Por Fernando E. Alvarado
La carta a los Hebreos es única en el Nuevo Testamento por su extenso desarrollo y fundamentación del sumo sacerdocio de Jesucristo. Esta extraordinaria exposición, de valor perpetuo, tuvo como propósito fortalecer y afirmar en la fe a cristianos procedentes del judaísmo y, en este sentido, cabe notar que cada sección de desarrollo doctrinal culmina con severas advertencias contra la apostasía, que pueden hallarse en 2:1-4, 3:7- 4:16, 5:11-6:20 y 10:19-39.

DIOS NO OBLIGA A NADIE A SALVARSE, CAER DE LA GRACIA ES UNA POSIBILIDAD REAL
La teología arminiana, en concordancia con la Biblia, sostiene que una persona regenerada es capaz de apartarse de la fe y la salvación, o de caer. La doctrina que afirma la posibilidad real de apostasía para un verdadero creyente ha tenido siempre más partidarios en la iglesia de Cristo que la que niega su posibilidad o su realidad.[1] Aunque la teología reformada (calvinismo) niega que un verdadero creyente pueda cometer apostasía y perder su salvación, la Biblia y la historia se unen para comprobar que dicha creencia ha sido parte de la fe histórica de la iglesia cristiana y nunca ha sido considerada como herejía (tal como muchos calvinistas quisieran hacérnoslo creer). De hecho, el mismísimo Agustín de Hipona (el verdadero padre de la teología calvinista) afirmó en cierta ocasión:
«Dios, a los que una vez justificó por su gracia, no los abandona, si antes no es por ellos abandonado»[2]

Al igual que Agustín la Palabra de Dios afirma que mientras una persona continúe creyendo en Cristo, entonces es imposible que tal persona caiga de la gracia.[3] Esto es más que evidente por las palabras de Jesús:
“Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes. Ninguna rama puede dar fruto si está sola, sino que tiene que estar unida a la vid. Igual sucede con ustedes, no pueden dar fruto si no se quedan en mí. Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí, y yo en él, producirá mucho fruto, pues separados de mí, ustedes no pueden hacer nada.” (Juan 14:4-5, PDT)
Sin embargo, tal como Agustín de Hipona (a quien los calvinistas harían bien en escuchar en este punto) y el mismo texto sagrado lo afirman, los verdaderos creyentes pueden dejar de serlo, declinar de la fe, apartarse del Señor y perder su salvación.[4] Aquel que no da fruto será cortado, y el que es cortado es echado fuera y perece, de modo que ningún creyente puede descansar en la falsa idea de “una vez salvo, siempre salvo”:
“Él corta todas mis ramas que no dan fruto. Poda y limpia cada rama que da fruto para que así produzca más.” (Juan 15:2, PDT)

En la teología arminiana y bíblica la única posibilidad de que alguien “pierda” su salvación es si esa persona deja de creer en Cristo, porque sólo por fe en Él es justificado (Romanos 5:1). No hay garantía bíblica de que Dios va, irresistiblemente, a mantener a la gente creyendo en Cristo para su salvación, o de que Dios irresistiblemente les obligará a trabajar en su salvación con temor y temblor (lo cual le compete a cada creyente bajo el auxilio de la gracia de Dios, la cual puede resistirse; véase Hechos 7:51). Dios trabajará en ellos el querer como el hacer por su beneplácito si ellos hacen su parte. Después de todo, el creyente “fue” salvo por gracia a través de la fe, y todavía sigue “siendo” salvo por gracia a través de la fe, y “será” salvo por gracia a través de la fe. Sin embargo, si uno deja de creer en Cristo, si pierde su fe en Él, tal persona no será salva:
“A partir de ese momento, muchos de sus discípulos se apartaron de él y lo abandonaron. Entonces Jesús, mirando a los Doce, les preguntó: —¿Ustedes también van a marcharse? Simón Pedro le contestó: —Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes las palabras que dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Juan 6:66-69, NTV)

¿ESTÁN PERDIDOS PARA SIEMPRE AQUELLOS QUE APÓSTATAN (ABANDONAN, REPUDIAN) DE LA FE?
A todo aquel que es justificado por la fe se le imputan (se ponen en su cuenta) los méritos de Cristo (no los de ellos). No obstante, si alguien se convierte de nuevo en incrédulo, lo cual no es probable, pero sí posible dado que tal individuo es un ser personal, en este caso Dios le corta de la vid verdadera que es Cristo Jesús (Juan 15:2, 6). Esta es la clara y simple enseñanza bíblica. Sin embargo, el reconocimiento de que un creyente verdadero puede dejar de serlo y apostatar de la fe, ha llevado a algunos cristianos a considerar que el acto de apostasía es irreversible, y que, si alguien es cortado de la vid, es también desechado eternamente. Fundamentan su postura en los siguientes versículos:
“En el pueblo de Israel hubo también algunos que decían ser enviados por Dios, pero no lo eran. Así también, entre ustedes, habrá quienes se crean maestros enviados por Dios, sin serlo. Ellos les darán enseñanzas falsas y peligrosas, sin que ustedes se den cuenta, y hasta dirán que Jesucristo no es capaz de salvar. Por eso, cuando ellos menos lo esperen, serán destruidos por completo.” (2 Pedro 2:1, TLA)
“Ante él [Dios] no entrará ningún apóstata.” (Job 13:16, La Biblia de Nuestro Pueblo)
“Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a la ignominia pública.” (Hebreos 6:4-6, LBLA)

