Por Fernando E. Alvarado
Parece que desde que en el jardín del Edén Dios le dijera a Satanás que la simiente de Eva aplastaría su cabeza, el mal se ha abalanzado sin piedad contra las mujeres de todos los tiempos. Aunque normalmente lo definamos como machista, lo que genera este legado de opresión es el triunfo del perverso orgullo y la inseguridad de muchos hombres. En toda esta historia de persecución hay un lugar de privilegio para nuestra capacidad de negación sobre quienes somos en realidad. Milenios de humanidad no ha cesado de advertirnos contra los desastres provenientes de la soberbia que se infiltra cuando las razas, sexos o individuos asumen que son, por definición, superiores a otros. A lo largo de los tiempos y hasta hoy, de todos es sabido que las mujeres salen perjudicadas, asediadas por una marginación que no sólo se produce en tribus perdidas o en culturas ajenas a la nuestra.

LOS PAGANOS Y SU TRATO HACIA LA MUJER
Ya el pensamiento de la antigua Grecia, cuna de Occidente, no se quedaba atrás. Homero o Platón ejemplifican la visión repugnante y de inferioridad que se tenía en torno a la mujer, a quienes se las definía como dolor o castigo, pues las mujeres estaban consideradas como meros objetos para ser conquistados e instrumentos en la lucha por el poder de los hombres. Uno de los personajes de Homero se burlaba diciendo: “¡No eres mejor que una mujer!”, un reflejo de lo habitual que resultaba que la mujer no fuese vista siquiera con identidad propia sino más bien como “la esposa de”, la “la hija de” o la “concubina de”.
Según narra Hesíodo en su Teogonía hubo un tiempo sobre la tierra en el que los hombres vivían felices sin mujeres hasta que éstas surgieron como castigo de Zeus a Prometeo por su desobediencia. La mujer fue la maldición eterna para el hombre, razón por la que Zeus creó un ser perverso, una mujer llamada Pandora, el origen de todos los males. Otro poeta de relevancia como Simónides cuenta que “desde el principio, dios hizo la mente de la mujer como cosa aparte”. Se asumía que no debían confiar en las mujeres pues ellas eran fuente de todo mal, pues el mal era su naturaleza. Platón dice que “las mujeres son inferiores en bondad a los hombres […] ese segmento de la humanidad que, debido a su fragilidad, es en otros aspectos más engañoso y secreto”. Lo cierto es que, aunque comúnmente apelamos a Grecia como la cuna de la democracia, ésta era una democracia selectiva vetada a esclavos y mujeres.

LA BIBLIA NOS ENSEÑA ALGO DIFERENTE
El Dios del libro del Génesis describe el perenne totalitarismo del varón hacia la mujer no como algo digno de alcanzar sino como una horrenda maldición provocada por la maldad del ser humano y que es anunciada a la mujer: “Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16). En contraste con las grotescas e inmorales cosmogonías de la antigüedad, Jehová despliega su esencia artística para crear a Eva como un hermoso complemento del hombre. El Dios bíblico sitúa a la pareja en el jardín como amigos y amantes. Nada que ver con las salvajes batallas entre dioses y diosas de los mitos animistas, griegos, romanos o del relato de la creación del Emuna Elis babilonio, una historia mucho más cercana en el tiempo y a la cultura de los receptores originarios del Génesis que recoge una espeluznante visión en la que Tiamat y Marduk se despedazan. Sin embargo, Adán y Eva se aman.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:17).
Es Jehová quien afirma que el hombre y la mujer son “el hombre (traducido así y en singular en el sentido genérico de humanidad) creado a imagen y semejanza de Dios”. A diferencia de las creencias griegas que describen a la mujer forjada de otra materia, el Dios de la Biblia forma a Eva de la misma sustancia que Adán, de su médula, tomando su ADN para formarla y revelarnos un concepto revolucionario de igualdad esencial. Eva fue creada para servir con Adán y no con el fin de servirle a Adán. Aunque hay quienes lo ven de otro modo cuando leen que Dios diseñó a la mujer como “ayuda idónea para el varón” (Génesis 2:18), lo cierto es que la palabra hebrea utilizada para ayuda hace referencia a alguien a quien se le solicita cooperación por poseer capacidades complementarías a las del solicitante, por lo que estamos ante una connotación etimológica con énfasis en el concepto de igualdad y complementariedad, una visión de género fuera de lo común siglos antes de Cristo.
Cuando Adán dirige por primera vez su mirada a la mujer lo hace a modo de poema: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Génesis 2:23). Las primeras palabras humanas que aparecen en la Biblia son un canto a la mujer y a la igualdad, un golpe contra los mitos paganos que concedían a la feminidad una composición inferior a la masculina. Más adelante aparecería también el mandato de: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Génesis 2:24), un planteamiento también chirriante para un mundo en el que los hombres no suelen renunciar a cosa alguna por una mujer.
El plan de Dios para su creación era “señoreen (plural) en toda la tierra” (Génesis 1:26), y tiene la peculiaridad de que no otorga dominio sobre la tierra al ser humano hasta que la mujer no está junto al varón. Cuando ambos pecan, Adán habla de: “la mujer que me diste por compañera” (Génesis 3:12). Eva no era una mera propiedad de Adán y el mal no entra al mundo sólo a través de la mujer sino a través de la pareja, tal y como Dios sentencia (Génesis 3:24). Hombre y mujer comparten culpabilidad y ambos sufrirían las consecuencias.

