento. El igualitarismo cristiano se refiere a la creencia bíblica de que el género, en sí mismo, no privilegia ni restringe los dones o el llamado de un creyente a ningún ministerio en la iglesia o en el hogar. No implica que mujeres y hombres sean idénticos o indiferenciados, sino que afirma que Dios diseñó a hombres y mujeres para complementarse y beneficiarse mutuamente.[8]
En las esferas teológicas el igualitarismo cristiano (también conocido como igualdad bíblica) significa igualdad de autoridad y responsabilidades entre géneros. Muchos tienden a confundir el igualitarismo cristiano con la teología feminista, pero ambas cosas no son la misma. El igualitarismo bíblico implica que las mujeres puedan ejercer la autoridad espiritual como clero (pastoras, misioneras, maestras, evangelistas, líderes denominacionales, etc.), sin caer en los excesos y errores teológicos propuestos por algunas vertientes de la teología feminista.
Las creencias igualitarias no se fundamentan en las tendencias de la sociedad actual. Se fundamentan en la Biblia, la cual enseña la igualdad completa de hombres y mujeres en la Creación y en la Redención (Génesis 1:26-28, 2:23, 5:1-2; 1 Corintios 11:11-12; Gálatas 3:13, 28, 5:1) sin abandonar la ortodoxia cristiana.

SI EL PENTECOSTALISMO DESEA EVITAR LOS ERRORES DE ALGUNAS TEOLOGÍAS FEMINISTAS, DEBE VOLVER A SUS RAÍCES IGUALITARIAS
El igualitarismo ministerial entre el hombre y la mujer, característico del Movimiento Pentecostal, tiene sus raíces en el Movimiento de Santidad a partir del cual se originó el pentecostalismo moderno. Dicho movimiento era muy activo en trabajos de justicia social, pero no se limitaba sólo a esto, también incluía varios ministerios de compasión, trabajo interracial, templanza, y el voto femenino.
A partir de 1850, en especial, el movimiento de Santidad produjo un número de mujeres que ministraron como evangelistas, líderes de estudio bíblico e incluso como obispos. Con este tipo de trasfondo, era de esperarse que las mujeres jugaron un papel significativo en el movimiento pentecostal en Estados Unidos. Y así fue. Charles Fox Parham entrenó mujeres para el ministerio en el Movimiento de la Fe Apostólica desde 1900 en adelante. Su cuñada, Lilian Thistlewaite, mantuvo reuniones por su propia cuenta a lo largo del Medio Este y apareció junto a Parham en reuniones ampliadas en otros lugares. Parham comisionó a un número de mujeres para establecer iglesias y servir como pastoras.
El predicador afroamericano William Joseph Seymour llevó consigo el Movimiento de Fe Apostólica a Los Ángeles en 1906. Su Misión de la Calle Azusa rápidamente se hizo conocida como una congregación interracial liderada por un pastor afroamericano, con mujeres capaces y hombres proveyendo liderazgo y alcance. La misión fue incluso ridiculizada por el periódico Los Angeles Evening, por considerar que el emergente movimiento pentecostal violaba la enseñanza de Pablo en 1 de Corintios 14:34 respecto al silencio de la mujer.
Los primeros pentecostales entendieron este versículo dentro de un contexto histórico y cultural, pero no como una directriz global. Estaban mucho más cautivados por la promesa hecha en Joel 2:28-29 que en los “últimos días” Dios derramaría de su Espíritu sobre toda carne, incluyendo hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, libres y esclavos por igual. Según Hechos 2:17-18, Pedro apeló a estos versículos en el día de Pentecostés y los pentecostales encontraron en esto la justificación para que tanto mujeres como hombres proclamaran el evangelio. Esta posición fue alentada por la apelación de 1 Corintios 12:11, que indica que el Espíritu Santo entrega dones de forma individual, y por Gálatas 3:28 que apunta sobre la igualdad de género en la iglesia.