LA APOSTASÍA, UN PECADO GRAVE
La apostasía es el mal mayor que puede sufrir un hombre. No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe en Cristo, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo, el padre de la mentira. En este sentido, Judas es el primero y más grande de todos los apóstatas. Él creyó en Jesús, y dejándolo todo, le siguió (en Caná «sus discípulos [incluyendo a Judas] creyeron en Él», Juan 2:11). Pero avanzando el ministerio profético del Maestro, y acrecentándose de día en día el rechazo de los judíos, el fracaso, la persecución y la inminencia de la cruz, Judas abandonó la fe en Jesús y lo entregó a la muerte.
Tomás de Aquino (famoso teólogo y filósofo, considerado el principal representante de la enseñanza escolástica y una de las mayores figuras de la teología sistemática) entendió la apostasía como el pecado de infidelidad (rechazo de la fe, negarse a creer) en su forma máxima, y señala la raíz de su más profunda maldad:
“La infidelidad como pecado nace de la soberbia, por la que el hombre no somete su entendimiento a las reglas de la fe y a las enseñanzas de los Padres[5]… Todo pecado consiste en la aversión a Dios. Y tanto mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la infidelidad es lo que más aleja de Dios… Por tanto, consta claramente que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral…[6] Y la apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad.”[7]

Las mismas consecuencias terribles de la apostasía ponen de manifiesto el horror de este pecado. Tomás de Aquino las describió de la siguiente manera:
“El justo vive de la fe” [Romanos 1,17]. Y así, de igual modo que perdida la vida corporal, todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida, muerta la vida de justicia, que es por la fe, se produce el desorden de todos los miembros. En la boca, que manifiesta el corazón; en seguida en los ojos, en los medios del movimiento; y, por último, en la voluntad, que tiende al mal. De ello se sigue que el apóstata siembra discordia, intentando separar a los otros de la fe, como él se separó.”[8]

LA APOSTASÍA, UN PECADO REVERSIBLE
Sí, la Iglesia siempre ha visto con horror el máximo pecado de la apostasía, hasta el punto de que grupos como los montanistas[9] consideraban imperdonables los pecados de apostasía, adulterio y homicidio, y también los novacianos[10] estimaban irremisible, incluso en peligro de muerte, el pecado de la apostasía. Esta, sin embargo, nunca fue la postura bíblica ni dominante en la iglesia de los primeros siglos, la cual sostenía que Dios puede perdonar toda clase de pecados, incluso la apostasía. Esto puede corroborarse, por ejemplo, en los escritos de los primeros cristianos como Clemente de Alejandría (215 d.C.), considerado uno de los Padres de la iglesia, quien afirmó que «para todos los que se convierten a Dios de todo corazón están abiertas las puertas, y el Padre recibe con alegría cordial al hijo que hace verdadera penitencia»[11]

La Biblia también enseña que Dios perdona al hijo apóstata que acude a Él penitente, arrepentido y buscando perdón y reconciliación:
“Entonces, volviendo en sí, dijo: «¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores”». Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus siervos: «Pronto; traed la mejor ropa y vestidlo, y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies; y traed el becerro engordado, matadlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Y comenzaron a regocijarse.” (Lucas 15:17-24, LBLA)

¿CÓMO EXPLICAMOS PASAJES COMO HEBREOS 6:4-9 Y OTROS MÁS QUE PARECEN INDICAR QUE LA RESTAURACIÓN DE UN APÓSTATA ES IMPOSIBLE?
Analicemos detenidamente algunos pasajes que parecen sugerir que aquellos que caen de la gracia o cometen apostasía, no pueden ser restaurados. 2 Pedro 2:1 nos dice:
“En el pueblo de Israel hubo también algunos que decían ser enviados por Dios, pero no lo eran. Así también, entre ustedes, habrá quienes se crean maestros enviados por Dios, sin serlo. Ellos les darán enseñanzas falsas y peligrosas, sin que ustedes se den cuenta, y hasta dirán que Jesucristo no es capaz de salvar. Por eso, cuando ellos menos lo esperen, serán destruidos por completo.” (2 Pedro 2:1, TLA)