MACHISMO EN EL PUEBLO DE DIOS
Y como ocurre en todas las civilizaciones, la sociedad judía tampoco vivió exenta de la indeseable maldición anunciada por Dios sobre la opresión y superioridad masculina sobre la mujer. En conocidos escritos rabínicos resultan habituales los comentarios de desprecio y rechazo del género femenino, una cuestión que ya vemos en algunos textos del Nuevo Testamento como cuando “en esto vinieron sus discípulos, y se asombraron grandemente de que [Jesús] hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?” (Juan 4:27).
En contraposición a este pensamiento dominante de su tiempo, Jesús se levantó para destruir las obras de la oscuridad abriendo ríos en el desierto como un adelanto de la restauración del plan original de Dios y de sus propósitos, aunque lo haría dentro de la realidad de los prejuicios, terquedad e injusticias de su época. Desde luego, esta nueva visión de la mujer iniciada por Cristo impulsaría a muchos hijos de Dios a asumir el liderazgo en la liberación de las personas en general y de la mujer en particular durante siglos posteriores.

LA MUJER EN EL PENTECOSTALISMO CLÁSICO
El igualitarismo ministerial entre el hombre y la mujer, característico del Movimiento Pentecostal, tiene sus raíces en el Movimiento de Santidad a partir del cual se originó el pentecostalismo moderno. Dicho movimiento era muy activo en trabajos de justicia social, pero no se limitaba sólo a esto, también incluía varios ministerios de compasión, trabajo inter-racial, templanza, y el voto femenino. A partir de 1850, en especial, el movimiento de Santidad produjo un número de mujeres que ministraron como evangelistas, líderes de estudio bíblico e incluso como obispos. Con este tipo de trasfondo, era de esperarse que las mujeres jugaron un papel significativo en el movimiento pentecostal en Estados Unidos. Y así fue. Charles Fox Parham entrenó mujeres para el ministerio en el Movimiento de la Fe Apostólica desde 1900 en adelante. Su cuñada, Lilian Thistlewaite, mantuvo reuniones por su propia cuenta a lo largo del Medio Este y apareció junto a Parham en reuniones ampliadas en otros lugares. Parham comisionó a un número de mujeres para establecer iglesias y servir como pastoras.
El predicador afroamericano William Joseph Seymour llevó consigo el Movimiento de Fe Apostólica a Los Ángeles en 1906. Su Misión de la Calle Azusa rápidamente se hizo conocida como una congregación interracial liderada por un pastor afroamericano, con mujeres capaces y hombres proveyendo liderazgo y alcance. La misión fue incluso ridiculizada por el periódico Los Angeles Evening, por considerar que el emergente movimiento pentecostal violaba la enseñanza de Pablo en 1 de Corintios 14:34 respecto al silencio de la mujer.

Los primeros pentecostales entendieron este versículo dentro de un contexto histórico y cultural, pero no como una directriz global. Estaban mucho más cautivados por la promesa hecha en Joel 2:28-29 que en los “últimos días” Dios derramaría de su Espíritu sobre toda carne, incluyendo hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, libres y esclavos por igual. Según Hechos 2:17-18, Pedro apeló a estos versículos en el día de Pentecostés y los pentecostales encontraron en esto la justificación para que tanto mujeres como hombres proclamaran el evangelio. Esta posición fue alentada por la apelación de 1 Corintios 12:11, que indica que el Espíritu Santo entrega dones de forma individual, y por Gálatas 3:28 que apunta sobre la igualdad de género en la iglesia.
El Pastor Seymour le dio la bienvenida a mujeres en el púlpito de la Calle Azusa, proveyó de credenciales a mujeres y hombres, y los envió fuera como misioneros y plantadores de iglesias. Publicó su compromiso en las siguientes palabras:
“Es contrario a las escrituras que las mujeres no tengan su parte en el plan de salvación al que han sido llamadas por Dios. No tenemos derecho a obstaculizar su camino, sino que a ser hombres de santidad, pureza y virtud, levantando el estandarte y alentando a las mujeres en su trabajo, y Dios nos honrará y bendecirá como nunca antes. Es el mismo Espíritu Santo el que está en las mujeres y en los hombres”.
Con el apoyo de Seymour, la señora Florence Crawford se hizo responsable de la extensión de la Misión a lo largo de la costa este llegando tan lejos como a Minneapolis. La hermana Crawford se convirtió así en la fundadora de la Iglesia de Fe Apostólica (Portland, Oregón) con congregaciones en Estados Unidos, Escandinavia y el este de África. La señora Emma Cotton, una mujer afroamericana, fundó al menos ocho congregaciones pentecostales en Los Ángeles, el Valle de San Joaquin, y Oakland, antes de entregársela a la Iglesia de Dios en Cristo.