El Pastor Seymour le dio la bienvenida a mujeres en el púlpito de la Calle Azusa, proveyó de credenciales a mujeres y hombres, y los envió fuera como misioneros y plantadores de iglesias. Publicó su compromiso en las siguientes palabras:
“Es contrario a las escrituras que las mujeres no tengan su parte en el plan de salvación al que han sido llamadas por Dios. No tenemos derecho a obstaculizar su camino, sino que a ser hombres de santidad, pureza y virtud, levantando el estandarte y alentando a las mujeres en su trabajo, y Dios nos honrará y bendecirá como nunca antes. Es el mismo Espíritu Santo el que está en las mujeres y en los hombres”.[9]

Con el apoyo de Seymour, la señora Florence Crawford se hizo responsable de la extensión de la Misión a lo largo de la costa este llegando tan lejos como a Minneapolis. La hermana Crawford se convirtió así en la fundadora de la Iglesia de Fe Apostólica (Portland, Oregón) con congregaciones en Estados Unidos, Escandinavia y el este de África. La señora Emma Cotton, una mujer afroamericana, fundó al menos ocho congregaciones pentecostales en Los Ángeles, el Valle de San Joaquín, y Oakland, antes de entregársela a la Iglesia de Dios en Cristo.
Actualmente muchos grupos pentecostales reconocen el derecho de las mujeres a ejercer el ministerio, incluso el pastorado. En la Iglesia de Dios en Cristo, las mujeres son ordenadas para el trabajo misional y evangelismo. Las Asambleas de Dios dieron licencia y ordenaron a mujeres para el trabajo en misiones y evangelismo desde su origen en 1914 y ordenaron mujeres para predicar desde 1922. La mayoría de los centros de misiones mundiales de las Asambleas de Dios fueron iniciados por mujeres. En 1935 las mujeres fueron hechas compañeras de ministerio en pleno e igualitariamente sin restricciones dentro de las Asambleas de Dios, la mayor denominación pentecostal del mundo.
A menudo, muchas mujeres sirven como co-pastores, e incluso algunas congregaciones son de hecho lideradas por mujeres. Muchos distritos han abierto posiciones de liderazgo a nivel de presbiterio y las Asambleas de Dios de Estados Unidos han elegido una mujer para servir en el Presbiterio Ejecutivo a nivel nacional. Una mujer también sirve como presidenta en la Universidad Evangel, la única universidad nacional de las Asambleas de Dios en Estados Unidos. En 2010, el presbiterio general (un grupo nacional de aproximadamente 1000 pastores y líderes) adoptó una posición formal respecto al tema, intentaron una vez más afirmar el lugar de las mujeres en el “ministerio y liderazgo espiritual”.
Lo pentecostales entendemos, a la luz de la Biblia, que la intención de Dios no sólo es la salvación eterna del individuo, sino también llevar la luz libertadora de Dios a toda injusticia social en esta tierra. Esto también es cierto en relación con la marginación de las mujeres en la iglesia y la sociedad. Como con otros muchos temas sociales, el cristianismo bíblico establece un fundamento que inevitablemente conduce a ideas tales como el valor, la igualdad y la libertad de las mujeres. La ética arraigada en una cosmovisión cristiana ha resultado en niveles de igualdad femenina y la oportunidad que las culturas no cristianas nunca han ofrecido ni tampoco han considerado. El cristianismo puede lograr esto sin caer en los errores de ciertos “feminismos”.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
[1] RIQUER PERMANYER, Alejandra. Teodolfo de Orleans y la Epístola Poética en la Literatura Carolingia (1994, edición) Universidad de Barcelona.
[2] ALVARADO, Fernando, La Maldición de las Hijas de Eva, pp. 33 (PPA Books, 2021).
[3] Ibid, pp. 21.
[4] HILLERBRAND, Hans J., The Reformation, a Narrative History Related by Contemporary Observers and Participants. Baker book House, Ann Arbor, MI, 1985.
[5] McPhillips, Kathleen. «Theme: Feminisms, Religions, Cultures, Identities.» Australian Feminist Studies 14.30 (1999).
[6] McIntosh, Esther. «The Possibility of a Gender-Transcendent God: Taking Macmurray Forward.» Feminist Theology: The Journal of the Britain & Ireland School of Feminist Theology 15 (2007): 236-255.
[7] Polinska, Wioleta. «In Woman’s Image: An Iconography for God.» Feminist Theology 13.1 (2004):40-61
[8] ALVARADO, Fernando, La Maldición de las Hijas de Eva, pp. 226-227 (PPA Books, 2021).
[9] SEYMOUR, William, Citado en: https://pensamientopentecostalarminiano.org/2019/01/17/la-libertad-de-la-mujer-en-el-pentecostalismo/