En este versículo Pedro tiene algunas cosas que decir acerca de estos falsos profetas y sus acciones:
(i) Introducen insidiosamente herejías destructivas (enseñanzas falsas y peligrosas). Lo que estaba sucediendo en el caso de los lectores de Pedro era que algunos autodesignados profetas estaban persuadiendo insidiosamente a la gente a creer lo que ellos querían que fuera verdad, más bien que lo que Dios ha revelado como verdad. No se presentaban como enemigos del cristianismo. Se presentaban como los mejores exponentes del pensamiento cristiano; y era así como, gradual y sutilmente, seducían a la gente apartándola de la verdad de Dios y llevándola a las opiniones privadas de otros, que es lo que es la herejía.
(ii) Estas personas negaban al Señor que los había comprado (dirán que Jesucristo es incapaz de salvar). Esta idea de que Cristo se comprara personas para Sí mismo se extiende por todo el Nuevo Testamento. Viene de Su propia palabra de que había venido para dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45). La idea es que esas personas eran esclavas del pecado y Jesús las compró para sí al precio de su vida, para hacerlas libres. «Por precio fuisteis comprados,» dice Pablo (1 Corintios 7:23). Los herejes de la carta de Pedro, en cambio, estaban negando al Señor que los había comprado, invalidando su capacidad salvadora y planteando un nuevo “plan de salvación” ajeno a la fe en Cristo.
(iii) El fin de estas malas personas sería la destrucción (cuando menos lo esperen, serán destruidos por completo). Estaban introduciendo insidiosamente herejías destructivas, pero estas herejías acabarían por destruirlos a ellos. No hay un camino más seguro a la condenación final que el enseñar a otros a pecar.

Debe notarse que 2 Pedro 2:1 no está afirmando que dichos apóstatas no podrían volverse a Cristo y ser perdonados, más bien enseña que, en tanto persistan en su herejía (y difícilmente un falso maestro está dispuesto a reconocer su error y dar marcha atrás), no podrían ser salvos. Esto es simplemente lógico, ya que, si sustituimos a Cristo como único camino a Dios, el único destino posible es la destrucción eterna. Pedro jamás pretendió afirmar que aquellos que se apartan de la fe no pueden ser restaurados.
Otro pasaje bíblico que pareciera enseñar la imposibilidad de restauración para un creyente caído en apostasía es el siguiente:
“Ante él [Dios] no entrará ningún apóstata.” (Job 13:16, La Biblia de Nuestro Pueblo)

El problema, sin embargo, se resuelve al comparar otras traducciones de dicho versículo:
“Esta también será mi salvación, porque un impío no comparecería en su presencia.” (LBLA)
“Esto es lo que me salvará: no soy ningún impío. Si lo fuera, no podría estar delante de él.” (NTV)
“Quizá en eso esté mi salvación, pues un malvado no entraría hasta su presencia.” (DHH)

El mensaje es claro: Ningún impío, que persista en su impiedad y así muera sin ser perdonado, podrá jamás morar en la presencia de Dios. La palabra hebrea para “impío” es rasha’, la cual denota en primer lugar una persona injusta en el sentido moral. Sin embargo, todo lo moralmente malo, según la noción del Antiguo Testamento es, en última instancia, una renuncia a Dios y desobediencia a su voluntad. Y por tanto toda impiedad en Israel se entiende que procede de la irreligiosidad. De ahí que La Biblia de Nuestro Pueblo traduzca rasha’ como apóstata. Ningún malvado, ningún apóstata podrá estar en la presencia de Dios pues la impiedad implica una negación (teórica o práctica) de la deidad del Señor. Si el impío rechaza creer en el único que puede salvarle ¿Qué esperanza podría tener de salvación? Dios, sin embargo, deja en claro que su voluntad es salvar al impío (o apóstata) si se arrepiente:
“Deje el impío [rasha’, impío, apóstata] su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” (Isaías 55:7)
“¿Quiero yo la muerte del impío [rasha’, impío, apóstata]? dice el Señor Jehová. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ezequiel 18:23)

Un pasaje con mayor dificultad interpretativa es Hebreos 6:4-6, el cual nos dice:
“Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a la ignominia pública.” (Hebreos 6:4-6, LBLA)
La palabra “imposible” en el versículo 6 es puesta en una posición de énfasis. El autor de Hebreos no está diciendo que solamente es difícil, sino verdaderamente imposible que el apóstata sea restaurado. Nótese los otros usos de la palabra imposible en Hebreos: Es imposible que Dios mienta (Hebreos 6:18). Sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). Así pues, la palabra imposible en la epístola a los Hebreos es sinónimo de inamovible. ¿Quiere decir entonces que los apóstatas no pueden ser restaurados? No necesariamente.