ROL MINISTERIAL DE LA MUJER EN ALGUNAS DENOMINACIONES PENTECOSTALES
Las mujeres han jugado un papel muy importante en el crecimiento y desarrollo de las denominaciones pentecostales, especialmente en el ámbito de la misión mundial. Por ello, actualmente muchos grupos pentecostales reconocen el derecho de las mujeres a ejercer el ministerio, incluso el pastorado. En la Iglesia de Dios en Cristo, las mujeres son ordenadas para el trabajo misional y evangelismo. Las Asambleas de Dios dieron licencia y ordenaron a mujeres para el trabajo en misiones y evangelismo desde su origen en 1914 y ordenaron mujeres para predicar desde 1922. La mayoría de los centros de misiones mundiales de las Asambleas de Dios fueron iniciados por mujeres. En 1935 las mujeres fueron hechas compañeras de ministerio en pleno e igualitariamente sin restricciones dentro de las Asambleas de Dios, la mayor denominación pentecostal del mundo.
A menudo, muchas mujeres sirven como co-pastores, e incluso algunas congregaciones son de hecho lideradas por mujeres. Muchos distritos han abierto posiciones de liderazgo a nivel de presbiterio y las Asambleas de Dios de Estados Unidos han elegido una mujer para servir en el Presbiterio Ejecutivo a nivel nacional. Una mujer también sirve como presidenta en la Universidad Evangel, la única universidad nacional de las Asambleas de Dios en Estados Unidos. En 2010, el presbiterio general (un grupo nacional de aproximadamente 1000 pastores y líderes) adoptó una posición formal respecto al tema, intentaron una vez más afirmar el lugar de las mujeres en el “ministerio y liderazgo espiritual”.
En la Iglesia de Dios (Cleveland, Tennessee), por mucho tiempo mujeres han tenido la libertad de predicar y ejercitar sus dones espirituales. En 1992, se les permitió por primera vez votar en la asamblea general internacional, y desde el 2000 se les permite servir en todos los oficios excepto el obispado.
Por supuesto, el reciente crecimiento en los cargos de liderazgo de las mujeres pentecostales no ha estado exento de obstáculos. Algunas denominaciones pentecostales han encontrado una creciente resistencia respecto al papel que la mujer debería desempeñar en el clero. A menudo, esas presiones han provenido de hombres más jóvenes, influenciados no por sus raíces pentecostales, sino que, irónicamente, por celebridades neo-reformadas como Mark Driscoll y John Piper. Esta resistencia por si misma ilustra la continua y confusa absorción de la identidad pentecostal dentro de una identidad evangélica conservadora que ha estado funcionando desde los inicios de los años ‘40.

Lo pentecostales entendemos, a la luz de la Biblia, que la intención de Dios no sólo es la salvación eterna del individuo, sino también llevar la luz libertadora de Dios a toda injusticia social en esta tierra. Esto también es cierto en relación con la marginación de las mujeres en la iglesia y la sociedad. Como con otros muchos temas sociales, el cristianismo bíblico establece un fundamento que inevitablemente conduce a ideas tales como el valor, la igualdad y la libertad de las mujeres. La ética arraigada en una cosmovisión cristiana ha resultado en niveles de igualdad femenina y la oportunidad que las culturas no cristianas nunca han ofrecido ni tampoco han considerado.
Las manifestaciones sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo han desempeñado un papel significativo en el origen, desarrollo, y crecimiento del movimiento pentecostal. Desde del inicio del movimiento, los dones espirituales han sido evidentes en el ministerio de muchas mujeres sobresalientes que fundaron y dirigieron un amplio espectro de ministerios. No era inusual que una mujer casada ministrara a la par de su marido. De vez en cuando, los maridos trabajaban en profesiones seculares para apoyar el ministerio activo de su esposa. Muchas mujeres hasta eligieron privarse del matrimonio para cumplir mejor el ministerio al que el Señor las había llamado. Mujeres valientes sirvieron en las misiones, tanto locales como extranjeras, como misioneras, evangelistas, fundadoras de iglesias, pastoras, educadoras, o cumpliendo otros roles.
Los pentecostales creemos que el derramamiento del Espíritu Santo que comenzó a principios del siglo XX es el cumplimiento de la profecía:
“Y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas. . . Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28,29; cf. Hechos 2:16-18).
El hecho de que tanto mujeres como varones profeticen indica su inclusión en los ministerios en el tiempo del nuevo pacto.