Este difícil pasaje se entiende mejor en el contexto de Hebreos 6:1-2. Debemos recordar que la carta a los Hebreos no iba dirigida a creyentes provenientes del paganismo, sino a judíos conversos al cristianismo pero que enfrentan el peligro de apostatar de la fe en Jesús y volver a su vieja fe judía. El autor de Hebreos quiere decir que, si regresan al judaísmo, todo el “arrepentimiento” religioso del mundo no les servirá de nada. Su abandono de Jesús equivale a crucificarlo de nuevo, especialmente si van a expresar su arrepentimiento en las formas tradicionales judías, particularmente el sacrificio animal, el cual niega la completa obra de Jesús por ellos en la cruz. Y es que hay una gran diferencia entre fallar y recaer. Recaer no es solo caer en algún pecado, en realidad se está apartando de Jesús mismo: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal.” (Proverbios 24:16) Esa fue precisamente la diferencia entre Pedro y Judas. Pedro falló, Judas abandonó totalmente la fe. Si nos apartamos de Jesús ¡No hay esperanza!
El mensaje para estos cristianos que pensaban en renunciar a Jesús era claro: Si ustedes no continúan en Jesús, no crean que encontraran salvación con solo seguir con los antiguos conceptos básicos que son comunes con el judaísmo; si renuncian a la salvación por medio de la fe en Jesús ¡No hay sacrificio, rito o religión que pueda salvarlos! La idea no es que “si usted recae, no podrá regresar nunca a Jesús” sino que “si usted le da la espalda a Jesús, no espere encontrar salvación en ningún otro lado, especialmente en las bases del judaísmo, lejos de la plenitud en Jesús.”

HAY ESPERANZA
La salvación siempre estará disponible para aquel que clame por ella:
“Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Hechos 2:21)
Por eso Dios nos exhorta:
“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” (Isaías 1:18)
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.” (Isaías 55:1)
“… y al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37)

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS:
[1] Jacob Arminio, Disputa XLVIII. Sobre la justificación, “Las Obras de Arminio” (Grand Rapids: Baker Book House, 1996), 2: 725.
[2] Agustín de Hipona, citado en los Cánones del Concilio de Trento, Dz 1537.
[3] Ibid. 1: 742.
[4] Ibid. 1: 741.
[5] Tomas de Aquino, Summa theologiae, II-II,10, 1 ad3m.
[6] Ibid. 10,3
[7] Ibid. 12, 1 ad3m.
[8] Ibid. 12, 1 ad2m.
[9] El Montanismo fue un movimiento cristiano de la antigüedad. Eran seguidores de Montano, líder cristiano del siglo II en la región de Frigia en el Asia Menor, quien proclamó el inminente advenimiento de la Nueva Jerusalén. Montano se opuso a cierto relajamiento de las estrictas normas que caracterizaron al cristianismo original. Montano y dos mujeres de su iglesia afirmaban tener el don de profecía. La mayor dificultad para otros cristianos fue que algunos de sus seguidores le consideraban el “Consolador” que Jesús prometió. Entre sus partidarios estuvo el famoso teólogo Tertuliano, quien se unió a los montanistas durante los últimos años de su vida. El rigorismo ético de los montanistas provocó reacciones negativas entre otros grupos. Su planteamiento moral y doctrinal se expresaba por medio de un gran rigorismo: negación del perdón de los pecados, prohibición de segundas nupcias, demanda de continua penitencia.
[10] El Novacianismo fue un movimiento religioso de la antigüedad. Seguidores de Novaciano, presbítero de la Iglesia de Roma en el siglo III, quien declaró ilegítima la elección de Cornelio como obispo de Roma y se hizo consagrar por tres obispos. Rechazaba el poder de la iglesia para perdonar la apostasía de los llamados “lapsi” (caídos). Los novacianos se llamaron a sí mismos cátaros o puros. Su rigorismo doctrinal fue condenado por un concilio en Roma (251 d.C.). Los novacianos eran trinitarios y sería difícil condenarlos como herejes en el sentido tradicional dado a esa palabra entre cristianos tradicionales. Los católicos les consideran más bien como cismáticos y a su líder como “antipapa”. El Concilio de Nicea (325 d.C.) los invitó a regresar a la iglesia bajo ciertas condiciones, pero ninguna de tipo doctrinal. Esta iglesia se mantuvo activa en varias regiones, particularmente en el Asia Menor, Grecia y Egipto hasta el siglo VII.
[11] Clemente de Alejandría, Quis dives, 39.